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Relatos de una soñadora

La tentación del vapor

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Relatos de una soñadora

LA TENTACIÓN DEL VAPOR
El último orador por fin se calló, y el murmullo de alivio recorrió la sala del congreso. Marco estiró los brazos con una sonrisa pícara, captando la mirada de Clara a unos pocos asientos. Ella le devolvió una sonrisa tímida, ajustándose las gafas. Llevaban tres días de conferencias soporíferas en aquel hotel de cinco estrellas, y la tensión, la profesional y la otra, se cortaba con un cuchillo.
"¿Señal de que se acabó el suplicio, por fin?", le preguntó él, acercándose a su silla. Su voz, siempre un poco demasiado alta para un congreso, resonaba con un optimismo contagioso.
Clara se rió, "Dios te oiga, Marco. Mis neuronas necesitan un respiro."
"Tengo la solución perfecta", dijo él, guiñándole un ojo. "Bar, digestivo fuerte y luego... ¿qué tal un poco de vapor para los músculos tensos? Este hotel tiene un spa que es una maravilla".
Ella dudó un instante. La idea de compartir un espacio tan íntimo como el spa con Marco, con el que ya había habido miradas y comentarios que rozaban lo indebido, le ponía nerviosa. Pero la curiosidad, y un deseo oculto, ganaron la batalla. "Suena... tentador", admitió.
El bar era un bullicio elegante. Entre cócteles y risas sueltas, la conversación entre Marco y Clara fluyó con una libertad que no permitían las salas de reuniones. Las bromas de él se volvieron más atrevidas, las respuestas de ella, más desinhibidas. Las manos se rozaron varias veces al coger las copas, y cada contacto encendía una chispa.
"¿Listo para la purificación?", dijo Marco, levantándose con una sonrisa. Clara asintió, su corazón latiendo un poco más rápido.
El aroma a cloro y aceites esenciales les dio la bienvenida al spa. Se separaron para los vestuarios, la anticipación creciendo con cada prenda que se quitaban. Cuando Marco la encontró en el área de piscinas, ella ya estaba envuelta en una toalla, su cabello recogido y húmedo. Él, con solo una toalla alrededor de la cintura, le dedicó una mirada que hizo que la piel de Clara se erizara.
"La sauna está por aquí", susurró él, guiándola hacia una puerta de madera.
El calor envolvente de la sauna los golpeó al entrar. El aire era denso, pesado, cargado con el olor a madera caliente y a cuerpos que empezaban a sudar. Se sentaron en el banco de madera, las gotas de sudor empezando a perlar su piel. La niebla se volvía más espesa con cada respiración.
"Esto es... intenso", jadeó Clara, sintiendo cómo el calor le aflojaba los músculos y, curiosamente, también sus inhibiciones.
"Te lo dije", respondió Marco, su voz más grave de lo habitual. Se giró hacia ella, y sus ojos se encontraron en la penumbra. "Y lo que viene, es aún más intenso".
La mano de Marco se movió lentamente, rozando el muslo de Clara por encima de la toalla. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Ella no se apartó. Al contrario, se inclinó ligeramente hacia él, buscando su aliento caliente, ese vaho que le prometía algo más.
"Marco...", susurró Clara, su voz apenas un hilo.
Él no esperó más. Su mano se deslizó bajo la toalla, sintiendo la suavidad húmeda de su piel, la sensación tibia de su intimidad a través del tejido de su bikini. El aliento de Clara se aceleró cuando los dedos de él rozaron su entrepierna. Se miraron fijamente, los ojos de él llenos de una expectación voraz y sin disimulo, los de ella, de un deseo recién liberado, salvaje.
"Tú lo has querido", murmuró Clara, su voz ronca, casi un gruñido.
Sin más palabras, la toalla de Clara se deslizó hasta el suelo, un montículo inerte a sus pies. Sus senos, empapados de sudor, se alzaron con cada respiración. Separó sus piernas mostrando su bikini humedecido, "Quiero que lo folles", dijo con firmeza.
Marco empujó sus piernas, haciendo que se recostara en el banco de madera. El calor de la sauna se convirtió en el fuego que consumía sus cuerpos, un calor que ya no venía del ambiente, sino de dentro. Sus labios se encontraron en un beso hambriento, desesperado, la lengua de Marco explorando cada rincón de su boca.

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Relatos de una soñadora

EN SUEÑOS

Abrí los ojos y allí estaba: de pie junto a la cama, mirándome. Me sobresaltó, pero no demasiado. Me di cuenta que en el fondo estaba esperando encontrármela así, era algo que había estado deseando desde hacía días.

-¿Cómo… cómo has entrado? -le pregunté, confuso.

Ella sonrió y se llevó el dedo índice a los labios.

-Shhhh… -susurró.

¿Esto está ocurriendo de verdad? ¿Estoy despierto? ¿Estoy soñando? No podía asegurarlo. Me sentía confuso y a la vez no. La situación se antojaba onírica y tremendamente real al mismo tiempo.

Farah, mi vecina del apartamento 217, se inclinó hacia adelante y subió a la cama. Subió sobre mí. Antes de que pudiera reaccionar, rodeó mi cuello con sus brazos y me besó. De manera lenta, seductora. Ardiente. Sus labios suaves y cálidos y su lengua húmeda jugaron con mi boca.

No puede ser un sueño, pensé. Esto se siente demasiado real. Su textura, su aroma, su calor, eran demasiado tangibles para ser producto de mi imaginación. Sin embargo…

Me pregunté qué hora sería. El cuarto estaba iluminado por luz natural que atravesaba la cortina de la ventana, pero se me antojaba que era temprano. Sin embargo, el despertador no había sonado aún… ¿O sí? En todo caso, ¿por qué estaba pensando estúpidamente en la hora cuando tenía a Farah allí sobre mí? Nuestro último encuentro había sido hacía dos semanas, cuando había terminado de ayudarla con la mudanza. Desde entonces, la había perdido de vista. Nuestros horarios rara vez coincidían. Por supuesto, no había dejado de pensar en ella, ni de evocar nuestra primera vez en el diván de su apartamento.

Y ahora estaba allí. En mi casa. De alguna manera había logrado entrar sin que me diera cuenta. ¿Le había contado sobre la llave oculta que guardaba en el hueco del lado de afuera del marco de la puerta? No lo recordaba. Tampoco tenía importancia. No me molestaba en absoluto su intrusión.

Empezamos a besarnos de manera cada vez más apasionada. De pronto, ella se separó de mí. De un tirón, me quitó las sábanas de encima y sus manos empezaron a masajearme allí abajo. Me puse duro como una piedra casi al instante. Sus manos subían y bajaban, subían y bajaban, haciéndome estremecer. En un momento, se desabotonó la blusa blanca que llevaba puesta, liberó sus pechos del sujetador y empezó a utilizarlos para frotarme. La piel era tan suave y su contacto tan excitante, que temí explotar en ese mismo instante. No quería, quería que la cosa durara más, el máximo tiempo posible. Mientras se dedicaba a la tarea, Farah no dejaba de mirarme. Tenía los ojos clavados en mí. Su mirada era tan intensa que casi me ruborizaba. Era una mirada incitadora, provocadora y severa, todo a la vez.

-Farah… -dije sin aliento.

-Shhhh -repitió ella.

Y acto seguido empezó a usar la boca. Su lengua se enroscaba al rededor de mi miembro, duro como la piedra, subía, bajaba, subía y bajaba… También se ayudaba con la mano. Apretaba, lamía hacia arriba, soltaba, apretaba, lamía hacia arriba, soltaba…

No puede ser un sueño, definitivamente no es un sueño, me decía una y otra vez, sintiendo que me iba a derretir de placer.

Luego de lo que pareció una eternidad de lamidas y apretones, me soltó. Se levantó de la cama y con rápida agilidad se quitó los ajustados vaqueros que llevaba, arrojándolos con descuido al suelo. Me gustó mucho la tanga azul eléctrico que llevaba puesta. Antes de que pudiera reaccionar, se sentó a horcajadas sobre mí. Con la mano guió mi sexo hacia el suyo.

La penetración fue lenta como placentera. Farah empezó a sacudirse hacia adelante y hacia atrás, rodeándome el cuello con las manos otra vez. Comenzó a besarme con una intensidad increíble. Su lengua se enredaba con la mía, mientras la cama se sacudía y crujía con intensidad ascendente. Empezó a gemir cada vez más rápido y de golpe, con un brusco espasmo, se detuvo, arqueando la espalda y echando la cabeza hacia atrás. Se había corrido con fuerza. Sentí su cálido néctar descendiendo sobre mí. Todo su cuerpo tembló como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Pero no se permitió ni un segundo de descanso.

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Relatos de una soñadora

BÚSCAME
Búscame… no en un mapa, no en una dirección, sino en el eco de un suspiro, en la huella invisible que dejó nuestra pasión en el tiempo. Búscame en la ceniza aún caliente de besos que se extinguieron demasiado pronto, en el eco de risas que ahora solo habitan en la memoria.

Búscame en la fragilidad de una lágrima solitaria, que se desliza por una mejilla fría, recordando la intensidad de un amor que llenó hasta desbordar el corazón. Búscame en el silencio que grita, en la ausencia que duele más que cualquier presencia. Búscame en la melodía incompleta de un vals que bailamos a medias, donde la música se desvaneció antes de llegar al final.

Búscame en el perfume desvanecido de tu piel, un aroma que se aferra a mi memoria como un clavo oxidado, recordándome el tacto, la cercanía, la promesa rota de un futuro que jamás llegó. Búscame en la brisa que susurra nuestro nombre, una canción fúnebre para un amor que murió demasiado joven.

Búscame en el vacío que dejaste tras de ti, un vacío que resuena como un campanario roto, anunciando la pérdida, la separación, el fin de un sueño. Búscame en la pregunta sin respuesta, en el "¿Qué fue lo que nos pasó?", que se repite como un mantra en la soledad de la noche. Búscame… porque aunque nos hayamos perdido, una parte de mí sigue buscándote en los rincones más oscuros y más profundos de mi alma.
Patricia Brito 💕

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Relatos de una soñadora

Me doy cuenta que ha dejado de acariciar mi cabello, giro mi cabeza y me doy cuenta que se ha quedado dormido. Lo observo detenidamente, éste hombre es el que romperá mi corazón y quizá nunca lo olvidaré,
le amo con locura, jamás creí poder enamorarme de esta manera. Irónico sí, él es mi todo y sin embargo no me pertenece, nunca lo hizo, aún así decidí regalarle todo lo que soy.
Me pongo en pie y él se gira tratando de abrazarme pero solo queda recostado de lado abrazando la nada...

