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LA TENTACIÓN DEL VAPOR
El último orador por fin se calló, y el murmullo de alivio recorrió la sala del congreso. Marco estiró los brazos con una sonrisa pícara, captando la mirada de Clara a unos pocos asientos. Ella le devolvió una sonrisa tímida, ajustándose las gafas. Llevaban tres días de conferencias soporíferas en aquel hotel de cinco estrellas, y la tensión, la profesional y la otra, se cortaba con un cuchillo.
"¿Señal de que se acabó el suplicio, por fin?", le preguntó él, acercándose a su silla. Su voz, siempre un poco demasiado alta para un congreso, resonaba con un optimismo contagioso.
Clara se rió, "Dios te oiga, Marco. Mis neuronas necesitan un respiro."
"Tengo la solución perfecta", dijo él, guiñándole un ojo. "Bar, digestivo fuerte y luego... ¿qué tal un poco de vapor para los músculos tensos? Este hotel tiene un spa que es una maravilla".
Ella dudó un instante. La idea de compartir un espacio tan íntimo como el spa con Marco, con el que ya había habido miradas y comentarios que rozaban lo indebido, le ponía nerviosa. Pero la curiosidad, y un deseo oculto, ganaron la batalla. "Suena... tentador", admitió.
El bar era un bullicio elegante. Entre cócteles y risas sueltas, la conversación entre Marco y Clara fluyó con una libertad que no permitían las salas de reuniones. Las bromas de él se volvieron más atrevidas, las respuestas de ella, más desinhibidas. Las manos se rozaron varias veces al coger las copas, y cada contacto encendía una chispa.
"¿Listo para la purificación?", dijo Marco, levantándose con una sonrisa. Clara asintió, su corazón latiendo un poco más rápido.
El aroma a cloro y aceites esenciales les dio la bienvenida al spa. Se separaron para los vestuarios, la anticipación creciendo con cada prenda que se quitaban. Cuando Marco la encontró en el área de piscinas, ella ya estaba envuelta en una toalla, su cabello recogido y húmedo. Él, con solo una toalla alrededor de la cintura, le dedicó una mirada que hizo que la piel de Clara se erizara.
"La sauna está por aquí", susurró él, guiándola hacia una puerta de madera.
El calor envolvente de la sauna los golpeó al entrar. El aire era denso, pesado, cargado con el olor a madera caliente y a cuerpos que empezaban a sudar. Se sentaron en el banco de madera, las gotas de sudor empezando a perlar su piel. La niebla se volvía más espesa con cada respiración.
"Esto es... intenso", jadeó Clara, sintiendo cómo el calor le aflojaba los músculos y, curiosamente, también sus inhibiciones.
"Te lo dije", respondió Marco, su voz más grave de lo habitual. Se giró hacia ella, y sus ojos se encontraron en la penumbra. "Y lo que viene, es aún más intenso".
La mano de Marco se movió lentamente, rozando el muslo de Clara por encima de la toalla. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Ella no se apartó. Al contrario, se inclinó ligeramente hacia él, buscando su aliento caliente, ese vaho que le prometía algo más.
"Marco...", susurró Clara, su voz apenas un hilo.
Él no esperó más. Su mano se deslizó bajo la toalla, sintiendo la suavidad húmeda de su piel, la sensación tibia de su intimidad a través del tejido de su bikini. El aliento de Clara se aceleró cuando los dedos de él rozaron su entrepierna. Se miraron fijamente, los ojos de él llenos de una expectación voraz y sin disimulo, los de ella, de un deseo recién liberado, salvaje.
"Tú lo has querido", murmuró Clara, su voz ronca, casi un gruñido.
Sin más palabras, la toalla de Clara se deslizó hasta el suelo, un montículo inerte a sus pies. Sus senos, empapados de sudor, se alzaron con cada respiración. Separó sus piernas mostrando su bikini humedecido, "Quiero que lo folles", dijo con firmeza.
Marco empujó sus piernas, haciendo que se recostara en el banco de madera. El calor de la sauna se convirtió en el fuego que consumía sus cuerpos, un calor que ya no venía del ambiente, sino de dentro. Sus labios se encontraron en un beso hambriento, desesperado, la lengua de Marco explorando cada rincón de su boca.
EN SUEÑOS
Abrí los ojos y allí estaba: de pie junto a la cama, mirándome. Me sobresaltó, pero no demasiado. Me di cuenta que en el fondo estaba esperando encontrármela así, era algo que había estado deseando desde hacía días.
-¿Cómo… cómo has entrado? -le pregunté, confuso.
Ella sonrió y se llevó el dedo índice a los labios.
-Shhhh… -susurró.
¿Esto está ocurriendo de verdad? ¿Estoy despierto? ¿Estoy soñando? No podía asegurarlo. Me sentía confuso y a la vez no. La situación se antojaba onírica y tremendamente real al mismo tiempo.
Farah, mi vecina del apartamento 217, se inclinó hacia adelante y subió a la cama. Subió sobre mí. Antes de que pudiera reaccionar, rodeó mi cuello con sus brazos y me besó. De manera lenta, seductora. Ardiente. Sus labios suaves y cálidos y su lengua húmeda jugaron con mi boca.
No puede ser un sueño, pensé. Esto se siente demasiado real. Su textura, su aroma, su calor, eran demasiado tangibles para ser producto de mi imaginación. Sin embargo…
Me pregunté qué hora sería. El cuarto estaba iluminado por luz natural que atravesaba la cortina de la ventana, pero se me antojaba que era temprano. Sin embargo, el despertador no había sonado aún… ¿O sí? En todo caso, ¿por qué estaba pensando estúpidamente en la hora cuando tenía a Farah allí sobre mí? Nuestro último encuentro había sido hacía dos semanas, cuando había terminado de ayudarla con la mudanza. Desde entonces, la había perdido de vista. Nuestros horarios rara vez coincidían. Por supuesto, no había dejado de pensar en ella, ni de evocar nuestra primera vez en el diván de su apartamento.
Y ahora estaba allí. En mi casa. De alguna manera había logrado entrar sin que me diera cuenta. ¿Le había contado sobre la llave oculta que guardaba en el hueco del lado de afuera del marco de la puerta? No lo recordaba. Tampoco tenía importancia. No me molestaba en absoluto su intrusión.
Empezamos a besarnos de manera cada vez más apasionada. De pronto, ella se separó de mí. De un tirón, me quitó las sábanas de encima y sus manos empezaron a masajearme allí abajo. Me puse duro como una piedra casi al instante. Sus manos subían y bajaban, subían y bajaban, haciéndome estremecer. En un momento, se desabotonó la blusa blanca que llevaba puesta, liberó sus pechos del sujetador y empezó a utilizarlos para frotarme. La piel era tan suave y su contacto tan excitante, que temí explotar en ese mismo instante. No quería, quería que la cosa durara más, el máximo tiempo posible. Mientras se dedicaba a la tarea, Farah no dejaba de mirarme. Tenía los ojos clavados en mí. Su mirada era tan intensa que casi me ruborizaba. Era una mirada incitadora, provocadora y severa, todo a la vez.
