El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org Cualquier testimonio o consulta escribir a algodelevangelio@gmail.com
Nosotros a veces somos como «golosos» de la vida y de las cosas, incluso de la verdad, pretendemos todo y de una vez y para siempre, queremos saber todo y rápido; sin embargo, es lindo darle el lugar a Dios en nuestro propio camino, dejar que sea el mismo Espíritu quien nos vaya enseñando e introduciendo en la verdad de nuestra vida. Él sabe más que nosotros, muchísimo más de lo que nosotros sabemos, ¿sabías? ¿Por qué a veces pretendemos andar más rápido que Dios o a otro ritmo? Si supiéramos la verdad de nuestra vida en un instante, no nos daría el corazón, por eso él nos va introduciendo a su modo, a su manera, a su tiempo. Es necesario encontrar el espacio y el tiempo para escuchar en silencio, para descubrir ese «Maestro» interior que es el Espíritu Santo, ese «Maestro» que nos dejó Jesús y nos va enseñando lentamente lo que nos hace bien, lo que debemos dejar, lo que debemos decidir, lo que debemos abrazar. Por eso es necesario que nos hagamos tiempo y nos quedemos solos a veces, porque sin soledad fecunda ese «Maestro» interior habla, pero no es escuchado, habla, pero no sirve lo que dice, ya no sabe qué hacer con nosotros.
¿Te imaginas si nos tomáramos el tiempo necesario cada día para escuchar la verdad que hay en nuestro interior, para escuchar a Jesús que nos quiere enseñar por medio de su Espíritu? ¿Te imaginas? Empecemos a probarlo. Un día con tiempo en silencio y soledad fecunda es un día distinto.
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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 28 de mayo + VI Miércoles de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 12-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: "Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes".»
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 16, 5-11:
Retomando lo del Evangelio del domingo, esa verdad de fe que muchas veces olvidamos y nunca deberíamos olvidar, es lindo pensar que en la medida que tenemos capacidad de mirarnos hacia adentro y en ese mirar reconocer la voz de nuestra conciencia que siempre nos habla al corazón, podemos decir con tranquilidad que jamás podemos estar solos. «El que me ama, será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará, iremos a él y habitaremos en él». En el mundo del ruido en el que vivimos y del consumismo exacerbado, esto parece una misión imposible, pero es posible.
Cada vez son más las personas sedientas de amor, sedientas de Dios en un mundo que alardea solucionarnos todos los problemas, pero que en el fondo los crea y multiplica. ¿Por qué será que, en la época de mayor posibilidad de comunicación, es al mismo tiempo la época de mayor cantidad de personas depresivas, que se sienten solas e incluso que se quitan tristemente la vida? ¿Por qué será, no? ¿No será porque hemos perdido, de algún modo, la capacidad de hacer silencio, de reconocernos a nosotros mismos, perdimos incluso nuestra propia sensibilidad que nos ayuda a comunicarnos con nosotros mismos y con los demás?
Hace poco leí un estudio científico que comprobaba que el ser humano para bajar sus niveles de ansiedad y estrés necesita algunos minutos de silencio por día. ¡Qué paradoja!, ¿no? El mundo que nos promueve el ruido al mismo tiempo nos muestra que se necesita bajar un poco el ruido para vivir mejor. Bueno, eso ya está enseñado y manifestado en el Evangelio. Jesús nos mostró que necesitamos apartarnos y hacer silencio. Sin embargo, Jesús nunca estuvo solo, aunque haya buscado momentos de soledad. Es lindo pensar en esto, en que Jesús es el modelo perfecto del que nunca estuvo solo, pero al mismo tiempo buscó la soledad.
Es increíble pensar que, de la vida de Cristo, en realidad no sabemos tanto como quisiéramos. Los evangelios cuentan poco y nada sobre su infancia y sobre su vida cotidiana en Nazaret, hasta los treinta años, hasta su aparición pública. ¿Qué habrá hecho Jesús en esos años? ¿Cuántas veces se habrá apartado tranquilo a caminar, a descansar, a mirar al cielo, a disfrutar de la naturaleza, a descubrir tanta maravilla creada por su Padre, por medio de él? Por otro lado, ¡cuántas veces en los evangelios se relatan momentos en los que Jesús se aparta de las multitudes y de sus amigos, para estar en la montaña, para rezar, para estar solo! A esto quería llegar, la soledad buscada y deseada hace bien. La soledad que piensa y se siente es necesaria en la vida. Vos y yo tenemos que aprender a estar solos, no toda soledad es mala. ¿Sabés estar solo? ¿Sabés quedarte con vos mismo un tiempo por día? Si uno parte de la certeza de que en realidad estar solo es una oportunidad para encontrarse con el que no nos dejó nunca solos, no deberíamos tenerle miedo; es difícil, sí, es verdad pero no tenerle miedo.
La partida de Jesús, el anuncio de su partida, les trajo a los discípulos una gran tristeza. Algo del Evangelio de hoy dice eso: «Ustedes se han entristecido». Obviamente… ¿quién no se pondría triste? Ellos no terminaban de entender que era «necesario» que él se vaya, de que «les convenía que él se vaya». Esa es la cierta paradoja de nuestra fe, las ausencias que nos traen presencias distintas, amores distintos. Soledades que nos pueden traer mayores frutos, mayor madurez, mayor convicción de que en realidad no estamos solos.
¿Viste esas personas que no pueden estar solas? ¿No sos una de esas? Que no pueden estar quietas, que siempre tienen que estar haciendo algo, que parece ser que no pueden disfrutar de la gratuidad de «no estar haciendo nada». Fíjate si a vos no te pasa lo mismo a veces. A todos nos puede pasar. Como decíamos, el mundo de hoy colabora muchísimo a esto. Todo es rápido, todo tiene que hacerse ya, siempre tengo que estar comunicándome con alguien que no está cerca mío, casi que nunca podemos ni sabemos estar solos y necesitamos mostrar lo que hacemos continuamente por medio de la tecnología.
Dentro de la Iglesia muchas veces se dan ciertas confusiones u oposiciones haciendo afirmar cosas que son parte de la verdad; como, por ejemplo: cuando se habla del Espíritu Santo como si fuese exclusividad de ciertos movimientos, o que sopla en lugares especiales. Algunos creen que es patrimonio de un grupo o que solo generando ambientes propicios el Espíritu se manifiesta. Esto es parte de la verdad, porque todos debemos tomar conciencia de que recibimos el Espíritu, el Espíritu no es patrimonio de un grupo, sino que es él que nos hace a todos «uno», es él que hace a la Iglesia «una» y es él que sostiene a la Iglesia, silenciosa y misteriosamente, es él el que está haciendo que ahora escuchemos la Palabra de Jesús.
