El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org Cualquier testimonio o consulta escribir a algodelevangelio@gmail.com
Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
C. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo:
+ «Mujer, aquí tienes a tu hijo.»
C. Luego dijo al discípulo:
+ «Aquí tienes a tu madre.»
C. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
C. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo:
+ «Tengo sed.»
C. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús:
+ «Todo se ha cumplido.»
C. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
C. Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús
Palabra del Señor.
Viernes 18 de abril + Viernes Santo + Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1 -- 19, 42
C. Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó:
+ «¿A quién buscan?»
C. Le respondieron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. El les dijo:
+ «Soy yo.»
C. Judas, el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente:
+ «¿A quién buscan?»
C. Le dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. Jesús repitió:
+ «Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan.»
C. Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro:
+ «Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?»
C. El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo.»
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?»
C. Él le respondió:
S. «No lo soy.»
C. Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió:
+ «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho.»
C. Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole:
S. «¿Así respondes al Sumo Sacerdote?»
C. Jesús le respondió:
+ «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás
C. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron:
S. «¿No eres tú también uno de sus discípulos?»
C. Él lo negó y dijo:
S. «No lo soy.»
C. Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió:
S. «¿Acaso no te vi con él en la huerta?»
C. Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
C. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó:
S. «¿Qué acusación traen contra este hombre?»
C. Ellos respondieron:
S. «Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado.»
C. Pilato les dijo:
S. «Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen.»
C. Los judíos le dijeron:
S. «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie.»
C. Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le respondió:
Comentario a Juan 13, 1-15:
¿Comprendemos lo que acabamos de escuchar? ¿Comprendemos en lo que acabamos de escuchar lo que hizo Jesús con sus discípulos, lo que hizo Jesús con nosotros? Bueno, creo que es una pregunta que nos podemos hacer en este Jueves Santo. La Iglesia nos regala una vez más el comienzo de un triduo pascual: jueves, viernes y Sábado Santo, sábado de Gloria, para poder revivir en nuestro corazón, repasar en nuestro corazón los acontecimientos más importantes de la historia: la pasión, la muerte y resurrección de nuestro Salvador, de Jesucristo. Por eso, empecemos estos tres días con un corazón bien abierto, dispuestos a comprender, a que el Señor nos abra una vez más el entendimiento y el corazón y que nos demos cuenta que, a través de un gesto, el Señor nos estaba anticipando su entrega en la cruz, el infinito amor por cada uno de nosotros. Los amó hasta el fin, nos ama hasta el fin, nos amó hasta el fin desde que se hizo hombre entre nosotros, pero especialmente desde esa última cena, en la que en ese gesto tan maravilloso que revivimos y actualizamos en cada eucaristía, Jesús anticipó su muerte y el sentido de su muerte.
Quise empezar Algo del Evangelio de hoy haciéndonos la pregunta que Jesús le hizo a los discípulos después de lavarle los pies. Es necesario que también hoy nosotros nos preguntemos: ¿Comprendemos lo que Jesús hizo por nosotros? ¿Comprendemos lo que Jesús sigue haciendo por nosotros cada vez que celebramos la eucaristía y revivimos esa noche maravillosa en la que Jesús instituyó el sacerdocio católico, instituyó la Eucaristía y, al mismo tiempo, nos dejó el mandamiento del amor? ¿Comprendemos? Creo que deberíamos reconocer que no en su totalidad. Por lo menos debemos reconocer que no comprendemos todo, y por eso necesitamos volver a escuchar una vez más la Palabra de Dios; y en ese escuchar lo que el Evangelio nos dice, y en ese escuchar las diferentes reacciones a lo que Jesús hizo, poder sentirnos representados y darnos cuenta que muchas veces somos como Pedro, que no nos damos cuenta y que no permitimos que Jesús nos lave los pies.
¿Qué quiere decir que Jesús nos lavó los pies? Quiere decir que Jesús se hizo servidor nuestro, que él siendo Dios no hizo alarde de su categoría de Dios, sino al contrario, se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo y se puso a lavar los pies a sus discípulos, mostrándoles que eso es lo que tenemos que hacer con nosotros. En definitiva, su entrega y su muerte en la cruz es el acto de amor más grande e infinito que podamos imaginar en esta vida y tenemos que dejar que él nos ame, tenemos que dejar que él nos salve para que podamos compartir su suerte. «Si yo no te lavo, si no te dejas lavar por mí, si no te dejas amar, si no te dejas perdonar, si no te dejas purificar por mi amor, no podrás compartir mi suerte». En la vida muchas veces no podemos amar como Jesús ama porque en definitiva no nos dejamos amar, porque siempre le ponemos un «pero», porque no confiamos en su misericordia, porque incluso nos creemos más que él y no permitimos que sea él el que nos sirva. Por eso Señor, en este Jueves Santo, una vez más queremos que nos laves los pies, queremos que en la santa misa que participemos hoy, o sino por medio de la oración, del silencio y de la meditación de este texto de hoy, podamos dejarnos amar por vos una vez más. Queremos que nos sirvas, porque solo dejándonos servir por tu amor, por vos mismo nosotros descubrimos cuál es el sentido de nuestra vida, que también tenemos que servir a los demás. No podemos amar como vos nos amas si no nos dejamos amar por vos. En definitiva, tu mandamiento es el mandato de amor más maravilloso que puede aspirar un ser humano: amar al modo tuyo, Señor. Por eso en esta noche queremos lavarnos los pies o queremos que nos laves los pies para aprender a lavarnos los pies entre nosotros, a reconocernos todos como hermanos y a aprender de lo mismo que hiciste vos con nosotros.
Alguna vez fuimos Judas; otras veces, Pedro, ¿por qué no animarnos a empezar de una vez por todas a ser como Jesús que sabe amar, esperar y apostar siempre a la bondad de nuestros corazones?
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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 16 de abril + Miércoles Santo + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 26, 14-25
Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: « ¿Cuánto me darán si se lo entrego?» Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?»
El respondió: «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos".»
Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará.»
Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: « ¿Seré yo, Señor?»
El respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!»
Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: « ¿Seré yo, Maestro?»
«Tú lo has dicho», le respondió Jesús.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 13, 21-33.36-38:
Toda la vida de Cristo es misterio. Vamos a celebrar en estos días el misterio pascual, o sea, el misterio de su paso de la muerte a la vida. Pero la palabra misterio para nosotros, los católicos, tiene una connotación especial; no es misterio en el sentido de que no lo podemos conocer absolutamente, sino lo contrario, que gracias a que se manifestó podemos conocerlo, no completa y plenamente, pero sí podemos conocerlo. Gracias a que Jesús se manifestó podemos conocer algo del corazón de Dios. Pero podríamos decir que hay un gran misterio en el corazón de Jesús que solo él nos lo puede revelar, y por qué no pedírselo en esta Semana Santa. ¿Cuál?, te estarás preguntando. La elección de Judas, la elección de este hombre como apóstol, aun sabiendo que lo iba a traicionar, y además la paciencia de soportarlo durante tres años sabiendo de sus malas intenciones y viendo que robaba lo que estaba destinado a los pobres. ¿Pensaste en esto alguna vez?
Un gran santo español, Manuel González, decía que «la conducta de Jesús para con Judas es la obra cumbre del ejemplo más perfecto de la misericordia del corazón de Jesús que quería grabar en el corazón de sus apóstoles y obviamente en nosotros. Toda la razón de ser de Judas en el grupo de los Doce era que el corazón de Jesús luciera toda su misericordia y todo su respeto a la libertad humana y enseñar a sus apóstoles de todos los tiempos la manera más eficaz de llevar el mensaje de Dios a los demás; lo que nosotros llamamos apostolado». ¡Qué locura de amor! ¡Qué locura de misericordia!
Hay una regla apostólica, hay una regla para los apóstoles –que somos vos y yo también–, que debemos aprender para que nuestra tarea sea realmente fecunda, no exitosa, sino fecunda: sea donde nos toque ayudar, educar, transmitir, evangelizar llevando la Palabra de Dios, nunca nos olvidemos de estas palabras de Jesús: «Hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio», lo dice Jesús en el Evangelio de Lucas. Eso que Él dijo lo llevó a la práctica de manera especial y profunda y misteriosamente con Judas; lo hizo siempre, le hizo siempre el bien sin esperar nada y, además, sabiendo que su amor no iba a dar fruto en él, es algo maravilloso e increíble, algo que no nos entra a veces en el corazón.
Hay que hacer todo lo posible por el corazón de los otros sin que se espere nada de ellos, ¡qué difícil! Y esto no quiere decir que no nos interesen los frutos y que nos dé lo mismo, sino que la fuerza del amor no tiene que estar puesta en la espera de esos frutos, porque ese fruto, que vendrá o no, no depende en definitiva de nosotros, sino que depende de la libertad del otro y de la gracia de Dios. Como dice san Pablo: «Nosotros sembramos y es Dios el que hace crecer». La actitud de Jesús ante Judas que se ve en Algo del Evangelio de hoy nos muestra, por un lado, el increíble extremo al que llega el amor del corazón de Jesús que se entrega aun sabiendo que será traicionado; y por otro lado, nos muestra hasta dónde puede llegar la debilidad del corazón humano que no se quiere doblegar ante tanto amor de Dios. ¿Puede el hombre ser tan duro? Sí, puede. ¿Puede el corazón de Jesús amar tanto y ser rechazado? Sí, sí puede.
La verdad que esto es para rezar y maravillarse, maravillarse de tanto amor, pero al mismo tiempo sirve para que nosotros nos preguntemos con sinceridad: si Jesús que amó tanto pudo ser rechazado, ¿qué impide que a mí no me pase lo mismo? ¿Quién me creo que a veces pretendo que todos me amen incondicionalmente como si yo fuera más que el mismísimo Dios? Cuando amo y busco sinceramente hacer el bien a los demás, ¿qué pretendo? ¿Que me retribuyan pensando que me lo merezco? ¿Espero el agradecimiento y la recompensa siempre cuando hago las cosas?
Cuánto amaríamos de más si pudiéramos vivir esta regla que nos enseña Jesús en el Evangelio y cuántos fracasos, desalientos, tristezas, enojos y cálculos humanos nos ahorraríamos si aprendiéramos a hacer el bien sin esperar nada a cambio.
O nos podemos preguntar: ¿lo hacemos? La Iglesia nunca tuvo ni debe tener reparo en gastar y derrochar en gestos de amor hacia Jesús vivo y presente, obviamente sin olvidarse de los pobres que siempre estarán y están con nosotros. Y son el Jesús entre nosotros también. Se pueden hacer las dos cosas, vuelvo a decir, amar a Jesús en los pobres y amar a Jesús en la Eucaristía, en cada sagrario, en cada templo, en la belleza de todo lo que dedicamos a él. Jesús y los pobres se merecen todos los gestos de amor.
Esta Semana Santa él espera de nosotros un gesto de derroche, derroche de amor, para que se impregne la casa de nuestro corazón, con el perfume que proviene él y cambia todo. Esta Semana Santa es de él y para él. Él quiere ser amado y por eso deja que lo amemos, que hagamos lo que se nos ocurra por él. No midamos el amor, siempre será poco, nunca alcanza, pero lo importante es dar todo lo que podamos. No tengamos miedo en esta semana en derrochar todo por amor a Jesús.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 14 de abril + Lunes Santo + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 12, 1-11
Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: ¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres? Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.
Jesús le respondió: Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre.
Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.
Palabra del Señor
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p. Rodrigo Aguilar
Domingo 13 de abril + Domingo de Ramos(C) + Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 22, 66a; 23, 1b-49
C. Pilato lo interrogó, diciendo:
S. « ¿Eres tú el rey de los judíos?»
+ «Tú lo dices»
C. Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:
S. «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena.»
Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. « ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
C. Por tercera vez les dijo:
S. « ¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad.»
C. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
C. Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
C. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
C. Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó:
+ «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.»