-Farah… -dije sin aliento.
-Shhhh -repitió ella.
Y acto seguido empezó a usar la boca. Su lengua se enroscaba al rededor de mi miembro, duro como la piedra, subía, bajaba, subía y bajaba… También se ayudaba con la mano. Apretaba, lamía hacia arriba, soltaba, apretaba, lamía hacia arriba, soltaba…
No puede ser un sueño, definitivamente no es un sueño, me decía una y otra vez, sintiendo que me iba a derretir de placer.
Luego de lo que pareció una eternidad de lamidas y apretones, me soltó. Se levantó de la cama y con rápida agilidad se quitó los ajustados vaqueros que llevaba, arrojándolos con descuido al suelo. Me gustó mucho la tanga azul eléctrico que llevaba puesta. Antes de que pudiera reaccionar, se sentó a horcajadas sobre mí. Con la mano guió mi sexo hacia el suyo.
La penetración fue lenta como placentera. Farah empezó a sacudirse hacia adelante y hacia atrás, rodeándome el cuello con las manos otra vez. Comenzó a besarme con una intensidad increíble. Su lengua se enredaba con la mía, mientras la cama se sacudía y crujía con intensidad ascendente. Empezó a gemir cada vez más rápido y de golpe, con un brusco espasmo, se detuvo, arqueando la espalda y echando la cabeza hacia atrás. Se había corrido con fuerza. Sentí su cálido néctar descendiendo sobre mí. Todo su cuerpo tembló como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Pero no se permitió ni un segundo de descanso.
BÚSCAME
Búscame… no en un mapa, no en una dirección, sino en el eco de un suspiro, en la huella invisible que dejó nuestra pasión en el tiempo. Búscame en la ceniza aún caliente de besos que se extinguieron demasiado pronto, en el eco de risas que ahora solo habitan en la memoria.
Búscame en la fragilidad de una lágrima solitaria, que se desliza por una mejilla fría, recordando la intensidad de un amor que llenó hasta desbordar el corazón. Búscame en el silencio que grita, en la ausencia que duele más que cualquier presencia. Búscame en la melodía incompleta de un vals que bailamos a medias, donde la música se desvaneció antes de llegar al final.
Búscame en el perfume desvanecido de tu piel, un aroma que se aferra a mi memoria como un clavo oxidado, recordándome el tacto, la cercanía, la promesa rota de un futuro que jamás llegó. Búscame en la brisa que susurra nuestro nombre, una canción fúnebre para un amor que murió demasiado joven.
Búscame en el vacío que dejaste tras de ti, un vacío que resuena como un campanario roto, anunciando la pérdida, la separación, el fin de un sueño. Búscame en la pregunta sin respuesta, en el "¿Qué fue lo que nos pasó?", que se repite como un mantra en la soledad de la noche. Búscame… porque aunque nos hayamos perdido, una parte de mí sigue buscándote en los rincones más oscuros y más profundos de mi alma.
Patricia Brito 💕
Me doy cuenta que ha dejado de acariciar mi cabello, giro mi cabeza y me doy cuenta que se ha quedado dormido. Lo observo detenidamente, éste hombre es el que romperá mi corazón y quizá nunca lo olvidaré,
le amo con locura, jamás creí poder enamorarme de esta manera. Irónico sí, él es mi todo y sin embargo no me pertenece, nunca lo hizo, aún así decidí regalarle todo lo que soy.
Me pongo en pie y él se gira tratando de abrazarme pero solo queda recostado de lado abrazando la nada...
Quizá así me quedaría yo ésta noche,
hecha un ovillo y llorando su partida.
Tomo una decisión, ahorrarnos a ambos el dolor, a él el de irse y a mí, el de quedarme.
Seré yo la que me marche, cojo mi bolso y en silencio empaco mis cosas. Abro la puerta a la oscura y fría noche, son las dos de la madrugada, en otros días estaríamos enredados entre las sábanas, besándonos cada rincón de la piel. Respiro el aire insalubre de motel de paso, desinfectante y aromatizantes baratos. Giro mi cabeza para mirarlo una última vez, ahí está, recostado, el hombre que amo y quizá el amor de mi vida y ni siquiera puedo decirle adiós...
Caminaré hasta que mi corazón deje de doler o hasta que mis pies comiencen a sangrar,
lo que pase primero. Ahora solo puedo decir hasta otra vida amado mío, una donde tú no seas prohibido, una donde pueda amarte de día también. Una donde seas solo mío.
Sahori Hernández
Sahori Hernández/La chica demente
Respeta el autor.
Tinta en la Piel
Finalmente, ella arqueó la espalda, echó la cabeza hacia atrás y gritó, mientras el orgasmo la asaltaba. Se corrió con fuerza. Sus piernas temblaban. Bajó la mirada y se echó a reír.
-Vaya –dijo-. Ahora es tu turno.
Volvió a arrodillarse en el suelo y a frotar y lamer mi pene empapado de sus fluidos. Se lo colocó entre los pechos y los utilizó para rematar la faena.
Finalmente no pude aguantarlo más. Exploté sobre ella como un petardo. El primer chorro le dio de lleno en la base del cuello y el resto se esparció por sus senos en grandes gotas. Ella sonrió, encantada y soltó un “¡Sí!ª triunfante que también me hizo reír. Me sacudió hasta que ya no quedó más. Luego se incorporó, mirándose. Mi líquido caliente le corría por pechos, goteando en el suelo. Yo ya no tenía energías. No podía moverme, me sentía complemente agotado.
Ella se sentó a mi lado, empapada, sudorosa, satisfecha.
-Ha estado muy bien –dijo-. Y el diván ha aguantado… por cierto, ¿cómo te llamas?
Me di cuenta de que hasta ese momento no nos habíamos presentado. Le dije mi nombre.
-Yo me llamo Lorena –dijo ella-. Encantada.
-Igualmente –repuse-. Bienvenida al edificio, Lorena.
“Qué casualidad –pensé-. Tengo una compañera de trabajo que se llama igual”.
-Muchas gracias, vecino.
-Cuando necesites ayuda para mover los muebles, o una taza de azúcar, o lo que sea, solo tienes que llamarme y acudiré al instante.
Ella se echó a reír con ganas.
-Muchas gracias –dijo-. Es usted muy amable, señor.
-Al contrario –dije yo-. Gracias a usted.
Volví a besarla.