Quizá así me quedaría yo ésta noche,
hecha un ovillo y llorando su partida.
Tomo una decisión, ahorrarnos a ambos el dolor, a él el de irse y a mí, el de quedarme.
Seré yo la que me marche, cojo mi bolso y en silencio empaco mis cosas. Abro la puerta a la oscura y fría noche, son las dos de la madrugada, en otros días estaríamos enredados entre las sábanas, besándonos cada rincón de la piel. Respiro el aire insalubre de motel de paso, desinfectante y aromatizantes baratos. Giro mi cabeza para mirarlo una última vez, ahí está, recostado, el hombre que amo y quizá el amor de mi vida y ni siquiera puedo decirle adiós...

Caminaré hasta que mi corazón deje de doler o hasta que mis pies comiencen a sangrar,
lo que pase primero. Ahora solo puedo decir hasta otra vida amado mío, una donde tú no seas prohibido, una donde pueda amarte de día también. Una donde seas solo mío.

Sahori Hernández

Sahori Hernández/La chica demente
Respeta el autor.
Tinta en la Piel

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Relatos de una soñadora

Finalmente, ella arqueó la espalda, echó la cabeza hacia atrás y gritó, mientras el orgasmo la asaltaba. Se corrió con fuerza. Sus piernas temblaban. Bajó la mirada y se echó a reír.

-Vaya –dijo-. Ahora es tu turno.

Volvió a arrodillarse en el suelo y a frotar y lamer mi pene empapado de sus fluidos. Se lo colocó entre los pechos y los utilizó para rematar la faena.

Finalmente no pude aguantarlo más. Exploté sobre ella como un petardo. El primer chorro le dio de lleno en la base del cuello y el resto se esparció por sus senos en grandes gotas. Ella sonrió, encantada y soltó un “¡Sí!ª triunfante que también me hizo reír. Me sacudió hasta que ya no quedó más. Luego se incorporó, mirándose. Mi líquido caliente le corría por pechos, goteando en el suelo. Yo ya no tenía energías. No podía moverme, me sentía complemente agotado.

Ella se sentó a mi lado, empapada, sudorosa, satisfecha.

-Ha estado muy bien –dijo-. Y el diván ha aguantado… por cierto, ¿cómo te llamas?

Me di cuenta de que hasta ese momento no nos habíamos presentado. Le dije mi nombre.

-Yo me llamo Lorena –dijo ella-. Encantada.

-Igualmente –repuse-. Bienvenida al edificio, Lorena.

“Qué casualidad –pensé-. Tengo una compañera de trabajo que se llama igual”.

-Muchas gracias, vecino.

-Cuando necesites ayuda para mover los muebles, o una taza de azúcar, o lo que sea, solo tienes que llamarme y acudiré al instante.

Ella se echó a reír con ganas.

-Muchas gracias –dijo-. Es usted muy amable, señor.
-Al contrario –dije yo-. Gracias a usted.

Volví a besarla.


Texto... Fedexior
Imagen... Internet

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Relatos de una soñadora

LA VECINA DEL 217

Volvía a casa después de un día insoportablemente tedioso en la oficina. Mis planes para el resto del día consistían en tumbarme en el sofá y mirar alguna película de terror o ciencia ficción, comer algo poco saludable, tal vez leer un rato y quedarme dormido. Lo cierto es que no tenía demasiadas ganas de nada. Pero no tenía idea de que mis planes iban a cambiar por completo en cuanto cruzara la puerta de entrada del edificio.

Caminaba por el pasillo, casi arrastrándome, con la llave de la puerta tintineando en el llavero que llevaba en mi mano, cuando la vi. Estaba enfrascada en la tarea de intentar empujar un enorme diván color vino a través de la puerta de su apartamento, que quedaba a dos puertas del mío. Estaba de espaldas a mí, inclinada sobre el diván, intentando encontrar la posición correcta para sujetarlo. Al verla me detuve en seco. Por un instante pensé en ignorarla, abrir la puerta de mi casa, entrar y olvidarme del asunto. Pero algo me hizo cambiar de opinión. ¿El remordimiento de ser un mal vecino? No, algo más. ¿La repentina oleada de deseo que me había asaltado al verla en esa posición? Tal vez. Guardé las llaves en mi bolsillo y me acerqué despacio.

Quedé justo detrás de ella, a un paso, y le pregunté:

-¿Necesitas ayuda?

Ella se volvió, algo sobresaltada. No se había dado cuenta de mi presencia hasta que le hablé. Al verme, sonrió de forma encantadora.

-Bueno –dijo-, la verdad es que me vendría bien una mano.

-Permíteme –dije, dejando mi mochila en el suelo.

Sujeté el diván por el extremo más ancho y lo levanté. No era tan pesado como parecía. Intenté pasar por la puerta, pero los bordes del respaldo chocaban contra el marco, así que lo giré un poco, lo torcí en ángulo y logré hacerlo pasar. El resto fue pan comido, solo hubo que arrastrarlo dentro.

Ella aplaudió.

-¡Maravilloso! –dijo-. ¡Gracias!

-¿Dónde lo dejo? –pregunté.

-Por ahí –señaló un espacio en el salón evidentemente destinado para ese mueble.

Lo llevé hasta allí y ella me dio indicaciones de cómo colocarlo de la forma que quería.

-Un poco más a la izquierda… ahora un poco a la derecha… más adelante… ¡eso es!

Finalmente quedó como ella quería. Yo solté el diván y estiré la espalda, suspirando.

-Muchas gracias –djo-. Ha quedado genial.

-No hay de qué –repuse.

-¿Sabes? Eres el único vecino que me ha ayudado hasta ahora –dijo.

La miré sorprendido.

-¿De verdad?

-Ajá.

Era nueva en el edificio. Se había mudado hacía dos o tres días. Yo la había visto al pasar en el corredor cuando salía a trabajar o cuando volvía y era la primera vez que intercambiábamos algo más que un rápido “hola” o un fugaz “buenos días”.  Había llamado mi atención desde el principio, pero nunca hasta ese momento le había dedicado más que una breve mirada.

Era una mujer de unos cuarenta o cuarenta y pocos años, un metro sesenta y cinco, voluptuosa, de caderas anchas y con muchas curvas. Su cabello rizado variaba entre el rojizo y el rubio según le diera la luz. Tenía unos labios carnosos muy hermosos y unos ojos color miel con largas y sensuales pestañas. Era muy guapa, yo lo había notado la primera vez que la vi, pero distraídamente. Ahora no podía quitarle los ojos se encima.

-He estado muy atareada con la mudanza en estos días. Para colmo, el tipo del camión me dijo que no tenía tiempo de quedarse a ayudarme a entrar el diván, así que me lo dejó en la puerta, con un montón de cajas encima, y se fue para que yo me las arreglara sola, ¿puedes creerlo?

-El muy canalla –dije yo.

Ella se echó a reír de manera alegre y agradable.

Vi que había cajas y embalajes sin abrir amontonados en los rincones. Había una mesa cuadrada, un par de sillones pequeños y poco más. Todavía le faltaba mucho para terminar de instalarse.

-Bueno, si necesitas ayuda puedes contar con tu buen vecino –dije señalándome con el pulgar-. Bienvenida al edificio.

-Muchas gracias. Y gracias por la ayuda con el diván. Haz hecho mucho esfuerzo, ¿quieres tomar algo?

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Relatos de una soñadora

Oscuridad


Aitor es conductor de autobús desde hace años y en temporada de viajes del IMSERSO, duerme fuera de casa más de la mitad de los días.

Rutas largas que implican hotel, dietas, algunas horas extras y un poco de tiempo para hacer turismo, pero ya con sus casi 40 primaveras, en absoluto le compensa.

Su mayor via de escape, es salir a caminar por cualquier sitio, por donde le pille el día, mientras espera a los viajeros. Así que hoy, que su destino era un hotel de costa, bastante alejado de la ciudad, también aprovechó en cuanto los abuelos se bajaron del bus.

Un estrecho sendero sobre los acantilados, entre el hotel y un faro, con unas vistas espectaculares al océano, que a pesar del calor y de ser casi las cuatro de la tarde, le ayudó a desconectar y mereció muchísimo la pena.

Tanto le gustó, que después de cenar, durante el insufrible espectáculo de animación que entretiene a los jubilados, decidió repetir el sendero, esta vez prácticamente a oscuras aprovechando la tenue luz, de una luna menguante, casi inexistente.

Iba caminando descalzo, sobre la tarima caliente de madera que marcaba el recorrido, en silencio, deleitándose con el sonido de las olas al romper contra las rocas, cuando un extraño sonido llamó su atención y le arrastró de golpe de sus pensamientos, de vuelta a la oscura realidad.

Pensó en algún gato que estuviera buscando su cena o en algún otro animal, que por la horas y en ausencia de humanos, estuviese recuperando su espacio natural.

Ya estaba acostumbrado a cosas así, habituales en sus paseos y no es que asustase, pero se quedó inmóvil, intentando identificar la procedencia del extraño ruido.

Y fue tras unos segundos de silencio, que logró detectar la dirección y poco más tarde, en cuanto el sonido se reprodujo de nuevo, también el origen del mismo.

Sin duda eran leves gemidos y provenían de unos quince o veinte metros por delante suyo, lugar este, donde recordaba que había unos bancos con vistas al mar, sobre una preciosa cala.

Y aunque no podía ver absolutamente nada a esa distancia, agudizando el oído su mente reprodujo la imagen que probablemente tuviese a escasos metros, aunque un instante después, ya se dió cuenta de que dicha recreación, no era del todo exacta.

Sospechó que una pareja joven, quizás sin opción de un sitio más íntimo para dar rienda suelta a su pasión, habrían decidido que la soledad de aquel paraje y lo pintoresco del lugar, serían un espacio perfecto para sucumbir a sus instintos más primarios y estarían prácticamente delante suyo, en pleno acto amatorio y sexual.

Le hizo regresar de su tórrida ensoñación escuchar una voz femenina, que seguramente confiada de estar en la más absoluta soledad, le pedía abiertamente a su acompañante que comenzara a follarla al rítmico compás de las olas.

E inmediatamente, tras escuchar la solicitud y por los ruidos generados, Aitor pudo interpretar que ella se estaba colocando, en ese mismo instante, sobre el chico que probablemente se encontrase sentado en el banco, para así comenzar ahora, un coito precedido de unos largos preliminares, quizás de una felación o de algún otro tipo de estimulaciones, que en cualquier caso, habrían provocado aquellos primeros gemidos que le pusieron en preaviso del espectáculo.

En ese momento, decidió volverse sigilosamente por donde había venido, pero justamente un sonoro gemido, indudablemente proviniente de ella, le hizo plantearse la posibilidad de desistir de su intención.

