El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org Cualquier testimonio o consulta escribir a algodelevangelio@gmail.com
Miércoles 25 de junio + XII Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 7, 15-20
Jesús dijo a sus discípulos:
Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos.
Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.
Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 1, 57-66. 80:
“El Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre” dice la primera lectura del profeta Isaías de la misa de hoy. Algo así también podemos repetir nosotros, intentando experimentar lo mismo, sentirnos amados y llamados desde el vientre de nuestras madres. El salmo también dice algo muy lindo: “Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre. Te doy gracias, porque fui formado de manera tan admirable. ¡Qué maravillosas son tus obras!” Qué lindo empezar este día pensando que cada uno de nosotros fue pensado por un Dios que es Padre. Alegrarse con saber que cada vida es sagrada desde el vientre de nuestras madres porque fuimos creados y formados de manera admirable. Porque somos amados y llamados a una misión especial, a ser de alguna manera profetas y precursores de Jesús para los otros.
Hoy la Iglesia celebra el llamado a la vida de Juan el Bautista, su nacimiento. ¿Por qué?, te podrías preguntar. Porque según Jesús, san Juan Bautista fue el hombre más grande nacido de mujer. Así salió de su propia boca.
Su nacimiento fue anunciado, como el de Jesús. Llamado a "prepararle" el camino, a predicar y a allanar los senderos para la llegada del Salvador.
Es al mismo tiempo el último de los profetas y es, de alguna manera, la "bisagra" entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, el que permitió la “novedad” en lo antiguo.
Y por eso Jesús llegó a decir que "el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que Juan Bautista". ¿Por qué? Porque los que vivimos en la etapa del Reino de los hijos de Dios somos de algún modo más grandes ya que podemos vivir desde la gracia. Vivimos con la gracia que nos regaló Jesús, el Espíritu Santo. Vivimos el ser hijos adoptivos de Dios Padre, algo que San Juan Bautista no pudo experimentar, aunque, por supuesto, dando su vida, preparando el camino para el Señor, es de los grandes santos de nuestra Iglesia.
De este santo podríamos decir y aprender muchísimas cosas y, aunque no aparece en Algo del evangelio de hoy, me gusta imaginar el momento en el que Juan desde el vientre de su madre pudo percibir la presencia de Jesús cuando María visitó a Isabel, saltando de alegría. Quiere decir que fue profeta desde antes de nacer. Fue útil a la historia de la humanidad, a cada uno de nosotros, sin haber visto la luz del sol, aun sin haber nacido. Desde el vientre de su madre pataleó y le avisó a su madre que ahí estaba Jesús, en el otro vientre. Es una maravilla pensar esto, en el valor y la significancia que tiene cada vida, incluso antes de nacer, sabiendo que Dios tiene un propósito para cada uno que no podemos truncar por nada de este mundo.
San Juan Bautista es el gran profeta, porque señaló siempre a Jesús y nunca quiso ser el centro, jamás pretendió que los demás lo siguieran a él, jamás se le ocurrió anunciar algo falso; siempre anunció la verdad, se la jugó por la verdad y finalmente terminó, dando la vida, muriendo por la verdad.
También es el humilde que no se sintió digno de desatarle la correa de las sandalias a Jesús. No se sintió digno de bautizarlo. No se sintió digno casi de "estar con él"; porque reconoció a Jesús como su gran Salvador, el Salvador de todos.
La humildad es la condición necesaria para ser un verdadero hijo de Dios, para ser cristiano. Vos y yo podemos ser humildes. Tenemos que aprender a no ser el centro de nada. La humildad es la virtud del cristiano que necesitamos todos para que lo que reluzca en nosotros, no seamos nosotros mismos, sino la obra de Dios en nuestra vida.
Es el santo de la humildad, el santo que aprendió a hacerse pequeño para que Jesús fuera quien se hiciera grande. Fue él, el que aprendió a ir desapareciendo para que el que vaya apareciendo fuera Jesús.
Y por eso su gran frase ha quedado para siempre en la liturgia de la Misa, que celebramos todos los días: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".
Que san Juan Bautista en este día nos ayude, llenos de alegría, a mostrarle a los demás dónde está el Cordero de Dios.
Comentario a Mateo 7, 1-5:
Es necesario volver a renovar el deseo de seguir escuchando mientras subimos, subir mientras escuchamos. Te recuerdo que estamos desde hace dos semanas rezando con el evangelio de San Mateo y particularmente con el Sermón de la montaña, los capítulos 5, 6 y 7. Hoy empezamos a escuchar el capítulo 7. Acordate que el tema de la montaña, es todo un símbolo, para el mismo Jesús que viene a dar la nueva ley desde el monte, así como Moisés había recibido la ley en un monte. Pero también es un símbolo para nosotros, que debemos subir para poder escuchar a Jesús, debemos salir de nosotros, de nuestra comodidad, para recibir el anuncio del Reino de los hijos de Dios, el Reino de los hijos de un mismo Padre que ama a todos, malos y buenos.
Por eso es necesario volver a renovar este deseo y terminar de escuchar durante esta semana este sermón de Jesús que espero te haya ido atrapando, enamorando, ilusionando con poder vivir como verdadero hijo. Buscá un buen lugar para escuchar. Buscá un buen momento para tomar tu Biblia otra vez y gastar las hojas de tanto leer y meditar. Que la palabra de Dios escrita sea nuestro mayor gozo, nuestra lectura más deseada.
Hoy Jesús no da muchas vueltas, en realidad nunca da muchas vueltas, pero si es verdad, que muchas de sus palabras necesitan a veces ser más interpretadas. En cambio ante las palabras de hoy, ¿pudo haber sido más claro y concreto? ¿Son necesarias muchas aclaraciones? Me parece que no. Ahora, otra cosa es que aunque las hemos escuchado por ahí ciento de veces, eso no significa que lo estamos viviendo. Escuchar no asegura el vivir.
Lo que nos asegura el vivir, es escuchar, meditar, asimilar y alegrarse con una enseñanza que descubro como camino de felicidad. La nueva ley de Jesús es ley de gozo, ley que libera de los desordenes de nuestro interior y de la esclavitud del cumplir por cumplir.
No juzgar hace bien, no juzgar nos conduce lentamente hacia la humildad y los humildes son los hijos predilectos del Padre, los humildes son los pobres de espíritu, son los pequeños del Reino, son los más felices. Felices los humildes, felices los que se van haciendo humildes por no juzgar a nadie. Felices los que no se creen con el derecho a andar armando y desarmándole la vida a los demás pensando que ellos tienen la casa en orden. Felices los que descubren que las mejores batallas que podemos librar son los nuestras, las de luchar con nuestra propia soberbia que nos ciega y no nos deja ver tanto desorden propio.