Texto... Fedexior
Imagen... Internet
LA VECINA DEL 217
Volvía a casa después de un día insoportablemente tedioso en la oficina. Mis planes para el resto del día consistían en tumbarme en el sofá y mirar alguna película de terror o ciencia ficción, comer algo poco saludable, tal vez leer un rato y quedarme dormido. Lo cierto es que no tenía demasiadas ganas de nada. Pero no tenía idea de que mis planes iban a cambiar por completo en cuanto cruzara la puerta de entrada del edificio.
Caminaba por el pasillo, casi arrastrándome, con la llave de la puerta tintineando en el llavero que llevaba en mi mano, cuando la vi. Estaba enfrascada en la tarea de intentar empujar un enorme diván color vino a través de la puerta de su apartamento, que quedaba a dos puertas del mío. Estaba de espaldas a mí, inclinada sobre el diván, intentando encontrar la posición correcta para sujetarlo. Al verla me detuve en seco. Por un instante pensé en ignorarla, abrir la puerta de mi casa, entrar y olvidarme del asunto. Pero algo me hizo cambiar de opinión. ¿El remordimiento de ser un mal vecino? No, algo más. ¿La repentina oleada de deseo que me había asaltado al verla en esa posición? Tal vez. Guardé las llaves en mi bolsillo y me acerqué despacio.
Quedé justo detrás de ella, a un paso, y le pregunté:
-¿Necesitas ayuda?
Ella se volvió, algo sobresaltada. No se había dado cuenta de mi presencia hasta que le hablé. Al verme, sonrió de forma encantadora.
-Bueno –dijo-, la verdad es que me vendría bien una mano.
-Permíteme –dije, dejando mi mochila en el suelo.
Sujeté el diván por el extremo más ancho y lo levanté. No era tan pesado como parecía. Intenté pasar por la puerta, pero los bordes del respaldo chocaban contra el marco, así que lo giré un poco, lo torcí en ángulo y logré hacerlo pasar. El resto fue pan comido, solo hubo que arrastrarlo dentro.
Ella aplaudió.
-¡Maravilloso! –dijo-. ¡Gracias!
-¿Dónde lo dejo? –pregunté.
-Por ahí –señaló un espacio en el salón evidentemente destinado para ese mueble.
Lo llevé hasta allí y ella me dio indicaciones de cómo colocarlo de la forma que quería.
-Un poco más a la izquierda… ahora un poco a la derecha… más adelante… ¡eso es!
Finalmente quedó como ella quería. Yo solté el diván y estiré la espalda, suspirando.
-Muchas gracias –djo-. Ha quedado genial.
-No hay de qué –repuse.
-¿Sabes? Eres el único vecino que me ha ayudado hasta ahora –dijo.
La miré sorprendido.
-¿De verdad?
-Ajá.
Era nueva en el edificio. Se había mudado hacía dos o tres días. Yo la había visto al pasar en el corredor cuando salía a trabajar o cuando volvía y era la primera vez que intercambiábamos algo más que un rápido “hola” o un fugaz “buenos días”. Había llamado mi atención desde el principio, pero nunca hasta ese momento le había dedicado más que una breve mirada.
Era una mujer de unos cuarenta o cuarenta y pocos años, un metro sesenta y cinco, voluptuosa, de caderas anchas y con muchas curvas. Su cabello rizado variaba entre el rojizo y el rubio según le diera la luz. Tenía unos labios carnosos muy hermosos y unos ojos color miel con largas y sensuales pestañas. Era muy guapa, yo lo había notado la primera vez que la vi, pero distraídamente. Ahora no podía quitarle los ojos se encima.
-He estado muy atareada con la mudanza en estos días. Para colmo, el tipo del camión me dijo que no tenía tiempo de quedarse a ayudarme a entrar el diván, así que me lo dejó en la puerta, con un montón de cajas encima, y se fue para que yo me las arreglara sola, ¿puedes creerlo?
-El muy canalla –dije yo.
Ella se echó a reír de manera alegre y agradable.
Vi que había cajas y embalajes sin abrir amontonados en los rincones. Había una mesa cuadrada, un par de sillones pequeños y poco más. Todavía le faltaba mucho para terminar de instalarse.
-Bueno, si necesitas ayuda puedes contar con tu buen vecino –dije señalándome con el pulgar-. Bienvenida al edificio.
-Muchas gracias. Y gracias por la ayuda con el diván. Haz hecho mucho esfuerzo, ¿quieres tomar algo?
Oscuridad
Pasó un cuarto de hora, en el que vi a Merchu socializar con distintos grupitos de invitados. De vez en cuando la escuchaba soltar alguna risa de compromiso ante el comentario pretendidamente jocoso de alguien. Finalmente vi que se alejaba a un extremo del salón, en donde estaba el pasillo que llevaba a los baños. Justo antes de entrar, se detuvo, volvió la cabeza por encima de su hombro descubierto, me guiñó un ojo y me hizo un gesto con el dedo para que me acercara. Dejé mi copa semivacía en la mesa y me dirigí hacia ella.
La seguí al interior del pasillo, que estaba bastante menos iluminado que el salón. La insulsa música se escuchó con menor intensidad. Merchu se detuvo frente a la puerta del baño de damas, dándome la espalda, esa hermosa espalda que parecía esculpida en mármol moteado de pecas. Llegué hasta ella, hasta que pude volver a sentir el aroma de su perfume frutal. Entonces se volvió con rapidez, me rodeó los hombros con las manos y me besó. Sentí como me embadurnaba los labios con su lápiz labial. Fue un beso largo e intenso. Cuando por fin se separó me dijo:
-Chiquillo, esta fiesta es mortalmente aburrida. A ver si puedes hacer algo para que me divierta un poco.
Nuestra diferencia de edad no era tan grande, pero ella siempre me llamaba chiqullo en momentos así.
-Creí que nunca me lo pedirías –respondí y volví a besarla.
Mis manos acariciaron su espalda, luego sus pechos por debajo del escotado vestido. Sentí como los pezones se endurecían nada más tocarlos. Bajé un hombro del vestido y lamí uno, lo besé, lo rodeé con la lengua. Era dulce como la miel. Merchu echó la cabeza atrás y gimió.
-Entremos al baño –susurró en un jadeo.
-¿No hay nadie adentro?
-Tranquilo, todo el mundo está en la fiesta.