Su mente volvió a recrear la imagen probable, ahora seguramente mucho más cercana a la realidad y la mezcló con recuerdos de experiencias propias similares.

Natalia en aquella ya lejana noche de Ibiza, Vanesa en innumerables ocasiones durante los veranos de rutas en la camper, Lydia gimiendo como si ahuyara a la luna, en la playa de la Malvarrosa...

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Relatos de una soñadora

Fiesta de la empresa

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Relatos de una soñadora

Pasó un cuarto de hora, en el que vi a Merchu socializar con distintos grupitos de invitados. De vez en cuando la escuchaba soltar alguna risa de compromiso ante el comentario pretendidamente jocoso de alguien. Finalmente vi que se alejaba a un extremo del salón, en donde estaba el pasillo que llevaba a los baños. Justo antes de entrar, se detuvo, volvió la cabeza por encima de su hombro descubierto, me guiñó un ojo y me hizo un gesto con el dedo para que me acercara. Dejé mi copa semivacía en la mesa y me dirigí hacia ella.

La seguí al interior del pasillo, que estaba bastante menos iluminado que el salón. La insulsa música se escuchó con menor intensidad. Merchu se detuvo frente a la puerta del baño de damas, dándome la espalda, esa hermosa espalda que parecía esculpida en mármol moteado de pecas. Llegué hasta ella, hasta que pude volver a sentir el aroma de su perfume frutal. Entonces se volvió con rapidez, me rodeó los hombros con las manos y me besó. Sentí como me embadurnaba los labios con su lápiz labial. Fue un beso largo e intenso. Cuando por fin se separó me dijo:

-Chiquillo, esta fiesta es mortalmente aburrida. A ver si puedes hacer algo para que me divierta un poco.

Nuestra diferencia de edad no era tan grande, pero ella siempre me llamaba chiqullo en momentos así.

-Creí que nunca me lo pedirías –respondí y volví a besarla.

Mis manos acariciaron su espalda, luego sus pechos por debajo del escotado vestido. Sentí como los pezones se endurecían nada más tocarlos. Bajé un hombro del vestido y lamí uno, lo besé, lo rodeé con la lengua. Era dulce como la miel. Merchu echó la cabeza atrás y gimió.

-Entremos al baño –susurró en un jadeo.

-¿No hay nadie adentro?

-Tranquilo, todo el mundo está en la fiesta.

Me tiró del cuello de la camisa para que la siguiera. Entramos en el baño, que aparentemente estaba vacío. Seguí besándola. Nuestras lenguas se enredaron, mientras ella me llevaba hacia los lavabos. Chocó con el borde del mármol y se detuvo abruptamente. Con una mano le acariciaba los pechos y la otra bajó hasta su entrepierna. Acariciando sus muslos, aparté la falda, descubriendo su tanga negra. Metí los dedos por debajo. La tibia humedad hizo que se me hiciera agua la boca. Merchu volvió a gemir, mientras mis dedos acariciaban su sedoso y cada vez más mojado clítoris. Se sentó sobre el mármol y abrió las piernas. Me incliné hacia adelante, bajando la cabeza y pasé la lengua. Lamí como un desesperado, una y otra vez. Merchu me sujetó la cabeza con ambas manos y me apretó la cara contra ella. Introduje la lengua, la usé para jugar con clítoris, para saborear los labios dilatados y calientes, mientras que con una mano levantada le acariciaba los pezones duros como guijarros.

-Sí, así, así… -la escuché decir y empecé a lamer con más intensidad, como aquella vez que hicimos lo mismo en la oficina desierta, bajo su escritorio. Usé los dedos, haciendo que entraran y salieran con rapidez. El néctar empezó a fluir, empezó a derramarse por sus labios separados y a gotear. Lo recogí con la lengua. También la usé para penetrarla lo más profundo que pude.

Merchu empezó a soltar gemidos cortos cada vez más rápidos.

-Me voy a correr en tu cara –anunció con la voz entrecortada.

Yo aumenté la velocidad de mis dedos y mi lengua. Merchu arqueó la espalda con la cabeza echada hacia atrás, hundió sus largas uñas rojas en mi cuero cabelludo y soltó un gemido que más bien sonó como un grito, al tiempo que volcaba su delicioso torrente. Lo saboreé pasando la lengua por la cara interna de los muslos, mordiéndolos con suavidad. Me incorporé y la besé. Casi me arrancó la lengua de un mordisco. Luego me chupó los dedos que había usado para jugar con su flor, empapados con su néctar. También estuvo a punto de arrancármelos. Antes de que terminara, me bajé el cierre del pantalón y la penetré. Merchu gimió y sonrió al mismo tiempo.

-No me des respiro –me dijo al oído-. Sigue.

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Relatos de una soñadora

Lectura de atardecer

Parte 7


Cuando logró recuperar el aliento, descolgó el teléfono con un dubitativo:

- ¿Buenas noches?

Una voz suave le respondió en voz baja.

-Venía a por mi camiseta y a devolverte el vestido, pero llevo más de 10 minutos en la puerta oyéndote gemir, ¿me abres?

Descabalgó a Héctor, acalorada y empapada de cintura para abajo y goteando se dirigió a la puerta.

Al abrir, se encontró con una preciosa sonrisa y con unos ojos verdes, brillantes y exageradamente expresivos.

Un pelo rubio, una mirada cómplice y un poco más abajo, su vestido verde, prácticamente a punto de reventar, en un cuerpo varias tallas más grande, marcando demasiado cada curva de aquella preciosa mujer.

- Si quieres tu camiseta, tendrás que quitármela y dejarme también que yo te quite mi vestido.

Un guiño y una mueca de aceptación fueron la única respuesta.

- Pasa.

El dormitorio está a la izquierda.


Él es Héctor, esa la polla que me ha hecho gemir, y si quieres, podríamos dejarle mirar.

Ya estaba más que claro quien tomaba la iniciativa y a ambos les pareció perfecto que así fuese.

Dejó pasar a su invitada y fue deleitándose, desnudándola con la mirada mientras esta se dirigía a la habitación.

Alba, de paso hacia el dormitorio, cogió una silla del salón, la colocó junto a la puerta, indicándole a Héctor donde lo quería y se dirigió directa a la cama, donde ya sentada, le esperaba su inquieta sorpresa.

- Me llamo Alba.

Dijo mientras se arrodillaba frente a su vecina para meter la cabeza en su escote.

- Mi nombre es Lorena,
acertó a responder justo antes de intentar arracarle la camiseta a Alba.

Héctor, sentado en la puerta, observaba como, entre risas y susurros, se desnudaban mutuamente, acabando ambas sobre la cama besándose y lamiéndose.

Mientras se devoraban como si realmente llevasen deseándose ya demasiado tiempo, el olor a sexo inundaba la estancia, jugando, con los preliminares más que cumplidos desde la escena del balcón y ambas ansiosas de pasar de inmediato a satisfacerse mutuamente.

Se movían con rapidez, casi con prisa, mientras el inmóvil Héctor, intentaba no perder detalle.

Besaron y acariciaron cada milímetro de sus cuerpos, saborearon sus bocas, sus pechos y también sus húmedas y ardientes entrepiernas, frotaron sus cuerpos deseando fundirse, jadeaban intercambiando sugerencias y palabras obscenas, gozaban compartiendo deseo y pasión...

Tanto que a Héctor le costaba discernir quien podría estar disfrutándolo más, de quien era cada gemido y de quien cada follame, dame más, cómeme o por dios no pares nunca...

Sus manos jugaban sobre los humeantes sexos y se masturbaban mutuamente con fuerza e intensidad, buscando provocar la explosión de placer, cada una en la otra.

Y cuando parecía que había llegado ese punto donde ya no se hace posible frenar y todo está a un solo instante de culminar, ellas lo lograron. Lorena frenó en seco mientras abría al máximo sus piernas, ofreciéndoselo todo a Alba.

Ésta al verlo, dudó si seguir con sus dedos y lograr ya el inminente orgasmo, hacerlo quizás con su lengua y así conseguirlo empapandose la cara, o...

Se sentó frente a Lorena introduciendo una pierna por debajo de su fornido muslo y con un golpe de cadera, se abalanzó acercándose a ella, haciendo que sus dos sexos se encontraran por fin, como en un beso furtivo.

Así, fundidas en un deliciosa X formada por sus piernas, en esa posición de tijera tan recurrente en las fantasías más secretas de Héctor, comenzaron a frotarse compulsivamente, a sabiendas de que ambas estaban a punto de llegar al apoteosico final que ya se preveía inminente.

Mientras los muslos se rozaban estimulando sus sexos en cada movimiento y jugando con sus manos sobre los cuerpos compartidos, primero Alba y casi de inmediato Lorena, ambas abrazadas para no perder el equilibrio, alcanzaron el ansiado momento del estallido supremo de placer.

Y tras un largo beso con el que volver al mundo real, giraron sus caras para ver a Héctor. Para ver su sonrisa, su cara de satisfacción y también la enorme erección que éste portaba entre sus piernas.

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Relatos de una soñadora

Lectura de atardecer

Parte 5


La pareja jugaba comiéndose a besos y recorriendo sus cuerpos entre caricias de manos ansiosas de apretar con fuerza y devorarse mutuamente.

A pesar de la distancia Alba y Héctor se quedaron atrapados disfrutando de la escena y también encantados de haber sido ellos quienes la habían provocado.

Observaban cada movimiento y como la escasa ropa que llevaban los encendidos vecinos, iba desapareciendo una a una, entre el manoseo y los besos, con tal furia y desenfreno que incluso la camiseta de ella, cayó por el balcón al jardín junto a la piscina.

Alba apagó la luz y se desplazó al salón, mientras Héctor continuaba observándolos sin mover un sólo músculo.

Al volver junto a él, le susurró desde su espalda:

- Ahora veremos si realmente hice una buena compra.

Aún desnuda, desbloqueó su móvil y accedió a la cámara. Hizo un selfie de ambos mientras le besaba y salió a la terraza, donde apoyándo el smartphone sobre la barandilla comenzó a aumentar el zoom.

La calidad era más que aceptable y Héctor ya estaba también, observando la pantalla por encima de su hombro.

Así pudieron ver con claridad los cuerpos desnudos y las caras de pasión de sus más que motivados vecinos. Las prominentes curvas de una rubia, con suficientes años y kilos como para volver loco a cualquiera que se cruce en su camino y al chico moreno, rapado, visiblemente más joven, con algunos tatuajes y totalmente depilado, que se movía con agilidad a pesar de la sugerente erección en su entrepierna.