¿Qué camino preferís elegir? ¿El de la hipocresía que se alimenta continuamente del error ajeno, el de la hipocresía que se deleita al ver tropezar a los otros; el de la hipocresía que además se cree que no es hipócrita y que siempre tiene una excusa para juzgar; el de la hipocresía que no es capaz de mirar en su interior para darse cuenta que el primero que tiene que cambiar es uno mismo? Mientras sigamos el camino de la hipocresía, consciente o inconscientemente, jamás seremos hijos de corazón. Un hermano no juzga a otro hermano porque respeta al Padre, que es el único que sabe que pasa en el corazón de cada hijo. El Padre ve en lo secreto y por eso solo el Padre puede distinguir, puede comprender todo y perdonar todo. ¿Juzgás? Pensalo en serio, pensalo con responsabilidad. Respondete esta pregunta con profundidad. Se juzga con todo el ser; con la mirada, con el pensamiento, con el corazón, con la palabra, con la indiferencia, con el rencor, con el olvido. Se juzga con el modo de vivir.
Elijamos ser hijos, elijamos vivir como hermanos, aborreciendo el mal y el pecado, pero amando y abrazando al que lo hace, al que se equivoca, al que tropieza. Ayer fue tu prójimo, hoy puedo ser yo, pero mañana podés ser vos. Elijamos mejor corregirnos a nosotros mismos para poder algún día tener el corazón limpio y así poder ayudar a otros.
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p. Rodrigo Aguilar
¡Cuánto amor nos falta Señor!, ¡perdónanos hoy, en este día, nuestra falta de amor! Podemos reconocerlo; sin darnos cuenta a veces, nos pusimos en el centro, pusimos excusas del tipo de: "si lo sentimos o no", "no siento ir a Misa", "no me gustó", "no me gusta esto o lo otro”. ¿No será que a veces nos ponemos en el centro, y por eso no terminamos de saciarnos nunca? No terminamos de comprender...
“Danos Señor la gracia de proclamar con firmeza y alegría, que sos el centro, sos el centro de la vida de la Iglesia y sos el centro del mundo; en ese pedacito de Pan. Y por eso, hoy te sacamos a las calles; para alabarte, para adorarte, para reconocerte vivo y presente, y para decirte: Señor: vivimos por Vos, gracias a Vos y queremos vivir por Vos, para Vos y para los demás. Queremos descubrir, que ese vacío que a veces sentimos, que esos "crujidos" del corazón, solamente pueden saciarse, arrodillándonos frente a tu Presencia real, y también "arrodillándonos", por así decirlo; ante el amor de los demás, por amor a los demás.
Tenemos que amar a los demás, porque también estás ahí; te adoramos en la Eucaristía, para poder amarte en los que tenemos a nuestro alrededor.
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p. Rodrigo Aguilar
Domingo 22 de junio + Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 11b-17
Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.
Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto.»
El les respondió: «Denles de comer ustedes mismos.» Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.»
Porque eran alrededor de cinco mil hombres.
Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos de cincuenta.» Y ellos hicieron sentar a todos.
Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirviera a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 6, 24-34:
Los sábados acostumbro a hacer algo así como una síntesis de la semana, porque los evangelios, los del tiempo ordinario especialmente están conectados unos con otros, se leen de modo continuado; y ver el contexto de cada uno y como uno se entrelaza con el otro, nos ayuda a comprender mucho mejor lo que se quiso transmitir, de una manera más amplia, más profunda; porque a veces, puede ser que ayude quedarnos con frases, pero ayuda mucho más entender todo lo que el Señor nos quiso decir y en este sermón de la montaña más que nunca, porque es una maravilla.
Hoy sin embargo, me gustaría que reflexionemos sobre algo del evangelio de hoy que de alguna manera es una síntesis de lo que reflexionamos en estos días, en esta semana; días muy cargados de palabras muy lindas, pero muy densas al mismo tiempo; en esta semana en la que quisimos subir a la montaña con Jesús, subir a la montaña con el corazón, subir a la montaña para recibir la Ley de los hijos de Dios; la nueva Ley, la Ley de la Nueva Alianza, que Jesús, nos vino a proponer, y que es superior, es más profunda, que le da sentido a la ley antigua y es superior a la de los escribas y fariseos; es superior a la de los cristianos que creen que ser cristianos es "cumplir una norma", que es cumplir cosas y así tranquilizar la conciencia. ¡No!, el ser hijos de Dios es mucho más grande, ser hijos de Dios es sentirnos hijos de un mismo Padre y, por lo tanto, hermanos de todos, hermanos que desean amarse y no se preocupan por lo que vendrá.
Y hoy reflexionamos estas palabras difíciles y duras con las que empieza Jesús: "No se puede servir a Dios y al Dinero", y la palabra Dinero está con mayúsculas; como comparándolo con el anticristo, lo diferente a Él, lo opuesto. El dinero se puede transformar en un dios en nuestra vida, se puede transformar si le damos el corazón. El dinero y todo lo que viene con él, el poder y deseo de tener por tener. A veces no nos damos cuenta; no hay que ser muy ambiciosos para tener a veces a las cosas materiales de este mundo como primera medida y valor de lo que hacemos.
Por eso Jesús nos dice al corazón: "No se inquieten...", busquen en realidad el Reino y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura; Me parece que es lindo pensar que en estas palabras, se puede resumir la semana: busquemos el Reino de Dios, busquemos ser hijos de Dios, vivir como hijos de Dios y amar a nuestro Padre y a nuestros hermanos; busquemos la santidad, no la santidad que espera ser vista por los demás, sino la santidad oculta, silenciosa, sencilla, la santidad de “la puerta de al lado” como decía el Papa Francisco, la que no se inquieta por las cosas de esta vida, la que le da a cada cosa su nombre y pone a cada cosa en su lugar.
Porque en realidad, el que es hijo de Dios quiere servir solamente a su Padre, quiere amarlo solamente a Él; y por eso no puede servir al dinero al mismo tiempo que a Dios, porque, en definitiva, aunque seamos cristianos, terminaremos como dice Jesús: interesándonos más por uno y menospreciando al otro. Interesándonos más por las cosas de nuestra vida, por lo que queremos alcanzar, por querer dejar algo, por querer acumular y no por el amor de Jesús. ¿Cuántas cosas acumulamos en la vida sin sentido, pensando en construir un mañana que al final no sabemos si nos tocará vivir o no? ¡Qué necios que somos a veces! Cómo nos cuesta darnos cuenta, cómo nos cuesta tener fe y confiar en que somos hijos de un Padre, que jamás nos dejará sin lo necesario para vivir; sin su Amor, y por supuesto, con lo necesario para nuestro alimento y vestido.