Por eso hoy te propongo que recordemos esto: ya no somos hijos del mundo; somos hijos de Dios, porque todos recibimos el Espíritu de Dios y Dios quiere habitar en nosotros por su amor, por sus inspiraciones que nos motivan a seguir a su Hijo, Jesús. Intentemos en este día, en estos días, afinar el oído del corazón para percibir la voz del Espíritu de Dios que habita en nuestras almas y que nos conduce a la paz, a la alegría, a la serenidad, a la entrega, al servicio; en definitiva: al amor.
Miremos a nuestro alrededor, en nuestro interior, siempre se puede ver todo de otra manera, siempre se puede ver todo con los ojos del Padre. «Envíanos, Señor, tu espíritu y renueva la faz de la tierra, la faz de nuestros corazones».
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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 26 de mayo + VI Lunes de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 26 -- 16, 4
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Les he dicho esto para que no se escandalicen.
Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios.
Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho. No les dije estas cosas desde el principio, porque yo estaba con ustedes.»
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 14, 23-29
Qué lindo es poder escuchar en este domingo, día del Señor, estas palabras tan consoladoras de Jesús. Tantas palabras lindas: «No se inquieten más», «les dejo mi paz», «les doy la paz, pero no como la da el mundo», «el que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará», «iremos a él y habitaremos en él».
Día del Señor. Día para estar siempre un poco más con él o tratar de estar todo el día con él, que no quiere decir estar todo el día en un templo, estar todo el día rezando; pero sí rezar de otra manera, descansar, leer un poco más, estar más con nuestra familia, descubrir la presencia de Jesús resucitado en este tiempo pascual, en aquellos que nos visitan, en aquellos que visitamos, en nuestras familias, en nuestros hermanos… en tantas cosas cotidianas que a veces no nos damos cuenta. El Señor está siempre con nosotros, nosotros tenemos que aprender a estar más con él.
Es lindo poder escuchar, ya acercándonos a la Fiesta de la Ascensión del Señor, que Jesús nos dice: «El que me ama será fiel a mi Palabra, y mi Padre lo amará. Iremos a él y habitaremos en él». Dios habitando en nosotros, esa es una de las verdades más profundas, misteriosas y grandes de nuestra fe. «El que no me ama no es fiel a mis palabras». Las palabras del Señor son las que nos ayudan a permanecer fieles.
Y la cuestión, o varias de las cuestiones en nuestra vida, muchas veces pasan porque parece o nos sentimos que estamos solos, o nos podemos sentir solos, y no hay nada peor en la vida que eso. Podemos estar a veces muy acompañados, pero tremendamente solos. Pero no porque realmente estemos solos, sino porque nos sentimos solos o porque parece que lo estamos.
Hoy Jesús, de alguna manera, podríamos imaginar que nos grita con amor, despacio al oído, aunque parezca una contradicción, nos dice despacio al corazón: «Aquel que se siente solo, nunca está solo. Jamás estuviste ni lo estarás, porque realmente yo estoy con vos, aunque te sientas solo». «Si alguien me ama –dice Jesús–, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos y habitaremos en él». El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, la Santísima Trinidad, ese Dios en el cual nosotros creemos, que es uno y trino, se tomó el trabajo de vivir en cada corazón que escucha, que conoce y ama a Dios. ¡Qué trabajo tan grande! Podríamos decir: Dios viviendo en mí, mientras yo lo busco en cualquier otro lado. Mientras yo pienso que estoy solo, mientras me quejo de lo que vivo, mientras lloro por mi pasado y mientras tiemblo por mi futuro, mientras no encuentro paz en mi presente, Dios nos dice: «No estás solo, yo puedo vivir en vos, en ustedes». «Que no haya en ustedes angustia ni miedo», nos dice Jesús. A la Trinidad –que nunca está sola, porque es un Dios «familia», que es Padre, Hijo y Espíritu Santo– no le alcanzó con enviar a su Hijo al mundo a vivir entre nosotros, sino que además quiso enviar el Espíritu para vivir en nosotros, dentro de nosotros. Dirá san Agustín: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua! ¡Tarde te amé! Yo te buscaba fuera, pero estabas dentro de mí». ¡Si creyéramos, si creyéramos por un instante este misterio de nuestra fe! Solo pido eso, Señor. Solo podemos pedirle eso al Señor, creer en su Palabra, amar su Palabra, ser fieles a su Palabra. ¡Quiero eso Jesús!, podemos decirle hoy todos.
Jamás estoy solo si amo, aunque solo ame yo y todo el mundo se me venga abajo. Jamás estoy solo. Nunca se está mejor acompañado que cuando se está amando. Ese es el anuncio lindo y gozoso de Algo del Evangelio de hoy. Esa es la paz que nos viene a traer Jesús. La paz que proviene del amor, el gozo que proviene del amor, del amor que también debe alcanzarse luchando día a día; del amor que debe «guerrearse», por decirlo así, en nuestro corazón, para alcanzar la paz. No nos inquietemos ni temamos, el anuncio más lindo de nuestra fe, es saber que Jesús está. Está entre nosotros, está en la Eucaristía, está en la misa que podemos vivir cada domingo, está en aquellos que queremos, está cuando amamos.
¿Sabías que en realidad en la traducción del Padrenuestro debería ser «líbranos del malo»? O sea, hace referencia al mal espíritu, a ese ángel que renegó del amor de Dios y prefirió hacer la suya, como decimos. Quiso ser como Dios y no pudo. Ese es Satanás, el príncipe de este mundo, el «padre de la mentira» que siembra cizaña en los corazones de tantos hombres y hace que, en definitiva, contradigan al bien supremo, que es el mismísimo Dios. Por eso si te persiguen, si te odian, no te preocupes. A Jesús le pasó lo mismo.
Nosotros tenemos que dedicarnos a hacer el bien hasta el final. Tenemos que dedicarnos a hacer el bien pase lo que pase, sabiendo que nosotros no somos más grandes que nuestro Señor, sino todo lo contrario. Como somos sus servidores, a nosotros también nos perseguirán, incluso te digo algo que puede sonar duro, pero que, si lo vemos con los ojos de la fe, es así. A veces si nos rechazan o nos odian aquellos que no pueden soportar el bien, es un signo de que estamos en el buen camino. Si el mundo nos quiere demasiado, si el mundo nos aplaude mucho, incluso la misma Iglesia, es señal de que por ahí no estamos haciendo las cosas como las haría Jesús.