En medio del juego, ella tomó la iniciativa y le dio la espalda, girándose hacia la calle. Se colocó mirando hacia la piscina, queriendo o sin querer, en dirección hacia Alba y Héctor y de inmediato el chico cogió sus caderas y la penetró desde atrás con fuerza.

Un gemido que no pudieron escuchar y la espalda de ella que se arqueó al sentirlo dentro, fueron el detonante del inicio del baile sexual. Ella, optó por apoyarse instintivamente en la barandilla para facilitarle la penetración a su compañero. Sin duda, quería que fuera lo más profunda y fuerte posible y que la follara sin miramientos, lo más duro que fuese capaz.

Sus senos se balanceaban por fuera del balcón en cada embestida y él con cara de animal en celo, iba incrementando paulatinamente el ritmo. El movimiento de sus pechos lo hacía evidente, pero lo podían notar también, por la cara de extremo placer de la chica e incluso porque alguno de sus gemidos llegaban a oirse a pesar de la lejanía.

Más que sexo, más que un polvo, era un desahogo casi violento. Una búsqueda desesperada de alcanzar el éxtasis, de explotar, de evadirse de la realidad, de perder el control y de deshacerse así del calentón.

Pero también era un acto de complicidad y en cierta forma, de agradecimiento.

Una demostración de deseo de un juego compartido y una verdadera declaración de intenciones a futuro, escrita entre líneas.

Fue rápido, muy intenso, demasiado brusco para disfrutarlo de verdad, irracional y obsceno rozando la vulgaridad, pero ideal para aquel momento de morbo compartido y de irrefrenable pasión.

Sus cuerpos frenaron de repente, bloqueados temblaron, se fusionaron aún más, sus caras se desencajaron y prácticamente al unísono, alcanzaron el deseado orgasmo, ante la atenta mirada de más de uno y de dos vecinos de la urbanización.

Tras el ansiado colofón, en el más absoluto silencio, Alba volvió a besar a Héctor. Se colocó un ligero vestido verde sobre su cuerpo desnudo, apuntó su número de teléfono y arrancó la hoja de un block de notas que estaba en la entrada.

- No, no es para tí.

Le dijo a Héctor con un guiño cómplice mientras con la otra mano le ofrecía su bañador.

- Voy a bajar a por su camiseta.
Quiero tenerla y follarte con ella puesta.
¿Me acompañas?

Sacó su lengua, mojando provocadoramente sus labios y mientras guiñaba un ojo con una mueca juguetona al desubicado Héctor, se le iba acercando lentamente.

- Y luego, si quieres verificamos juntos la calidad de la imagen de mi móvil y nos vemos el vídeo como realmente se merece. En las 86 pulgadas del televi
sor.

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Relatos de una soñadora

Lectura de atardecer

Parte 3



- Me iría bien una ducha.

Respondió Héctor con un esbozo de sonrisa y un guiño.

Entre roces y caricias, ambos comenzaron a caminar bajo las palmeras del paseo marítimo y en apenas cinco minutos ya estaban aprovechando el angosto espacio del ascensor y el breve momento de subir los tres pisos, para juguetear con sus lenguas y sus manos, en un preludio de lo que prometía llegar a ser una gran velada.

Al entrar al apartamento, Alba le indicó la ubicación del baño mientras depositaba sus enseres de playa sobre la mesa del salón.

Héctor hizo lo propio, dejando su mochila y sin mirar atrás se fue desnudando mientras cruzaba el baño y cuando aún estaba intentando regular la temperatura del agua, el cuerpo ya desnudo de Alba apareció por la puerta y sin mediar palabra, se dirigió también a la ducha.

Héctor pareció activarse por puro instinto, pero el hecho es que el nuevo calentón desde su orgasmo en la playa, le hizo tomar la iniciativa.

No dudó en agarrar a Alba con firmeza y colocarla contra la pared de la minúscula ducha.

Colocó su dedo índice sobre los labios de ella, pidiéndole que no dijera nada y que le dejase hacer, antes de comenzar a besar su cuello rozando el lóbulo de su oreja.

Así fue bajando lentamente y cuando se recreaba lamiendo sus pechos y jugando con sus dientes y su lengua en los pezones duros, Alba comenzó a notar como nuevamente, el miembro de Héctor se armaba de firmeza y de ganas de complacerla.

En ningún momento desde lo del libro, había llegado a estar totalmente flácida, pero ahora comenzaba a tomar un tamaño y una dureza que dejaban en evidencia, que deseaba volver a entrar en juego.

Y sin darle opción a moverse y mientras el agua caía sobre ellos, Héctor siguió bajando y pudo constatar, que la humedad de la entrepierna no se debía únicamente a la ducha, así que comenzó a jugar con su boca en el ya caliente y deseoso coño empapado de Alba.

Entre besos en los muslos y lametones, iba haciendo pequeñas incursiones con su lengua sobre los labios mayores y entreabriendolos en cada pasada.

Y al casi tropezar su lengua con el clítoris extremadamente receptivo de su amada, fue consciente del estado de excitación de Alba y entonces decidió acelerar el ritmo de su boca.

Apretó con fuerza sus nalgas garantizando que no se moviera un solo milímetro y empujó con su cabeza para hundir la lengua lo más profundo posible en el sexo que palpitaba y lubricaba sin control, pidiéndoselo todo.

Notó como las piernas comenzaban a perder estabilidad y a pesar del ruido del agua y de estar enterrado entre sus muslos, ya oía perfectamente los gemidos cada vez más escandalosos, que Alba era incapaz de reprimir.

Dudó de si el orgasmo sería inminente y deseó recibirlo plenamente en su cara, pero no podía dejar pasar la oportunidad del disfrute de mirarla a los ojos en ese preciso instante.

Así que se incorporó ante la sorpresa de ella y al clavar su enorme y durísima erección hasta incluso levantarla con el impulso, la cara de Alba tornó en una deliciosa mezcla entre sumisa niña buena y feroz loba que deja creer que la iniciativa no es suya.

Apenas comenzó Héctor a follarla rápido y con fuerza y de repente el deseado orgasmo fue llegando lenta y prolongadamente.

Alba perdió el control deseando que aquel momento no acabase nunca y mientras tanto, ambos sexos ya no podían parar. Deseaba sentir como el segundo chorro de leche caliente la inundaba y Héctor hipnotizado por el balanceo de los pechos de Alba en cada embestida, estaba también a punto de volver a correrse.

El intenso orgasmo de ella llegaba a su fin e hizo que se desplomase en los brazos del desconocido empotrador que se lo había provocado. Entonces sus miradas se buscaron y sus bocas quisieron unirse bajo la fina lluvia de la tibia ducha.

Solo sujeta por los brazos de Héctor, entre la pared fría y su pecho caliente, tan pegados como si fueran uno solo, terminaron de comerse, aún con la polla palpitante clavada en el interior de Alba y sin haber descargado el néctar que tanto deseaba, pero que no tardaría en obtener.

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Relatos de una soñadora

Lectura de atardecer

Parte 2


Con apenas unas caricias, la polla de Héctor ya estaba en perfecta erección para empezar a masturbarla y Alba no pretendía perder tiempo.

Quería disfrutar de la puesta de sol y hacerle disfrutar a Héctor por partida doble.

Comenzó masturbándola con dos dedos para después rozar su parte inferior a lo largo de la palma de su mano, acariciando así desde sus huevos y la entrada de su ano, hasta la punta.

Héctor ya comenzaba a respirar de manera entrecortada y cuando el pulgar de Alba comenzó a explorar su glande, soltó el primer gemido.

Alba, que lo considero como un halago, sin dejar de mirar al horizonte, agarró entre sus dedos la palpitante polla de su compañero.

Comenzó suave y relativamente despacio, pero con cada gemido de Héctor aceleraba un poquito y cogía con más fuerza el cada vez más duro y caliente falo.

El sol ya casi desaparecía enterrado en el mar y los gemidos y jadeos casi le impedían escuchar el sonido de las olas.

Las piernas de Héctor empezaban ya a temblar, su espalda se convaba por la tensión y su cadera convulsionaba, como deseando follar la mano que le masturbaba.

Fue en el momento justo, cuando el mar teñido de naranja ya había engullido totalmente al astro rey, cuando Alba se acercó ligeramente a Héctor susurrándole al oído un tierno pero a la vez firme:

- Ya puedes correrte

Y el efecto de su orden cumplió con su objetivo de inmediato.

Héctor soltó un alarido de placer y la mano bajo la toalla se llenó de abundante y dulce leche tibia mientras caía de espaldas contra la toalla y su cuerpo, entre espasmos terminaba de disfrutar del largo y excitante orgasmo.

Alba retiró la toalla empapada de semen, la acercó a su cara, la olió y rozó con su lengua el pegajoso esperma que corría entre sus dedos, sólo para saborearlo.

Miró detenidamente la entrepierna de Héctor, se recreó la vista y la imaginación y acto seguido se sentó encima de la recién corrida y aún caliente polla, manchando con ella su braguita y también buena parte de sus muslos.

Disfrutó de rozarse con ella y con el inequívoco resultado de su improvisada paja.

Sus miradas se cruzaron, sus sonrisas afloraron y entonces como si se conocieran de toda la vida, le preguntó:

- Para que nunca olvides esta puesta de sol, podemos seguir aquí, podemos ir a cenar, o podemos irnos directamente a mi apartamento.

¿Qué te apetece?









¿Continuará?