Ojalá que hoy no nos "inquietemos", ojalá que hoy comprendamos estas palabras de Jesús y realmente busquemos el Reino y su justicia. Si nos afligimos, si nos inquietamos por el mañana es porque no estamos viviendo como hijos; no estamos comprendiendo estas palabras de Jesús.
Por eso en el camino de la vida te habrá pasado que podemos encontrarnos muchos hijos de Dios que son felices con muy poco, que no necesitan mucho para ser felices, y todo lo contrario, podemos encontrar, incluso vos y yo, muchas personas que tienen todo, que no les falta nada, incluso lograron todo lo que desearon en la vida y, sin embargo, no terminan de estar felices, porque en definitiva no aprendimos a poner nuestro tesoro, nuestro corazón en lo que realmente importa.
Por eso, la lámpara del cuerpo es el ojo, tenemos que aprender a ver con ojos de hijos de Dios toda la realidad, aprender a aceptar lo que nos toca vivir, aprender a caminar despacito, sin frenar para poder llegar, a no bajar los brazos, a levantarlos cuando estamos caídos, a animarnos cuando estamos cansados.
El Sermón de la Montaña es un pequeño caminito para que descubramos lo esencial de nuestra vida y que no acumulemos cosas que acá en la tierra son pasajeras. Todo es pasajero, lo único que no pasa es que somos hijos y que tenemos que imitar al Hijo del Padre que es Jesús y que tenemos que llegar a nuestro Padre del cielo para darnos un abrazo que dure toda la eternidad. Ese es el verdadero tesoro.
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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 20 de junio + XI Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 19-23
Jesús dijo a sus discípulos:
No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.
La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado. Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 6, 7-15
Subiendo la montaña vivimos diferentes sensaciones y estados de ánimo, decíamos el otro día. Empezamos en general entusiasmados, con ganas de llegar, mirando la meta, mirando la cumbre. La cumbre se transforma como el imán que nos atrae para que, cuando nos gane el cansancio, pensemos únicamente en lo más importante, en llegar.
En este camino espiritual que venimos haciendo estas semanas, escuchando el Sermón del Monte, la cumbre es para nosotros, los hijos de Dios, llegar a estar con Jesús, llegar a disfrutar de su presencia, de sus palabras, que nos conducen al Padre, pero, en definitiva, vivir como él, vivir como hijos de Dios. Acordémonos que decíamos que por momentos la montaña se vuelve escabrosa, difícil, cansadora, como la vida, como la vida espiritual de los que tenemos fe. Lo que al principio era entusiasmo, de a momentos se vuelve tedio, nos tira para abajo, nos desanima. No estamos siempre igual, no podemos ser tan ingenuos. No somos máquinas, no somos robots. Cuando se está cansado, también es lindo frenar en el camino para tomar un poco de aire, para descansar un poco y mientras se descansa mirar el paisaje, mirar y contemplar lo caminado para recobrar fuerzas y ánimo y poder seguir.
Algo parecido creo que pasa hoy en este discurso de Jesús, pareciera que hoy nos da un respiro, nos viene un poco de aire fresco. Después de escuchar palabras difíciles, complicadas de aceptar y vivir, Jesús nos enseña a respirar. Sí, a respirar. Porque la oración, el diálogo con el Padre es el aire de nuestra vida interior, de nuestra vida de fe, el aire para los pulmones del alma. Pareciera como que Jesús nos enseña a tomar aire, quiere que aprendamos cómo hablarle a nuestro Padre, cómo debe hablarle un hijo de Dios a su Padre. No nos enseña una fórmula mágica para que podamos conseguir lo que queremos; no nos enseña una oración para que aprendamos de memoria y la recemos todos los días solamente para cumplir con nuestra obligación de cristianos; no nos enseña simplemente una serie de palabras que nos aseguran la salvación. Nos enseña algo más grande, más profundo, nos enseña a respirar, nos enseña lo esencial de la vida de hijos, de la vida sobrenatural. Nos enseña a desear lo fundamental, nos enseña a pedir lo esencial y por lo tanto, nos enseña, abriéndonos su corazón, lo más importante para vivir como hijos del Padre; desear primero, antes que nada, lo mejor para nuestro Padre y, finalmente, pedir lo necesario para ser hijos de corazón y no solo de palabra.
El Padrenuestro, es verdad, es sencillo, simple, pero contiene todo. Justamente ahí está su maravilla, en la simplicidad y en la sencillez. Todo está en estas palabras. Toda nuestra vida debería ser un desear y pedir lo que nos enseña el Padrenuestro, lo que dice el Padrenuestro. El Padre sabe todo, él, que ve en lo secreto, sabe el secreto de nuestras vidas, de la tuya y de la mía, el secreto que ni siquiera nosotros a veces podemos descubrir.
Hoy, por eso, respiremos aliviados, respiremos en medio de la montaña, aire fresco. Dejemos que la brisa nos toque la cara y nos dé un poco de paz. Respiremos con la mejor oración que podríamos imaginar, la oración que salió de los labios del mismo Jesús, nada ni nadie puede superar la oración salida del corazón del mismísimo Hijo de Dios.
Padre Nuestro, Padre de los que amamos y de los que nos cuesta también amar. Padre de buenos y de los malos. Padre de todos, enséñanos a respirar con esta oración salida de los labios de tu hijo Jesús, de nuestro buen hermano. Enséñanos a que cada día aprendamos a rezar con el corazón, de verdad. Basta de palabras vacías, basta de palabras repetitivas que no llegan al alma y no llegan al corazón. Basta de hijos que le rezan a un Padre que no conocen ni quieren conocer. Nosotros, Señor, queremos conocerte y darte gloria. Padre, queremos dar gloria a tu nombre, que tu nombre sea conocido. Queremos dar gloria con nuestra propia vida, con nuestras obras, queremos que tu nombre sea santificado, conocido, amado.
Nada más ni nada menos que su amor, la satisfacción de saberse amado siempre, digan lo que digan, piensen lo que piensen los demás y la satisfacción de vivir intentando agradarlo a él y a nadie más, solamente a nuestro Padre que está en los cielos. Tu Padre, nuestro Padre que ve en lo secreto, nos recompensará… Esto no quiere decir que nos dará «cosas» materiales, sino que nos dará su mismo amor. Se nos dará él mismo por medio de su Hijo y el Espíritu Santo, esa es la gran recompensa del que se siente hijo y vive como hijo. ¿Nos parece poco?