Me tiró del cuello de la camisa para que la siguiera. Entramos en el baño, que aparentemente estaba vacío. Seguí besándola. Nuestras lenguas se enredaron, mientras ella me llevaba hacia los lavabos. Chocó con el borde del mármol y se detuvo abruptamente. Con una mano le acariciaba los pechos y la otra bajó hasta su entrepierna. Acariciando sus muslos, aparté la falda, descubriendo su tanga negra. Metí los dedos por debajo. La tibia humedad hizo que se me hiciera agua la boca. Merchu volvió a gemir, mientras mis dedos acariciaban su sedoso y cada vez más mojado clítoris. Se sentó sobre el mármol y abrió las piernas. Me incliné hacia adelante, bajando la cabeza y pasé la lengua. Lamí como un desesperado, una y otra vez. Merchu me sujetó la cabeza con ambas manos y me apretó la cara contra ella. Introduje la lengua, la usé para jugar con clítoris, para saborear los labios dilatados y calientes, mientras que con una mano levantada le acariciaba los pezones duros como guijarros.
-Sí, así, así… -la escuché decir y empecé a lamer con más intensidad, como aquella vez que hicimos lo mismo en la oficina desierta, bajo su escritorio. Usé los dedos, haciendo que entraran y salieran con rapidez. El néctar empezó a fluir, empezó a derramarse por sus labios separados y a gotear. Lo recogí con la lengua. También la usé para penetrarla lo más profundo que pude.
Merchu empezó a soltar gemidos cortos cada vez más rápidos.
-Me voy a correr en tu cara –anunció con la voz entrecortada.
Yo aumenté la velocidad de mis dedos y mi lengua. Merchu arqueó la espalda con la cabeza echada hacia atrás, hundió sus largas uñas rojas en mi cuero cabelludo y soltó un gemido que más bien sonó como un grito, al tiempo que volcaba su delicioso torrente. Lo saboreé pasando la lengua por la cara interna de los muslos, mordiéndolos con suavidad. Me incorporé y la besé. Casi me arrancó la lengua de un mordisco. Luego me chupó los dedos que había usado para jugar con su flor, empapados con su néctar. También estuvo a punto de arrancármelos. Antes de que terminara, me bajé el cierre del pantalón y la penetré. Merchu gimió y sonrió al mismo tiempo.
-No me des respiro –me dijo al oído-. Sigue.
Lectura de atardecer
Parte 7
Lectura de atardecer
Parte 5
Lectura de atardecer
Parte 3
Lectura de atardecer
Parte 2
¿Continuará?Читать полностью…
Las manos de él exploraron cada curva, cada centímetro de su piel empapada de sudor, desde sus pechos firmes hasta su coño humedo. Los jadeos de Clara llenaron el pequeño espacio, ya no reprimidos, sino urgentes, guturales. La compostura de Clara se desvaneció por completo. Sus movimientos se volvieron frenéticos, sus manos agarrando con fuerza los hombros de Marco, las uñas clavándose ligeramente en su piel sudorosa.
"Más... por favor, más", gimió ella, su voz irreconocible, cruda de deseo y demanda. Sus caderas se alzaron, buscando el roce, la presión que él le estaba negando por un instante.
Marco sonrió, una sonrisa de triunfo y pura pasión. Apartó el bikini, ajustó su erección contra la entrada húmeda de ella, sintiendo el calor, la promesa de la carne. Se posicionó sobre ella, y empujó su polla dentro de ella, la piel pegándose con el sudor, el sonido pegajoso de sus cuerpos rozándose llenando el aire. La conexión fue inmediata, visceral. El ritmo comenzó lento, exploratorio, un vaivén que preparaba la embestida, y luego se aceleró, impulsado por los gemidos cada vez más fuertes de Clara. Ella le devolvió cada empuje con la misma fuerza, arqueando la espalda, el vello púbico rozando el suyo, el placer haciéndola temblar.
"¡Oh, Marco! ¡Así! ¡Justo así!", exclamó Clara, su voz ya no modulada, sino un grito de placer puro, explícito, desgarrado. Su lenguaje, antes tan comedido, se volvió tan gráfico como las acciones, una manifestación de la bestia de deseo que se había liberado dentro de ella. Marco se perdió en sus exclamaciones, en la pasión desatada que irradiaba de cada poro de su piel caliente.
"Dios ...", Alcanzaba a decir Marco mientras la penetraba.
"Correte dentro, necesito tú leche", Clara estaba irreconocible, y por supuesto, Marco iba a satisfacerla.
El olor a sexo y sudor llenaba la sauna, un aroma embriagador. Él se movió con más fuerza, más profundo, hasta que ambos se retorcieron en un clímax explosivo, la sauna vibrando con sus cuerpos sacudidos por el orgasmo.
Cuando salieron de la sauna, el aire fresco les pareció gélido, a pesar del calor ardiente de sus cuerpos. Sus miradas se cruzaron, llenas de una mezcla de agotamiento, un placer sucio y un éxtasis recién descubierto. El sudor les goteaba por la frente, por la espalda, una mezcla de excitación y vapor.
"Mi habitación está en el piso de arriba", dijo Clara, su voz todavía un poco ronca, sus ojos brillantes con una promesa desvergonzada. Ya no había rastro de la mujer recatada del congreso. Solo puro deseo, tangible y abrasador.
Marco no dijo nada, solo le tomó la mano. Subieron juntos en el ascensor, la toalla de él aún precariamente colocada, la de ella, casi deslizándose, revelando la marca roja de su piel excitada. La puerta de la habitación de Clara se cerró detrás de ellos, y el mundo exterior desapareció por completo. Las sábanas de algodón egipcio de cinco estrellas serían testigos de la segunda parte de una noche inesperada y deliciosamente prohibida, donde la línea entre el decoro y la depravación se había borrado por completo.
Texto: Hades
Ni a mí. Casi de inmediato, volvió a emprender la marcha.
Parecía que en el cuarto había un terremoto. Pensé que las patas de la cama se quebrarían hacia afuera como ramas secas y nos desplomaríamos en el suelo. No me importaba que eso pasara, al menos, mientras durara la acción.
Entonces fue mi turno. Ella se levantó en el último segundo y nos corrimos ambos a la misma vez, ella nuevamente con gran intensidad. Yo exploté sobre sus muslos, salpicándolo todo como una fuente averiada. Ella río, satisfecha. Había obtenido exactamente lo que había querido.
Yo me desplomé en la cama, jadeando, totalmente agotado. Mi cuerpo ardía con explosiones de adrenalina, mi corazón galopaba descontrolado. Me sentía como si acabara de correr una maratón.
Ella se inclinó hacia adelante y volvió a besarme. Luego se levantó. Recogió su ropa con rapidez y se dirigió a la puerta.
-¿Ya te vas? -pregunté entre jadeos.
Ella se volvió y me sopló un beso. A continuación salió del cuarto, casi a hurtadillas y cerró la puerta con mucha suavidad, casi sin hacer ruido. Yo volví a desplomarme en la cama y cerré los ojos, todavía jadeando.