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Relatos de una soñadora

Las manos de él exploraron cada curva, cada centímetro de su piel empapada de sudor, desde sus pechos firmes hasta su coño humedo. Los jadeos de Clara llenaron el pequeño espacio, ya no reprimidos, sino urgentes, guturales. La compostura de Clara se desvaneció por completo. Sus movimientos se volvieron frenéticos, sus manos agarrando con fuerza los hombros de Marco, las uñas clavándose ligeramente en su piel sudorosa.
"Más... por favor, más", gimió ella, su voz irreconocible, cruda de deseo y demanda. Sus caderas se alzaron, buscando el roce, la presión que él le estaba negando por un instante.
Marco sonrió, una sonrisa de triunfo y pura pasión. Apartó el bikini, ajustó su erección contra la entrada húmeda de ella, sintiendo el calor, la promesa de la carne. Se posicionó sobre ella, y empujó su polla dentro de ella, la piel pegándose con el sudor, el sonido pegajoso de sus cuerpos rozándose llenando el aire. La conexión fue inmediata, visceral. El ritmo comenzó lento, exploratorio, un vaivén que preparaba la embestida, y luego se aceleró, impulsado por los gemidos cada vez más fuertes de Clara. Ella le devolvió cada empuje con la misma fuerza, arqueando la espalda, el vello púbico rozando el suyo, el placer haciéndola temblar.
"¡Oh, Marco! ¡Así! ¡Justo así!", exclamó Clara, su voz ya no modulada, sino un grito de placer puro, explícito, desgarrado. Su lenguaje, antes tan comedido, se volvió tan gráfico como las acciones, una manifestación de la bestia de deseo que se había liberado dentro de ella. Marco se perdió en sus exclamaciones, en la pasión desatada que irradiaba de cada poro de su piel caliente.
"Dios ...", Alcanzaba a decir Marco mientras la penetraba.
"Correte dentro,  necesito tú leche", Clara estaba irreconocible, y por supuesto, Marco iba a satisfacerla.
El olor a sexo y sudor llenaba la sauna, un aroma embriagador. Él se movió con más fuerza, más profundo, hasta que ambos se retorcieron en un clímax explosivo, la sauna vibrando con sus cuerpos sacudidos por el orgasmo.
Cuando salieron de la sauna, el aire fresco les pareció gélido, a pesar del calor ardiente de sus cuerpos. Sus miradas se cruzaron, llenas de una mezcla de agotamiento, un placer sucio y un éxtasis recién descubierto. El sudor les goteaba por la frente, por la espalda, una mezcla de excitación y vapor.
"Mi habitación está en el piso de arriba", dijo Clara, su voz todavía un poco ronca, sus ojos brillantes con una promesa desvergonzada. Ya no había rastro de la mujer recatada del congreso. Solo puro deseo, tangible y abrasador.
Marco no dijo nada, solo le tomó la mano. Subieron juntos en el ascensor, la toalla de él aún precariamente colocada, la de ella, casi deslizándose, revelando la marca roja de su piel excitada. La puerta de la habitación de Clara se cerró detrás de ellos, y el mundo exterior desapareció por completo. Las sábanas de algodón egipcio de cinco estrellas serían testigos de la segunda parte de una noche inesperada y deliciosamente prohibida, donde la línea entre el decoro y la depravación se había borrado por completo.

Texto: Hades

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Relatos de una soñadora

Ni a mí. Casi de inmediato, volvió a emprender la marcha.

Parecía que en el cuarto había un terremoto. Pensé que las patas de la cama se quebrarían hacia afuera como ramas secas y nos desplomaríamos en el suelo. No me importaba que eso pasara, al menos, mientras durara la acción.

Entonces fue mi turno. Ella se levantó en el último segundo y nos corrimos ambos a la misma vez, ella nuevamente con gran intensidad. Yo exploté sobre sus muslos, salpicándolo todo como una fuente averiada. Ella río, satisfecha. Había obtenido exactamente lo que había querido.

Yo me desplomé en la cama, jadeando, totalmente agotado. Mi cuerpo ardía con explosiones de adrenalina, mi corazón galopaba descontrolado. Me sentía como si acabara de correr una maratón.

Ella se inclinó hacia adelante y volvió a besarme. Luego se levantó. Recogió su ropa con rapidez y se dirigió a la puerta.

-¿Ya te vas? -pregunté entre jadeos.

Ella se volvió y me sopló un beso. A continuación salió del cuarto, casi a hurtadillas y cerró la puerta con mucha suavidad, casi sin hacer ruido. Yo volví a desplomarme en la cama y cerré los ojos, todavía jadeando.

Me pareció que pasaron un par de minutos y entonces volví a abrirlos. Entonces me di cuenta de la verdad.

-Maldición -gruñí.

En efecto, había sido un sueño. Uno muy intenso e increíblemente vívido, pero un sueño al fin. Nada de lo que había ocurrido había sido real. Me di cuenta que estaba acostado sobre salpicaduras de humedad, pero me entristeció darme cuenta de que solo era mía.

Frustrado, me levanté de la cama, bruscamente. Manoteé el móvil que había dejado sobre la mesita de noche, como siempre. Eran las siete y media de una mañana radiante. Faltaba media hora para que sonara el despertador. Suspiré. Era increíble como mi mente inconsciente había logrado elaborar una fantasía tan realista. Me sentía tan agotado como si hubiese sido real.

Tenía que ir al baño. Además, quería mojarme la cara y despejarme un poco. Di un paso hacia la puerta, cuando pisé algo rugoso. Miré hacia abajo y el corazón me dio un vuelco. Me pregunté si aún estaba soñando.

Me incliné y recogí el objeto, observándolo como si se tratara de un espécimen raro y totalmente desconocido. Era la tanga color azul eléctrico de Farah.

No, no estaba soñando. Allí estaba. Podía sentir perfectamente su textura y su aroma, el aroma inconfundible y excitante de Farah.

Me quedé un instante allí parado como un idiota, observando la tanga, como para asegurarme de que era real. Entonces, sonó el móvil a mi espalda. Acababa de llegar un mensaje. Volví a la mesita, recogí el teléfono y lo leí:

<<Espero que hayas disfrutado de mi intromisión matutina. Hacía días que no nos veíamos y tenía muchísimas ganas. Para mí ha estado genial. Cuando puedas, pasa por mi apartamento para devolverme la tanga. Tal vez hasta podamos repetirlo. Que tengas un buen día.

F.>>

Texto: Fedexior

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VOLVIENDO AL PASADO
Las olas rompen contra la arena de la playa. La marea está alta y encima tenemos mareas vivas  con lo que está subiendo con fuerza pero aún así es divertido saltar las olas o dejar que se estrellen contra ti.
Salgo del agua y entonces la veo.
Han pasado muchos años pero estoy seguro que es ella
Su cuerpo ha cambiado pero su cara sigue igual. Con unos años más eso sí pero sigue siendo preciosa. Sigue teniendo unas curvas tremendas pero ahora no son las de una veinteañera si no las de una mujer madura. Hay un niño con ella por lo que deduzco que ha sido madre.
La sigo observando sin que ella repare en mi. No creo que me reconozca. Debería hablarle pero me pasa igual que hace veinticuatro años, me acobardo. Me sigue poniendo igual de nervioso.
Hace veinticuatro años....
Hoy he conocido a la chica de mis sueños. Iba con dos de mis amigos y nos encontramos a tres chicas . Mi amigo Torres ha intentado venderles una entrada para nuestro paso de Ecuador pero ella la ha rechazado incluso cuando Torres le ha dicho " Joder vaya ojos tienes" a lo que ha respondido divertida " anda que tú no" pues Torres es de esos tíos que además de guapo tiene ojazos y labia con las mujeres todo lo contrario a mí. No es que sea feo joder pero me cuesta hablar con ellas.
Después de esa tarde coincidimos un par de veces de camino a clase, pero como buen tímido simplemente la saludé. Hasta Nochevieja...
Me la he encontrado en un pafeto de casualidad, qué guapa está. Me ha dado un abrazo y dos besos y me ha dicho que se enteró que pregunté por ella.
_Cómo estás? Recuperada?
_Si, ya estoy bien, tú qué tal? Bien
Y hasta ahí fue nuestra conversación. Sabía que había tenido un accidente de coche pero no me atreví a pedirle su número de teléfono a sus amigas y hoy tampoco he sido capaz de hacerlo y así se escurrió entre mis brazos la última oportunidad de tener algo con ella hasta hoy.
Veinticuatro años después .
Se ha sentado en la toalla a leer un libro y su niño juega a la pelota hasta que se le escapa y acaba en mi toalla.

_Perdón
_No pasa nada.

Le devuelvo la pelota y sigo mirando como le da toques y le digo a mi hijo que se anime a jugar con el y así pasan media tarde ellos jugando a la pelota y yo... mirándola.
Se ha hecho un par de  tatuajes en un tobillo y en un hombro pero no distingo lo que son. Yo sin embargo me la tatué a ella. Nunca pude olvidarla y me tatué una cruz egipcia .
La veo levantarse para venir a buscar a su hijo y me entran los nervios de nuevo. Habla con los niños y yo me acerco sin saber bien que decir hasta que ella me mira y....

_Santi?
_Hola-Sonrio de oreja a oreja - Cuanto tiempo no? Y que casualidad

Sin más abre los brazos y me da un abrazo y un beso
_Que sorpresa.
_Os conocéis? - dicen nuestros retoños

_Si...hace mucho tiempo que nos conocemos y mucho más que no nos vemos.

Sonreímos y....eso es otra historia

DEDICADO A...Santi donde quiera que estés 😉.
Texto....CN
Imagen...la red

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Relatos de una soñadora

LA CENA
Estoy mojada, quizás sea el exceso de vino que empieza a hacerse con el control o esas miradas lascivas con las que no dejan de penetrar mi cuerpo.

Me hace estar incómoda y al mismo tiempo, tengo la  sensación de estar empapando la silla, temo que en cualquier momento se empiece a formar un charco a mis pies.

Igual obedecerte y presentarme así vestida, ha sido excesivo, me siento desnuda.

Me haces sentir un juguete, pero me gusta no tener que pensar, simplemente obedecer y dejarme llevar, dejar mi mente en blanco.

Porque no necesito juzgar ni diferenciar entre lo bueno y lo malo, no debo preocuparme de eso cuando estoy contigo.

Mi función pasa por comportarme como tu perra fiel, obedecer y acatar tus órdenes, me pone que me hagas sentir así, tan sucia.

El calor que me provoca la excitación, comienza a dejar señales más que evidentes, enrojeciendo mi cara y por si fuera poco mis pezones no paran de endurecerse, dibujandose a la perfección tras la suave y escasa tela que cubre mi escote.

Intento no pensar mucho,estoy en un lujoso restaurante, repleto de gente, hombres de mediana edad en su mayoría con sus elegantes trajes y exceso de gomina, acompañados por esas jóvenes y preciosas mujeres que  despiertan mis inseguridades y sentimiento de inferioridad.

Me esfuerzo por centrarme únicamente en ti, con la sonrisa nerviosa de una adolescente.

Tengo miedo a perder todo esto, no quiero decepcionarte, tal vez no estaba tan preparada como creía.

Este cóctel de emociones me está desbordando y busco algo de protección tras mi copa, que utilizo a modo de escudo, humedeciendo continuamente mis labios

No quiero quedarme allí rodeada de personas que simplemente no existen, en mi mundo ahora mismo, no existen, tan solo estás tú.

Así que al levantarte, entiendo que debo seguirte, me disculpo y torpemente hago caer la copa de vino al incorporarme.

El sonido de la copa al caer y derramar el vino sobre el mantel, enciende los focos sobre mi, mientras oscurece ese mundo que hace tan solo un instante no existía.

En ese instante me volví tan frágil como el cristal de esa copa...

Cualquier comentario será bien recibido @madrid75

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Relatos de una soñadora

LA CHICA DEMENTE
Tiene días estando raro, ya no me llama como antes, tampoco me busca, ahora soy yo la que tiene que estar tras de él para saber si nos veremos. Indudablemente sé que algo no anda bien.