Probemos hoy vivir de cara al Padre, probemos vivir haciendo todo sabiendo que nuestro Padre que ve en lo secreto, nos recompensará. No andemos buscando la recompensa de los demás, no pretendamos que los otros sepan lo que hacemos solo por amor, porque en el fondo cuando pretendemos ser reconocidos por otros estamos manifestando que no estamos haciendo las cosas con gratitud y por gratuidad, por amor puro.
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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 18 de junio + XI Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 1-6. 16-18
Jesús dijo a sus discípulos:
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que, con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 5, 43-48
Cuando se sube una montaña, se experimentan muchas sensaciones. Lo habrás vivido alguna vez; si no, te lo voy contando. Los comienzos siempre son para entusiasmarse, siempre es lindo empezar, es lindo emprender un viaje nuevo, una ruta nueva, aunque parezca difícil. Por eso, cuando se empieza a subir una montaña, a treparla, como decimos, generalmente se empieza con ganas, mirando la cumbre, mirando el lugar donde queremos llegar, mirando la meta, y eso moviliza el caminar. La cumbre atrae, las ganas de estar allí, anima a levantar la cabeza y a poner todas las fuerzas en cada paso. Imaginemos eso. Imaginemos eso mismo en este momento, pero siendo Jesús la cumbre, siendo él mismo la meta. Él está en la cumbre, hablándonos, esperándonos, diciéndonos este sermón desde la montaña para darnos vida, para enseñarnos a amar con todo el corazón, para ayudarnos a que descubramos todo lo que podemos amar.
Cuando se escucha la Palabra de Dios, se experimentan también muchas sensaciones; ojalá que estemos experimentando las ganas de escuchar, las ganas de subir para ver mejor y escuchar de cerca. Sin embargo, hay que reconocer que cuando uno escucha las palabras de Dios, como la de hoy, y piensa que la cumbre del amor, es el amor a los enemigos, nos puede también pasar lo contrario, nos puede pasar que se nos van las ganas de subir, sobre algo de esto intentaremos hablar en esta reflexión. Es como si nos dijeran: «Mirá, tenés que subir al Everest, al monte más alto del mundo», nos parece imposible, pensamos que no podemos llegar. ¿Podemos llegar hasta el amor a los enemigos?
Como decíamos ayer, no se puede ver bien sin subir, no se puede comprender la Palabra entonces sin hacer un esfuerzo para salir de uno mismo. Mucho menos las palabras de Algo del Evangelio hoy, que parecen cada vez más difíciles e imposibles para nuestra pobre mente y nuestro corazón a veces tan mezquino y tan herido, que no termina de comprender el infinito amor de Dios, que no hace distinción y hace llover sobre todos, buenos y malos, malos y buenos.
Seguramente en nuestra vida hemos oído muchas cosas, quizás nos enseñaron muchas cosas, de algún modo fuimos adquiriendo muchas enseñanzas, costumbres, modos de pensar y sentir, algunas muy buenas y otras no tanto. Todos fuimos aprendiendo a amar como pudimos, según lo que vimos, según lo que nos enseñaron y lo que pudimos comprender. Muchas cosas las copiamos sin darnos cuenta, otras fuimos construyéndolas nosotros mismos con nuestro discernimiento. En definitiva, lo que quiero decir es que no somos perfectos ni mucho menos, ya lo sabemos, no amamos perfectamente, no sabemos amar como Dios y a veces no podemos, aunque queremos. Creo que no es necesario ser muy inteligente o humilde para reconocer esta verdad, incluso experimentarlo puede ser causa de sufrimiento interior; nos gustaría amar más y mejor, muchas veces, porque fuimos creados para eso, sin embargo, experimentamos nuestra debilidad y no nos alcanza nuestro pobre amor. A pesar de todo esto, hoy Jesús nos habla del desafío más grande que podamos imaginar: «Suban el Everest, subilo, vos podés. “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”». Una propuesta que se puede estampar, chocar contra nuestra razón y nuestro corazón. Es necesario que hagamos alguna aclaración previa para que no nos resulte todavía más difícil aceptar estas palabras de Jesús.
No debemos confundir la palabra «perfección» con perfeccionismo, como una pretensión de no equivocarse nunca, como un perfeccionismo voluntarista, alcanzado por nuestra obsesión de no equivocarnos y ser buenos para los demás. Jesús se refiere a otra cosa. En el fondo podríamos decir que nos está diciendo: «Amen como ama mi Padre, amen porque mi Padre los ama, hagan lo que hagan, amen a buenos y malos como mi Padre lo hace». Un hijo de Dios quiere amar como su Padre, eso nos está diciendo. Por eso seguimos con el tema de ser hijos y de vivir y amar como el Hijo de Dios.
Vuelvo a decir, no es ser tontos y dejar que el mal triunfe dejándome pegar, dejando que la injusticia gane la pulseada. ¡¡¡NO!!! Eso no es cristiano, no es de hijos de Dios. Poner la otra mejilla, es responder con un bien y que eso incluso nos exponga a recibir otro mal a causa del bien. El que ama se expone amando. El que ama se expone a sufrir por amor, no por masoquismo. Por eso hay que entender bien las palabras del Evangelio de hoy, para que no te pase como esta persona que se enojó en estos días, porque en el fondo no pudo escuchar; no por mala, no pudo escuchar. O escuchamos a nuestra manera, ponemos el oído y no profundizamos.
Probemos vivir estas palabras llenas de sabiduría de hoy en lo sencillo de nuestras vidas. Respondamos con una sonrisa alegre al saludo amargo del lunes por la mañana de tu compañero de trabajo, del que maneja el colectivo, el medio de transporte. Respondamos dejando el asiento a otro o a otra aunque a vos te lo hayan negado. Respondamos dando más de lo que nos pidieron, para ser generosos, demos más de lo estrictamente necesario, de lo que nos deja la conciencia tranquila. Respondamos llamando al que nos quiere y nosotros estamos esperando que nos llame. Hay miles de formas de probar las palabras de Jesús de hoy. Probemos, no nos vamos a arrepentir. Amar no es de tontos, es de inteligentes. Amar es la única manera de romper la cadena de mal que a veces nos enreda y no nos deja vivir en paz. El mal siempre estará cuando un corazón en vez de responder con el bien, responde con el mal. El mal en el fondo está en nosotros cuando no sabemos elegir el mejor camino, el que Jesús nos enseñó.