C. Y diciendo esto, expiró.
C. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:
S. «Realmente este hombre era un justo.»
C. Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 11, 45-57
Se acerca la Pascua de los cristianos, la tuya y la mía, se acerca la Semana Santa. Hoy, a partir de las misas de la tarde, comenzaremos la semana más importante del año para los que creemos en Jesús. Con el Domingo de Ramos empezamos a transitar la recta final, por decirlo de algún modo, de la vida de Jesús y del camino que venimos haciendo haces casi cuarenta días. La propuesta del camino fue la misma para todos, estemos donde estemos, sea la vida de fe que estemos llevando, sea que estés un poco más cerca o alejado, con fervor o sin ganas. No importa. Fue la misma propuesta para todos, pero el camino seguramente fue distinto, cada uno dio pasos diferentes, cada uno comprendió a su manera, a cada uno Jesús le mostró cosas distintas, y eso es lo lindo y misterioso. Somos nosotros los que tenemos que interiorizar lo que nos va sembrando Jesús en el corazón día a día con su Palabra. Algunos siembran, Dios hace crecer, nosotros removemos y abonamos la tierra para ayudar, para acelerar las cosas. ¿Pusiste algo de tu parte en este tiempo? ¿Hiciste el esfuerzo para escuchar, esfuerzo por crecer, por luchar? Espero que sí, espero que empieces esta Semana Santa con un corazón más grande, con más ganas, con deseos de que no sea una semana más, una semana de vacaciones, una semana cualquiera. Se puede, se puede vivirla de un modo distinto, un modo nuevo. Las celebraciones serán las mismas, pero no serán las mismas en realidad. La historia es la de siempre, el final ya lo conocemos. Pero no será lo mismo, los efectos en nuestros corazones serán distintos.
Terminamos también esta semana recordando el lindo Evangelio del domingo que nos acompañó estos días. Contemplábamos el corazón de Jesús que no desea que nos apedreemos entre nosotros, eso le repugna. No quiere que pequemos, de ningún modo, y mucho menos «tirando piedras» a otros creyendo que no somos pecadores. Por otro lado, lo maravilloso es que nos quiere sacar del pecado, pero sin condenar, sin juzgar, sino dando tiempo y oportunidades para empezar una y otra vez. ¿Cuántas oportunidades nos dio Jesús para levantarnos del pecado? Eso es algo que no podemos olvidar si ahora estamos en un camino distinto, de seguimiento más comprometido, y obviamente tampoco debemos olvidar que, si caímos bajo, en el pecado más espantoso que podamos imaginar, él, a diferencia del mundo, no nos tirará piedras ni nos condenará, todo lo contrario, nos dará la mano para levantarnos y resucitar. Espero que este Evangelio nos haya ayudado a todos un poco más.
Algo del Evangelio de hoy muestra la trama interna de la entrega, de la decisión de matar a Jesús aun viendo que lo que hacía era bueno. Deciden matarlo una vez que se enteran que había resucitado a Lázaro. ¡Qué locura! Parece una película de terror, pero fue verdad. «Ustedes no comprenden nada, dijo Caifás. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?». Y sí, la verdad es que la maldad del hombre es incomprensible. ¿Vos comprendés algo? A veces no comprendemos cómo es posible que invocando un bien se haga el mal con tanta soltura. Es preferible matar a uno, a que mueran algunos más. En este mundo, en el tuyo y el mío, a veces es preferible hacer muchas cosas y no jugarse por la verdad; es preferible callar una verdad para no exponer a los mentirosos que manejan a veces los hilos del mundo. Algunos prefieren decir que se juegan por los pobres y viven exageradamente holgados; otros, tiran misiles para hablar de paz. Muchísimos deciden subirse «al tren» de la deshonestidad alegando que «todos lo hacen».
Nosotros… ¿qué hacemos? ¿Cómo actuamos? ¿Cómo vivimos nuestra decisión de amar la verdad y el amor? ¿Nos subimos a la masa del «no jugarnos por nada» y respetar lo que todos hacen? Hoy se nos pueden reír en la cara por defender la verdad, el amor, incluso la vida de los inocentes, pero no importa, no aflojemos. Es un ejemplo nada más, de miles que podríamos poner, seguro vos mismo tenés más.
La Semana Santa no es un cuento para recordar, sino una Pasión, un paso para revivir, para salir siendo más conscientes de que si no amamos lo suficiente a Dios Padre y a los demás, no es porque no tengamos la capacidad, sino porque todavía no nos damos cuenta de tanto amor que recibimos.
El Amor reclama amor, nuestro pequeño amor. El amor llama al amor. Cuando descubrimos cuánto nos aman, nos dan más ganas de amar, nos sentimos deudores. Si esto nos pasa con los que más queremos, con los que nos rodean, ¿no te parece que nos debería pasar un poquito más con Jesús en esta semana que empezamos? Pidamos a María que nos lleve por ese camino, de la mano con ella al pie de la cruz para no cansarnos de admirarnos del amor que Dios nos tiene.
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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 11 de abril + V Viernes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 10, 31-42
Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Entonces Jesús dijo: «Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?»
Los judíos le respondieron: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios.»
Jesús les respondió: «¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada- ¿Cómo dicen: "Tú blasfemas", a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: "Yo soy Hijo de Dios"?
Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre.»
Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos. Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí. Muchos fueron a verlo, y la gente decía: «Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad.» Y en ese lugar muchos creyeron en él.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 8, 51-59:
Sentir y experimentar que Jesús nunca nos condena, hagamos lo que hagamos, es la satisfacción más grande que podemos vivir, es la mejor y más linda noticia del mensaje del Evangelio del domingo que dejaba tanta tela para cortar. Todos querían condenar a esa mujer, todos los hipócritas que en definitiva también eran pecadores. Generalmente el que quiere condenar es el que se cree con derecho sobre la vida de los demás, el que es pecador desde su soberbia, pero no se da cuenta, y por eso resuelve todo con piedras, simbólicamente hablando. Sin embargo, Jesús, el único que no pecó, siendo aquel que podría haber tenido algún derecho, no condenó; es el único que no condena, sino que da otra oportunidad para que la mujer no peque más y sea libre. ¡Qué gratificante es pensar que cuando todos nos quieran condenar el día que nos toque caer bajo, Jesús será el único que nos defienda y nos dé fuerzas para seguir! Dios quiera que vos y yo no caigamos tan bajo, que no nos equivoquemos tanto, pero si nos pasa, nunca debemos olvidar que Jesús no nos apedreará, todo lo contrario, ayudará a que esas piedras que los demás tienen listas para tirarnos ante el primer error, caigan en el piso y no en nuestros corazones. Si no somos tan pecadores como esa mujer, jamás pensemos que somos superiores, de otro nivel, porque todos podemos caer y morder el polvo. Si no somos tan pecadores, también debemos saber que Jesús hará todo lo posible para que antes de tirarle una piedra a alguien, antes de acusar a otros, debemos pensar si «estamos libres de pecado».
Ya a una semana de empezar lo que en la Iglesia llamamos el triduo pascual, o sea, la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, es bueno ir metiéndose de a poco en este drama que cambió la historia de la humanidad entera, de los que creen y de los que no creen, nos guste más o menos, estemos un poco cerca o no tanto. Un drama que, aunque nosotros sepamos su final, aunque sepamos que finalmente resucitó para estar siempre con nosotros, necesitamos de alguna manera revivirlo, experimentarlo para solidarizarnos con Jesús, para hacernos uno con él de alguna manera, o lo que es más lindo, que él se haga uno con nosotros, como él ya lo hizo. Hay que romper con ese antagonismo que se creó en algún tiempo de la Iglesia, no muy lejano, o que incluso se escucha decir hoy, de que no es necesario volver a vivir la pasión, de que no es necesaria la cruz como signo, pero especialmente como vivencia, de que no es necesario mirar a Jesús muerto por nosotros porque ya resucitó, está vivo, ya no hace falta, dicen algunos o, incluso, nos recriminan ciertos hermanos separados a la Iglesia a los católicos. Eso es falso, no es una verdad a medias. No se puede ser cristiano negando la cruz que nos dio vida y mucho menos negando que el mismo Dios quiso pasar por la cruz, vivirla, cargarla y, además, lo hizo por amor, con amor y para dar amor. Por eso otra Semana Santa, por eso otro año más para volver a experimentar que hay cosas en la vida, que, aunque nos empeñemos en separarlas, son inseparables, que, aunque con extremada dureza nos obstinamos en negar, son innegables. No hay resurrección sin muerte, y la muerte no tiene sentido sin la resurrección. Vamos por este camino, escuchando las palabras de Dios que nos van llevando de la mano, nos van encaminando diciéndonos que hay que ser fieles a las palabras de Jesús, que hay que ser fieles para ser seguidores de la persona que cambió el curso de la historia, que hay que ser fieles para conocerlo, conocer la verdad y empezar a ser libres en serio, personas que decidamos con libertad de entregar el corazón a Aquel que nos conduce a la verdadera felicidad. Recemos con esto, es lindo pensar así nuestra vida.
Hoy, en Algo del Evangelio, además de lo que dijimos el martes sobre el estilo de Juan, eso de que parece ser que Jesús habla en un idioma que no lo entienden, y de hecho no lo entienden, Jesús nos vuelve a hacer una promesa que es una maravilla: «Si sos fiel a mis palabras, no morirás jamás».
Las palabras de Cristo van haciendo de nosotros hombres y mujeres que se dan cuenta que siempre se necesita un límite y una guía para poder crecer, que la libertad no se contrapone con lo frágil, con lo débil y que es más libre aquel que se da cuenta que no lo puede todo, que no todo puede controlarlo, queriendo que se escuchara a Jesús día a día. Permanecer fiel a sus palabras, tratar de vivirlas, cumplirlas, insistir en que no hay nada más gratificante que ser libre, pero que al mismo tiempo se es libre cuando uno entrega su voluntad a la de Jesús que nos enseña la «Verdad». Toda una hoja de ruta para la vida de cada uno de nosotros.
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p. Rodrigo Aguilar
+ «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?»
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»
C. Jesús respondió:
+ «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí.»
C. Pilato le dijo:
S. «¿Entonces tú eres rey?»
C. Jesús respondió:
+ «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz.»
C. Pilato le preguntó:
S. «¿Qué es la verdad?»
C. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?»
C. Ellos comenzaron a gritar, diciendo:
S. «¡A él no, a Barrabás!»
C. Barrabás era un bandido.
C. Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían:
S. «¡Salud, rey de los judíos!», y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo:
S. «Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena.»
C. Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo:
S. «¡Aquí tienen al hombre!»
C. Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron:
S. «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo.»
C. Los judíos respondieron:
S. «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios.
C. Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo:
S. «¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?»
C. Jesús le respondió:
+ «Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave.»
C. Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban:
S. «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César.»
C. Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo, «Gábata.»
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos:
S. «Aquí tienen a su rey.»
C. Ellos vociferaban:
S. «¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «¿Voy a crucificar a su rey?»
C. Los sumos sacerdotes respondieron:
S. «No tenemos otro rey que el César.»
C. Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota.» Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos.
C. Pilato respondió:
S. «Lo escrito, escrito está.»
C. Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí:
S. «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca.»
C.
Señor, ¡gracias, gracias por entregarte una vez más! ¡Gracias por dejarnos la Eucaristía, gracias por dejarnos el sacerdocio, gracias por enseñarnos a amar!
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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 17 de abril + Jueves Santo + Cena del Señor + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?»
Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás.»
«No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!»
Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte.»
«Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!»
Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos.» El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios.»
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.»