Hoy quedó para vernos, pasa por mi al lugar de siempre, subo a su auto y le beso, lo siento frío, pero aún así me corresponde. El viaje es demasiado silencioso, lo veo apretar el volante, mas no digo nada. Llegamos al motel y bajamos del auto, él mete la llave en la puerta. La misma habitación, el mismo motel durante casi un año, sin embargo el ambiente se siente completamente diferente, ya no hay urgencia de poseer, ni esa felicidad de saberme con él. La pesadumbre es casi palpable, asfixiante, completamente triste.

Él me hace seña de que entre primero, no lo hace con su sonrisa de siempre y eso me hiela la sangre, mentiría si digo que no me duele hasta el alma. Lo abrazo fuerte, esperando se pueda quedar esta noche completa, siempre lo ha hecho, pero hoy es diferente, lo sé, quizá note mi desesperación por no poder hacer nada y mínimo decida quedarse hasta la madrugada,
que espere a que yo esté dormida y ahora sí, que emprenda su partida.

Se sienta en la orilla de la cama y yo me recuesto a su lado acaricia mi rostro y sin decir una palabra besa mi cabeza y pone su frente sobre la mía.

—Lo lamento...

—Shhht —pongo uno de mis dedos sobre sus labios para silenciarle, no quiero que hable, no quiero escuchar explicaciones. La tiene a ella, lo sé, siempre lo supe. Nunca esperé que la dejara, tampoco esperé promesas de su parte, nunca pedí más que lo que podía darme, ratos robados, besos clandestinos, miradas prohibidas. Siempre lo supe.

—Pero

—Por favor, no digas nada. Arruinarás todo —las lágrimas amenazan con abandonar mis ojos, pero las obligo a no hacerlo. Nunca he llorado delante de él, ésta no será la primera vez. Él asiente y entonces me jala hacia sus labios, el beso es voraz, sin ningún atisbo de ternura o amor...

...duele.

Es un gesto de despedida supongo,
ya he vivido ésto antes, con otros amores pero nunca con un dolor tan indescriptible, nunca de esta manera. Detengo ese beso casi mortal y solo lo abrazo, él hace lo mismo, nos entendemos bien sin palabras, siempre lo hicimos, nuestros cuerpos, nuestras caricias siempre lo hicieron por nosotros, ellas lo sabían decir todo. Nosotros, con nuestras palabras somos un poco torpes.

Ambos nos recostamos en la cama, yo comienzo a peinarlo con mis dedos, mi mente divaga. Si pudiera hacer que se quedara ésta noche... yo, yo sería inmensamente feliz. Me levantaría y prepararía café,
lo esperaría en la cocina medio desnuda con nada más que su camisa cubriendo mi sexo,
prepararía el desayuno, y después... quizá después haríamos el amor como siempre.
Sabiendo que ya tendría que marcharse, lo haría como nunca y como siempre, con profundo amor.

Pero ahora, en ésta cama, teniéndolo a él abrazado a mí, no puedo siquiera besarle, se siente inapropiado, raro, doloroso.
¿Es que no se cómo reaccionar, ó que hacer, ó que decir? Así que solo me quedó inmóvil, dejando que acaricie mi cabello,
soy de las estúpidas que se enamoran, de las que dicen ser valientes aún con el corazón roto. Se que si se marcha no moriré por él,
sí, me dolerá el alma y quizá me deprima y tarde meses, quizá hasta años en olvidarle, sé que le extrañaré como loca día y noche,
que cada canción me lo recordará,
pero no moriré y sé que él tampoco morirá, la tiene a ella para besarle el alma, para acompañarlo en sus noches de soledad.
Conoceremos gente nueva,
y sé que volveré a amar, quizá a uno o más.
Pero la realidad es que si me dieran la opción de cambiar a mil por él, lo haría sin dudar,
lo haría sin si quiera pensarlo.

De pronto detengo mi mente descarrilada, no dejo de darle vueltas al asunto, no dejo de pensar y yo no quiero dormir.

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Relatos de una soñadora

La verdad es que no había hecho nada de esfuerzo, porque el diván era bastante ligero y fácil de manejar, pero la idea de quedarme más tiempo admirando a la vecina me agradó.

-Claro, me encantaría –dije.

-Así tendremos oportunidad de probar el diván –dijo dando media vuelta y dirigiéndose a la cocina. Yo me quedé ahí parado tratando de procesar la frase.

Volvió a los pocos segundos con dos vasos enormes llenos de burbujeante refresco de limón. Me dio uno y me señaló el diván.

-¿Por qué sigues de pie? –me preguntó.

-Buena pregunta –dije y tomé asiento. El diván era sorprendentemente cómodo.

Ella se sentó junto a mí, muy cerca, tanto, que podía percibir su delicado perfume. Tuve que hacer un esfuerzo para que mis ojos no bajaran hacia el pronunciado escote de su camiseta verde. Apuré la bebida. Estaba helada y deliciosa y me bebí casi todo el vaso de un tirón. Ella me miraba con intensidad y sonrió.

-¿Tenías sed? –preguntó.

-Un poco –logré decir, casi tosiendo.

-Bueno, vecinito –dijo y levantó una mano para apoyarla en mi hombro y empezar a acariciarlo-. Espero que también tengas hambre.

Me volví a mirarla y no pude aguantarme más. Me incliné hacia adelante y la besé. Con ganas. Sus labios eran suaves, cálidos, húmedos, deliciosos. Ella me rodeó el cuello con la mano y me apretó contra ella, mientras su lengua traviesa jugueteaba con la mía. Nos besamos con frenesí durante un minuto o dos, pero a mí me pareció mucho más tiempo. No podíamos despegar nuestras bocas. Finalmente, ella se separó. Sonriendo, me quitó el vaso casi vacío de la mano y lo dejó, junto con el suyo, casi lleno, sobre una caja de cartón grande que había al lado del diván. Luego se lanzó sobre mí. Yo me recosté  con ella encima y volvimos a besarnos casi con rabia.

Mis manos acariciaban sus voluminosos pechos por encima de la camiseta. Ella metió una mano dentro y los sacó por el pronunciado escote sin esfuerzo. No llevaba sujetador. Eran senos hermosamente redondos, de aureolas rosadas y pezones muy duros. Ella se retrepó en el diván para que quedaran a la altura de mi cara y pudiera saborearlos con facilidad. Mientras tanto, sus manos habían bajado hasta mis pantalones y no dejaban de acariciarme. Apretaban y tiraban de esa parte de mí que estaba tan dura como una piedra y yo sentía a punto de estallar. Mis manos también hicieron lo suyo: bajaron hasta la ajustada malla púrpura que llevaba y empezaron a frotar. Pude sentir el calor y la humedad de su sexo a través de la tela elastizada. Metí la mano por debajo de la cinturilla, mientras mi lengua jugueteaba con sus pezones. No llevaba bragas y estaba increíblemente húmeda. Mis dedeos se mojaron de inmediato. Ella gemía con cada roce. Quise levantarme para besarla justamente allí, pero ella se me adelantó: buscó el cierre de mi pantalón, lo bajó, metió la mano. Sacó mi pene duro y palpitante y empezó a frotarlo despacio pero con intensidad. Apretaba, casi al punto de producirme dolor, aflojaba, subía la mano, la bajaba, volvía a apretar, aflojar, subir y bajar la mano… Sentí que me derretía. Sentía que estaba a punto de explotar y a la vez no.

Se separó de mí, arrodillándose en el suelo, pero sin soltarme, y empezó a usar la lengua. Con ella acariciaba la cabeza y los costados. No llegó a metérselo en la boca, simplemente jugaba con la lengua y lo besaba. Lamía el tronco, la cabeza, la besaba, volvía a lamerla. Pensé que me iba a desmayar. El placer era demasiado.

Luego de lo que pareció una eternidad, se incorporó. Bajó las mallas hasta la mitad de los muslos, descubriendo su hermoso y húmedo sexo. Volvió a sujetar mi pene con la mano y lo introdujo dentro de ella, despacio, milímetro a milímetro, gozando al máximo con el proceso. Luego empezó a moverse hacia adelante y hacia atrás, cada vez más rápido. Gemía y sus pechos saltaban enloquecidos. El diván crujía, se sacudía, pero por el momento, aguantaba. Y yo también, increíblemente.

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Relatos de una soñadora

Y mientras, la chica volvió a gemir más fuerte aún, sentándose sobre él y clavándose la dura polla hasta lo más profundo, probablemente no habría podido reprimir el gemido de placer y estaría ahora comenzando a cabalgarlo, al lento ritmo del sonido del agua contra las rocas.

Aitor, volvió a centrarse en el aquí y el ahora y se quedó aún más quieto, intentando escuchar cada detalle y logrando así intuir, entre el ritmo acompasado de las olas, los gemidos de la pareja.

Su entrepierna, ahora con una prominente erección en curso, le pedía que se quedara a disfrutarlo y su mente por el contrario, intentaba poner el necesario punto de sensatez.

Pero acabó venciendo el morbo y el deseo y abriendo la bragueta de su pantalón, procedió a dar rienda suelta al disfrute del regalo que el azar y el momento, habían colocado a su paso.

Entre susurros, gemidos, jadeos y algún que otro crujido del banco, sobre el que sin duda estaban, él comenzó a masajear su ya endurecido miembro y mientras mezclaba recuerdos e imaginación, comenzó a masturbarse lentamente siguiendo el ritmo del mar y sin duda, también el de la apasionada pareja.

Poco después, sin haber transcurrido apenas un par de minutos, fue el chico el primero en alcanzar el orgasmo, reflejado en una serie de entrecortados gemidos como señal inequívoca.

Seguramente el trabajo previo había dado sus buenos frutos, haciendo que el chico explotase considerablemente rápido y de una manera tan intensa.

Casi al instante, e imaginando la polla del jadeante chico, descargando a chorros toda su leche caliente e inundando así el coño chorreante de quien se lo estaba follando, Aitor eyaculó también, salpicando una considerable cantidad de resbaladizo semen, sobre la tibia tarima de madera, en mitad del silencio y de la oscuridad de la noche.

Y cuando aún goteaba, apurando con torpes movimientos de su mano la intensa paja, un gemido largo y reprimido le indicó que ella, también estaba acabando, también gozando del clímax, también evadiendose de la realidad por un breve instante, también sintiéndose más viva que en cualquier otro momento del día, también estaba en el paraíso del descontrol que sólo puede ser provocado por el deseo y la pasión. Ella también había culminado.