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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 16 de junio + XI Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 38-42
Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él.
Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 16, 12-15
Celebramos hoy, en este domingo, la Solemnidad de la Santísima Trinidad, después de haber celebrado en la Cuaresma los misterios de la vida de Jesús, en la Pascua su resurrección, su ascensión y el envío del Espíritu, celebramos que Dios es Uno y Trino. Creemos por la fe que el Padre, para salvarnos, envió a su Hijo y al Espíritu Santo, siendo los tres el mismo Dios. Son tres personas. Revivimos esta fiesta también para darnos cuenta que Dios es Dios, y que todo lo que podamos decir de él nunca alcanza. Sabemos que nada de lo que queramos aportar, aporta lo suficiente. Dios ES, se dice, él es. «Yo soy el que soy», dijo en el Antiguo Testamento. También esta es la fiesta, de alguna manera, de reconocer esta verdad: que somos criaturas y que Dios es más grande de todo lo que podamos pensar, absolutamente más grande que todo lo que podamos imaginar. Por eso, y siempre, pero hoy especialmente, en el día de la Trinidad, no importa tanto lo que nosotros digamos de él, sino lo que él nos diga a nosotros, como en el Algo del Evangelio de hoy: «Aún tengo muchas cosas que decirles», dijo Jesús antes de partir.
Aunque este día es algo muy especial, en realidad, siempre decimos y debemos decir que en cada misa celebramos a la Santísima Trinidad, siempre la tenemos presente, somos más trinitarios de lo que imaginamos. La misa es una ofrenda a la Trinidad. Desde una señal de la cruz, durante toda la misa, en cualquier oración que hacemos siempre nombramos a la Santísima Trinidad. Y, aunque lo escuchamos muchas veces, deberíamos decir que no sabemos cómo ES realmente nuestro Dios. Nos equivocamos mucho cuando hablamos de él, cuando pensamos sobre él, cuando incluso nos damos el lujo de enojarnos con él. Pero Dios es Dios, y por eso nosotros no podemos hacernos ídolos y dioses a nuestra medida. No tenemos que mirarnos a nosotros mismos tanto, sino tenemos que mirar lo que Dios nos vino a enseñar sobre él mismo. Él vino a mostrarnos cómo es él mismo y no las imágenes y las cosas que nosotros tenemos sobre él, nos armamos sobre él. Por eso el hombre se llena de ídolos y a veces, incluso puede ser, con buenas intenciones, reemplaza a Dios por los santos o ídolos humanos, o ídolos hechos a nuestra medida. Pero Dios es Dios y esa es la mejor noticia.
La Trinidad es siempre comunión de amor, comunión de libertad pura para amar. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son solamente un Dios que quiso quedarse ahí para mirar la historia desde arriba. La Trinidad vino a vivir con nosotros, se «acostumbró» a estar con nosotros en Jesús, para que nosotros sepamos cómo es él, para que nosotros descubramos cómo vive Dios en su interior, por decirlo así. Dios es una «familia». La Trinidad es una, pero no está sola. Ama eternamente. Y el que ama jamás está solo ni lo estará. Y por eso, como nosotros somos creados a su imagen y semejanza, para vivir plenamente, debemos aprender a vivir como vive el mismo Dios, como es él y como Dios mismo nos creó. Como imagen y semejanza de él, nosotros también no fuimos creados para estar solos. Ni siquiera para pensar que estamos solos, para permitirnos decir que andamos solos. Nunca estamos solos, jamás estamos sin nadie, aunque muchas veces nos aislemos y nos sintamos solos por culpa de la falta de amor de los demás y de nuestro amor propio, nuestro propio corazón que se olvida de esta verdad.
¡Que no se nos cruce por la cabeza y el corazón pensar hoy que estamos solos o que estaremos solos alguna vez! ¡Ni siquiera nos imaginemos esa situación! Porque, aunque estemos realmente solos y no tengamos a nadie al lado nuestro, en nuestro corazón vive la Santísima Trinidad. Vino a habitar entre nosotros y a quedarse con nosotros. Por eso no nos creamos esto; aunque lo sintamos en algún momento por nuestra debilidad, no vivamos como si estuviéramos solos, «creando nuestra propia vida». El que «construye su propia vida», pensando y viviendo como alguien que anda «solo», finalmente se queda solo, bien solo, pero por su propio encierro.
Dónde está ese Cordero que quita nuestros pecados, que sana nuestro corazón, que nos libera de las cosas que nos atan, que nos da paz, que recibe nuestros agobios.
Que, al mirar la Hostia hoy en la Misa, en alguna Misa, nos ayude a reconocer dónde está el verdadero Cordero que quita el pecado del mundo, que sigue haciéndose pequeño, que sigue haciéndose humilde, que sigue mostrándose vulnerable para que nosotros nos enternezcamos y nos animemos a amarlo cada día más, y seamos verdaderos hijos de Dios.
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p. Rodrigo Aguilar
Martes 24 de junio + Solemnidad del Nacimiento de Juan Bautista + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 57-66. 80
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan.»
Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.»
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan.»
Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.
Palabra del Señor.
Lunes 23 de junio + XII Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 7, 1-5
Jesús dijo a sus discípulos:
No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.
¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Deja que te saque la paja de tu ojo», si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 9, 11b-17:
Una imagen de la escena de hoy, una vivencia nuestra, y una respuesta de Jesús; eso es lo que te propongo para algo del evangelio.
Una imagen de la palabra de Dios: gente con "hambre". Jesús se da cuenta, percibe el hambre de la gente, y la quiere saciarla, quiere utilizar a sus discípulos para saciar esa hambre. Esa imagen de la palabra de Dios, esta realidad que Jesús percibió, también se debe transformarse en una vivencia nuestra, en algo que debemos descubrir: nosotros también tenemos hambre..., y no hambre de pan, aunque sea verdad que algunos sufren hambre en serio, por las injusticias de este mundo.
Cuando tenemos hambre, sentimos un "vacío" en el estómago, incluso sentimos como nos cruje o hace ruido pidiéndonos alimento; bueno, esa vivencia corporal tiene que ser de alguna manera, algo que nos ayude a pensar en nuestro "hambre espiritual", en esa hambre de algo más grande y que a veces no nos damos cuenta, aunque muchas veces nos cruje el corazón por la falta de amor y de Jesús. Cuando Dios no está en nuestra vida, también sentimos hambre, sentimos un vacío, y cuando sentimos ese vacío, tenemos que darnos cuenta de que nos falta algo que no puede saciarse con cualquier cosa; que solo puede saciar el amor de Dios.
