El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org Cualquier testimonio o consulta escribir a algodelevangelio@gmail.com
¿Estás seguro de que el reproche de Jesús no es como una caricia al alma? ¿No pensás que el reproche de Jesús se puede trasformar en una palabra al oído, llena de paciencia, una palabra de ánimo para que, de una vez por todas amemos y hagamos lo que Él desea de nosotros? ¿Alguna vez no les reprochaste a tus hijos la falta de amor? ¿Alguna vez como hijo, no te diste cuenta que amaste muy poco a tus padres en comparación con lo que ellos te amaron? Si sos adulto, ¿No te pasó alguna vez que se te cayó la cara de vergüenza al ver todo el amor que tantos seres queridos te dieron y darte cuenta lo poco que lo hemos correspondido? A mí sí, muchas veces. Jesús nos ama infinitamente más de lo que podemos imaginar. Qué lindo que es pensar que nos puede reprochar con amor y dolor. No nos demos el lujo de enojarnos. Pobre Jesús. Tanto amor hacia nosotros y tan poco correspondido. ¡Pobre Jesús! ¡Si por lo menos hoy, vos y yo, hiciéramos algo más para demostrarle nuestro amor, aunque parezca poco! ¡Si por lo menos en este día hiciéramos lo posible para no ofendernos o entristecernos, por una corrección de amor! ¡Si por lo menos hoy aprendiéramos de las correcciones que nos ayudan a crecer!
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p. Rodrigo Aguilar
**Martes ,15 de julio + XV Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 20-24*P*
Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se habían convertido. «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran hecho en Sodoma, esa ciudad aún existiría. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la tierra de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú».
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 10, 34-11, 1:
Comenzamos una nueva semana, para agradecer, para seguir aprendiendo, para llenarnos de entusiasmo y de gozo al experimentar que Jesús sigue estando con nosotros y estará con nosotros siempre, hasta el fin, como Él lo prometió. Él nos sigue guiando día a día por medio de su palabra, por medio de su Iglesia y sus pastores, por medio de la oración, por medio de los que nos rodean. Quería contarte algo. El otro día antes de empezar los bautismos en la parroquia, me puse a conversar con unas pequeñitas que eran parientes de una de las niñas que tenía bautizar, y les pregunté si estaban bautizadas, tenían entre ocho y nueve años… me dijeron que sí, pero una de ellas me dijo algo maravilloso que quería contarte: Me dijo: “Si padre, estoy bautizada, pero yo quiero conocer más a Diosito” Me dio tanta ternura, que me tuve ganas de ser niño como ella, me acordé de lo que dice Jesús, que hay que hacerse como niños para entrar en el Reino de los Cielos. Te propongo que podamos pedirle a “Diosito”, como decía esa niña, que tengamos esas ganas, esos deseos de conocerlo, de amarlo y de seguirlo, porque como decía el salmo de ayer: “Busquen al Señor y vivirán”, debemos buscarlo a Él para vivir, para vivir mejor.
Por eso levantate hoy con ganas de más, con ganas de seguir escuchando, de seguir enriqueciéndote, de seguir amando, nos queda mucho por recorrer. No todo se comprende de un día para el otro, no se comprende todo de golpe, no se comprende todo por comprender algo chiquito, no seamos impacientes. Sigamos el camino que nos propone Jesús, el del evangelio de ayer, domingo, en donde claramente nos enseñaba quién es nuestro prójimo, o mejor dicho nos enseñaba a “hacernos prójimos” de los otros, de los tirados al borde del camino, esos que el mundo desprecia, o incluso a veces dentro de la Iglesia nosotros no prestamos la atención adecuada. Era dura la parábola de ayer, era directa y concreta… ni el sacerdote, ni el levita tuvieron compasión, esos que deberían haberla tenido, pasaron de largo, sin embargo, un samaritano, uno de esos que los judíos despreciaban, fue el que cumplió el mandato de Dios, el mandato del amor. Para seguir rezando esta semana.
De hace unos días alguien me dijo algo así: “Padre, ahora voy comprendiendo de a poco, los evangelios que desde hace unas semanas no entendí ahora los entiendo, ahora con estos que siguen los empecé a comprender” ¡Sí es así! Lo que pasa es que muchas veces somos ansiosos y superficiales. Decía la primera lectura de ayer: “la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques” La palabra se va comprendiendo en la medida que se la practica y se la practica en la medida que se la va comprendiendo! ¡Ah, decimos a veces, ahora entiendo! ¿Cuántas veces nos pasó eso? Por eso no te canses. No nos cansemos de escuchar y profundizar.
Algo del evangelio de hoy, es para comprender a lo largo de la semana, o mejor dicho a lo largo de la vida. Asusta, pero es así. Jesús es todo y pide todo, no por capricho, no por caprichoso, sino por nuestro bien, para nuestra felicidad. Porque solo amando a Jesús más y primero, podremos amar a nuestras familias plenamente y ser felices en serio. Mientras tanto los amores compiten, cuando en realidad el de Jesús potencia todo lo demás. Esto solo lo comprende el que se siente discípulo, el que lo sigue seriamente, por eso hoy Jesús les habla a sus discípulos, no es para cualquiera, es para el que lo descubrió como el amor de su vida. Solo una enamorada o un enamorado de Jesús, sólo el que fue tocado por su gracia, puede decir con total naturalidad y sin culpa: “Yo amo más a Jesús que a mi padre, que, a mi madre, que a mis hijos” Y por amar más a Jesús no quiere decir que no amo más a mi familia, sino que los amo mejor, como Él quiere. No te asustes si no te sale decir semejantes palabras, no te asustes si todavía no amás más a Jesús que a tus seres queridos. La fe y al amor a Jesús son un camino. Falta mucho por recorrer, nos falta un largo trecho. Hay que tenerse paciencia a uno mismo.
Comentario a Lucas 10, 25-37:
¿Te diste cuenta que el evangelio, en realidad, es mucho más simple de lo que a veces imaginamos? ¿Te diste cuenta que, en realidad, nosotros somos los que complicamos las palabras del evangelio o a veces las cambiamos o edulcoramos? ¿Nos damos cuenta de qué Jesús en sus palabras y en sus explicaciones es mucho más simple de lo que a veces parece ser a simple vista? En algo del evangelio de hoy, esta parábola con la que Jesús le responde a este Doctor de la Ley, es un claro ejemplo de esto que quiero transmitirte.