Me pareció que pasaron un par de minutos y entonces volví a abrirlos. Entonces me di cuenta de la verdad.
-Maldición -gruñí.
En efecto, había sido un sueño. Uno muy intenso e increíblemente vívido, pero un sueño al fin. Nada de lo que había ocurrido había sido real. Me di cuenta que estaba acostado sobre salpicaduras de humedad, pero me entristeció darme cuenta de que solo era mía.
Frustrado, me levanté de la cama, bruscamente. Manoteé el móvil que había dejado sobre la mesita de noche, como siempre. Eran las siete y media de una mañana radiante. Faltaba media hora para que sonara el despertador. Suspiré. Era increíble como mi mente inconsciente había logrado elaborar una fantasía tan realista. Me sentía tan agotado como si hubiese sido real.
Tenía que ir al baño. Además, quería mojarme la cara y despejarme un poco. Di un paso hacia la puerta, cuando pisé algo rugoso. Miré hacia abajo y el corazón me dio un vuelco. Me pregunté si aún estaba soñando.
Me incliné y recogí el objeto, observándolo como si se tratara de un espécimen raro y totalmente desconocido. Era la tanga color azul eléctrico de Farah.
No, no estaba soñando. Allí estaba. Podía sentir perfectamente su textura y su aroma, el aroma inconfundible y excitante de Farah.
Me quedé un instante allí parado como un idiota, observando la tanga, como para asegurarme de que era real. Entonces, sonó el móvil a mi espalda. Acababa de llegar un mensaje. Volví a la mesita, recogí el teléfono y lo leí:
<<Espero que hayas disfrutado de mi intromisión matutina. Hacía días que no nos veíamos y tenía muchísimas ganas. Para mí ha estado genial. Cuando puedas, pasa por mi apartamento para devolverme la tanga. Tal vez hasta podamos repetirlo. Que tengas un buen día.
F.>>
Texto: Fedexior
VOLVIENDO AL PASADO
Las olas rompen contra la arena de la playa. La marea está alta y encima tenemos mareas vivas con lo que está subiendo con fuerza pero aún así es divertido saltar las olas o dejar que se estrellen contra ti.
Salgo del agua y entonces la veo.
Han pasado muchos años pero estoy seguro que es ella
Su cuerpo ha cambiado pero su cara sigue igual. Con unos años más eso sí pero sigue siendo preciosa. Sigue teniendo unas curvas tremendas pero ahora no son las de una veinteañera si no las de una mujer madura. Hay un niño con ella por lo que deduzco que ha sido madre.
La sigo observando sin que ella repare en mi. No creo que me reconozca. Debería hablarle pero me pasa igual que hace veinticuatro años, me acobardo. Me sigue poniendo igual de nervioso.
Hace veinticuatro años....
Hoy he conocido a la chica de mis sueños. Iba con dos de mis amigos y nos encontramos a tres chicas . Mi amigo Torres ha intentado venderles una entrada para nuestro paso de Ecuador pero ella la ha rechazado incluso cuando Torres le ha dicho " Joder vaya ojos tienes" a lo que ha respondido divertida " anda que tú no" pues Torres es de esos tíos que además de guapo tiene ojazos y labia con las mujeres todo lo contrario a mí. No es que sea feo joder pero me cuesta hablar con ellas.
Después de esa tarde coincidimos un par de veces de camino a clase, pero como buen tímido simplemente la saludé. Hasta Nochevieja...
Me la he encontrado en un pafeto de casualidad, qué guapa está. Me ha dado un abrazo y dos besos y me ha dicho que se enteró que pregunté por ella.
_Cómo estás? Recuperada?
_Si, ya estoy bien, tú qué tal? Bien
Y hasta ahí fue nuestra conversación. Sabía que había tenido un accidente de coche pero no me atreví a pedirle su número de teléfono a sus amigas y hoy tampoco he sido capaz de hacerlo y así se escurrió entre mis brazos la última oportunidad de tener algo con ella hasta hoy.
Veinticuatro años después .
Se ha sentado en la toalla a leer un libro y su niño juega a la pelota hasta que se le escapa y acaba en mi toalla.
_Perdón
_No pasa nada.
Le devuelvo la pelota y sigo mirando como le da toques y le digo a mi hijo que se anime a jugar con el y así pasan media tarde ellos jugando a la pelota y yo... mirándola.
Se ha hecho un par de tatuajes en un tobillo y en un hombro pero no distingo lo que son. Yo sin embargo me la tatué a ella. Nunca pude olvidarla y me tatué una cruz egipcia .
La veo levantarse para venir a buscar a su hijo y me entran los nervios de nuevo. Habla con los niños y yo me acerco sin saber bien que decir hasta que ella me mira y....
_Santi?
_Hola-Sonrio de oreja a oreja - Cuanto tiempo no? Y que casualidad
Sin más abre los brazos y me da un abrazo y un beso
_Que sorpresa.
_Os conocéis? - dicen nuestros retoños
_Si...hace mucho tiempo que nos conocemos y mucho más que no nos vemos.
Sonreímos y....eso es otra historia
DEDICADO A...Santi donde quiera que estés 😉.
Texto....CN
Imagen...la red
LA CENA
Estoy mojada, quizás sea el exceso de vino que empieza a hacerse con el control o esas miradas lascivas con las que no dejan de penetrar mi cuerpo.
Me hace estar incómoda y al mismo tiempo, tengo la sensación de estar empapando la silla, temo que en cualquier momento se empiece a formar un charco a mis pies.
Igual obedecerte y presentarme así vestida, ha sido excesivo, me siento desnuda.
Me haces sentir un juguete, pero me gusta no tener que pensar, simplemente obedecer y dejarme llevar, dejar mi mente en blanco.
Porque no necesito juzgar ni diferenciar entre lo bueno y lo malo, no debo preocuparme de eso cuando estoy contigo.
Mi función pasa por comportarme como tu perra fiel, obedecer y acatar tus órdenes, me pone que me hagas sentir así, tan sucia.
El calor que me provoca la excitación, comienza a dejar señales más que evidentes, enrojeciendo mi cara y por si fuera poco mis pezones no paran de endurecerse, dibujandose a la perfección tras la suave y escasa tela que cubre mi escote.
Intento no pensar mucho,estoy en un lujoso restaurante, repleto de gente, hombres de mediana edad en su mayoría con sus elegantes trajes y exceso de gomina, acompañados por esas jóvenes y preciosas mujeres que despiertan mis inseguridades y sentimiento de inferioridad.
Me esfuerzo por centrarme únicamente en ti, con la sonrisa nerviosa de una adolescente.
Tengo miedo a perder todo esto, no quiero decepcionarte, tal vez no estaba tan preparada como creía.