Cuando experimentamos hambre física; el estómago nos cruje y ese crujido nos hace buscar alimentarnos, no podemos vivir sin alimentarnos. Así como escuchamos esos crujidos de nuestra panza, también podemos experimentar otro tipo de "crujidos", los crujidos de nuestra vida, los del corazón, que nos hacen darnos cuenta de que nos falta algo más grande y profundo. Esos "crujidos" pueden ser un dolor, una caída fuerte, un pecado, una angustia, una desesperación, un abandono, una tristeza; todo este tipo de vivencias nos hacen darnos cuenta de que nuestra sensación de hambre es mucho más profunda y que a veces buscamos saciarla con alimentos perecederos y no el alimento que da la Vida Eterna. Por eso hoy, en el día de la Eucaristía, el día del Cuerpo y la Sangre de Cristo; tenemos que percibir que es Jesús quien viene a saciarnos, el que viene a darnos lo que realmente necesitamos.
Él les dice a sus discípulos: "Denles ustedes de comer"; también a nosotros. Somos los que tenemos que dar de comer a los demás y saciarlos del hambre que tienen, y al mismo tiempo eso nos sacia a nosotros. El amor, no se compra ni se vende, es gratuito, y sacia al que lo recibe y al que lo da. El hambre verdadero no se soluciona "comprando" cosas, el hambre verdadero de nuestra vida, solamente puede saciarlo Jesús.
Por eso hoy celebramos la Fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor, que se quedó con nosotros para saciar los vacíos más profundos de nuestra vida.
Esta solemnidad exalta, alaba, se alegra y se maravilla del misterio más grande de la fe: "Este es el misterio de la fe", -decimos en la misa-, "Anunciamos tu muerte y proclamamos tu Resurrección hasta que vuelvas", contestamos. ¿Qué sería de nosotros, sin la Eucaristía?... Sin la Eucaristía, sin el Cuerpo y la Sangre del Señor presente realmente en nuestra vida; no habría Iglesia, no seríamos nada, no podríamos nada, ¿Para qué nos reuniríamos hoy en nuestros templos?; sólo nos puede convocar y reunir: Él. Nos reunimos por Él y en Él. Él hace la Iglesia día a día, con su amor, entregándose siempre, sin condiciones. Aunque vos y yo no nos demos cuenta, aunque a veces lo tenga en mis ljlj y aun así no me dé cuenta. Incluso sabiendo que muchas veces no lo valoramos ni los fieles, ni nosotros los sacerdotes; no terminamos de comprender... Si supiéramos, si comprendiéramos realmente con el corazón, que Él está ahí en la Eucaristía; ¡cómo nos emocionaríamos!
Sin embargo, a veces lo traicionamos, lo cambiamos por cualquier cosa; queremos "comprar" esa hambre con otras cosas; con nuestros caprichos, con un partido de fútbol, con la pereza, por egoísmo.
Si vivimos tras las cosas mundanas, si vivimos estresados sin sentido, si vivimos preocupándonos por cómo llegaremos a fin de mes, a dónde nos iremos, es porque no estamos todavía viviendo como hijos del Padre. Lo que nos debería inquietar es amar al Padre sobre todas las cosas, y a sus demás hijos, y todo lo demás vendrá por añadidura.
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p. Rodrigo Aguilar
Sábado 21 de junio + XI Sábado durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 24-34
Jesús dijo a sus discípulos:
Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.
Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?
¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos.
Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!
No se inquieten entonces, diciendo: «¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?» Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 6, 19-23
Cuando subimos a la montaña y vamos avanzando en el camino, decíamos que a veces las cosas se ponen difíciles, porque todo tiene su dificultad; subir cuesta, pero a veces también encontramos, decíamos, «respiros» por el camino, y es bueno frenar en la montaña para respirar, no se puede subir todo de golpe. Dice un viejo lema en aquellos que andan por la montaña: «Hay que subir como ancianos para llegar como jóvenes». La montaña no se puede correr, en la montaña no vale la pena acelerar el paso. Simplemente hay que mantener un paso constante y firme, pero lento. Así es como se sube también en el camino de la fe, de a poquito, despacio.
Y ayer utilizábamos esa imagen del respirar para pensar en la gran oración del Padrenuestro, el modelo de toda oración cristiana que nos enseñaba Jesús como un respiro para nuestra alma en el camino de la vida, en el camino de cada día, como un respiro del corazón.
Y hoy podemos seguir utilizando la imagen de la montaña para pensar que en la montaña, entonces, si tenemos que ir ligeros y despacio, no vale la pena llevar muchas «cosas», vale la pena llevar estrictamente lo necesario, lo indispensable para caminar, alimentarnos y seguir.
A la montaña no hay que llevar cosas que no utilizaremos, no hay que cargar de más, no hace falta cargar tanto peso; porque, en definitiva, si seguimos con la imagen de la montaña para llegar a Jesús, lo importante es llegar a él. No importa llevar muchas cosas, sino estar con él y escucharlo, por eso ¿qué sentido tiene llevar tantas «cosas» si nos queremos encontrar solo con Jesús? ¿No es acaso él nuestro tesoro, no es acaso él nuestra meta, la cumbre?
Por eso, en Algo del Evangelio de hoy, Jesús nos invita a que pensemos dónde tenemos nuestro corazón; porque, en definitiva, donde esté nuestro corazón, estará nuestro tesoro y al revés, donde esté nuestro tesoro, estará nuestro corazón. Allí donde ponemos nuestras fuerzas, nuestros deseos, nuestras metas, logros y proyectos; ahí en definitiva está nuestro corazón, ahí ponemos, como decimos, todas nuestras energías.
Y por eso Jesús nos dice: ¿qué sentido tiene que acumulen cosas: títulos, fama, «palmaditas en la espalda», aplausos, elogios, cosas materiales?, ¿qué sentido tiene?, si, en definitiva, lo que importa es que tu Padre, que ve en lo secreto, te recompense. ¡Cómo nos cuesta esta palabra en el mundo de hoy!, donde, todo lo contrario, se nos invita a acumular y acumular, se nos hace tener miedo porque no sabemos nunca lo que pasará y por eso es bueno estar seguros a través de las cosas materiales y a través del prestigio que el mundo nos dice que tenemos que ir ganando. Las enseñanzas del mundo son totalmente contrarias a las enseñanzas de Jesús, por lo menos en este aspecto. No sirve de nada acumular si en realidad no acumulamos lo más importante, no acumulamos amor, no acumulamos deseos de estar con Jesús. En definitiva, nuestro camino en esta vida se puede truncar en cualquier momento, no lo sabemos.