La pregunta de Jesús es sencilla, y va al meollo de la cuestión, va a la médula ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo de ese hombre que fue asaltado? Y este hombre termina respondiendo con simpleza, con sentido común, como debería responder cualquier persona de buena voluntad: “El que tuvo compasión de él”. Por eso podríamos decir que Jesús termina respondiendo también con sentido común y simpleza, nos termina diciendo: “Ve y procede tú de la misma manera”. Ese es el mensaje central de la escena de hoy y de todo el Evangelio, en su totalidad, no hay muchas vueltas, aunque como dije, a veces nosotros se las encontremos. Vos y yo también nos preguntaremos muchas veces qué debemos hacer, cómo debemos actuar, quién es nuestro prójimo. ¿Quién es el prójimo en nuestra vida? ¿Quién es el prójimo? Finalmente, y sencillamente es el que nos encontramos en nuestro camino, el que nos mueve a compasión, el que nos mueve el corazón y al cual le ofrecemos nuestra ayuda, le ofrecemos nuestro corazón.
Pero para dar ese paso, lo primero que deberíamos experimentar, es que Jesús es nuestro Buen Samaritano. “Él” con mayúsculas. Es Jesús, y por eso Él puede pedirnos y pedirte que “vayas y hagas lo mismo”. Acordate que Jesús nunca pide nada que antes no haya hecho por vos y por mí; no exige nada que antes no nos haya dado como don. No nos puede pedir algo que no nos haya dado antes, no puede pedir nada que en el fondo sea ajeno a nuestro corazón, y nuestro corazón en el fondo, quiere dar amor y pide amor.
Él se acercó a vos y a mí. Él se hizo cargo y nos cargó sobre su montura, sobre sus hombros, nos vendó las heridas, se encargó de que estés bien y, por si fuera poco, pagó por vos y por mí. Jesús es el gran y el buen Samaritano.
El mandamiento no está lejos nuestro, está en nuestro corazón en la medida que percibimos esta realidad que a veces se nos hace un poco “escurridiza”. ¿Cuál realidad? Que vos y yo somos el hombre caído al costado del camino, débiles y golpeados por la vida (que a veces se hace dura por el pecado, por los sufrimientos, por tantas cosas). Hay que descubrir el don de haber sido rescatados del costado del camino, para vivir lo que Jesús manda, sino, no deja de ser algo más que está fuera de nosotros.
¿Cuántos samaritanos buenos pasaron por nuestra vida? Pensemos en eso. ¿Cuántos se hicieron cargo de nosotros cuando no andábamos bien, cuando sufrimos, cuando lloramos, cuando caímos por el pecado, cuando estuvimos en algún vicio, cuando no encontrábamos el rumbo? Bueno, ese era Jesús. Jesús es Buen Samaritano, con mayúscula, pero se hace pequeño, se hace un pequeño samaritano cada día, en cada gesto de amor recibido por otro, que nos anima a seguir; de tantas personas que nos ayudan.
¡Hagamos lo mismo! Todos podemos ser buenos samaritanos los unos entre los otros. Para eso estamos, para hacernos cercanos, para dejar de pasar de largo cada día ante nuestra familia, ante los que tenemos alrededor, ante los desconocidos, ante los compañeros de trabajo. Ahí está el prójimo. En ese que vemos necesitado. Sí, es verdad, caridad organizada en la Iglesia, pero también caridad espontánea y diaria, sin propaganda, sin publicaciones, sin muchos “me gusta”, ni fotos. Debemos hacernos “prójimo” de los que necesitan. Jesús Buen Samaritano, danos la gracia de hacernos también como Vos: cercanos a los que andan caídos por el camino. Como Vos te hiciste cercano a nosotros, como Vos lo hacés cada día.
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p. Rodrigo Aguilar
Sábado 12 de julio + XIV Sábado durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 24-33
Jesús dijo a sus apóstoles:
«El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño. Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa! No los teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena.
¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo los reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres.»
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 10, 16-23:
Jesús nos envía para que lo precedamos a los lugares a donde Él debe ir, a donde Él quiere ir. Eso decía claramente en el evangelio del domingo, antes de pasar por cada pueblo, Jesús preparó el camino por medio de sus discípulos. ¿No te alegra pensar que con vos y conmigo hace lo mismo? ¿No te alegra pensar que nos utiliza con amor para destrabar corazones y para que después la semilla de su amor puede dar frutos? ¿No te alegra pensar que lo que nosotros hoy cosechamos es gracias a la siembra de otro discípulo como vos que se entregó y amó, pero que en definitiva el que hace crecer solo es Jesús? Me consuela y me anima pensar así, como lo enseña la palabra de Dios, como lo quiso Jesús.
"La paciencia todo lo alcanza"; decíamos en esta semana, y la paciencia también se alcanza a fuerza de trabajo diario, cotidiano, de trabajo silencioso del corazón para saber esperar. "La paciencia todo lo alcanza” -decía santa Teresa de Jesús- "Quien a Dios tiene nada le falta". Porque aquel que sabe esperar, es aquel que comienza a percibir que Dios está en todas las cosas y en cada cosa que hace; aun en aquellas en donde parece que no está, aun en aquellas que son adversidades y dificultades.
Como Jesús nos advierte en algo del evangelio de hoy y les advirtió a sus discípulos: "andamos y somos como ovejas en medio de lobos". Este mundo parece estar lleno de "lobos", lleno de dificultades, en nuestras familias, en nuestros trabajos, en el mundo, en la misma Iglesia; en nuestro propio corazón, a veces tenemos un "lobo" en nuestro interior que quiere boicotear todo lo bueno que tenemos, todo lo lindo que queremos hacer.
Y bueno, en medio de esas situaciones tenemos que ser pacientes y ser "ovejas", ser mansos; y también ser astutos como serpientes. La mansedumbre es la hermana más cercana a la paciencia: porque el que es paciente siempre es manso y el que es manso aprende a ser paciente a fuerza de soportar las dificultades que le van tocando en la vida.
Y por eso Jesús nos advierte y les advirtió a sus discípulos que seremos perseguidos, seremos incluso criticados, calumniados; incluso nuestra fe puede generar divisiones, peleas en nuestras propias familias o con nuestros propios amigos. El que anda detrás de Jesús también se gana enemigos, así como el mismo Jesús se los ganó, no porque los busque o porque sea lindo tener enemigos, sino por el hecho mismo de andar en la verdad y en el amor.