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 26, 14-25:
Comenzábamos la Semana Santa, no te olvides, el Domingo de Ramos, celebrando la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén y, al mismo tiempo, escuchando la lectura de la Pasión según san Lucas, en donde con intenso dramatismo se relataba cómo Jesús iba pasando, de algún modo, de mano en mano, buscando ser entregado y ajusticiado injustamente; lleno de intrigas y de entregas para lograr el cometido, para lograr salirse con la suya aquellos que rechazaban a Jesús. Entre los tantos personajes que aparecían en ese relato de la Pasión, no te olvides –te aconsejo volver a leerlo–, aparecía por supuesto la figura de Judas, el amigo traidor, el amigo para Jesús; pero, en definitiva, para Judas, Jesús no era un amigo, por lo que terminó haciendo.
Por ahí te estarás sorprendiendo con la figura de Judas que también aparece en estos días, pero te invito a que no te sorprendas más y nos maravillemos más con el amor del corazón de Jesús. Judas hubo, hay y habrá siempre. Judas también, de algún modo, somos nosotros, vos y yo, con nuestras traiciones, aunque a veces nos cueste aceptarlo. No podemos lavarnos las manos como lo hizo Pilato el Viernes Santo, somos parte de esta humanidad caída y también de algún modo traicionera. Pedro también prometió y no cumplió. ¿Cuántas veces nosotros prometimos todo y nos chocamos con nuestra propia debilidad en la primera esquina, como se dice? Por eso la Pasión de algún modo nos refleja a todos, refleja el dramatismo de la vida del ser humano, que a veces puede pasar de un extremo a otro. La vida, nuestra vida de fe muchas veces es así, por un lado, o mejor dicho al mismo tiempo, el deseo de amar, la entrega diaria, silenciosa, sacrificada, generosa; la presencia del Reino de Dios en nuestros corazones, de Jesús entre nosotros, miles de lugares donde él sigue entregándose por medio de tantas personas que dan la vida. Pero también al mismo tiempo, pero a un ritmo diferente, la presencia del mal, de personas que se dedican a hacer maldades, injusticias, traiciones, guerras, muertes y tantas cosas más, y por qué no nuestras propias traiciones, infidelidades al amor de Jesús, infidelidades a nuestra vocación, infidelidades a nuestros seres queridos que confían en nosotros y tantas cosas más. Es el drama de esta humanidad en el cual Jesús quiso meterse, el drama del corazón humano incapaz de amar y de doblegarse ante tanto amor. Por eso Jesús se metió en este mundo, se mete para vencer desde adentro, para enfrentar el mal no con las armas de este mundo, como lo hacemos nosotros, sino con las armas de un amor extremadamente paciente y misericordioso. ¿Qué otro milagro de paciencia pudo haber hecho Jesús que esperar hasta el final a este supuesto amigo que lo terminó traicionando por un poco de dinero, por lo que valía un esclavo? ¡¡Qué enseñanza nos deja Jesús a todos y en especial a los que tenemos el cuidado y guía de personas, de corazones!! Paciencia extrema sin esperar nada a cambio: esa es la fórmula tan difícil. Lo que parece un fracaso ante ojos poco profundos de este mundo, es ante nosotros el éxito del amor misericordioso del Padre, que respeta la libertad de sus hijos y que nos enseña cómo debemos actuar nosotros. Apostar siempre, siempre hasta el final a la bondad que hay en cada corazón. Todo ser humano tiene la capacidad de amar y de convertirse, nunca hay que rendirse. Solo el amor puro y sincero puede convertir a las personas más alejadas y renegadas, más reacias al amor. Sin embargo, hay algo que no hay que olvidar. Incluso haciendo todo lo posible siempre hay que dejar la puerta abierta a la posibilidad del rechazo, del olvido y de la traición. Si a Jesús le pasó, ¿por qué pensamos que no nos puede pasar a nosotros? No nos cansemos, sin embargo, de hacer el bien y de buscar siempre el bien de los demás. Elijamos a los menos amados y menos amables para hacerles sentir el amor de un Dios que no se cansa de amar y esperar. Jesús hizo y hace lo mismo con cada uno de nosotros, eso es lo que nos tiene que maravillar.
Dios quiera y Dios lo quiere que podamos vivir y aprender esto en esta Semana Santa, pidámosle esta gracia con todo nuestro corazón. Empecemos estos días santos con este deseo en el corazón, de amar como nos ama Jesús, de saber esperar como nos espera Él, de tener esa paciencia que nos tiene Él.
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Martes 15 de abril + Martes Santo + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 13, 21-33.36-38
Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se estremeció y manifestó claramente:
«Les aseguro que uno de ustedes me entregará.» Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. Uno de ellos -el discípulo al que Jesús amaba- estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: «Pregúntale a quién se refiere.» El se reclinó sobre Jesús y le preguntó: «Señor, ¿quién es?»
Jesús le respondió: «Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato.»
Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: «Realiza pronto lo que tienes que hacer.» Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que hace falta para la fiesta», o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche. Después que Judas salió, Jesús dijo: «Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en Él.
Si Dios ha sido glorificado en Él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero Yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos:"A donde Yo voy, ustedes no pueden venir".» Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?»
Jesús le respondió: «Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás.» Pedro le preguntó: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti.»
Jesús le respondió: «¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces.»
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 12, 1-11:
Buen día, buen comienzo de otra gran Semana Santa; en realidad comenzamos ayer, pero después del Lunes Santo nos encaminamos lentamente hacia el Viernes Santo, que será el final de la vida de Jesús en esta tierra, en realidad el aparente final. Nos encaminamos también al Domingo de Pascua, a la resurrección. Por eso en estos días escucharemos en los evangelios los últimos momentos de la vida de Jesús, relatados por san Juan, sus últimos días, sus últimas acciones y gestos, sus últimas decisiones. Entre ellas aparece la escena de Algo del Evangelio de hoy, en el que Jesús con sus más amigos, con Marta, María y Lázaro, al que había resucitado, vive estos momentos tan particulares que acabamos de escuchar.