Este cóctel de emociones me está desbordando y busco algo de protección tras mi copa, que utilizo a modo de escudo, humedeciendo continuamente mis labios
No quiero quedarme allí rodeada de personas que simplemente no existen, en mi mundo ahora mismo, no existen, tan solo estás tú.
Así que al levantarte, entiendo que debo seguirte, me disculpo y torpemente hago caer la copa de vino al incorporarme.
El sonido de la copa al caer y derramar el vino sobre el mantel, enciende los focos sobre mi, mientras oscurece ese mundo que hace tan solo un instante no existía.
En ese instante me volví tan frágil como el cristal de esa copa...
Cualquier comentario será bien recibido @madrid75
LA CHICA DEMENTE
Tiene días estando raro, ya no me llama como antes, tampoco me busca, ahora soy yo la que tiene que estar tras de él para saber si nos veremos. Indudablemente sé que algo no anda bien.
Hoy quedó para vernos, pasa por mi al lugar de siempre, subo a su auto y le beso, lo siento frío, pero aún así me corresponde. El viaje es demasiado silencioso, lo veo apretar el volante, mas no digo nada. Llegamos al motel y bajamos del auto, él mete la llave en la puerta. La misma habitación, el mismo motel durante casi un año, sin embargo el ambiente se siente completamente diferente, ya no hay urgencia de poseer, ni esa felicidad de saberme con él. La pesadumbre es casi palpable, asfixiante, completamente triste.
Él me hace seña de que entre primero, no lo hace con su sonrisa de siempre y eso me hiela la sangre, mentiría si digo que no me duele hasta el alma. Lo abrazo fuerte, esperando se pueda quedar esta noche completa, siempre lo ha hecho, pero hoy es diferente, lo sé, quizá note mi desesperación por no poder hacer nada y mínimo decida quedarse hasta la madrugada,
que espere a que yo esté dormida y ahora sí, que emprenda su partida.
Se sienta en la orilla de la cama y yo me recuesto a su lado acaricia mi rostro y sin decir una palabra besa mi cabeza y pone su frente sobre la mía.
—Lo lamento...
—Shhht —pongo uno de mis dedos sobre sus labios para silenciarle, no quiero que hable, no quiero escuchar explicaciones. La tiene a ella, lo sé, siempre lo supe. Nunca esperé que la dejara, tampoco esperé promesas de su parte, nunca pedí más que lo que podía darme, ratos robados, besos clandestinos, miradas prohibidas. Siempre lo supe.
—Pero
—Por favor, no digas nada. Arruinarás todo —las lágrimas amenazan con abandonar mis ojos, pero las obligo a no hacerlo. Nunca he llorado delante de él, ésta no será la primera vez. Él asiente y entonces me jala hacia sus labios, el beso es voraz, sin ningún atisbo de ternura o amor...
...duele.
Es un gesto de despedida supongo,
ya he vivido ésto antes, con otros amores pero nunca con un dolor tan indescriptible, nunca de esta manera. Detengo ese beso casi mortal y solo lo abrazo, él hace lo mismo, nos entendemos bien sin palabras, siempre lo hicimos, nuestros cuerpos, nuestras caricias siempre lo hicieron por nosotros, ellas lo sabían decir todo. Nosotros, con nuestras palabras somos un poco torpes.
Ambos nos recostamos en la cama, yo comienzo a peinarlo con mis dedos, mi mente divaga. Si pudiera hacer que se quedara ésta noche... yo, yo sería inmensamente feliz. Me levantaría y prepararía café,
lo esperaría en la cocina medio desnuda con nada más que su camisa cubriendo mi sexo,
prepararía el desayuno, y después... quizá después haríamos el amor como siempre.
Sabiendo que ya tendría que marcharse, lo haría como nunca y como siempre, con profundo amor.
Pero ahora, en ésta cama, teniéndolo a él abrazado a mí, no puedo siquiera besarle, se siente inapropiado, raro, doloroso.
¿Es que no se cómo reaccionar, ó que hacer, ó que decir? Así que solo me quedó inmóvil, dejando que acaricie mi cabello,
soy de las estúpidas que se enamoran, de las que dicen ser valientes aún con el corazón roto. Se que si se marcha no moriré por él,
sí, me dolerá el alma y quizá me deprima y tarde meses, quizá hasta años en olvidarle, sé que le extrañaré como loca día y noche,
que cada canción me lo recordará,
pero no moriré y sé que él tampoco morirá, la tiene a ella para besarle el alma, para acompañarlo en sus noches de soledad.
Conoceremos gente nueva,
y sé que volveré a amar, quizá a uno o más.
Pero la realidad es que si me dieran la opción de cambiar a mil por él, lo haría sin dudar,
lo haría sin si quiera pensarlo.
De pronto detengo mi mente descarrilada, no dejo de darle vueltas al asunto, no dejo de pensar y yo no quiero dormir.
La verdad es que no había hecho nada de esfuerzo, porque el diván era bastante ligero y fácil de manejar, pero la idea de quedarme más tiempo admirando a la vecina me agradó.
-Claro, me encantaría –dije.
-Así tendremos oportunidad de probar el diván –dijo dando media vuelta y dirigiéndose a la cocina. Yo me quedé ahí parado tratando de procesar la frase.
Volvió a los pocos segundos con dos vasos enormes llenos de burbujeante refresco de limón. Me dio uno y me señaló el diván.
-¿Por qué sigues de pie? –me preguntó.
-Buena pregunta –dije y tomé asiento. El diván era sorprendentemente cómodo.
Ella se sentó junto a mí, muy cerca, tanto, que podía percibir su delicado perfume. Tuve que hacer un esfuerzo para que mis ojos no bajaran hacia el pronunciado escote de su camiseta verde. Apuré la bebida. Estaba helada y deliciosa y me bebí casi todo el vaso de un tirón. Ella me miraba con intensidad y sonrió.
-¿Tenías sed? –preguntó.
-Un poco –logré decir, casi tosiendo.
-Bueno, vecinito –dijo y levantó una mano para apoyarla en mi hombro y empezar a acariciarlo-. Espero que también tengas hambre.
Me volví a mirarla y no pude aguantarme más. Me incliné hacia adelante y la besé. Con ganas. Sus labios eran suaves, cálidos, húmedos, deliciosos. Ella me rodeó el cuello con la mano y me apretó contra ella, mientras su lengua traviesa jugueteaba con la mía. Nos besamos con frenesí durante un minuto o dos, pero a mí me pareció mucho más tiempo. No podíamos despegar nuestras bocas. Finalmente, ella se separó. Sonriendo, me quitó el vaso casi vacío de la mano y lo dejó, junto con el suyo, casi lleno, sobre una caja de cartón grande que había al lado del diván. Luego se lanzó sobre mí. Yo me recosté con ella encima y volvimos a besarnos casi con rabia.