Pero nosotros estamos llamados que ser como "ovejas", nosotros tenemos que llevar paz a donde no la hay; no tenemos que andar atacando a todo el mundo, no podemos andar a la defensiva, como quien ve enemigos o fantasmas en todos lados, no se refiere a eso. Es necesario ser como ovejas, que se dejan guiar, ovejas que siempre están atentas a la voz mansa de su pastor, que las conduce a pastos verdes, a fuentes tranquilas. Una oveja, un cristiano obediente debe saber que jamás puede apartarse del rebaño, que andar solo es peligroso, que no es bueno hacer el “propio” camino, sino que es necesario seguir el camino de las enseñanzas de Jesús. Al mismo tiempo, ser manso, no excluye la inteligencia, ni la astucia para evitar el mal y hacer el bien. Debemos ser astutos para saber cómo llevar a Dios hacia los demás, y por así decirlo "meterlo" ahí en donde nos toca, donde Él mismo nos pide que podamos hacerlo presente. Debemos ser astutos para “oler” el mal olor del mal que ronda siempre, los “gruñidos” del mal espíritu que siempre buscará alejarnos del bien, del buen camino de Jesús.
Sigamos caminando en esta semana de la mano de la paciencia, porque la paciencia todo lo alcanza, la paciencia nos ayudará a llegar a eso que pensamos que es "imposible"; la paciencia será la que nos hará alcanzar el amor, encontrar eso que estaba escondido, eso que pensamos que nunca iba a llegar...
Ojalá que nos sintamos agradecidos y eso impida que nos aferrarnos a las cosas, o a nosotros mismos; por eso Jesús nos envía sin nada, nos envía a los corazones de las personas, para que ahí podamos volcar todo lo nuestro, todo lo mejor que tenemos.
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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 10 de julio + XIV Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 7-15
Jesús dijo a sus apóstoles:
Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento.
Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes.
Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 10, 1-7:
Decía el evangelio del domingo que Jesús designó a otros setenta y dos discípulos para que lo precedieran en todas las ciudades a donde Él debía ir… Entre tantos temas sobre las que podemos interiorizarnos de este texto, creo que es interesante reflexionar sobre el hecho de que Jesús “necesitó” ayuda para poder evangelizar, siendo que hubiese podido hacer las cosas solo y a su manera. Prefirió ser ayudado por manos y corazones como el tuyo y el mío. Prefirió someter a la fragilidad humana, la belleza y el poder de su mensaje, con todo lo que eso conlleva. Jesús no le tuvo miedo a la fragilidad, a la debilidad humana, todo lo contrario, la asumió y la redimió. Pero redimir la fragilidad no es eliminarla, como a veces pretendemos nosotros, sino que es aceptarla y abrazarla. Cuando Jesús envió a sus discípulos, cuando nos envía a nosotros, dio indicaciones, pero al mismo tiempo dio libertad, aun sabiendo que muchas veces no sabemos usarla, o lo hacemos mal. ¡Qué misterio del amor de Dios para con nosotros! ¡Qué misterio tan atractivo que el mismo Dios nos pida ayuda para hacer llegar su amor y su mensaje, aun sabiendo que no siempre lo haremos bien, aun corriendo el riesgo de trasmitir mal tanto amor!
Sigamos con la paciencia. La paciencia todo lo alcanza, decía Santa Teresa de Jesús. La paciencia puede ayudarnos a alcanzar, eso que alguna vez nos pareció imposible. La paciencia es la virtud del que percibe que, en la vida, no todo depende de él, sino que la mayoría de las cosas dependen de Dios y de lo que sucede día a día y no podemos dominar, de lo que está fuera del alcance de nuestras manos.
La paciencia no es la virtud de los pusilánimes, sino la virtud de los que piensan en grande, de los que saben postergar sus deseos momentáneamente por amor a algo distinto o mejor. No es la virtud de los apocados, sino la de los que son fuertes. La paciencia conduce a la felicidad a los hijos de Dios, ¿te acordás de las bienaventuranzas? “Bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia” Alcanzarán lo que desean, alcanzarán la felicidad, los que soportan con paciencia las dificultades de la vida, los que renuncian con alegría a su ego, por amor a los demás y al Padre del cielo. La paciencia todo lo alcanza, porque nos conduce al amor, nos alcanza el amor y el amor es la felicidad. Para amar hay que ser paciente, no hay otro camino posible, es el camino estrecho. El impaciente no ama bien, sino que se ama a sí mismo y a sus cosas, sus caprichos y deseos. Por eso es mucho más feliz el que es paciente, que el que se lleva todo por delante. Por eso es mucho más feliz el que sabe llevar su enfermedad con paciencia, que el que se enoja y se queja. Por eso es feliz en serio el que está más dispuesto a esperar lo mejor de Dios, que a ser el propio constructor de su vida.
Algo así les pasó a estos hombres elegidos por Jesús, hombres que cambiaron la historia de la humanidad para siempre, gracias a la asistencia del Espíritu Santo, los doce apóstoles de algo del evangelio de hoy: repasemos la lista. El primero es Simón, que después Jesús llamará Pedro, el primero en todo, incluso en negarlo. Y el último Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. Se me ocurre pensar en esto: ¡Qué paciencia la de Jesús! ¡Por favor! Cualquiera de nosotros hubiese elegido tan distinto. Digamos la verdad. ¿Hubiésemos elegido a un pescador del montón para ser cabeza de los Doce, de la Iglesia? ¿Vos y yo hubiésemos elegido a Judas como apóstol sabiendo que algún día nos vendería por unas monedas? ¡Qué paciencia la de Dios! ¡Qué paciencia la de Jesús! Es increíble pensar que haya tenido tanta paciencia al elegir a quiénes eligió. Hombres sencillos y pobres, algunos bastantes rudimentarios y sin instrucción, hombres simples y que en su tiempo nadie tenía en cuenta. La maravilla es que Jesús nos emociona con su infinita paciencia. Que paciencia la de Jesús para elegirnos a nosotros, a vos, y a mí como sacerdote.
Los fariseos juzgan a Jesús, con algo absurdo, pero juzgan por apresurados, por impacientes, porque no pueden esperar a ver bien y pretenden vencer la realidad con sus pensamientos. Juzgamos por soberbia apresurada. En cambio, el sencillo, el humilde de corazón - por ejemplo, la multitud de la escena de hoy - se admira siempre, aún de lo que no parece tan lindo. Ve lo mismo, pero lo ve distinto. El sencillo, el humilde sabe recibir y esperar, sabe ver toda la realidad como una oportunidad para enriquecerse y crecer, la paciencia es la virtud de los humildes.
Es una maravilla empezar a transitar el camino de esta humilde paciencia. Probemos, nos va a cambiar la vida. Vas a empezar a experimentar que la sabiduría del evangelio le da un “sabor” distinto a tu vida. Estemos en la situación que estemos. En tormenta o en un día claro. Empecemos a probar guardarnos de opinar de todo, tener sentencias para todo, dar una queja para todo. El fariseo del corazón siempre quiere aflorar. Acordémonos que la paciencia todo lo alcanza, la paciencia nos alcanza la paz, la paz es la sabiduría del humilde. “Jesús paciente y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo”.