Dice la Palabra de hoy que le prepararon una cena, él fue a comer con sus amigos y además durante esa cena, María tuvo un gesto de amor que impregnó toda la casa de perfume y que sería lindo que impregne toda la casa de nuestro corazón. Todo un signo de lo que produce el amor en la vida de aquel que reconoce a Jesús como su Señor, como el que le da sentido a nuestra vida. Por eso, empecemos este lunes con mucho ánimo. Vuelvo a decir, no importa cómo hayamos llegado, pero vivamos esta Semana Santa con intensidad, dediquemos más tiempo a la oración, dediquemos más tiempo al silencio, apaguemos un poco tanto ruido que nos aturde, tanto aturdimiento de hoy que no nos deja pensar. Pareciera ser como una anestesia del corazón que impide que los latidos de nuestro ser nos digan lo que el Señor quiere. Por eso apaguemos un poco, dejemos tanto ruido. Pero antes de detenernos entonces en esta escena, pensemos en esto que también es importante, que me parece lindo del Evangelio de hoy. Jesús de algún modo se deja amar; de algún modo no, se deja amar por sus amigos. Misteriosamente Jesús, que podríamos decir que no necesitaba del amor humano, de los que lo rodeaban, porque siendo Dios no lo necesita, Jesús no solo ama, sino que al mismo tiempo se deja amar para enseñarnos que el amor también hay que aprender a recibirlo. Deja que le preparen una cena sabiendo que eran sus últimos días y, además, deja que derrochen en sus pies, por amor, un perfume carísimo. Es un detalle que a veces no tenemos en cuenta. Es tan difícil a veces amar, como dejarse amar por los demás. Aunque parezca una debilidad, Jesús necesitó del amor de los más cercanos, de sus discípulos, pero no una necesidad porque le faltaba algo, sino porque él lo quiso así para enseñarnos, porque eligió tanto amar como ser amado en todo y todo en su plenitud. Nosotros, en cambio, a veces andamos a las caídas, a los tumbos, como decimos, intentando amar y muchas veces no dejándonos amar, no dándole la oportunidad a los demás que tengan gestos de cariño con nosotros. Pensémoslo… pensemos que en el fondo es de algún modo una cierta soberbia, es un sutil engaño al convencernos que no necesitamos de los demás y mucho menos cariño, gestos concretos. ¿Conoces esas personas que no les gusta que les demuestren cariño, que las abracen, que les digan que las quieren, que les festejen los cumpleaños, que les hagan sorpresas? ¿No será que en el fondo cuando somos así estamos ocultando una falsa humildad, una aparente austeridad de afectos e incluso de bienes, pero que en realidad le estamos privando a los otros la posibilidad de querernos? ¿No será soberbia eso pensando que no necesitamos afectos? Para pensar y rezar mucho. Jesús no descartó esa posibilidad aun pudiendo poner la excusa por los pobres. No. Cada cosa en su lugar y se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo. Amar a los pobres y tener gestos de derroche y de amor para con él. Hoy para nosotros en la vida de la Iglesia, podríamos decir que es la Eucaristía, la presencia real de Jesús entre nosotros, la liturgia. Eso hace María. Derrocha perfume por amor a Jesús reconociéndolo como su Señor. Eso hace la Iglesia con Jesús vivo en cada sagrario, en cada altar donde Jesús es adorado, adornado y ensalzado con tantas cosas.
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Читать полностью…Comentario a Lucas 22, 66a; 23, 1b-49
Celebramos hoy el Domingo de Ramos y de Pasión. Así se llama a este domingo, día en el que Jesús entra a Jerusalén subido en un burrito para después, de a poquito, subirse a la cruz, por amor a nosotros, ese será el trono definitivo en donde él subirá para reinar en nuestros corazones, los corazones de miles y miles a lo largo de la historia, eso reviviremos en esta Semana Santa que hoy comenzamos.
Se dice Domingo de Ramos y de Pasión porque son dos misterios unidos, la entrada mesiánica, como se la llama –y por eso la rememoramos con la procesión y la bendición de los ramos–, y la culminación en el Calvario –por eso leemos la Pasión; este año, toca la de san Lucas–. Elegimos algunos fragmentos de la Pasión nada más para meditar, porque es larga y no nos daría el tiempo. Jesús es el Mesías, sí, el Mesías aclamado por el pueblo, por muchos. Pero es el Mesías distinto, el que no encaja con la lógica de este mundo, con la lógica humana del poder y de la fama; «al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres», como dice san Pablo.
Empezamos esta Semana Santa, la más santa de todas, la semana destinada a vivir lo mismo que Jesús, a que revivamos en nuestro interior lo mismo que él vivió. No entramos a la Semana Santa para ver como una «una película», para pasar por arriba lo que pasó hace casi dos mil años, queremos entrar todos juntos para revivir en nuestro corazón lo que realmente pasó, lo que sigue pasando en la humanidad, junto a Jesús. Jesús lo hizo por vos, lo hizo por mí. Él quiere que podamos hacerlo con él y por él. Nosotros debemos «bajarnos del caballo de nuestro orgullo» y subirnos al burrito de la humildad, nosotros también tenemos que asumir que la cruz, el dolor, el sufrimiento es y serán parte de nuestra vida y que solo con la humildad y el amor se pueden vencer y se puede iluminar nuestra vida y la de los demás. Ese es el camino de los que viven resucitados, de los que queremos vivir la pascua, del cristiano que vive y quiere una vida nueva. Acordémonos de esta frase del Evangelio: «Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo, pero si muere, da mucho fruto».
En un momento del relato que acabamos de escuchar de Algo del Evangelio de hoy, Pilato dice así: «Como ven, este hombre no ha hecho nada para que merezca la muerte». Reconocía la bondad de Jesús y, al mismo tiempo, no se jugaba por ella, por él. Pilato termina entregándolo. Nada, absolutamente nada, había en Jesús que mereciera pasar por lo que pasó. Sin embargo, lo pasó y lo aceptó. No murió por casualidad, no se entregó «sin querer», sino que se entregó queriendo, sabiendo, buscando morir por vos y por mí, por todos los hombres.