Así que Aitor, apuró unos segundos más allí quieto, terminando de disfrutar lo acontecido, antes de girarse y de nuevo en el más absoluto silencio, entre la oscuridad y la soledad, como quien despierta de un sueño, dirigirse nuevamente hacia su hotel, sospechando eso sí, que la sesión carnal de aquella desconocida pareja, probablemente se alargarse aún durante un largo rato más, al ritmo de las olas, abrigados por la oscuridad y en la intimidad de la noche.

Iskra

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CUERPO DESLUMBRANTE
Desperté a las 6:00 y vi una chica acostada a mi lado, no recordaba nada de la noche anterior, exceso de alcohol, pero...¿tanto bebí? Busqué mi móvil y vi cientos de WhatsApp de mis amigos, todos felicitándome por haberme ligado al pibón del pub, incluyendo fotos de ambos y la verdad, la chica estaba buena a rabiar. De pronto me sorprendió una voz sensual a mi espalda, ¿vuelves a la cama?. Cuando me giré ahí estaba, apoyada en el marco de la puerta, completamente desnuda, era espectacular, cara niña buena, cuerpo de infarto, pecho increíble...y una mirada picara, chupándose un dedito y acariciándose entre las piernas. Fui hacia ella, la cogí en brazos y la devolví a mi cama. Nos besábamos y jugábamos con nuestras lenguas. Me cogió del pelo y me dijo, anoche fui tuya, hoy tú serás mío, obligándome a meter mi cabeza entre sus piernas y deleitarme con su sabor. Mientras se lo comía y sentía que más se mojaba, utilizaba mis dedos para darle más placer, sus gemidos cada vez eran mayores y sus manos apretaban mi cabeza contra ella. ¡No pares, me voy a correr! Y yo obediente se lo comí hasta sentir como temblaba del placer y se retorcía en la cama por culpa de mi boca y mis manos.

Texto......EagleV
Imagen..internet

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Relatos de una soñadora

Y lo hice. Embestí lento al principio, luego cada vez más rápido. Ella me rodeaba el cuello con las manos, mientras gemía, me besaba, volvía a gemir, volvía a besarme. Yo la besaba en la boca, en el cuello, en los hombros. Su piel suave y perfumada era una delicia. Noté que el mármol en el que estaba sentada temblaba ligeramente, y temí que nuestro movimiento hiciera que se fuera a desprender de la pared, pero rápidamente olvidé ese pensamiento. Estaba demasiado concentrado en Merchu.

No sé cuánto tiempo estuvimos así. Probablemente menos de cinco minutos. Estaba demasiado excitado como para que la cosa durara mucho. Había estado excitado desde que la vi entrar en el salón. Además, no estábamos en el lugar más adecuado para una sesión larga. Estaba a punto de terminar y así se lo dije.

Ella me empujó hacia atrás y con un pequeño salto se agachó en el suelo. Sujetó mi miembro entre sus manos, lo apretó, tiró de él, aflojó la presión, volvió a ejercerla.

-Dámelo –dijo-. Dámelo todo.

No tuvo que hacer mucho más esfuerzo. Sintiendo como una corriente eléctrica que me recorría todo el cuerpo, exploté. Las piernas me temblaron y estuve a punto de caer de rodillas. Toda mi carga salió como un géiser y fue a parar a los pechos y la cara de Merchu, que la recibió abriendo mucho la boca y sacando la lengua. La rocié, dejándole los labios y el mentón llenos de goterones y los pechos salpicados de perlas. Ella no me soltó hasta que salió la última gota. Apretaba mi miembro y lo sacudía haciéndolo chocar contra sus labios. Finalmente, no pude más. Sintiendo que me había vaciado por completo, di un paso atrás. Jadeaba y me sentía como si acabara de correr una maratón.

Merchu se levantó, sonriendo, satisfecha. Se miró los pechos y rió.

-Vaya –dijo-. Qué cantidad. Gracias, chiquillo, ha estado genial. Realmente me divertí.

-Yo… también –dije sin aliento.

Buscó toallas de papel del dispensador que había en la pared y empezó a limpiarse. Yo miré hacia la puerta del baño, levemente inquieto, mientras guardaba la herramienta y subía el cierre.

-Espero que nadie haya escuchado esto –dije.

Merchu rió.

-Si escucharon, espero que lo hayan disfrutado tanto como nosotros.

En ese momento, una de las puertas de los compartimentos se abrió. Merchu y yo nos volvimos de inmediato, sobresaltados. Lorena, una de las secretarias de recursos humanos, salió, terminando de colocarse la tanga y alisándose la falda azul oscuro. Fue hasta los lavabos, se lavó las manos brevemente, mientras Merchu y yo la mirábamos como si fuera un extraterrestre. Luego se volvió y nos sonrió, guiñándonos un ojo.

-Gracias por el espectáculo, chicos –dijo-. Ha estado genial.

Y salió para regresar a la fiesta.

Texto....Fedexior
Imagen... internet

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Relatos de una soñadora

FIESTA DE LA EMPRESA

Estaba allí por compromiso, no porque realmente quisiera. Las fiestas de la empresa solían aburrirme de muerte y por eso siempre buscaba excusas para no ir. Pero esta vez no encontré ninguna y no tuve más remedio que asistir, después de haber logrado eludir con éxito las últimas tres.

La idea de tener que compartir tiempo fuera del trabajo con gente a la que tenía que ver obligado ocho horas al día no me hacía gracia, pero allí estaba, tratando de moderarme con los tragos, aguantando los bostezos y prestando la atención justa a las conversaciones banales, la música banal, las risas banales que me rodeaban.

El salón donde se desarrollaba el evento era amplio y la gente se congregaba en pequeños grupos de tres, cuatro o cinco personas. Yo me había quedado cerca de la mesa de los bocadillos, sin formar parte de ningún grupo en particular, saludando de vez en cuando a alguien que se me cruzaba por delante y robando canapés de la mesa cada vez que tenía oportunidad. La música, tan amena e interesante como la que ponen en los supermercados, más el alcohol, hacían que me sintiera cada vez más adormilado.

No sé cuánto tiempo estuve en esa situación. Quizá media hora o cuarenta y cinco minutos. Hasta que ella apareció. Cuando la vi entrar al salón, me sentí renacer. No había esperado que fuera a asistir a la fiesta. El día anterior me había preguntado si yo iría. Le dije que sí. Cuando le pregunté si ella iría, me dijo que no estaba segura, que ya vería. Yo deseaba que fuera, por supuesto. Pero cuando llegué y no la vi, pensé que ya no aparecería. Evidentemente, me había equivocado.

Merchu ingresó al salón con un aire majestuoso. Noté que la mayoría de las conversaciones se interrumpían y muchas cabezas se volvían nada más apareció. A mí se me cortó el aliento.

Llevaba un vestido negro de fiesta con un escote que prácticamente le llegaba al ombligo y la falda tenía una abertura que dejaba al descubierto casi la totalidad de su pierna derecha. El muslo asomaba provocador con cada paso que daba con unos tacones negros altísimos, a juego con el vestido. No se había maquillado en exceso, pero sus carnosos labios estaban pintados de un rojo tan intenso que parecían arder, al igual que sus elegantes uñas.

Saludó a un par de personas sin demasiado interés mientras ingresaba en el salón y en cuanto me vio a mí sonrió y apresuró el paso hacia donde yo estaba. Antes de que pudiera decirle siquiera “hola”, me abrazó con fuerza, apretándose mucho contra mi cuerpo. Su perfume de frutas tropicales me envolvió y me sentí embriagado. Yo le rodeé la cintura con los brazos. Sentía que flotaba en las nubes. Hacía días, ¿o semanas?, que no nos abrazábamos de esa manera. El trabajo en la oficina nos había mantenido demasiado ocupados y agotados como para hacer otra cosa.

Cuando por fin me soltó, empezó a hablar animadamente, como si no nos hubiéramos visto en meses. Fui vagamente consciente de que a nuestro alrededor todavía había algunas personas que nos miraban con algo que parecía una mezcla de interés y envidia. Procuré no prestarles atención. No podía. Todos mis sentidos estaban concentrados en Merchu, una diosa de vestido negro y labios rojos.

La fiesta transcurrió sin más sobresaltos por un par de horas. Mi actividad se redujo básicamente a hablar con Merchu de cualquier liviandad, mientras tomábamos una copa (ella champán, yo cerveza) y yo devoraba bocadillos sin parar. En un momento se fue a hablar con otro grupo de personas y yo me quedé solo otra vez, sintiéndome mucho más animado que cuando acababa de llegar. Al final me alegraba de haber asistido. Pensé que la noche podía ser interesante.

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Relatos de una soñadora

Lectura de atardecer

Parte 8


Ambas sonrieron al verlo, con cara de bueno, las manos sobre sus muslos y los ojos como platos.

Pero con un puntito de maldad, fingieron obviarle y siguieron, ahora ya tumbadas sobre la cama, retozando entre risas de complicidad, besándose, sintiendo el calor de sus cuerpos y disfrutando de las caricias mutuas, en ese momento de intensa relajación y calma, después de la vorágine disfrutada.

Fue Lorena, quien al cabo de un rato, decidió dedicarle un poquito de atención al obediente voyeur y sentándose a los pies de la cama, abrió sus muslos, comenzando a jugar con los dedos de su mano izquierda sobre su sexo, a escasamente un metro de Héctor y ante su atenta mirada.

Alba le siguió el juego, colocándose detrás de ella y procediendo a masajear suave y rítmicamente los voluptuosos pechos de su vecina.

Héctor, que estaba embelesado con el regalo que le estaban haciendo y como su erección crecía descontrolada ante tal estímulo, estuvo tentado de coger su polla y proceder a masturbarse frente a ellas, compartiendo el juego.

Pero no quería tomar protagonismo, deseaba seguir siendo el sumiso espectador, que da vida a las fantasías ajenas y por ello decidió que ni se tocaría ni les tocaría a ellas, a no ser que así se lo pidiesen expresamente, asumiendo y disfrutando de esta forma, su rol de pasivo.

Fue cuando Lorena consideró que aquella erección estaba justo en el punto donde ella la deseaba, que se acercó y se arrodilló ante él.

A los pocos segundos, Alba le imitaba y ambas sacaron sus lenguas casi a la vez, para comprobar la dureza de aquella verga tan largamente y bien motivada.

Los lametones comenzaron casi de inmediato y Héctor sólo era capaz de dejarse llevar y observar los cuatro ojos cómplices y chispeantes que mirando hacia arriba, buscaban su mirada como para trasmitirle telepáticamente, el morbo y el deseo.

Las dos jugaban con sus bocas y sus lenguas sobre la polla compartida y se turnaban para introducirla hasta la garganta entre juegos, caricias, besos y mucha, muchísima saliva.