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p. Rodrigo Aguilar
Martes 8 de julio + XIV Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9, 32-38
En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a Jesús un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: «Jamás se vio nada igual en Israel.»
Pero los fariseos decían: «El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios.»
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.»
Palabra del Señor.
Lunes 7 de julio + XIV Lunes durante la semana + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9, 18-26
Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá.» Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré curada.» Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado.» Y desde ese instante la mujer quedó curada.
Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: «Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme.» Y se reían de él. Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.
Palabra del Señor.
Comentario Lucas 10, 1-12. 17-20:
En este domingo, que se nos regala otra vez, para contemplar, para meditar y rezar con la Palabra de Dios, Jesús decide enviar, no sólo a los Doce, a los más cercanos, sino que a setenta y dos discípulos más, y en ellos podríamos decir, que estamos simbolizados todos. En definitiva, entre tantas cosas para decir del texto de hoy, podríamos pensar que lo que nos quiere enseñar algo del Evangelio es que, todos somos enviados a anunciar lo que Jesús quiere decirle al mundo. Todos somos enviados, y estamos enviados a todos, a todos los rincones del mundo. Jesús te envía, me envía, nos envía. ¿Te acordás lo que nos decía los domingos anteriores? Había que renunciar a algo, había que tomar la cruz, había que querer, había que decir que queríamos seguirlo y era necesario dejar algunas cosas. No podemos seguirlo sin darnos cuenta que Él, es todo, todo lo que necesitamos para vivir en paz, para saciar nuestro corazón. Él es Todo en nuestra vida. Sólo el que descubre esto, puede lanzarse durante toda la vida, en el lugar que le toque, no importa a dónde sea, a decirle a todos que el Reino de Dios está cerca, que Dios Padre nos ama y nos necesita para amar.
Quiere decir que el Reino de Dios está en nosotros, en nuestro corazón, si vivimos como hijos de Dios, si somos obedientes a su voluntad y nos consideramos y vivimos como hermanos. Por eso hay que ir de a dos, por eso se evangeliza con otros, amando, no se puede andar solo por la vida, porque… ¿cómo vamos a mostrarle al mundo que lo importante es el amor, si no tenemos alguien a quien amar? Necesitamos andar con otros, para que el que nos escucha crea que se puede vivir como hermanos. Que es verdad, que no es solamente un cuento. ¿Es posible decir que el Reino de Dios está cerca si con los que tenemos cerca no nos comportamos como hermanos? Pensemos en nuestra parroquia, en tu grupo de oración, en tu movimiento, en tu familia. ¿Cómo podemos llevar paz, esta paz que Jesús nos envía llevar, si en realidad no tenemos paz entre nosotros? El mensaje es de paz, y la paz se lleva adentro, y la paz se transmite, se derrama sobre otros, se recibe de otros.
Podríamos preguntarnos entonces ¿Cómo tenemos que salir a llevar esta paz regalada? Tenemos que salir como estamos, como somos, sin muchas cosas, "así nomás", podríamos decir, sin "organizar tanto". "La evangelización se hace de rodillas" decía el Papa Francisco. Por eso, no es necesario llevar tanta cosa, tantos medios, tanto dinero. A veces en la Iglesia nos perdemos en la metodología, en las cosas que quisiéramos hacer, en los medios económicos. No es necesario poner tanto esfuerzo en lo que no es esencial. Si llevamos muchas cosas, si "organizamos" mucho, no le dejamos lugar a Él, para que sea Él el que toque los corazones ajenos y los nuestros. El andar con muchas cosas, con muchos planes, el estar preocupado por cómo va a salir, etc. es un signo de que todavía no descubrimos de que Él es todo, de que con Él tenemos todo y que de Él depende todo. Por eso Jesús nos envía así, sencillitos, a caminar y a instalarnos en las casas, en los corazones de los que nos reciban, y no angustiarnos por los que no nos reciben. A meternos en el corazón de la gente, y no a ir de casa en casa, como de vacaciones. Cara a cara. Individualmente, corazón a corazón.
Dice Jesús que digamos "que el Reino de Dios está cerca". Eso es, en definitiva, lo único importante. Tenemos que decir y vivir eso o, mejor dicho, tenemos que vivirlo y después decirlo. Debemos darnos cuenta que Él nos da la paz, que su amor es la paz, que su perdón es la paz y que eso es lo que necesitan las personas, eso es lo que necesita el mundo: Paz recibida y llevada por nosotros. Jesús nos ayuda a ser hijos como Él, para siempre. Cuando complicamos las cosas, con cosas, es porque todavía no entendimos lo profundo del mensaje. Señor: que podamos llevar esta paz, que podamos decirle al mundo, a nuestra familia, hoy, concretamente "que el Reino de Dios está cerca", que es posible vivir como hijos, y como hermanos.
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“¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!” dice algo del evangelio de hoy. ¿Qué significa esta comparación que utiliza Jesús? Antes que hacer la interpretación espiritual de lo que nos dice, nos ayuda a comprender saber a qué se refiere literalmente, y nos ayudará a comprender la enseñanza profunda. Antiguamente, el vino nuevo o recién hecho se vertía en el odre y se dejaba reposando. El odre era una bolsa hecha de cuero, usualmente de cabra y se usaba especialmente para contener líquidos. A medida que el vino iba fermentando la bolsa de cuero se estiraba debido a la emisión de gas que producía el vino. Cuando el odre era viejo debido al uso, perdía su elasticidad y se ponía muy duro. Si a este odre tan endurecido que ya no estiraba más se le ponía vino nuevo, el resultado era que al fermentar el vino se reventaba el odre, perdiéndose así tanto el odre como el vino. Por eso los odres viejos solo podían utilizarse para guardar vino viejo y el vino nuevo debía guardarse en odres nuevos. Esto es lo que realmente pasaba en la realidad, lo que la gente usualmente y con sentido común hacía para conservar tanto el vino, como los odres. Es interesante ver como Jesús utiliza estos ejemplos concretos y cotidianos de la vida común de la gente de ese tiempo, que obviamente lo ayudaban a que lo entiendan. Ahora… ¿A qué se refiere Jesús con esta comparación, con esta parábola y con la del vestido viejo remendado? Ayuda a entender el por qué Él contesta de ésta manera, recordar la pregunta que le hacen anteriormente… «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?» ¿Por qué no hacen lo que hacemos nosotros? ¿Por qué no hacen lo que deben hacer? ¿Por qué no cumplen con la norma del ayuno? ¿Por qué se comportan de esa manera desobedeciendo a Dios? Sumé estas preguntas, a la de los discípulos de Juan, para ayudarnos a comprender el fondo del cuestionamiento, el por qué les molesta ver a los discípulos no haciendo lo que ellos creían que tenían que hacer. En el fondo, estaban convencidos de que no hacer ayuno, era no agradar a Dios, en el fondo pensaban que por “hacer cosas”, por “ofrecerle cosas” a Dios, estaban siendo agradables a sus ojos, algo muy normal también para nosotros, algo que nos pasó, nos pasa y nos puede pasar a todos, no es muy descabellado, es el gran error en el cuál todos los hombres de fe podemos caer. Es entendible y natural, por decirlo así, pensar de ese modo, un poco por lo que nos enseñaron, un poco también porque de alguna manera sentimos y pensamos que Dios estará “más contento” o nos amará más, si hacemos cosas que nosotros consideramos que le agradan. Sé que es un tema delicado el que estamos tocando, es peligroso siempre el caer en los extremos, sin embargo, hay que “andar” por la cornisa y animarse a pensar en esto. Por eso la respuesta de Jesús es iluminadora, como siempre, esclarece y muestra el camino: “A vino nuevo, odres nuevos” “Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo” Para entender el mensaje de Jesús, que es nuevo, como el vino y el pedazo de género, en este caso que el ayuno es una práctica lícita y hasta incluso necesaria, pero de un modo distinto, y no estando Él presente, es indispensable un corazón nuevo, un odre nuevo, y no un vestido viejo, un corazón que se puede romper por no soportar lo nuevo. Espero no estar confundiéndote, pero es algo en lo que debemos pensar. El que no cambia el corazón no puede comprender el mensaje del vino nuevo de Jesús, y hasta incluso se le hace insoportable llevándolo a que le pueda “estallar” el corazón de la incomprensión.