También el texto relata lo que dijo el llamado «buen ladrón» al otro ladrón: «Nosotros sí merecíamos morir, pero él no». ¿Por qué entonces tiene que morir lo bueno, el que no hace nada malo, el que busca el bien? ¿Por qué tiene que triunfar la maldad, aparentemente, la injusticia en este mundo?
La fiesta de hoy, que celebramos este domingo, nos muestra el colmo de la maldad del hombre versus el colmo del amor de Dios. Sabemos que finalmente ganó y triunfó el colmo del amor de Dios, que ganó por mucho, aunque no parezca, aunque hoy sintamos que el mal sigue triunfando.
Así es como ganó Jesús, acallando los gritos de la maldad de nosotros con abrazos de amor, de silencio, de paciencia, de perdón. La multitud gritó que lo crucifiquen y Jesús terminó entregando su espíritu y gritando: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Así es nuestro Dios, no como el dios de nuestra soberbia que quiere tantas veces ganar pisoteando a los demás, mostrándoles poder.
Así te invito y me invito a que entremos en esta Semana Santa, la más santa de todas, la más especial. Para que podamos juntos «bajarnos del caballo de nuestro orgullo» y subirnos al burrito pequeño de Jesús y podamos experimentar lo mismo que nuestro Salvador, caminando hacia la cruz, por vos y por mí, por todos.
www.
Solo un ejemplo de miles de situaciones en donde muchos deciden «matar al bien» y donde otros tantos prefieren callar y ser cómplices.
Nosotros, mientras tanto, no tenemos que aflojar y tenemos que entrar a esta Semana Santa con deseos de honrar a Jesús con la vida y no solo con los labios, con deseos de acompañarlo no solo de lejos, como quien no quiere la cosa, sino de enamorarnos de su coherencia hasta el fin, de su amor sincero que no se escapó en los momentos más duros y difíciles, dando la vida, por amor a vos, por amor a mí, por amor a todos los hombres.
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p. Rodrigo Aguilar
Sábado 12 de abril + V Sábado de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 11, 45-57
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.
Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación.»
Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: «Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?»
No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.
A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús. Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos.
Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: « ¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?» Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 10, 31-42:
En Algo del Evangelio de hoy aparece otra vez el tema de las piedras, ¿te acordás el Evangelio del domingo? Algunos fariseos habían tomado piedras para apedrear a la mujer adultera, pecadora y no pudieron, porque el mismo Jesús les había hecho ver que si la cuestión era tirar piedras a los pecadores, en realidad nos tendríamos que apedrear entre todos, digamos, que no queda nadie en pie. ¡Si es por ser pecadores, nos tiraríamos piedras entre todos! El mundo sería un caos. De hecho, es un caos en cierta manera, nos mataríamos entre todos. Es un poco lo que vemos día a día. Incapacidad para reconocer: bondad, belleza, amor y tantas cosas lindas que andan por ahí, muchas ganas de hacer justicia por mano propia, creyéndonos dueños y señores de la verdad. Por eso andamos a veces tirando piedras por el mundo, porque no vemos lo que Dios sí ve, andamos ciegos de amor y de bondad, no nos damos cuenta que tenemos mucho «de Dios» en nosotros, entre nosotros y en los otros.
Tomando concretamente la escena de hoy, a los judíos de ese momento, por lo menos algunos, no les alcanzó con querer apedrear a la mujer pecadora, sino que incluso querían apedrear a Jesús, y de hecho terminaron haciéndolo cuando lo crucificaron o hicieron todo lo posible para llevarlo a la cruz, lo apedrearon simbólicamente. ¡Qué locura! Podríamos hacer el esfuerzo para «meternos» en la piel de esos hombres, que dicho por ellos mismos no lo querían apedrear por sus obras buenas, sino «porque siendo hombre, se hacía como Dios» y tratar de entender, desde su mentalidad, cuál fue el verdadero motivo de su furia y de sus deseos de eliminar a Jesús. Pero, en definitiva, el fondo de la cuestión, está bien en el fondo, valga la redundancia, porque finalmente lo que los llevó a hacer semejante locura, fue lo que ellos mismos rechazaban, o sea, se pusieron en el lugar de Dios. Por querer «defender» a Dios, rechazando a quien se «hacía» como Dios, tomaron el lugar de Dios y le quitaron la vida, lo quitaron de su camino porque les molestaba. El mundo de hoy, muchas veces nosotros, hacemos lo mismo con Dios, con Jesús, preferimos quitarlo del medio de nuestras decisiones porque molesta, molesta a veces la verdad y al mundo le molesta mucho más. A nosotros también nos puede pasar lo mismo cuando no reconocemos las verdades que Jesús nos grita al corazón para que cambiemos, y aunque no lo apedreamos, podemos taparnos los oídos y hacer como que no pasa nada. Estos judíos, los que finalmente mandaron a matar a Jesús, no se dieron cuenta de lo que hacían, por eso él llegará al colmo del amor al decir en la cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Al colmo de la maldad, Jesús terminará respondiendo con la locura del amor, y no porque Jesús sea tonto y no conozca que hay maldad, sino porque, reconociendo la maldad, la atribuye a la ignorancia y la ceguera. Si esos judíos se hubieran dado cuenta de lo que estaban haciendo, no lo hubieran hecho. Actuaron así pensando que obraban bien, eso es lo más triste o a veces incomprensible. ¿Cuántas veces hicimos cosas convencidos de que estábamos obrando bien? ¿Cuántas personas a nuestro alrededor obran mal, nos hacen el mal pensando que obran bien? Esa es la ceguera más grande, es la enfermedad más profunda del hombre, incluso del hombre religioso, del que dice creer.
Si nosotros nos diéramos cuenta de lo que hacemos cuando hacemos el mal, no lo haríamos. No terminamos de ser conscientes plenamente de las consecuencias del mal, de la falta de amor. ¿Y cuál es el remedio? El amor de Jesús en la cruz. Intentemos en estos días mirar las cruces que nos rodean con más amor, aceptar las cruces que nos tocan vivir con más amor. ¿Cuál es el camino? Entrar en esta Semana Santa deseando ser más conscientes del inmenso amor de Jesús por cada uno de nosotros.