Si lo que importa es encontramos con Jesús, entonces ¿por qué seguimos poniendo nuestro corazón en las cosas de la tierra, cosas que son pasajeras, muy buenas por ahí, pero que en definitiva nos la pueden robar?
¡Qué lindo es que tengamos la «lámpara» del cuerpo que es el ojo, puro para ver lo que realmente importa en nuestra vida, puro para descubrir en dónde tenemos que poner nuestra fuerza, nuestro tesoro, puro para poder ver que somos hijos de Dios y que, en definitiva, no podemos olvidarnos de lo más importante, lo único importante, esencial en nuestra vida es que vivamos como hijos y que sintamos la alegría del Padre hacia nosotros porque vivimos y nos comportamos como hijos.
Queremos ser hijos y vivir como hijos.
Queremos reconocer a todos como hermanos. Por eso, Padre, te volvemos a decir con todo el corazón: Enséñanos a rezar. ¿Te acordás, Padre, que los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñe a rezar? Bueno, hoy nosotros, todos los que escuchamos tu Palabra cada día, tu Palabra que nos llega a través de las Escrituras, queremos también pedirte que nos enseñes a rezar, que Jesús nos enseñe a rezar en el Espíritu Santo, porque nada puede salir de nuestros labios bueno si no es movido por el Espíritu Santo. Solo el Espíritu Santo nos hace clamar, en el fondo, «Abba», es decir, Padre. Papito, sos nuestro papá. Queremos vivir como hijos y comportarnos como hijos.
Que hoy el Padrenuestro sea la respiración de nuestra alma, sea ese breve descanso para juntar fuerzas y seguir caminando.
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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 19 de junio + XI Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 7-15
Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 6, 1-6. 16-18
Subir montañas cuesta, es lindo, pero cuesta. No hay que negar la realidad. Cuando uno sube una montaña, a veces el camino se pone escabroso, difícil, no todo es fácil. Cuanto más se sube, podríamos decir que más difícil se hace el andar. Esta imagen me sirve para decir esto: estamos en la parte escabrosa del Sermón de la Montaña –por ahí no es una palabra feliz, pero es la que me sale–, es una de esas partes más difíciles; en realidad, digamos así, es la parte más difícil. La cuestión se pone difícil, se pone mucho más dura. Lo experimentamos ayer, porque no es fácil aceptar que hay que amar a todos, no es fácil entender que hay que amar incluso hasta a los enemigos. No es fácil creer en un Dios que es Padre de todos, de malos y buenos, que cuando se trata de amar, no hace diferencia como lo hacemos nosotros. No es fácil enamorarse de un Padre que mira con corazón de enamorado a todos, incluso al que vos y yo, por débiles, podemos despreciar o, incluso, ignorar. Por eso no todos llegan a comprender este Sermón, no todos saben vivir como hijos de Dios, no todos quieren llegar a la cumbre de la montaña, muchos abandonan por el camino, al ver que se pone difícil. Todos somos hijos, pero no todos queremos o pretendemos vivir como hijos de Dios.
No sé qué estarás pensando al escucharme, a veces me intriga lo que piensa cada uno de los que escuchan estos audios, pero sería imposible saberlo, no importa, en realidad. Pienses lo que pienses, te invito a que sigamos escuchando, sigamos subiendo, aunque se ponga difícil; hagamos el esfuerzo, aunque a veces nos cansemos y no queramos escuchar más. Lo escabroso, lo difícil pasa y lo lindo va llegando de a poco. No hay nada tan maravilloso como llegar a la cima de una montaña y poder ver todo lo que se hizo desde arriba, con el corazón sereno, desde otra perspectiva.
En Algo del Evangelio de hoy, más allá de que Jesús habla de las tres ya conocidas prácticas de piedad cristianas que reforzamos siempre en la Cuaresma, oración, limosna y ayuno, el corazón de la palabra está, me parece, en otro lado, contenida en esta frase: «Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos». Ahí está la clave. ¡Tengan cuidado! Eso quiere decir que el peligro siempre está presente, el peligro de equivocarse aun con buenas intenciones, aun haciendo cosas buenas. Aun cuando rezamos, damos algo a los pobres, aun cuando podemos privarnos de algo por amor a los otros. ¡Tengamos cuidado! ¿De qué? Tengamos cuidado de no ser hijos vanidosos, o sea, de poner nuestra satisfacción en que vean lo que hacemos, que nos reconozcan, que nos tengan en cuenta, que nos palmeen la espalda como signo de reconocimiento. Un hijo de Dios en serio, un hijo de Dios no encuentra como primera medida, su satisfacción en que sus hermanos lo aplaudan y vean lo bueno que es. El buen hijo de Dios se alegra, se conforma, se reconforta con saber que su Padre lo ve y sabe todo, aun cuando nadie en este mundo lo vea.
¿Sabés qué nos pasa cuando vivimos de cara a los demás, o sea, cuando vivimos esperando ser reconocidos por los otros, algo que hacemos incluso inconscientemente, sin darnos cuenta? Nos pasa que nos podemos decepcionar muy fácilmente, muy seguido, porque no siempre nos reconocen todo lo que creíamos que nos merecíamos y podemos quedarnos con muy poco, porque el reconocimiento humano es pasajero y muy cambiante. El que hoy nos reconoce, mañana nos puede desconocer.
Por eso Jesús, es el Hijo que no buscó otra cosa que la gloria del Padre, él mismo, nos enseña el camino de la felicidad interior, de la felicidad verdadera y duradera. Vivir de otra cosa, vivir de la recompensa secreta del Padre del Cielo. Vivir de la recompensa secreta de nuestro Padre. ¿Y cuál es la recompensa?, nos podríamos preguntar.
Porque si somos hijos, ¿cómo vamos a despreciar a otro hijo de Dios, cómo es posible que odiemos a un hermano? Si somos hijos de un mismo Padre que ama a todos, y no por un merecimiento, ¿cómo es posible que seamos capaces, por ejemplo, de negarle el saludo a alguien? El odio, el negar un saludo, el rencor, el devolver con el mal al mismo mal recibido, son reacciones de los que todavía no se sienten hijos y hermanos de todos los hijos del Padre. De aquellos que todavía no tienen la fe suficiente.