Por eso debemos pedir un corazón nuevo, un corazón capaz de aceptar la tensión entre lo que parece que no es y lo que es… la tensión de que es bueno y necesario ayunar, pero de un modo distinto, por amor, y con amor, para encontrarnos con el verdadero Amor que es el mismo Jesús.
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p. Rodrigo Aguilar
Comentario a Mateo 11, 20-24:
El doctor de la Ley que le preguntó a Jesús qué era lo que tenía que hacer para heredar la Vida eterna, en realidad, sabía perfectamente lo que tenía que hacer, solo intentaba poner a prueba a Jesús, para ver qué le contestaba, pero en el fondo, jamás pensó que el Maestro iba a responderle con una parábola para dejarlo «boquiabierto», fue demasiada sabiduría para un doctor de este mundo, para alguien que se creía sabio pero que, en definitiva, no lo era y que terminó siendo puesto en evidencia. La parábola del buen samaritano fue, para el doctor de la Ley y es para nosotros, un cachetazo a la hipocresía religiosa, a la falsa idea de una religiosidad fría y sin corazón, que es capaz, bajo apariencia de bien, de olvidarse de lo más esencial de la ley de Dios, del deseo de un Padre que quiere que tengamos compasión los unos por los otros. Sin compasión por el que sufre no hay religiosidad posible, en el fondo, no hay verdadera «ligazón» al creador, no hay enlace con el Dios de amor que predicamos y decimos amar. Eso intentó mostrar Jesús con esta maravillosa parábola que escuchamos el domingo pasado. El samaritano, esa clase de hombre que era despreciada por los judíos de esa época, fue el único que tuvo compasión. Lo mismo puede pasar hoy y pasa, muchas personas que, incluso dicen no creer, o no son cercanos a la Iglesia, pueden comportarse con más compasión por el que sufre, que muchos de nosotros, los cristianos, y eso es para pensar y también hacer un mea culpa.
Resulta raro y difícil escuchar de labios de Jesús un reproche, un reto, un enojo. Sin embargo, los hay en los Evangelios y no lo podemos ocultar y callar, Jesús lo hizo y sería de necios esquivar estas palabras de algo de Evangelio de hoy. ¿Qué hacemos como predicadores, los que nos toca vivir de la prédica? ¿Me pongo a hablar de otra cosa? No. Preferimos hablar de lo que Jesús nos dice hoy a todos. Porque no hay peor cosa que al escuchar el Evangelio, andar pensando que se refiere a otros, andar buscando a quien le cabe bien lo que hoy dice Jesús.
Al mismo tiempo, como decíamos ayer, no todo se comprende en el momento, la paciencia es necesaria en toda dimensión de la vida, y mucho más en el camino de la fe, donde lentamente vamos siendo enseñados por el Maestro divino, que es Jesús. Por eso, tranquilos. Estemos en paz. Como dice la misma Palabra de Dios en la Carta a los Hebreos: «Dios, en cambio, nos corrige para nuestro bien, a fin de comunicarnos su santidad. Es verdad que toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde, produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella» (Hb. 12, 10-11). ¿A quién le gusta ser corregido, a quién le alegra ser corregido? Solo al que alcanzó una sabiduría y santidad que le permiten descubrir en todo, la voluntad de Dios. Nosotros, simples cristianos que andamos luchando día a día la santidad, no podemos decir lo mismo, me parece.
Nos cuesta ser corregidos y mucho más a veces por Jesús, no solo porque toda corrección molesta, sino porque muchas veces tenemos una imagen desdibujada de él, una especie de hombre buenazo sin fuerza que habló solo de un amor sentimental y de la paz, olvidándonos de las otras dimensiones del amor, que también es el NO, la corrección, la lucha interior y exterior, el sufrimiento y tantas cosas más. Jesús ama plenamente y por eso nos quiere enseñar a amar plenamente. Ayer nos exigía un amor por encima de nuestra familia. Jesús nos ama incondicionalmente y por eso tiene todo «el derecho» de entristecerse y reprocharnos nuestra falta de amor como lo hizo con estas ciudades, Corozaín, Betsaida y Cafarnaún, que nos representan a todos nosotros, que vivimos llenos de dones, que recibimos tantas gracias y milagros en nuestra vida.
No te olvides de la paciencia. Si ya amás a Jesús más que todos, no te impacientes ni te enojes con los que no te comprenden, ya tenemos todo, los otros todavía les falta descubrirlo. Sigamos en este camino, no aflojemos. Sigamos caminando de la mano de Jesús que siempre nos anima y nos alienta a estar con Él, a escuchar su palabra, a querer conocerlo más. “Diosito” ayudanos hoy a desear conocerte y amarte más.
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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 14 de julio + XV Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 34-11, 1
Jesús dijo a sus apóstoles:
«No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.»
Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.
Palabra del Señor.
Domingo 13 de julio + XV Domingo durante el año(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 25-37
Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»
Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
Él le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo».