Mis manos acariciaban sus voluminosos pechos por encima de la camiseta. Ella metió una mano dentro y los sacó por el pronunciado escote sin esfuerzo. No llevaba sujetador. Eran senos hermosamente redondos, de aureolas rosadas y pezones muy duros. Ella se retrepó en el diván para que quedaran a la altura de mi cara y pudiera saborearlos con facilidad. Mientras tanto, sus manos habían bajado hasta mis pantalones y no dejaban de acariciarme. Apretaban y tiraban de esa parte de mí que estaba tan dura como una piedra y yo sentía a punto de estallar. Mis manos también hicieron lo suyo: bajaron hasta la ajustada malla púrpura que llevaba y empezaron a frotar. Pude sentir el calor y la humedad de su sexo a través de la tela elastizada. Metí la mano por debajo de la cinturilla, mientras mi lengua jugueteaba con sus pezones. No llevaba bragas y estaba increíblemente húmeda. Mis dedeos se mojaron de inmediato. Ella gemía con cada roce. Quise levantarme para besarla justamente allí, pero ella se me adelantó: buscó el cierre de mi pantalón, lo bajó, metió la mano. Sacó mi pene duro y palpitante y empezó a frotarlo despacio pero con intensidad. Apretaba, casi al punto de producirme dolor, aflojaba, subía la mano, la bajaba, volvía a apretar, aflojar, subir y bajar la mano… Sentí que me derretía. Sentía que estaba a punto de explotar y a la vez no.
Se separó de mí, arrodillándose en el suelo, pero sin soltarme, y empezó a usar la lengua. Con ella acariciaba la cabeza y los costados. No llegó a metérselo en la boca, simplemente jugaba con la lengua y lo besaba. Lamía el tronco, la cabeza, la besaba, volvía a lamerla. Pensé que me iba a desmayar. El placer era demasiado.
Luego de lo que pareció una eternidad, se incorporó. Bajó las mallas hasta la mitad de los muslos, descubriendo su hermoso y húmedo sexo. Volvió a sujetar mi pene con la mano y lo introdujo dentro de ella, despacio, milímetro a milímetro, gozando al máximo con el proceso. Luego empezó a moverse hacia adelante y hacia atrás, cada vez más rápido. Gemía y sus pechos saltaban enloquecidos. El diván crujía, se sacudía, pero por el momento, aguantaba. Y yo también, increíblemente.
Y mientras, la chica volvió a gemir más fuerte aún, sentándose sobre él y clavándose la dura polla hasta lo más profundo, probablemente no habría podido reprimir el gemido de placer y estaría ahora comenzando a cabalgarlo, al lento ritmo del sonido del agua contra las rocas.
Aitor, volvió a centrarse en el aquí y el ahora y se quedó aún más quieto, intentando escuchar cada detalle y logrando así intuir, entre el ritmo acompasado de las olas, los gemidos de la pareja.
Su entrepierna, ahora con una prominente erección en curso, le pedía que se quedara a disfrutarlo y su mente por el contrario, intentaba poner el necesario punto de sensatez.
Pero acabó venciendo el morbo y el deseo y abriendo la bragueta de su pantalón, procedió a dar rienda suelta al disfrute del regalo que el azar y el momento, habían colocado a su paso.
Entre susurros, gemidos, jadeos y algún que otro crujido del banco, sobre el que sin duda estaban, él comenzó a masajear su ya endurecido miembro y mientras mezclaba recuerdos e imaginación, comenzó a masturbarse lentamente siguiendo el ritmo del mar y sin duda, también el de la apasionada pareja.
Poco después, sin haber transcurrido apenas un par de minutos, fue el chico el primero en alcanzar el orgasmo, reflejado en una serie de entrecortados gemidos como señal inequívoca.
Seguramente el trabajo previo había dado sus buenos frutos, haciendo que el chico explotase considerablemente rápido y de una manera tan intensa.
Casi al instante, e imaginando la polla del jadeante chico, descargando a chorros toda su leche caliente e inundando así el coño chorreante de quien se lo estaba follando, Aitor eyaculó también, salpicando una considerable cantidad de resbaladizo semen, sobre la tibia tarima de madera, en mitad del silencio y de la oscuridad de la noche.
Y cuando aún goteaba, apurando con torpes movimientos de su mano la intensa paja, un gemido largo y reprimido le indicó que ella, también estaba acabando, también gozando del clímax, también evadiendose de la realidad por un breve instante, también sintiéndose más viva que en cualquier otro momento del día, también estaba en el paraíso del descontrol que sólo puede ser provocado por el deseo y la pasión. Ella también había culminado.
Así que Aitor, apuró unos segundos más allí quieto, terminando de disfrutar lo acontecido, antes de girarse y de nuevo en el más absoluto silencio, entre la oscuridad y la soledad, como quien despierta de un sueño, dirigirse nuevamente hacia su hotel, sospechando eso sí, que la sesión carnal de aquella desconocida pareja, probablemente se alargarse aún durante un largo rato más, al ritmo de las olas, abrigados por la oscuridad y en la intimidad de la noche.Iskra
CUERPO DESLUMBRANTE
Desperté a las 6:00 y vi una chica acostada a mi lado, no recordaba nada de la noche anterior, exceso de alcohol, pero...¿tanto bebí? Busqué mi móvil y vi cientos de WhatsApp de mis amigos, todos felicitándome por haberme ligado al pibón del pub, incluyendo fotos de ambos y la verdad, la chica estaba buena a rabiar. De pronto me sorprendió una voz sensual a mi espalda, ¿vuelves a la cama?. Cuando me giré ahí estaba, apoyada en el marco de la puerta, completamente desnuda, era espectacular, cara niña buena, cuerpo de infarto, pecho increíble...y una mirada picara, chupándose un dedito y acariciándose entre las piernas. Fui hacia ella, la cogí en brazos y la devolví a mi cama. Nos besábamos y jugábamos con nuestras lenguas. Me cogió del pelo y me dijo, anoche fui tuya, hoy tú serás mío, obligándome a meter mi cabeza entre sus piernas y deleitarme con su sabor. Mientras se lo comía y sentía que más se mojaba, utilizaba mis dedos para darle más placer, sus gemidos cada vez eran mayores y sus manos apretaban mi cabeza contra ella. ¡No pares, me voy a correr! Y yo obediente se lo comí hasta sentir como temblaba del placer y se retorcía en la cama por culpa de mi boca y mis manos.