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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 23 de abril + Miércoles de la Octava de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 13-35
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?» Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
«¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.» Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.» El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.
Comentario Juan 20, 11-18:
«Pascua» es paso, es transitar de un lugar a otro, de un estado a otro. No es algo estático, quieto, aunque a veces no nos guste, nos incomode, porque implica cambiar. «Pascua» es pasar, es paso. Tenemos que vivir, en definitiva, pasando cosas. Nos viven pasando cosas, situaciones, personas, sentimientos, pensamientos, un poco de todo, en la vida y en un mismo día incluso.
Jesús pasó lo mismo, quiso pasar por lo mismo. Vino a pasar por esta vida, dura pero linda, difícil pero gratificante, sufrida pero también gozosa. Además, vino a pasar lo que nadie quiere pasar: la muerte. Eso a lo que todos, por un sentido natural a la vida, queremos escaparle. Jesús vino a pasar por la muerte para enseñarnos a pasarla con él y para dejarnos una huella, y habiendo dejado huella todo se nos haga más fácil. Los caminos con huellas son más seguros, más serenos. Los caminos sin huellas son peligrosos y arriesgados.
La Pascua, lo que celebremos en estos días, es alegrarse de que Dios, el Dios hecho hombre, hecho humano por nosotros y como nosotros, se hizo tan parecido, tan humano que quiso pasar por todo, no le esquivó a nada, y aun teniendo miedo y angustia lo pasó por nosotros, sin negar sus sentimientos, sin negar lo que le pasaba interiormente. Pasó muchas cosas y las venció, para ayudarnos a vencer, a pasar todo lo que tengamos pasar. Esto es que de alguna manera celebramos en esta Pascua. Y nosotros… ¿qué nos queremos decir cuando nos decimos «¡Feliz Pascua!»? ¿Pensamos en esto? ¿Nos decimos esto de verdad?
En Algo del Evangelio de hoy, Jesús al encontrarse con María le pregunta: «Mujer, ¿por qué lloras?» y después: «¿A quién buscas?». Solo el que pasó por algo tiene autoridad, en definitiva, y derecho a preguntarle al otro qué le pasa cuando le está pasando algo similar. Solo Jesús es capaz de preguntarnos por lo más profundo de nuestros sentimientos, porque él también lo pasó. Eso es lo más maravilloso, lo más gratificante. No lo hace desde afuera, sino habiéndolo pasado. ¿Por qué no dejarse preguntar esto o algo por Jesús en este día? Varón, mujer, ¿por qué lloras?, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás triste? ¿Por qué estás enojado? ¿Por qué estás angustiada? ¿Por qué no me decís lo que te pasa? ¿Por qué teniendo todo a veces andás como si no tuvieses nada? ¿Por qué decís que crees en Mí y andás peor que aquellos que no creen en nada? No está mal llorar, angustiarse, entristecerse. Es parte de la vida, son cosas que pasan. Lo que hace mal en la vida, es no saber por qué estamos tristes, angustiados y enojados. Esa es la cuestión. Jesús no rechaza los sentimientos, pero nos quiere ayudar a reconocerlos y conducirlos. Por eso pregunta: ¿A quién buscas? Sea en el momento que estemos, el sentimiento que estemos pasando o padeciendo, es bueno dejarse preguntar. ¿Por qué? ¿Qué buscas? Solo dejándonos preguntar por él el porqué y el qué buscamos, podremos escuchar a Jesús que nos dice nuestro nombre: ¡María! A vos te estoy hablando, acá estoy, soy yo, ese que andás buscando y no podés ver. Lo que buscás está al frente tuyo y no te das cuenta. Tenés que aprender a pasar ciertas cosas, a vivir de pascua en pascua, a pasar sentimientos lindos y feos, tristezas y alegrías. Hay que aprender a pasar las cosas con Jesús. Él las pasó primero y las pasó bien. Hay que pasar ciertas cosas sabiendo que siempre vendrá algo distinto, mejor o peor, según la mirada que tengamos, según si miramos las cosas con ojos resucitados o con ojos de muerte y pesimismo. Todo pasa y todo pasa para algo distinto, depende de nosotros que sea para resucitar. Por eso en esta Pascua, una vez más, digámonos «¡Feliz Pascua de Resurrección!», pero entendiendo y comprendiendo en lo profundo qué nos queremos decir.
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Comentario a Mateo 28, 8-15:
Buen día, buen lunes, buen comienzo de semana. Espero, y seguramente vos también, que todos empecemos una linda semana acompañados como siempre de la Palabra de Dios, que tanto nos gusta escuchar y comentar.
Empezamos a transitar uno de los tiempos más lindos de la Iglesia, me refiero a las lecturas que vamos a ir escuchando en los días que siguen. Todo tiempo tiene su encanto, por su puesto, pero el tiempo pascual podríamos decir que es un tiempo especial, es tiempo de alegría, de gozo, de seguir maravillándonos. La Pascua se prolonga, la Pascua sigue, no podemos parar de vivir esta alegría. Durante cincuenta días disfrutaremos del tiempo pascual, cincuenta días dedicados a este misterio tan grande, el punto central de nuestra fe, desde donde todo parte y en donde todo confluye. A su vez esta semana es especial, hasta el domingo que viene, porque vivimos lo que en la Iglesia se llama la Octava de Pascua, es un día estirado en ocho, un día tan importante que es necesario festejarlo y revivirlo por muchos días más. Por eso si vas a misa durante la semana, volverás a escuchar el canto del gloria, volverás a vivir cada celebración como si fuera un domingo, y en los evangelios escucharemos y disfrutaremos de las apariciones más importantes de Jesús Resucitado a los discípulos, una más maravillosa que la otra. Todo para no olvidarlo jamás.
Te propongo que saborees cada Evangelio en estos días y que, además, los acompañes con la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, si tenés tiempo, te va ayudar muchísimo porque al mismo tiempo verás cómo la Iglesia naciente fue creciendo en torno a la Resurrección, o gracias a la Resurrección, en torno a los testimonios de los que vieron con sus ojos a Cristo Resucitado. No es una linda historia para contar nada más, no es un invento de algunos locos, sino que es una realidad que cambió la historia de la humanidad. ¿Cómo es posible que once hombres temerosos y vacilantes ante la muerte del Señor, se hayan transformado milagrosamente en once testigos incansables por el mundo entero? ¿Cómo es posible que mujeres simples y sencillas hayan tenido tanto coraje para salir a su mundo conocido a decir que Jesús estaba vivo, que nos habían robado el cuerpo, que estaba vivo? ¿Qué historiador puede explicar semejante cambio en la historia si no es porque hubo un acontecimiento totalmente nuevo y que no proviene de este mundo?