«Has respondido exactamente, -le dijo Jesús-; obra así y alcanzarás la vida».
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver".
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?»
«El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor.
Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera».
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 10, 24-33
Ya al final de la semana, después de haber transitado con paciencia todos estos días, en donde justamente intentamos reflexionar sobre el tema de la paciencia que nos propone Jesús, ese tema que nos toca el corazón a todos. Porque decíamos que, de alguna manera, somos propensos a perder la paciencia. Porque no queremos sufrir y, de alguna manera, toda espera nos genera una inquietud, una ansiedad, una búsqueda de alcanzar aquello que deseamos. Por eso es bueno también que en este sábado nos tomemos un tiempito para poder ver, con paciencia, qué palabras de Jesús, qué escenas, qué milagros, qué acciones de Jesús nos tocaron de alguna manera el corazón y nos hicieron llegar a aquello que seguramente en algún momento esperábamos. A veces también perdemos la paciencia porque no tenemos capacidad de mirar para atrás o capacidad de reflexionar y darnos cuenta que muchas cosas que esperamos, en realidad, ya las tenemos. Ya las tenemos. Muchas veces tenemos todo lo que podríamos tener y no nos damos cuenta. Muchas veces tenemos todo el amor de Dios frente a nosotros o en nuestro corazón y no terminamos de darnos cuenta. Señor, concédenos la gracia, en este día, de no perder la memoria y de volver a pasar por el corazón aquellas maravillas que vos hacés continuamente y nosotros por nuestra ceguera, por nuestra ansiedad, por nuestra incapacidad de ver lo bueno, nos olvidamos.
Por eso, desde Algo del Evangelio de hoy, es lindo que podamos reconocernos como lo que somos: discípulos, servidores; discípulos del maestro y servidores del dueño de nuestra vida, que es Jesús. Y por eso nos tiene que bastar ser eso, lo que somos, simples servidores y discípulos, y no pretender más de lo que nuestro corazón puede soportar. Como dice el salmo, ¿te acordás?: «Como un niño en brazos de su madre, no pretendo grandezas que superen mi capacidad». Señor, concédenos hoy también esa gracia de conformarnos con lo que somos y, si todavía no nos damos cuenta de lo que somos, danos esa luz, esa sabiduría para reconocer todo lo que nos diste y todo lo que podemos hacer si estamos unidos a su amor.
Y otra vez aparece también hoy el tema de no temer. «No temer a los que matan el cuerpo». Qué oportuno este Evangelio en este tiempo que estamos viviendo, en tiempos de «turbulencias» que, en realidad, de algún modo, siempre estuvieron presentes en el mundo, en la humanidad, en nuestros países, en nuestras comunidades. Siempre hay «turbulencias». Siempre hay problemas que nos pueden llevar a temer, a temer porque, en el fondo, no ponemos nuestro corazón en donde deberíamos ponerlo; a temer porque, en realidad, estamos por ahí perdiendo la fe o porque nuestra fe no está puesta en donde debería estar. ¿Acaso Dios no «tiene contado todos nuestros cabellos»? ¿Acaso no «valemos más que todos los pájaros» y que todas las criaturas de este mundo? ¿Acaso no valemos como lo que somos, como Hijos de Dios? Que esta Palabra de Jesús, que esta invitación a la confianza nos ayude a perder todos los temores que, a veces, nos paralizan; que nos ayuden a estar como en pleno día, a no temer hablar de Jesús también, a no temer aquellas cosas que nos puedan decir y nos puedan a veces quitar la paz. Proclamemos desde lo alto de las casas, desde lo más profundo de nuestro corazón, que Jesús es nuestro Señor, que Jesús es nuestro Maestro y que toda nuestra vida está en sus manos; que la vida de nuestros seres queridos, la vida de cada ser humano, está en las manos de Jesús, que se las ha entregado al Padre. Padre, volvenos a renovar en la confianza, en la certeza absoluta, de que tu paternidad es la que nos engendra cada día.
Que las palabras del Evangelio, que intentamos meditar cada día, hoy nos devuelvan la paz si la hemos perdido. Que este audio sencillo, que intentamos hacer cada día, también sea consuelo para aquellos que están sufriendo. Por eso, animate a compartirlo. Animate a recibirlo. Acordate que podés ver desde nuestra página, www.algodelevangelio.
Sólo mantengámonos en paciencia, sólo así aprenderemos a ver cosas distintas, mucho más profundas de lo que se percibe a simple vista; mientras tanto, vamos a ser ovejitas, mansas, dejémonos guiar por Jesús, y también seamos "astutos como serpientes"; una cosa no quita la otra, las dos tienen que ir de la mano: la astucia de los hijos de Dios que saben en qué momento hablar de Él, en qué momento callar, en qué momento proponer; y también la mansedumbre para saber callar, optar por la sencillez y no buscar complicaciones. Y todo eso es lo que nos ayuda a vivir la paciencia que Jesús nos enseña con toda su vida y en cada escena de su vida, en cada palabra.
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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 11 de julio + XIV Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 16-23
Jesús dijo a sus apóstoles:
«Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas.
Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes.
El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará.
Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre.»
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 10, 7-15:
La tarea que tenemos por delante es inmensa, es inconmensurable y solo terminará cuando llegue el fin de los tiempos, cuando Jesús vuelva a restaurar todas las cosas en Él. Esta tarea que Jesús encomendó a sus discípulos cuando los llamó, la que nos encomienda cuando nos llama, es la de participar en esta gran obra de amor que atraviesa todos los tiempos y corazones, a lo largo de la historia. No importa cuál es la tarea específica que hagamos, vos o yo, no son comparables, no hay que comparar o decir que uno hace más que el otro, lo que hay que hacer es descubrir qué es lo que le toca a cada uno, cuál es la misión de cada uno dentro de la gran misión. Somos parte de su cuerpo y cada uno es importante, cada uno es necesario. Del evangelio del domingo se desprendía esta gran verdad, somos llamados y enviados a colaborar en la misión de Jesús, en la misión que su Padre le encomendó. ¿Estamos dispuestos a ayudar?
Continuemos con la paciencia, que no sólo todo lo alcanza, sino que además se alcanza, es algo que debemos trabajar en la vida, es algo que se va forjando en nuestro interior en la medida en que vamos practicándola, en la medida en que somos pacientes; no podemos pretender ser pacientes de un día para el otro, la paciencia a veces toma la forma de "soportar", aprender a cargar ciertas cosas, aprender a callar, aprender a "masticar" interiormente lo que nos pasa, podríamos decir que toma la forma de la "pasividad"; y otras veces la paciencia tiene que ser activa, no es solamente un apichonarse y saber esperar, sino también hacer cosas que nos ayuden a vivirla.