Increíble pero real.
No morir es justamente el deseo innato de todo ser humano. Permanecer, no morir, pero no solo vivir muchos años, sino que dejar algo, deja vida, huella, dejar amor. El que ama a Jesús y sigue sus enseñanzas no muere jamás porque su vida no se olvida jamás. Nadie olvida a aquel que amó plenamente y nadie puede borrar la huella de las personas que se dejaron cautivar por el amor de Cristo. Si no, pensemos en la vida de los santos. ¿Quién puede borrarlas del libro de la historia? Además, si vivimos las enseñanzas de Jesús, nos aseguramos realmente la Vida eterna después de la muerte, no moriremos jamás, ni en la tierra y mucho menos en el cielo.
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Jueves 10 de abril + V Jueves de Cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 8, 51-59
Jesús dijo a los judíos:
«Les aseguro que el que es fiel a mi palabra, no morirá jamás.»
Los judíos le dijeron: «Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado. Abraham murió, los profetas también, y tú dices: "El que es fiel a mi palabra, no morirá jamás." ¿Acaso eres más grande que nuestro padre Abraham, el cual murió? Los profetas también murieron. ¿Quién pretendes ser tú?»
Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. Es mi Padre el que me glorifica, el mismo al que ustedes llaman "nuestro Dios", y al que, sin embargo, no conocen. Yo lo conozco y si dijera: "No lo conozco", sería, como ustedes, un mentiroso. Pero yo lo conozco y soy fiel a su palabra. Abraham, el padre de ustedes, se estremeció de gozo, esperando ver mi Día: lo vio y se llenó de alegría.»
Los judíos le dijeron: «Todavía no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?»
Jesús respondió: «Les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy.»
Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero Jesús se escondió y salió del Templo.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 8, 31-42:
Tirar piedras y esconder la mano, decíamos que es de algún modo de cobardes, porque, en definitiva, tirarle piedras a los demás, a los que pecan, es una gran hipocresía, porque todos somos pecadores. Por eso la actitud de Jesús y la intención de lograr que todos arrojen las piedras, pero no a la mujer, sino al piso, es la actitud que debemos incorporar vos y yo, en nuestras vidas. No es necesario apedrear a nadie, no es necesario acusar a los demás, porque haciendo eso no solucionamos los problemas de este mundo, al contrario, los aumentamos. ¿Qué habrá sentido esa mujer rodeada de hombres deseosos de apedrearla? ¿Qué habrá sentido esa mujer al sentir que aquel que podía condenarla, el único que tenía autoridad, Jesús, la defendió de los hipócritas sin corazón? ¡Cuidado! No hagamos lo mismo, porque a nosotros no nos gustaría ser acusados y apedreados. ¡Cuidado! Vos y yo no estamos exentos de caer, somos tan débiles como todos, somos capaces de caer en lo más bajo, si no fuera por la ayuda de Dios; sin embargo, a este mundo le encanta acusar y apedrear. Le encanta mostrar los defectos ajenos y burlarse de ellos. Nosotros no debemos obrar de la misma manera.
Algo del Evangelio de hoy parece ser toda una hoja de ruta para la vida, o por lo menos las primeras palabras. Ser fieles a las palabras de Jesús nos hace sus discípulos, conocer la verdad y ser libres. Fácil de entenderlo, por lo menos parece, pero muy difícil de vivirlo. O dicho al revés, podría ser algo así: ser libres nos hace conocer la verdad que llega a nosotros por labios de Jesús, de sus palabras. Es por eso que en la medida que seguimos siendo fieles a escuchar la Palabra de Dios de cada día, en la medida que nos dejamos cuestionar por lo que Dios continuamente nos enseña, en la medida que nos animamos a seguir insistiendo y preguntarnos qué nos dice el Padre cada día; vamos experimentando una libertad interior que es fruto de ir conociendo la «verdad de Dios», la verdad de nuestra propia vida, de la vida que nos rodea y, especialmente, a Jesús, que es la Vida. Por ahí te pasó en algún momento de la vida, después de escuchar y meditar mucho la Palabra de Dios. Por ahí te pasó y te olvidaste y por eso es bueno volver a escucharlo. Por ahí no te pasó y deseas que te pase.
El desafío siempre es permanecer, permanecer fieles, insistir, luchar, no dejarse vencer. Lo más difícil en la vida, y mucho más en la fe, en lo espiritual, es la fidelidad, es la permanencia, es la de seguir a pesar de todo, aun cuando no sentimos nada, cuando parece que no pasa nada y no tiene sentido. Lo más difícil para un sacerdote es ser fiel, en no claudicar, no pensar que parece que lo que hace no tiene sentido. Lo más difícil para vos que estás casado, casada, es seguir, es apostar una vez más al amor, es volver a confiar que se puede seguir amando, que es necesario elegir una y otra vez. Solo el que es fiel ama verdaderamente, solo el que ama en serio es discípulo de Jesús y solo el que va descubriendo la verdad de su vida, con lo bueno y lo malo, es libre para decidir amar en todo momento.
Mientras tanto, somos de algún modo esclavos, esclavos que nos vamos yendo de la casa del Padre, y queremos dejar de ser hijos, de vivir esa alegría profunda de estar siempre como hijos. El que cree que es libre por dejar de lado la verdad de lo que Dios pide, lo único que logra es ser más esclavo. Es el engaño del hombre que se cree libre, que hace y deshace lo que se le antoja, sin discernir la voluntad de Dios, pensando que es libre, pero en el fondo es esclavo de sí mismo y de sus pasiones, que no puede controlar. El que aprende a ser libre obedeciendo es el que más disfruta de ser hijo de Dios. Le gusta ser hijo y escuchar, no tiene problema en permanecer con su padre, no se cree niño por estar con su padre. Obedecer a Jesús, a sus palabras, no produce hombres sin pensamiento propio o marionetas, sino al contrario.