Desde el principio, junto a la Resurrección existió también la corrupción. Desde el principio, quisieron tapar el sol con una mano, la Resurrección con una mentira, difundiendo una mentira. Pero –como dije– no se puede tapar el sol con una mano, no se pudo tapar esta verdad con mentiras que valieron un poco de dinero. Se puede decir que Jesús no resucitó, lo que es imposible es demostrarlo. Lo mismo es al revés, se puede creer que Jesús resucitó, pero es imposible demostrarlo con el rigor de la ciencia moderna, aunque se puede demostrar con la vida, con la tuya y la mía, con la de miles de personas que no son iguales desde que Jesús se les «apareció» en sus vidas, como a estas mujeres, atemorizadas, pero finalmente llenas de alegría. La alegría de la Pascua, la alegría que viene a traer Jesús Resucitado no se puede comparar con nada de este mundo, con ninguna chispita de un bienestar pasajero. Jesús resucitó para «meternos» en una vida de eternidad, nos abrió las puertas de la eternidad para que empecemos por acá, para sacarnos el miedo y devolvernos la alegría. Cuántas veces como sacerdote escuché que me dijeron: «Padre, desde que creo en Jesús, desde que me convertí ya no le tengo miedo a la muerte, al contrario, tengo unas ganas increíbles de encontrarme con Jesús». Esa es la experiencia, la tensión del corazón que cree que lo de acá no es definitivo, y que lo que viene será lo mejor. Esa es la tensión que conoce a Jesús pero quiere verlo cara a cara. Es la experiencia de la Pascua, una alegría profunda pero que al mismo tiempo se topa con la insatisfacción de ver que este mundo es poco comparando con lo que vendrá.
A veces necesitamos de una María que vuelve corriendo angustiada diciéndonos que Jesús no está cuando en realidad está, a veces necesitamos de un Pedro, o a veces necesitamos de un discípulo amado, o por ahí el discípulo amado sos vos o soy yo. Todos somos discípulos amados. Solo se cree en Jesús de a muchos, en comunidad, en la Iglesia, con otros, con familia.
En la Iglesia se cree en Jesús, tan simple como eso, en un Jesús vivo. Algunos viendo la angustia de unos que corren de acá para allá buscando el sentido del dolor (María), otros atropellados como Pedro que llegamos primero pero no terminamos de creer con el corazón y, finalmente, otros tantos que tiene la certeza del discípulo amado. Todos son necesarios en la Iglesia, vos y yo, todos vamos creyendo, todos vamos creciendo.
Que hoy sea un día de un paso importante en nuestra fe, que volvamos a alegrarnos de esta verdad de fe tan profunda que cambió la historia de nuestra vida para siempre. «Resucitó de veras, dice la secuencia de Pascua, nuestro amor y nuestra esperanza».
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Domingo 20 de abril + Domingo de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 24, 1-12:
Estamos a la espera, de vigilia, con ansias de que llegue la noche, que aparezca el lucero, el alba, que anuncia la resurrección, para que esta vigilia nos lleve inexorablemente a reconocer a Jesús resucitado en nuestras vidas. Es verdad, ya sabemos que resucitó, pero también es verdad que debemos vivir en la liturgia, en las celebraciones aquello que alguna vez sucedió pero que quiere volver a suceder en cada corazón que escucha con fe. ¿Quién de nosotros no lo necesita? Pero mientras tanto, mientras esperamos, mientras andamos por la vida, ¿quién de nosotros no enfrentó una situación como la de las mujeres yendo al sepulcro? La duda, la increencia, la desesperanza, la desazón, la tristeza, el miedo. Nosotros sabemos y creemos que Jesús resucitó y sin embargo seguimos, a veces, con tristeza y miedo. Por eso Algo del Evangelio de hoy nos ayuda con esta pregunta tan fuerte: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?». Mujeres que habían ido en búsqueda de un cadáver, para rendirle homenaje a su gran Maestro, se sorprenden –por supuesto– y no se animan a levantar la mirada; era algo lógico, no se imaginaban que Dios podía romper con toda la lógica humana. Jesús hizo posible lo que parecía imposible. No será entonces necesario para ellas correr la piedra del sepulcro, el mismo Jesús con la fuerza de su resurrección y de su amor lo había hecho por ellas.
La Vigilia Pascual es una celebración que nos invita a llenarnos de gozo y a dar gracias. Gracias por la creación, gracias por el don de la vida. Gracias porque a pesar de los pecados, de nuestros pecados y de toda la humanidad, Dios hizo grandes obras en la historia del Pueblo de Israel, pero también hizo grandes cosas en nuestra historia; porque fundamentalmente Jesús hizo la obra más grande de amor que podíamos haber imaginado: la resurrección. El Padre resucito a Jesús, recompensándolo por su entrega y por su amor. Gracias porque creemos en esta gran verdad y podemos disfrutarla. La resurrección –vuelvo a decir– es la obra más grande del Padre en toda la historia de la humanidad, es la mayor manifestación de su amor. Rescatando a su Hijo de la muerte, también nos rescata a todos los hombres de la muerte eterna y de todo lo que en nuestra vida huele a muerte; porque a veces podemos andar así, con muertos en el corazón. Él con su amor infinito, restableció los vínculos que se habían roto por el pecado y el mal en el mundo.
Quien cree en la resurrección, entonces sabe que las piedras que tapan nuestros corazones hechos sepulcros, pueden ser corridas. Quien cree en que Jesús resucitó, ve por todos lados vida –aunque haya bastante muerte–, vida que vivifica y da un nuevo sentido a cada cosa. Quien cree que Jesús está vivo, vive también como resucitado, dando gracias porque todo puede ser vencido: las enemistades, los odios, las debilidades, la muerte, el dolor. Todo puede ser vencido no porque desaparezca, sino porque se enfrenta y se asume sabiendo que en lo profundo de nuestra alma hay un vínculo que jamás podrá romperse, el ser hijos de Dios y haber sido rescatados por el amor de Jesús.