Y así, tras varios minutos de gemidos y jadeos constantes, de lenguas follándolo y de miradas lascivas, Lorena cambió por completo el juego, frenando, besando intensamente a Alba y susurrándole algo al oído, lo que hizo que ésta se colocase nuevamente detrás de ella, en similar postura a como habían empezado a jugar, exhibiéndose ante Héctor.

Perfectamente compenetradas, Lorena colocó el falo palpitante ente sus calientes pechos y Alba se encargó de ceñirlos sobre la polla y de comenzar a masturbarla entre ambas tetas con un suave masaje sobre las mismas.

Masaje rítmico e intenso que se iba autolubricando con las gotitas desprendidas desde el rosado y brillante glande que se mezclaban con los restos de la saliva de las mamadas previas de ambas.

Alba besaba ahora el cuello de su compañera de juego, sin dejar de apretar sus pechos y follar con ellos la polla de Héctor. Lorena, con una mirada penetrante clavada en los ojos del descontrolado desconocido, sólo necesitó un guiño jocoso, mientras mordía sugerentemente su labio inferior, para descubrir la llegada del intenso orgasmo en su cara, y sentirse de repente, alcanzada por el caliente chorro de semen, salpicando desde sus pechos hasta la barbilla.

Pero a pesar de ello, Alba aún se encargó de seguir un poco más y de extraerle hasta la última gota y hasta el último gemido, antes de dar por finalizado el juego. Sólo entonces, llegó la calma.


A Lorena le esperaba su chico y se despidió de ellos, vestida con su recuperada camiseta, como si de un verdadero trofeo se tratase.

A Héctor, le esperaban en su trabajo, al cual ya llegaba tarde y se fue con la convicción de que a partir de ese mismo momento, ya tendría para siempre, su lugar preferido en la playa para leer y para disfrutar de los atardeceres.

Y a Alba, le esperaba una ducha tibia y una noche por delante, en un apartamento vacío, donde desde la serenidad, podría valorar con objetividad todo lo que había sucedido y así decidir si a futuro, debería buscar que aquello se pudiese repetir.


Iskra

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Relatos de una soñadora

Lectura de atardecer

Parte 6


Bajaron por las escaleras por no esperar al ascensor y antes incluso de que la pareja pudiera recuperarse, Alba y Héctor ya estaban bordeando la piscina y prácticamente bajo su balcón.

Instintivamente, al llegar junto a la camiseta, miraron y allí estaban ellos, exhaustos y aún desnudos, también buscándoles con la mirada.

Alba soltó una sonrisa cómplice y sin dejar de mirarlos, deslizó ambas manos desde su cuello hacia sus hombros, haciendo que el vestido cayese por sí mismo al suelo y así, quedándose de nuevo totalmente desnuda.

Entonces, colocó la nota con su número sobre lo que ahora era, un simple trozo de tela verde arrugado a sus pies y recogió la camiseta que tenía a su lado.

Tras ponérsela, cogió la mano de Héctor y ambos comenzaron a caminar de vuelta al apartamento.

Ahora sí, volvieron a subir en el ascensor y a Héctor le faltó tiempo para manosear los pechos de Alba por encima de su recién estrenada camiseta, mientras le devoraba la boca en los escasos segundos del viaje al tercer piso.

Nada más entrar, entre los dos se apresuraron a encender el televisor y buscar el video en el móvil.

Play, Emitir...
y a disfrutar del espectáculo.

Tomaron asiento en el sofá y comenzaron a ver de nuevo a sus vecinos en plena acción, por lo que la erección de Héctor y la notable humedad en Alba, se desarrollaron prácticamente de inmediato.

Ella le pidió que se quitase el bañador, justo en el momento en que en el vídeo la camiseta caía por el balcón, y en cuanto él le obedeció, Alba se subió a horcajadas buscando juego en el roce de sus sexos.

La polla de Héctor crecía y se endurecía a un ritmo sorprendente, considerando su rendimiento durante las últimas horas y la entrepierna de Alba, deseaba más que en toda la tarde/noche, sentirse invadida por aquel falo duro y caliente. Así que no tardó en comenzar a restregarlo contra su ya ardiente sexo, como si de un simple juguete sexual se tratase.

Pero el roce no duró mucho, porque lo deseaba dentro, muy dentro, total y absolutamente todo en su interior, llenando su coño inundado y palpitante y saciando así sus ganas de sucumbir de nuevo, al desenfreno del pecado compartido.

Por tanto, no tardó en colocarla justo donde la necesitaba y muy muy despacio, se la fue introduciendo mientras gozaba, observando la cara de placer de Héctor, que en actitud sumisa, se dejaba follar.

Ya ninguno miraba el televisor, que simplemente había servido para volver a prender la llama, y Alba comenzaba a cabalgar sobre Héctor, o más bien sobre la firme y ardiente polla, que ya en plena erección, le proporcionaba su merecido disfrute.

Un aroma suave a jazmín, sin duda procedente de la camiseta prestada, les acompañaba en el vaivén acompasado, del que Alba era la verdadera dueña, marcando el ritmo y la profundidad a su antojo, logrando disfrutarlo exactamente como ella lo quería.

Con el balanceo de los pechos frente a su cara, que la camiseta apenas lograba ocultar y en absoluto retener, junto con el imparable ritmo al que Alba le tenía sometido, hacían que Héctor gimiese como un gatito que acariciado, ronronea pidiendo más.

Y precisamente es lo que Alba le daba, más, más y mucho más. Tanto que ella ya no gemía, o no se apreciaban sus gemidos entre los sonoros jadeos y el insistente nombre de "Héctor" que repetía en cada profunda penetración.

Él solo acertó a decir un gutural y estridente "FOLLAME" y Alba como si estuviese poseída, empezó a cabalgarlo tan rápido y tan fuerte, que en pocos segundos, sintió como se inundaba su sexo, de caliente y viscoso néctar, surgido con fuerza del palpitante miembro que ella aún mantenía dentro, en lo más profundo de su sexo.

La cara de inequívoco placer de Héctor es lo único que ella veía, mientras apuraba la polla aún dura, follandose con ella desesperadamente, hasta exprimirla al máximo antes de sucumbir al intenso orgasmo, que todo su cuerpo ya comenzaba a sentir.

Finalmente, no pudo controlarlo más y se quedó clavada sobre el caliente miembro, sintiendo al fin el ansiado clímax, cuando de repente sonó su teléfono.

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Relatos de una soñadora

Lectura de atardecer

Parte 4


Cuando logró recuperar la compostura, cogió la mano de Héctor y tirando de él, le pidió que le siguiera sin necesitar una sola palabra para hacérselo entender.

Cruzaron el salón hasta colocarse junto a la cristalera de acceso al balcón, con vistas a la piscina y al resto de la urbanización y entonces, Alba le indicó:

-Mira allí. La terraza. Un poco más abajo, casi en la esquina.

Señalaba con la mano hacia un apartamento situado en el segundo piso, frente a ellos.

Allí, en en balcón, sentados en un par de hamacas, había una pareja, cenando tranquilamente.

Alba le explicó que siempre cenan allí y que hacía un par de noches les vio darse una ración de preliminares con tantas ganas y tan buen magreo, que el morbo que sintió, hizo que tuviera que recurrir a la autosatisfacción, mientras observaba como abducida, aquella excitante escena desde ese mismo ventanal.

-Si no quieres que te vean la cara, puedes bajar un poco la persiana.

Héctor se limitó a besarla y ella, alcanzó el interruptor colocado junto a la ventana.

Encendió la luz del salón, quedando ambos iluminados por detrás, a la vista de quién mirase hacia allí, desde cualquiera los más de 30 balcones y ventanas que tenían enfrente.

Pero Alba no quería que pudiesen verlos.

Lo que quería, era que los vieran.

Así que apagó y encendió la luz repetidas veces, con el único objetivo de llamar la atención.

Le miró a los ojos, buscó su erección con la mano que acababa de jugar con las luces, encendidas de nuevo, y le pidió:

-La pareja. Quiero que observes si nos ven. Y que me digas lo que hacen.

De inmediato, Alba se arrodilló y comenzó a jugar con su lengua en la punta de la todavía durísima polla, que no había perdido ni un solo ápice de firmeza.

-Creo que nos miran.

Dijo Héctor intentando no gemir por el placer de sentir los húmedos y calientes lametones sobre su miembro.

La mano de Alba volvió a buscar el interruptor repitiendo su llamada de atención.

-Se han puesto de pie y están mirando hacia aquí. Ahora sí estoy seguro.

Era lo que Alba deseaba escuchar justo antes de introducir la dura polla de Héctor dentro de su boca y empezar a mamarla con unas ganas incuestionables.

Estaba ya muy excitado y ambos sabían, que tras la ducha, no tardaría mucho en explotar y soltar toda su carga, así que Alba, sin miramientos, empezó a trabajarse el miembro para recibirla cuanto antes y mientras le masturbaba succionandola entre sus labios, en cada movimiento de entrada y salida, Héctor ya sin filtro alguno y entre constantes jadeos, soltaba unos cada vez más sonoros gemidos.

Tan elevados de tono, que Alba, previendo la inmediatez de su orgasmo, buscó la manilla de la puerta para abrirla, con la esperanza de que la pareja de enfrente, también pudiera escucharlos.

Intensificó el ritmo, logrando hacer que Héctor, sin ningún tipo de control sobre sí mismo y entendiendo el juego, gimiese aún más alto y más seguido y se dejase llevar hasta que en un alarido, salido de lo más profundo de su pecho, que sin duda se pudo escuchar a mucha distancia, eyaculase inundando la boca de Alba y generando una mezcla de saliva y semen, que casi de inmediato comenzó a brotar por la comisura de sus labios y cayendo por su cara hasta gotear sobre sus pechos.

Se incorporó para besarle y entonces escuchó los jocosos aplausos que venían del otro lado de la piscina. La pareja del segundo había estado muy atenta al espectáculo y para hacérselo saber ahora aplaudían y saludaban sin ningún recato.

Era un momento casi vergonzante, pero a Alba le resultó tan cómico, que le arrancó una carcajada, la cual hizo que los restos de semen que aún quedaban en su boca se esparciesen por el pecho de su compañero.

Héctor rompió también a reír y ambos se fundieron en un abrazo restregando sus manchados cuerpos y compartiendo el calor de los mismos.

Inmediatamente se giraron como si fuesen a agradecer a su público la movación y encontraron la grata e inesperada sorpresa.

La parejita había dejado de mirar y ahora, pretendían ser ellos los protagonistas de un nuevo espectáculo.

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Relatos de una soñadora

Venga va que de mil y pico que somos conseguimos 50 votos 🙄👏. Menos mal que es anónima 🤷‍♀

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Relatos de una soñadora

Continuará.....

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