Por eso, la paciencia va abrazada al amor, nos ayuda a amar, es activa porque el amor es activo, no siempre es quedarse y saber esperar, sino también levantar la cabeza, mirar y decir ¿Dónde puedo poner mi corazón?, ¿Dónde puedo exponerme para poder amar?; y esa exposición por supuesto que a veces nos hace vulnerables y nos hace sufrir.
Hoy también es un día para ser pacientes, es día para levantar la cabeza y decir: ¿Dónde puedo poner mi paciencia activa?, ¿Dónde puedo practicarla?
En algo del evangelio de hoy, Jesús nos dice: "Den gratuitamente porque han recibido gratuitamente", si recibiste gratuitamente el don de la fe, el don de creer en Él y creyendo podemos mirar y vivir las cosas de otra manera; recibiste no sólo el don de la fe, sino también tu familia, tantos bienes, tantas cosas en tu vida que te ayudaron a ser lo que sos; por eso tenemos que dar gratuitamente, por eso el que se siente apóstol, se siente agradecido, y el que se siente apóstol no se siente "especial", distinto a los demás por algo que consiguió por sus propios medios. El que se siente apóstol, el que se reconoce llamado por Jesús para participar en su gran obra, es un hombre agradecido y es un hombre generoso o una mujer generosa. La evangelización se da por generosidad no se da por obligación, no vamos a predicar y a llevar el evangelio a los demás en nuestro trabajo, en nuestra familia, en la parroquia, en la comunidad, en el grupo; por una obligación moral, sólo por un mandato de Jesús; sino porque nos reconocemos gratificados, nos reconocemos "agraciados" por Jesús, nos reconocemos "mirados", amados por Él y eso hace que de pronto desborde nuestro corazón y tengamos ganas de decirle a los demás: "Mirá yo recibí esto y como lo recibí quiero dártelo, tengo para darte a Jesús que es lo mejor que recibí"
Qué lindo que es sentirse apóstol, sentirse agraciado, sentirse elegido porque Él nos amó primero y por eso tenemos ganas de mirar a los demás a los ojos y decirles: "Esto tengo para darte". Que hoy sea un día en que demos gratuitamente; tantas cosas que recibimos gratuitamente. ¿Por qué a veces nos adueñamos de los bienes de Dios? ¿Por qué a veces nos adueñamos de las cosas que Dios nos dio, tanto bienes espirituales como materiales? Nada de lo que tenemos es estrictamente nuestro; todo lo que tenemos lo recibimos por gracia de Dios.
¡Qué misterio de la paciencia amorosa de Dios, pudiendo elegir a miles mucho mejores! La paciencia de Dios, la paciencia de Jesús, muchas veces nos hace sufrir, nos hace impacientar, porque nosotros no sabemos sufrir. A veces quisiéramos que Jesús barra con todo, cambie muchas cosas, de nosotros y de la Iglesia, del mundo. Sin embargo, así como a Judas lo esperó hasta el final, así como a Pedro le perdonó sus imprudencias, a vos y a mí nos espera y nos espera. Sabe qué es lo mejor para todos y no nos presiona, nos invita, nos atrae con su amor lentamente, a lo largo de toda la vida. ¡Qué paciencia que nos tiene, tenemos que reconocerlo! Pero al mismo tiempo qué paciencia debemos tener todos, al ver el modo que eligió Jesús para seguir transmitiendo su mensaje. Eligió la debilidad para manifestar su amor, no hay otro camino. Jesús le tiene paciencia al hombre, pero nosotros también tenemos que tenerle paciencia a Jesús, es justo respetar sus tiempos, Él sabe por qué, Él sabe que somos duros y necesitamos masticar y madurar las cosas.
Si Jesús nos tiene y nos tendrá siempre tanta paciencia ¿No es lógico que nosotros también empecemos a tenernos paciencia? La paciencia todo lo alcanza y lo que todos deseamos alcanzar es el amor, porque el amor lo es todo.
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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 9 de julio + XIV Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 1-7
Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.
Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.»
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 9, 32-38:
Retomando algo de la riqueza del evangelio del domingo, no podemos olvidar que Jesús, al llamarnos, al elegirnos, al enviarnos, quiere hacernos parte de su obra, de la transformación del mundo, de la transformación que anhela su corazón. Nuestra gran carencia, muchas veces, en todos los ámbitos de la vida, no solo en la Iglesia, es “no sentirnos parte”, no asumir que somos parte de un todo, y que la inmensa tarea que tenemos por delante, es una misión conjunta, no de unos cuantos. Sin embargo, la experiencia y los hechos nos muestran que son pocos los que se cargan la tarea al hombro y se ponen manos a la obra. “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos…” decía Jesús. Todos quieren comer de lo cosechado, pero pocos quieren cosechar. Si no asumimos que somos parte fundamental del cuerpo de la Iglesia, siempre miraremos la realidad por el cerrojo de la puerta, como quien mira de afuera y no se siente parte, no se da cuenta que está adentro, siempre hablaremos de la Iglesia como algo ajeno a nosotros, que no nos toca el corazón y que no nos impulsa a salir y a abrazar la gran obra que quiere hacer Jesús junto a nosotros. ¿Nos sentimos parte de la Iglesia y con la responsabilidad de anunciar el mensaje de la llegada del Reino de Dios, del amor de Dios a todos los hombres?
Volvamos al tema de la impaciencia de ayer, sé que toca bastante el corazón, porque es algo que abunda en nosotros. Podemos preguntarnos… ¿El hombre siempre fue impaciente? Desde que es hombre, o mejor dicho desde que la soberbia anidó en nuestros corazones con la mancha original. ¿O será que estamos en la época de la impaciencia? Es una época especial, donde todo se aceleró y por lo tanto se aceleran nuestras ganas de que todo sea inmediato. ¿Será que el uso de la tecnología exacerbó nuestra cuota natural de impaciencia con la que nacemos? Segurísimo, está incluso comprobado psicológicamente. La velocidad que genera la tecnología y la posibilidad de estar en muchos lugares al mismo tiempo, exacerba nuestra ansiedad. Es para pensar. Pensemos si nuestras vidas no son bastante distintas con respecto a 10 o 15 años atrás, sin juzgar si es mejor o peor, sino distinta. Algo de esto decíamos ayer. Somos impacientes por naturaleza, por decirlo de alguna manera. Es como una marca registrada grabada en el interior de nuestro corazón. Nacimos débiles, tenemos que aceptarlo. Nuestros deseos, de todo tipo, buscan ser saciados, y buscamos continuamente saciar lo que deseamos, por eso cuando eso no se da en el tiempo y forma que pretendemos, nos llega la impaciencia, la incapacidad de esperar, es de algún modo un sufrimiento, y como no nos gusta sufrir, esto es obvio, el sufrimiento que nos genera la espera, nos precipita a enojos de todo tipo y también, a la tristeza por no haber alcanzado el bien que pretendíamos. Nos pasa esto con los bienes espirituales y materiales, esta es, simplificadamente la dinámica de nuestras impaciencias. Por eso hay que aprender a esperar, hay que aprender a “sufrir” interiormente sabiendo esperar lo que deseamos, o incluso a renunciar a lo que deseamos. Hay que aprender a desear y conducir nuestros deseos. No todo deseo se puede satisfacer en cualquier momento. La palabra de Dios nos enseña que la verdadera sabiduría está en saber esperar, tener paciencia, dejar que el tiempo nos muestre los caminos que parecen cerrados, saber dar tiempo a lo que parece intrincado, saber gustar de las cosas con tiempo, no pretender todo y de golpe, saborear la vida de a poco, no empacharse de tantas cosas que no nos dejan disfrutar.