Que esta nueva Vigilia Pascual, que esta nueva celebración de la Resurrección de Cristo nos quite todos los miedos, el miedo a todo lo que no nos deja amar y ser servidores de los demás, el miedo a todo lo que huele a sepulcro en nuestro corazón, a todo lo que huele a muerte, para que Jesús lo restaure y nos dé nueva vida. Si Jesús resucitó, entonces ¿de qué tenemos miedo?
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Hoy un poco de ayuno y abstinencia no nos va a hacer mal. Aprovechemos a estar con él en el silencio.
El Crucificado tiene que ser nuestra sana obsesión en estos días, nuestra obsesión de amor. Si lo miramos fijo, si nos arrodillamos frente a él, él con la fuerza de su gracia nos ayudará a enamorarnos más y más. Solo así nuestra Semana Santa tendrá verdadero sentido. Si estás sufriendo mucho, miralo fijo, mirá un crucifijo, tómalo en tus manos, fuerte, bésalo. Si estás insensible al amor, mirá a tu Salvador, porque él te va a enternecer el corazón. Mirá la cruz, adorá la cruz desde tu casa. Si estás anestesiado por este mundo superficial y consumista, mirá a Jesús, él te va a ayudar a mirar con más profundidad la vida. Si estás esclavizado por algún vicio, algún pecado, míralo a Jesús, él te va a poder sacar con su amor. Si estás enredado en tu orgullo que no te deja perdonar, mirá a Jesús, que él desde la cruz perdona a todos y te ayudará a perdonar. Si estás viendo sufrir a alguien y eso te hace sufrir mucho, miren juntos a Jesús para poder tener la misma mirada que él ante los que sufren. Todas las respuestas a nuestras preguntas las vamos a encontrar en Jesús amándonos desde la cruz. Esa es la respuesta a todas nuestras preguntas: Jesús desde la cruz.
Mirémoslo fijo, es lo mejor que podemos hacer hoy…hasta mañana, cuando lleguemos a la Vigilia Pascual, pero no podremos resucitar si antes no pasamos por la cruz mirando a nuestro buen Jesús.
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Comentario a Juan 16, 12-15:
Saber que el mismísimo Dios puede habitar en nuestro interior debería ser motivo suficiente para alegrarnos y serenarnos el corazón. De hecho, Jesús les dijo a sus discípulos –del evangelio del domingo, ¿te acordás? –, y a nosotros también: «¡No se inquieten ni teman!». No hay nada que temer, ni por qué inquietarse para aquel que se siente amado y habitado por el mismísimo Dios, Uno y Trino. El inconveniente es que lo «sabemos» con la cabeza, pero no siempre con el corazón. Se da eso de que los treinta centímetros que separan la cabeza del corazón son la mayor distancia del mundo, aunque en la realidad es muy cortita.
¡Cómo cuesta abrazar con el corazón lo que se comprende o acepta con la cabeza! No alcanza con saber las cosas para vivirlas y asimilarlas, al contrario, muchas veces el «saber» muchas cosas, atenta contra la sencillez y la espontaneidad de la fe. ¿Cuántas personas hay que «saben» muchas cosas, pero que tienen el corazón duro e inconmovible? ¿A cuántos de nosotros nos pasa que incluso nos da impotencia el saber cosas con la cabeza, como decimos, pero no podemos vivirlas con el corazón? Bueno, por eso deberíamos pedirle a nuestro Señor que nos conceda la gracia de aceptar esta verdad de fe y que se haga carne en nuestra vida, disfrutando de que Dios nos hable al corazón en cada instante de nuestro día, descansando con la certeza de que jamás estaremos solos si sabemos escuchar el amor que nos anima desde adentro; de que es imposible estar en un lugar en donde Dios no esté, porque en realidad él está con nosotros.
Veníamos reflexionando en estos días sobre el tema de la «soledad». Esa que a veces sentimos, y en el hecho de que Jesús viene a sanarla. Querer sanar o quitar soledades a los demás nos ayuda a comprender el sentido de nuestras soledades; esos sentimientos de soledad que nos puede invadir a veces se pueden transformar en oportunidad para darnos cuenta de que no vale la pena quejarse porque alguien nos dejó solos, por esto o por lo otro, sino que lo mejor que podemos hacer es dedicarnos a consolar las soledades y tristezas de los que no se dan cuenta que están solos porque en realidad se aislaron. Cuando nos aislamos no vemos ni percibimos las compañías lindas de la vida, la de nuestro buen Jesús que está siempre y la de nuestros seres queridos que también en general, están siempre cuando los necesitamos. Podríamos decir que estas son las soledades mal elegidas, o las soledades muy sufridas que no sabemos manejar y nos hacen equivocarnos en la vida, nos hacen tomar malas decisiones, nos hacen victimistas y quejosos, hacen que no veamos lo lindo de la vida. Cuando no sabemos manejar esas sensaciones de soledad, es cuando tomamos caminos incorrectos.
Por eso un buen remedio para la soledad es, por un lado, aprender a convivir con nosotros mismos cuando la sentimos, a pesar de sentirlas aceptándolas y sabiendo que siempre debemos luchar contra ellas. Y por otro lado, el salir de nosotros mismos para darnos cuenta que no estamos solos y que hay muchos que necesitan de nuestras compañías.
Algo del Evangelio de hoy nos vuelve a enseñar que «se aprende de a poco». Las cosas de la vida y las cosas del Espíritu, no hay otro camino que aprenderlas lentamente. En el camino de la fe no sirve la ansiedad, no hay lugar para el estrés. El mismo Jesús les dijo a sus discípulos que tenía muchas cosas por decirles, pero que no podían comprenderlas en ese momento y que sería el Espíritu el que los introduciría en la verdad. Paciencia, en el fondo les dijo: «Paciencia», no se puede todo de golpe. Jesús no les dijo todo «de un momento a otro» a sus amigos, sino que les dijo lo que podían comprender en ese momento y le dejó lo demás para el Espíritu Santo para que siga trabajando en su ausencia.
Sin embargo, es tan necesario saber estar solos y dejar de mostrar lo que hacemos. Es necesario que Jesús se haya ido para que todos podamos encontrarlo. Así lo dijo él: «Pero si me voy, se lo enviaré». Es bueno que nos tomemos un tiempo para estar solos, es bueno que también dejemos solos a los que tenemos a nuestro cargo, es bueno que dejemos que los demás sepan estar solos. Pensá en los tuyos. Es bueno que los demás tengan sus tiempos, que dejemos «respirar», de algún modo, a los otros, porque a veces incluso no podemos estar solos y no dejamos que los otros estén solos. Cuando Jesús se apartaba para estar solo, los discípulos lo dejaban tranquilo. Cuando los discípulos volvían de misionar, Jesús mismo los apartaba un poco para que descansen, para que estén solos.