J esús nos pide estas actitudes, no solo por los enemigos, sino también por nosotros mismos. No solo porque todos son dignos de ser amados, sino porque nosotros tampoco somos dignos de odiar a nadie, no fuimos creados para odiar. El odio no solo daña al que lo recibe, daña al que lo tiene. Nos hace mal a nosotros mismos. Por eso al perdonar a un enemigo, a alguien que nos hizo el mal, nos perdonamos a nosotros mismos. ¿Quiénes son entonces nuestros enemigos?, podríamos preguntarnos. No solo los que alguna vez nos hicieron el mal, sino también aquellos que nos cuesta amar, por distintos motivos, los que nuestro corazón rechaza por «una cuestión de piel», como decimos a veces. Y entonces ¿qué nos pide Jesús? ¿Qué seamos amigos a la fuerza? No. Lo que nos pide es otro tipo de amor, no un amor de amistad, nos pide que por lo menos no le neguemos el saludo, que recemos por ellos, que no critiquemos, que no lo juzguemos y que por supuesto no le hagamos el mal. Porque no debemos hacer lo que no nos gusta que nos hagan.
Nuestro corazón está hecho para cosas grandes. Somos hijos de un Padre que ama a todos y está deseando que sus hijos no se desprecien entre sí. Probemos hoy saludar al que no nos saluda, probemos hoy rezar por el que no nos quiere, por el que nos hizo el mal. Vamos a ver que no nos vamos a arrepentir.
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p. Rodrigo Aguilar
Martes 17 de junio + XI Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 43-48
Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 5, 38-42
Hay que subir a la montaña, es lindo subir una montaña. Seguro que alguna vez lo hiciste, seguro que alguna vez en algún campamento, de chico, te hicieron subir una montaña y tuviste esa experiencia, cansadora y gratificante al mismo tiempo, es inevitable, para llegar arriba hay que esforzarse. Es la propuesta de estas semanas, junto a Jesús, simbólicamente subir a la montaña, para estar con él y poder escucharlo para recibir la ley el Reino de los hijos de Dios, la nueva ley del Reino de Dios, la que ya no quedó grabada en piedras, como la Ley de Moisés, sino que quedó grabada en los corazones de los discípulos y desde ese día fue transmitiéndose de corazón a corazón, para llegar al tuyo y al mío.
En este comienzo de semana, te propongo hacer juntos el camino espiritual de ir subiendo, de que las palabras de Jesús nos vayan atrayendo tanto que tengamos ganas de subir interiormente una montaña. No hay otro camino para ver las cosas diferentes, para ver el paisaje desde arriba hay que subir. Solo desde arriba se puede disfrutar la vista de una manera nueva y única. Lo mismo pasa con las palabras del Sermón de la montaña, lo mismo pasa con la nueva ley de los hijos de Dios. Solo el que sube las comprende y asimila, solo el que se pone en camino para subir, para salir de uno mismo, de la comodidad de sus pensamientos y sentimientos puede aceptar que Jesús venga a decirnos: «Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo…». Solo él puede darle sentido pleno a la ley grabada en piedras frías y sin vida, solo él puede grabar la ley del amor verdadero en corazones con vida.
El Sermón de la Montaña a veces genera controversias, enojos. De hecho, en estos días alguien nos escribió enojada, porque no le gustó, en el fondo, lo que dijo Jesús en el Evangelio. No pusimos otra cosa en esa imagen que lo que Jesús dijo y, sin embargo, una persona se enojó, porque aquel que no es capaz de subir, en el fondo, choca contra sus pensamientos y sentimientos e incluso la nueva ley de Dios parece ser más imposible que la antigua. Por eso, subamos, no nos enojemos, escuchemos lo que Jesús nos dice y abramos nuestro corazón.
Vamos a subir juntos esta semana, vamos a escuchar la ley de los hijos del Padre que tiene que ser «superior», «mejor» a la de los escribas y fariseos, mejor a la de los que creen que por cumplir están salvados, están con la conciencia tranquila, están agradando a Dios. Un hijo siempre quiere más, un hijo verdadero no calcula, un hijo entrega su corazón.
Como tantos hombres a lo largo de la historia que escucharon estas palabras de Jesús, seguramente te sorprenderás, te asustarás o bien te enojarás porque te parece una locura semejante pedido de Jesús o te parece incluso injusto e ilógico. Pero vuelvo a decirte lo que dije muchas veces: para comprender hay que creer, para aceptar hay que amar las palabras de Jesús y para comprenderlas y aceptarlas hay «subir a la montaña», hay que salir de uno mismo, hay que esforzarse un poco para no creérsela, para no considerar que nosotros tenemos la verdad. Se necesita humildad y para ser humildes hay salir del Yo.
«Yo les digo… Yo les digo…», nos dice Jesús. Yo les digo que el mal no se soluciona con otro mal, a eso se refiere Jesús. No podemos responder al mal con el mal. Yo les digo que el fuego no se apaga con alcohol, que lo mojado no se seca con agua. Yo les digo que el mal solo puede ser vencido por el bien. Yo les digo que la mejor arma para destruir y afrontar el mal es el amor y la verdad, y la verdad es que el amor es el remedio al dolor, a la violencia, es el remedio al odio, a la mentira, es la respuesta a la ira, a la violencia, a la insensatez, a la corrupción, al engaño, a la tristeza, a la hipocresía y así podríamos seguir.
Presentar entonces la otra mejilla...Escuchemos bien: presentar la otra mejilla, dar el manto, acompañar más de la cuenta si nos pidieron, no es ser tontos, no es dejarse aplastar por el mal y no hacer nada. Es responder con bien.
Quiero que recemos juntos esta verdad y le hablemos a nuestro buen Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo:
«Trinidad Santa, que habitas en nuestra alma, no dejes que pensemos hoy que podemos estar solos, no dejes que construyamos nuestra vida solos. No dejes que nos creemos un dios a nuestra medida. Danos la gracia de poder experimentar este gran misterio, aunque nunca podamos comprenderlo totalmente. Sos Padre, sos Hijo y sos Espíritu Santo. Sos Padre que nos engendró, y que nos da vida siempre, y deseas que nos sintamos como hijos. Sos Hijo que vino a ser nuestro hermano mayor y a salvarnos dándonos su amor y enseñándonos a amar. Y sos Espíritu de amor, que se quedó para siempre a vivir en nuestro corazón, para que nunca nos creamos que estamos solos, y para que comprendamos cómo es realmente nuestro Dios».
Que tengamos un buen domingo, un domingo vivido en familia, que también lo vive la Trinidad, una familia que es comunión de amor y quiere entregarse a nosotros, para que nosotros aprendamos a entregarnos a los demás. Y que la bendición de Dios, que es Uno y Trino, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
Domingo 15 de junio + Solemnidad de la Santísima Trinidad(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 12-15
Jesús dijo a sus discípulos:
«Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.»
Palabra del Señor.