Texto......EagleV
Imagen..internet
Y lo hice. Embestí lento al principio, luego cada vez más rápido. Ella me rodeaba el cuello con las manos, mientras gemía, me besaba, volvía a gemir, volvía a besarme. Yo la besaba en la boca, en el cuello, en los hombros. Su piel suave y perfumada era una delicia. Noté que el mármol en el que estaba sentada temblaba ligeramente, y temí que nuestro movimiento hiciera que se fuera a desprender de la pared, pero rápidamente olvidé ese pensamiento. Estaba demasiado concentrado en Merchu.
No sé cuánto tiempo estuvimos así. Probablemente menos de cinco minutos. Estaba demasiado excitado como para que la cosa durara mucho. Había estado excitado desde que la vi entrar en el salón. Además, no estábamos en el lugar más adecuado para una sesión larga. Estaba a punto de terminar y así se lo dije.
Ella me empujó hacia atrás y con un pequeño salto se agachó en el suelo. Sujetó mi miembro entre sus manos, lo apretó, tiró de él, aflojó la presión, volvió a ejercerla.
-Dámelo –dijo-. Dámelo todo.
No tuvo que hacer mucho más esfuerzo. Sintiendo como una corriente eléctrica que me recorría todo el cuerpo, exploté. Las piernas me temblaron y estuve a punto de caer de rodillas. Toda mi carga salió como un géiser y fue a parar a los pechos y la cara de Merchu, que la recibió abriendo mucho la boca y sacando la lengua. La rocié, dejándole los labios y el mentón llenos de goterones y los pechos salpicados de perlas. Ella no me soltó hasta que salió la última gota. Apretaba mi miembro y lo sacudía haciéndolo chocar contra sus labios. Finalmente, no pude más. Sintiendo que me había vaciado por completo, di un paso atrás. Jadeaba y me sentía como si acabara de correr una maratón.
Merchu se levantó, sonriendo, satisfecha. Se miró los pechos y rió.
-Vaya –dijo-. Qué cantidad. Gracias, chiquillo, ha estado genial. Realmente me divertí.
-Yo… también –dije sin aliento.
Buscó toallas de papel del dispensador que había en la pared y empezó a limpiarse. Yo miré hacia la puerta del baño, levemente inquieto, mientras guardaba la herramienta y subía el cierre.
-Espero que nadie haya escuchado esto –dije.
Merchu rió.
-Si escucharon, espero que lo hayan disfrutado tanto como nosotros.
En ese momento, una de las puertas de los compartimentos se abrió. Merchu y yo nos volvimos de inmediato, sobresaltados. Lorena, una de las secretarias de recursos humanos, salió, terminando de colocarse la tanga y alisándose la falda azul oscuro. Fue hasta los lavabos, se lavó las manos brevemente, mientras Merchu y yo la mirábamos como si fuera un extraterrestre. Luego se volvió y nos sonrió, guiñándonos un ojo.
-Gracias por el espectáculo, chicos –dijo-. Ha estado genial.
Y salió para regresar a la fiesta.
Texto....Fedexior
Imagen... internet
FIESTA DE LA EMPRESA
Estaba allí por compromiso, no porque realmente quisiera. Las fiestas de la empresa solían aburrirme de muerte y por eso siempre buscaba excusas para no ir. Pero esta vez no encontré ninguna y no tuve más remedio que asistir, después de haber logrado eludir con éxito las últimas tres.
La idea de tener que compartir tiempo fuera del trabajo con gente a la que tenía que ver obligado ocho horas al día no me hacía gracia, pero allí estaba, tratando de moderarme con los tragos, aguantando los bostezos y prestando la atención justa a las conversaciones banales, la música banal, las risas banales que me rodeaban.
El salón donde se desarrollaba el evento era amplio y la gente se congregaba en pequeños grupos de tres, cuatro o cinco personas. Yo me había quedado cerca de la mesa de los bocadillos, sin formar parte de ningún grupo en particular, saludando de vez en cuando a alguien que se me cruzaba por delante y robando canapés de la mesa cada vez que tenía oportunidad. La música, tan amena e interesante como la que ponen en los supermercados, más el alcohol, hacían que me sintiera cada vez más adormilado.
No sé cuánto tiempo estuve en esa situación. Quizá media hora o cuarenta y cinco minutos. Hasta que ella apareció. Cuando la vi entrar al salón, me sentí renacer. No había esperado que fuera a asistir a la fiesta. El día anterior me había preguntado si yo iría. Le dije que sí. Cuando le pregunté si ella iría, me dijo que no estaba segura, que ya vería. Yo deseaba que fuera, por supuesto. Pero cuando llegué y no la vi, pensé que ya no aparecería. Evidentemente, me había equivocado.
Merchu ingresó al salón con un aire majestuoso. Noté que la mayoría de las conversaciones se interrumpían y muchas cabezas se volvían nada más apareció. A mí se me cortó el aliento.
Llevaba un vestido negro de fiesta con un escote que prácticamente le llegaba al ombligo y la falda tenía una abertura que dejaba al descubierto casi la totalidad de su pierna derecha. El muslo asomaba provocador con cada paso que daba con unos tacones negros altísimos, a juego con el vestido. No se había maquillado en exceso, pero sus carnosos labios estaban pintados de un rojo tan intenso que parecían arder, al igual que sus elegantes uñas.
Saludó a un par de personas sin demasiado interés mientras ingresaba en el salón y en cuanto me vio a mí sonrió y apresuró el paso hacia donde yo estaba. Antes de que pudiera decirle siquiera “hola”, me abrazó con fuerza, apretándose mucho contra mi cuerpo. Su perfume de frutas tropicales me envolvió y me sentí embriagado. Yo le rodeé la cintura con los brazos. Sentía que flotaba en las nubes. Hacía días, ¿o semanas?, que no nos abrazábamos de esa manera. El trabajo en la oficina nos había mantenido demasiado ocupados y agotados como para hacer otra cosa.
Cuando por fin me soltó, empezó a hablar animadamente, como si no nos hubiéramos visto en meses. Fui vagamente consciente de que a nuestro alrededor todavía había algunas personas que nos miraban con algo que parecía una mezcla de interés y envidia. Procuré no prestarles atención. No podía. Todos mis sentidos estaban concentrados en Merchu, una diosa de vestido negro y labios rojos.
La fiesta transcurrió sin más sobresaltos por un par de horas. Mi actividad se redujo básicamente a hablar con Merchu de cualquier liviandad, mientras tomábamos una copa (ella champán, yo cerveza) y yo devoraba bocadillos sin parar. En un momento se fue a hablar con otro grupo de personas y yo me quedé solo otra vez, sintiéndome mucho más animado que cuando acababa de llegar. Al final me alegraba de haber asistido. Pensé que la noche podía ser interesante.
Lectura de atardecer
Parte 8
Iskra
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Parte 4
Venga va que de mil y pico que somos conseguimos 50 votos 🙄👏. Menos mal que es anónima 🤷♀
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