Preguntémonos si sabemos apartarnos como Jesús para escuchar nuestro corazón y al escucharnos también escuchemos a Dios que es nuestros Padre, escuchar al Espíritu que está dentro nuestro. Podríamos preguntarnos si somos capaces de escuchar la voz interior que nunca nos abandona, que siempre nos hace sentir acompañados. Pensemos si no estamos tapando lo mejor de nosotros con la «adicción del activismo», esa costumbre de pensar y creer que solo haciendo cosas nos salvaremos y salvaremos a los demás. Si Jesús hubiese querido salvar al mundo por el hacer, se hubiese puesto a predicar desde la adolescencia, se hubiese puesto a «hacer cosas» y milagros desde mucho antes, sin embargo, empezó a los treinta años. Es para pensar, ¿no? Aprendamos hoy a sentarnos por un tiempo, a postrarnos por un momento para «no hacer nada» a los ojos de los demás, para estar simplemente solos, por pura gratuidad, no esperando mayor recompensa, que estar con Jesús.
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p. Rodrigo Aguilar
Martes 27 de mayo + VI Martes de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 5-11
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: "¿A dónde vas?" Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.»
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 15, 26-16, 4
Empezar la semana rezando, escuchando y hablando con el Señor, es fundamental, es necesario para todos. No me canso de escuchar testimonios de personas que escuchan día a día la Palabra de Dios y me dicen llenos de alegría que escuchar el Evangelio cada día les cambió, literalmente, la vida y no es exageración. Muchos me dicen que no me canse, que lo siga haciendo, y siempre les digo que hasta que Jesús no me demuestre lo contrario, no lo dejaré. Pero en realidad, quiero decirte a vos que no te cansen, que no bajes los brazos, que escuches y vuelvas a escuchar si es necesario, porque sí es necesario, realmente. Y si todavía no experimentaste cambios, es porque tenés que seguir escuchando, luchando y teniendo paciencia, no se cambia de un día para el otro. Eso solamente pasa en las películas. Tenemos que seguir escuchando, escuchá mientras vas en el auto, en el trabajo, de madrugada, cuando sale el sol o en el medio del ruido de la ciudad, mientras estás trabajando en el campo, mientras estás en la cocina, mientras hacés lo que tenés que hacer. Bueno, no dejes de escuchar. O tomate tu tiempo, frená y hacete ocho, diez o quince minutos de espera, de escucha paciente de lo que el Señor nos dice.
¿No te pasa que los días parece que «pasan volando», como decimos a veces? ¿No será que se pasan «volando» porque en realidad andamos «volando» por la vida, por decir así? Son comunes esas frases entre nosotros que expresan esto que nos pasa; decimos a veces: «No puedo creer que ya estemos casi a la mitad del año», «este año se pasó volando», se dice acá, en Argentina. Es así, un poco la vida es así, el tiempo pasa volando, el tiempo no lo podemos detener, es lo único que no podemos parar; lo que sí podemos detener o podemos modificar es el modo de vivirlo, lo que sí podemos modificar son nuestras decisiones que nos ayudan a vivir cada día de una manera diferente, asimilando mejor lo que nos pasa y lo que pasa alrededor. Cada uno en lo suyo, cada uno con lo suyo, pero empezar el día o la semana escuchando la Palabra de Dios, vuelvo a decir, nos ayuda a vivir las cosas diferentes. Terminar el día escuchando o simplemente agradeciendo lo vivido también nos ayuda a darle al tiempo un valor distinto. «El tiempo es superior al espacio», decía muchas veces el papa Francisco. Ojalá podamos empezar todos así este lunes, ojalá que escuchemos la voz del Señor que a todos nos quiere decir algo.
Empecemos este día rezando con el Salmo 104: «Envíanos, Señor, tu espíritu y renueva la faz de la tierra». Nos acercamos a la Fiesta de la Ascensión del Señor, nos acercamos también a la Fiesta de Pentecostés y por eso, en todos estos días, muchísimas veces aparecerá la persona del Espíritu en boca de Jesús, del Espíritu Santo en muchas lecturas. Serán lindas semanas para invocarlo en el silencio de nuestro corazón, para buscarlo, para reconocerlo, para reavivarlo en nuestras vidas, para redescubrirlo, para no olvidarnos que Jesús no nos dejó solos, todo lo contrario, se quedó con nosotros dándonos su propio Espíritu. «Envíanos, Señor, tu espíritu y renueva la faz de la tierra».
Algo que solo comprende aquel que cree y lo vive, aquel que cree en esta promesa de Jesús de Algo del Evangelio de hoy; promesa que ya se hizo realidad en la historia, en la historia de los apóstoles, en la historia de tantos a lo largo de estos milenios: «Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí...». Todos los bautizados –vos y yo– recibimos el Espíritu de la verdad que proviene del Padre, y él es el que en nuestro interior nos conduce a Jesús y al Padre. Pero no todos los bautizados nos damos cuenta de esta verdad, de esta realidad; no todos los bautizados dialogamos en nuestro interior con el Espíritu de amor que nos habita y nos anima cada día, pero todos lo recibimos. Nada bueno podemos hacer sin él, y por eso, aunque la mayoría no se dé cuenta, solo él es la causa de nuestras buenas acciones.
Solo cuando hay amor, Dios se hace presente, aunque él esté siempre presente, se hace presente «verdaderamente» en nuestras vidas.
Ojalá que hoy podamos vivir un domingo así… sabiendo que nuestro Padre nos ama y que él quiere que seamos fieles a las palabras de Jesús. Solo siendo fieles a sus palabras, podremos experimentar este gozo de saber que él habita en nosotros y que él nos da la fuerza para vivir cada día.
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p. Rodrigo Aguilar
Domingo 25 de mayo + VI Domingo de Pascua(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 23-29
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: "Me voy y volveré a ustedes". Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.»
Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 24, 13-35:
Ir caminando a Emaús, en definitiva, es volver a lo de siempre, volver a lo conocido por haber dejado de confiar, por no animarse a creer. Es olvidarse de la noticia más linda que podíamos haber recibido, la Resurrección de Cristo. Volver a Emaús, como estos dos discípulos, es haber perdido la esperanza en la resurrección, en la nuestra, en la de cada día y, además, en la de Jesús, en no confiar que Él está siempre y camina con nosotros, aunque a veces no podamos reconocerlo. ¿Cuántas veces volvemos a nuestros «emaúses» por haber dejado de creer? Nuestros «emaúses» son esos lugares seguros pero en donde Jesús no nos pidió estar. ¿Cuántas veces escuchamos que Jesús resucitó pero no lo vemos, no lo experimentamos, no terminamos de saborear ese misterio tan grande. Son más los cristianos que viven como estos dos discípulos, cabizbajos, que los que viven sabiendo y sintiendo que Jesús camina siempre a nuestro lado mientras nos explica las Escrituras con el corazón a punto de explotar. Todos tenemos momentos, a todos nos toca pasar ciertas cosas difíciles, dolorosas y a veces angustiantes. Pero lo importante es no olvidar esta imagen de Algo del Evangelio de hoy. ¿Cuál? Que mientras caminamos así por la vida, queriendo que el pesimismo nos gane y nos llene el corazón. Mientras caminamos con el corazón encerrado en nuestros pensamientos. Mientras hablamos entre nosotros como retroalimentando la mala onda de un mundo que siempre parece superarse así mismo en maldad y en locura. Mientras pasa todo eso, Jesús se pone de «nuestro lado», camina a «nuestro lado», le encanta caminar con nosotros para llevarnos de a poquito al lugar donde podemos reconocerlo. No es lo mismo llegar a Emaús sin Jesús que con Él. No es lo mismo que Él sea el que nos abra el corazón y el entendimiento. ¡Qué lindo que es cuando Él nos hace ver lo que nunca vimos, nos hace dar cuenta de tantas cosas que dejamos pasar de lado por ignorancia y tozudez!
¡Qué lindo que es imaginar que esta escena, que esta aparición de Jesús, es más común de lo que imaginamos! ¡Qué bien nos hace sentir que esta Palabra de Dios de hoy es tan real como imperceptible a nuestros ojos! ¡Hoy quiero que esto sea real en mi vida y en la tuya! ¡Hoy quiero dejar que Jesús me explique algo más de las Escrituras para darme cuenta que Él está siempre, aun cuando me pierdo y quiero volver a lo mío, aun cuando me pierdo por el pecado y el egoísmo, aun cuando mi cabeza se ponga dura y pretenda que todo sea como yo quiero!
Alguien me dijo una vez que quería hablar conmigo con urgencia, porque estaba viviendo una situación difícil. Por esas cosas de la vida, por las corridas, no pude hablar a tiempo. Sin embargo, cuando pude hablar, me dijo: «Padre, ya estoy más tranquila, fui a hablar con Jesús al sagrario durante una hora y estoy con mucha paz». «Bueno, le dije, hiciste muy bien en ir a hablar con Jesús antes de hablar conmigo». ¿Qué podía decirle yo que no le haya dicho Jesús? Me dio una linda lección de gran normalidad cristiana. Primero, con Jesús en el silencio, en el sagrario, en la oración; después, Jesús en los otros y, finalmente, Jesús, siempre Jesús. Lo demás… bueno, lo demás ya lo sabemos bastante bien.
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p. Rodrigo Aguilar
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Читать полностью…Martes 22 de abril + Martes de la Octava de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 11-18
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?»
María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?»
Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo.»
Jesús le dijo: «¡María!»
Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir, «¡Maestro!» Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: "Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes."»
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.
Palabra del Señor.
Por ahí te pasó alguna vez, por ahí todavía no te pasó. En eso estamos todos, vos y yo. Es necesario volver a vivir la pascua, la de Jesús y la nuestra. En eso andaremos este tiempo, escuchando las diferentes apariciones del Resucitado que nos regalan los evangelios de cada día. Pero esas apariciones las tendremos que hacer nuestras. Todos tenemos que preguntarnos: ¿Dónde me encontró una vez Jesús Resucitado en mi historia? ¿Te acordás cuál fue tu Galilea? ¿Dónde encuentro a Jesús hoy, concretamente? ¿Cuál es nuestra Galilea, nuestro lugar de encuentro?
Felices pascuas para todos los que día a día hacemos el intento de reconocer y escuchar a Jesús vivo y presente en su palabra.
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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 21 de abril + Lunes de la Octava de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 28, 8-15
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense.» Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán.»
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: «Digan así: "Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos." Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo.»
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 20, 1-9:
Domingo de Pascua, Domingo de Resurrección; no todo es Viernes Santo, no todo es Sábado Santo de silencio, sino que nosotros creemos que Jesús ha vencido a la muerte.
Jesús venció a la muerte para ayudarnos a pasar día a día de la muerte a la vida, para volver a resucitar, para volver a creer que es posible dejar atrás muchas cosas, que es posible mirar adelante, que es posible vencer el odio, que es posible vencer la bronca, el rencor, el egoísmo, la falta de apertura a los demás. Es posible que todo eso muera, es posible resucitar, es posible «nacer de nuevo», como le decía Jesús a Nicodemo. Es posible hoy, en este Domingo de Pascua, que te alegres profundamente, que te llenes de gozo por creer que es Jesús el dueño de la historia, el que ha cambiado la historia para siempre, el que ha venido con su luz a iluminar el mundo, el que ha venido a traernos la luz de la fe para iluminar nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, nuestra inteligencia y nuestro corazón.
Le pido a nuestro Padre Dios que nos conceda a todos la luz de Cristo gloriosamente resucitado, que esa luz disipe las tinieblas de nuestra inteligencia, de nuestro corazón –como se decía en la liturgia de la Vigilia Pascual–. Que este domingo te encuentres lleno de gozo, llena de gozo por saber que es verdad todo lo que creemos; que no es mentira, que no es un «cuentito» de algunos, que la resurrección de Jesús cambió la historia de la humanidad, cambió la historia de tu vida y de mi vida; si no, no estaríamos escuchando la Palabra de Dios, no estaríamos participando con el corazón de cada misa, no estaríamos diciéndonos: ¡Felices Pascuas!
Algo del Evangelio de hoy es sencillo, algo cortito. Todos van hacia el sepulcro. Primero, va María; después, Pedro y el discípulo amado. María, la enamorada, es la primera en llegar, y es la primera también porque ama tanto y se entristece ante la ausencia de su amado. Pedro y el discípulo amado corren juntos, el discípulo amado corre más rápido –por ser más joven seguramente–, pero finalmente al llegar al sepulcro, le deja a Pedro el lugar.