Una característica del que es paciente, es que no emite su opinión rápidamente, no juzga apresuradamente. El impaciente juzga todo, todo lo sabe, de todo opina, de todo se queja, en todo se precipita, en todo parece querer meter un bocado. Los fariseos de algo del evangelio de hoy son impacientes. Vos y yo tenemos un fariseo en algún “costado” del corazón, o a veces nos toma todo el corazón.
Comentario a Mateo 9, 18-26:
Paciencia, mucha paciencia se necesita para caminar en esta vida, para conservar la fe, para aceptar la realidad, para aceptar lo que nos pasa, para aceptar un dolor, una enfermedad, para soportar al insoportable y así podríamos seguir. La paciencia todo lo alcanza. Me sorprende, escuchando a tantas personas, escuchando tantas confesiones, que un tema recurrente, un tema que sale siempre en todos, es el de la paciencia. “Padre no tengo paciencia” “Estoy cansada” “Todo y todos me hacen enojar” ¿No será al revés que estamos cansados de tanto enojarnos? El que es manso se enoja menos que el iracundo e impaciente.
Esto me hace pensar mucho. ¿Será que el hombre siempre fue tan impaciente? ¿O será que estamos en la época de la impaciencia? ¿Será que el uso de la tecnología ha exacerbado nuestra cuota natural de impaciencia con la que nacemos? No lo sé, lo que sí sé es que necesitamos paciencia para todo, en especial para escuchar la palabra de Dios y ver frutos, para escucharla y comprenderla, para escucharla y aceptarla. Te diría que la mayoría de los abandonos de tanta gente que deja de escuchar o de gente que es inconstante al escuchar, se debe a la impaciencia. Muchísimos que escuchaban con alegría hoy ya no escuchan más. ¡De lo que se pierden! ¡Si supiéramos que Dios habla en el tiempo y dándole tiempo, cuánto tiempo le dedicaríamos! Tené paciencia, tengamos paciencia. La paciencia es la virtud de los sabios, de los prudentes, de los fuertes, de los nobles, de los honestos, de los generosos, de los que tienen temple, de los justos, de los humildes, en definitiva de los santos, de los buenos hijos de Dios que saben esperar todo de su padre, que saben que todo vendrá de Él, tarde o temprano, y lo que no viene es porque no tiene que venir.
Algo del evangelio de hoy es para disfrutar, dos grandes milagros, dos grandes personas de fe, que tuvieron fe incluso en momentos donde todo parecía perdido, donde parecía que no había solución. Una mujer que desde hacía doce años estaba enferma y un hombre desesperado con su hija muerta. Solo una mujer paciente puede seguir intentando después de doce años de enfermedad; solo un hombre paciente puede pedir recuperar a su hija una vez que la vio en sus brazos muerta. ¡Qué maravilla! ¡Qué ejemplo y ánimo para muchos de nosotros que no pasamos ni por una ínfima parte de estos personajes de hoy! ¡Señor, dame por lo menos una pisca de esa paciencia! Sé, porque me han contado que muchos grupos de enfermos, de personas que están sufriendo día a día, escuchan estos audios con el evangelio de cada día, seguro que son mujeres y hombres de paciencia. Rezamos por ustedes. Qué lindo que es, que el Evangelio de cada día nos una como hermanos, cada uno en lo suyo, algunos sufriendo, otros rezando por los que sufren y porqué no, pedirles que recen y ofrezcan sus sufrimientos por nosotros, los que no tenemos tanta paciencia. La paciencia se alcanza muchas veces en la prueba, en el dolor, casi como una ironía, no queda otra que tener paciencia.
Si ahora estás enfermo, sufriendo en tu cuerpo y en tu alma por algún dolor, esperá, esperá. Pedile a Jesús, a la mujer del evangelio y al padre de esta niña que te ayuden a saber esperar y confiar siempre hasta el final, sabiendo que pase lo que pase, aunque algunos incluso se rían de Jesús, como hoy, su amor siempre terminará resucitando y curando todo.
Si tu vida anda sobre rieles, no tenés derecho a ser impaciente, al contrario, disfrutá y rezá por los que más sufren.
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Domingo 6 de julio + XIV Domingo durante el año(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 1-12. 17-20
El Señor designó a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!" Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: "El Reino de Dios está cerca de ustedes".
Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca".
Les aseguro que, en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre».
Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo».
Palabra del Señor.
Si aprendemos a mirar la cima, la cumbre del lugar donde tenemos que subir, de la santidad, nuestro corazón aspira siempre a cosas más grandes. Si aspiramos a amar a Jesús sobre todas las cosas, nada nos resultará imposible en esta vida. No solo nuestra vida se colmará, nuestro corazón de inflamará de amor hacia él, sino que, además, podremos amar más a los demás y la cruz se hará más llevadera. Desde ahí podemos entender que Jesús nos diga: «El que no carga con su cruz, no es digno de mí». «El que no carga con la cruz y el deseo de amar, de entregarse cada día, no es digno de mí, porque yo me entregué por cada ser humano, por cada hombre de esta tierra; yo me entregué por amor, sin nada a cambio. Yo te amé primero, y si yo te amé primero, tenés que amarme primero, antes que a todas las cosas de la tierra». El hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, nuestro Señor, y mediante esto salvar el alma. Salvarnos, vivir distinto en esta tierra para llegar un día a vivir eternamente en el cielo. Eso estuvimos de alguna manera de profundizar en esta semana. Jesús nos pide, nos invita, nos exige que podamos amarlo más que a todas las cosas. Solo así podremos ser plenamente felices acá en la tierra.
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