De Pedro no se dice nada, del amado se dice que vio y creyó. Pero de todos se dice lo mismo: «Todavía no habían comprendido que él debía resucitar de entre los muertos». A pesar de haber visto, todavía no habían comprendido. Todavía no se habían dado cuenta que la muerte había sido vencida. Todavía a veces no nos damos cuenta que nuestra fe es fe en la resurrección.
«Si no creemos en que Jesús está resucitado y venció al mal, vana es nuestra fe», dice san Pablo. Si no creemos que Jesús está resucitado, no tiene sentido todo lo que hacemos. Que la cruz de Jesús no tiene sentido si no es aplastada y superada por la resurrección. Todos buscamos a Jesús, de una manera u otra, todos necesitamos verlo, experimentar que está entre nosotros. Algunos, como María, necesitamos ir en busca de otros para creer (María va corriendo a buscar a los demás), necesitamos experimentar algo de angustia por ver que no está, y al ver que no está salimos a buscarlo; ¿cuántas veces en nuestra vida por un dolor, por una angustia hemos encontrado mejor a nuestro Dios vivo y resucitado? Otros, como Pedro, vemos signos, pero nos cuesta ver más allá, nos quedamos con la primera impresión y nos cuesta sobrepasar lo que vemos y descubrir que Jesús está detrás de esas vendas que estaban tiradas, de ese sudario... que lo que veía Pedro no era todo, sino que Jesús realmente estaba vivo. Y otros, como el discípulo amado, ven y creen; ven lo que ven y creen, no necesitan más que eso. Son de alguna manera como grados en la fe. Ni mejor ni peor, distintos.
Todos estamos en diferentes «momentos» de la fe; no importa dónde estés, no importa en qué grado de fe estés, lo que importa es que necesitás de otros para creer. Todos necesitamos de otros para creer, no podemos creer solos.
https://www.youtube.com/watch?v=-9yz4D161xk&ab_channel=AlgodelEvangelio
Читать полностью…Sábado 19 de abril + Vigilia Pascual(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 1-12
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: "Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día"» Y las mujeres recordaron sus palabras.
Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás. Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles, pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron.
Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido.
Palabra del Señor.
Comentario a la Pasión:
Hoy, Viernes Santo, más que nunca debemos callar, tenemos que meditar, tenemos que hacer silencio, tenemos que rezar. Hoy es Viernes Santo. El Señor se entregó por nosotros en la cruz, por vos y por mí, y murió de la peor manera imaginable para un hombre de ese tiempo.
La Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan que se lee en las celebraciones de hoy es demasiado larga para un audio, por eso te propongo que puedas leerla y rezarla por tu cuenta, que puedas meditarla, no te canses (capítulo 18 entero y capítulo 19 hasta el versículo 42 del Evangelio de Juan). Anímate a leerla. Es inagotable la riqueza al contemplar la Pasión de Jesús. Todos los santos, o te diría por lo menos los grandes santos, aquellos que llegaron a grandes cosas, siempre aconsejaron lo mismo. Todo está en la Pasión, todo brota desde ahí.
Si miramos a Jesús en la cruz, con sus pocas palabras, con sus silencios, nos alimentaremos de una forma que jamás imaginamos. Cada palabra, cada gesto, cada silencio de nuestro Salvador, cada actitud que tuvieron para con él, cada actitud que tuvo él para con los demás. Los indiferentes, los curiosos, los amorosos que estuvieron por ahí, al pie de la cruz, todo nos dice algo. Su actitud desde la cruz, su trono, sus silencios ante Pilato, sus miradas. Todo nos dice algo, todo te puede decir algo en este día. Por eso, si volvés a leerla, te va a decir algo más, te aseguro. Si podés tomarte un tiempo para rezar, para poder estar en tu casa tranquilo, en silencio, o en un templo, con la Biblia en tus manos, disfrutando de pasar cada hoja de la Palabra de Dios, de la Palabra más fuerte que nos dice nuestro Señor: «te amo» desde la cruz y poder volver a meditar la Pasión, es el día para hacerlo, no hay otro día tan especial como este para volver a contemplar tanto amor de nuestro Maestro en la cruz por nosotros.
Este audio va a ser sencillo, no vamos a desmenuzar mucho el texto, solamente quería invitarte a hacer lo que deberíamos hacer naturalmente. El Viernes Santo es el día en el que se nos invita al silencio, ese silencio que empezó ayer a la noche con la Misa de la Cena del Señor, pero que hoy continúa hasta la Vigilia Pascual. ¿Pudiste hacer silencio en estos días? Porque solo el silencio interior y exterior nos ayudará a contemplar y a poder llorar verdaderamente ante la cruz, ante nuestro Señor clavado por nosotros. «El silencio, decía un gran santo, es música callada, música callada de Dios, que nos habla al corazón». Como pasó en la vida de Jesús cuando quedó solo en la cruz, como pasó siempre en la historia de la Iglesia y seguirá pasando, en la Pasión siempre hay menos gente. Siempre.
El Crucificado se queda solo, ante la fiesta todos lo acompañaron; ahora en la cruz muchísimos se van y lo dejan solo. El Crucificado es escándalo para un mundo que quiere el éxito a toda costa, para un mundo que es capaz de vender su alma por un poco de poder, o vender a Jesús, como Judas, por un poco de dinero. El Crucificado –Jesús– es una necedad para un mundo que ahora en su mayoría está en otra cosa, disperso, con más tiempo para distraerse y perderse lo mejor. Y al mismo tiempo, ¿cuántos cristianos viven estos días con el corazón en otra cosa? ¡Pobre nuestro buen Jesús! ¡Pobre Jesús que sigue sufriendo por tanta falta de amor! Él sigue solo gritando desde la cruz: «Tengo sed. ¡Tengo sed de que tengan sed de mí!». Esa es la gran sed de Dios, de un Dios hecho hombre por nosotros. Todavía su amor infinito no tocó nuestros corazones. No importa. No importa que seamos los de siempre, los menos, siempre poquitos y también pecadores. Somos la pequeña familia de Dios Padre que desea seguir enamorándose de tanto amor manifestado en Jesús su Hijo; y mientras tanto rezamos por todos, esa es nuestra tarea, nuestra misión: rezar por todos. Tenemos que salir, terminar esta Semana Santa con más amor, no puede ser lo mismo de siempre.
Sigamos haciendo silencio, sigamos ayunando un poco para poder estar sensibles a tanto amor.