El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org Cualquier testimonio o consulta escribir a algodelevangelio@gmail.com
https://www.youtube.com/watch?v=lO5aHfTSzns&ab_channel=AlgodelEvangelio
Читать полностью…Domingo 30 de marzo + IV Domingo de cuaresma(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 15, 1-3. 11-32
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo entonces esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde." Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!" Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado." Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo." Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!" Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado."»
Palabra del Señor
Comentario a Lucas 18, 9-14:
Creo que podemos aprovechar este sábado, terminando esta semana, para pedirle a la Palabra de Dios que produzca lo que necesitamos en nosotros y en los demás; porque acordémonos que la Palabra de Dios es como la lluvia que no vuelve al cielo sin haber hecho germinar la semilla, sin haberla hecho crecer, sin haber fecundado la tierra, la tierra de nuestra vida, la tierra de nuestro corazón, de nuestras actividades y proyectos, de todo lo que somos. Y bueno, depende de nosotros también que esa lluvia produzca su efecto, y una de las cosas que podemos hacer es pedirle al Padre, pedirle que produzca lo que necesitamos de lo que escuchamos esta semana, aquel Evangelio que más nos tocó el corazón, que más nos representó, que más nos mostró de algún modo lo que estamos viviendo.
Y de la parábola de Algo del Evangelio de hoy creo que lo primero que podemos decir o lo que se me ocurre hoy decir es: ¿No será que a veces interpretamos demasiado literal algunas cosas del Evangelio y nos olvidamos de lo esencial, de lo más profundo? Lo digo porque a veces pasa mucho en nuestras Iglesias que cuando hay celebraciones de poca gente –celebraciones semanales, por ejemplo–, también en las dominicales, la gente se va siempre al fondo, se va a los asientos del fondo, a grandes distancias, como si a veces pensáramos que dependiendo del lugar que ocupemos estamos más o menos cerca de Dios, o lo merecemos más o menos, o que es un signo de humildad o no. Y hoy justamente el Señor nos quiere mostrar que no se trata de eso.
Obviamente la actitud del publicano que está lejos, es la actitud del que se siente pecador, del que se siente necesitado de Dios y, al mismo tiempo, avergonzado; y la actitud del fariseo que está de pie, es todo lo contrario, porque él se siente justo, se siente mejor que los demás y da gracias porque «no es como los demás». Pero entonces no es una cuestión de lugar, de estar parado, sentado, de estar sentado más cerca o menos, o en el asiento de adelante o en el de atrás, porque puedo estar en el primer asiento sintiéndome un gran pecador y por tanto necesitado de Dios que es lo que me hace ir hasta ahí; puedo ser sacerdote y estar en el altar, muy cerca de Dios aparentemente, pero mi corazón puede estar lejos de él, porque soy soberbio y pienso que soy más que los demás, entonces, en definitiva, no importa tanto el lugar.
Vamos a lo esencial del Evangelio: Jesús se refiere a aquellos que se tenían por justos y despreciaban a los demás; y de eso es de lo que debemos tener cuidado, reflexionar si nosotros a veces de alguna forma en nuestra manera de pensar, de sentir, de actuar o de mirar a los demás, no nos creemos un poco más justos y despreciamos a los otros. En el fondo es esa actitud la que nos aleja de Dios, cuando me siento capaz de juzgar y pensar que soy diferente, incluso agradecer que soy diferente y llegar a decir: «Gracias, Señor, porque me libraste de esto o de lo otro», y miro a los demás de reojo. Cuando caemos en esa actitud de soberbia, es cuando más lejos estamos del Padre y no nos iremos «justificados» en nuestra oración.
La oración que brota del fondo de nuestro corazón no es creernos diferentes a los demás, sino más bien pedirle al Señor que nos ayude a reconocernos como realmente somos y no temer mostrarnos ante Dios como realmente somos. Me contó alguna vez un sacerdote que después de una misa, en el atrio de la Iglesia mientras saludaba a los que salían, escuchó a un grupo de señoras que hablaban entre ellas y decían algo así: «Y al final en el cielo vamos a estar los mismos de siempre», como una actitud de mucha soberbia, de la cual seguramente no se daban cuenta, estas señoras que estaban hablando incluso después de salir de misa.
¿No será que a veces nosotros nos creemos como una élite dentro de la Iglesia o del mundo? ¿No será que muchas veces tenemos mucha soberbia en el corazón? Nos creemos como la élite de los que estamos más cerca, y «menos mal que somos nosotros, menos mal que Dios nos eligió a nosotros».
Nos sorprendemos para bien cuando de golpe descubrimos una riqueza inimaginable en personas que antes no teníamos en cuenta.
Nos sorprendemos para mal cuando de golpe nos distanciamos de personas que en realidad no conocíamos bien, porque en el fondo no nos escuchábamos.
¿No será que con Dios nos pasa lo mismo? ¿No será que nos alejamos de él porque nos perdemos de escucharlo? ¿No será que nos enamoramos perdidamente de su corazón porque en el fondo nunca nos decidimos a escucharlo en serio?
El amor de Dios brota y crece, casi naturalmente, cuando se escucha. La escucha es como la lluvia que riega las plantas, porque al escuchar cosas lindas, cosas de Dios, eso nos va purificando el corazón para poder verlo nítidamente y, una vez que lo vemos, empezamos a amarlo con todo el corazón, con toda el alma, el espíritu y las fuerzas. En cambio, cuando las cosas pretenden ser al revés, o sea, obligarse a amar a un Dios que no se escucha y no se sabe bien quién es, es tan imposible como estar ciego o sordo y querer enamorarse a distancia de alguien que ni siquiera se ve ni se escucha.
Empecemos por el principio y el camino será más lindo y posible. Probemos hoy escuchar y que el escuchar nos abra el corazón para amar, a Dios y a los demás, como Jesús lo pretende, porque en realidad escuchar es ya empezar a amar, y cuanto más amemos, más escucharemos.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Viernes 28 de marzo + III Viernes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 12, 28b-34
Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?».
Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que éstos.»
El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios.»
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios.»
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 11, 14-23:
Como la parábola del domingo, nosotros, la higuera, las higueras, a veces no damos los frutos deseados por el dueño de la viña. Por más que tenemos todo para crecer, por más que sabemos lo que tenemos que hacer, vivimos «plantados» en este mundo, a veces con mucha esterilidad. No es para autocastigarnos, pero deberíamos ser sinceros y decir que siempre podemos dar más. Pero la buena noticia de ese Evangelio es justamente que Jesús nos espera siempre, que él no desea cortarnos y «tirarnos al fuego», sino todo lo contrario, que nos ama y con su amor quiere ablandarnos el corazón para que amemos y demos frutos. La lluvia de la Palabra tiene esa función en nuestra vida, abonar la tierra dura de nuestro corazón para que podamos absorber el buen alimento que Dios nos da cada día. Sin agua, las plantas no pueden tomar los nutrientes de la tierra por más que abunden, sin la lluvia de la Palabra, nosotros no podemos alimentarnos del amor de Dios, del amor de los demás; porque esa humedad, esas palabras son las que nos dan vida y sabiduría para tomar y elegir los caminos correctos.
Algo del Evangelio de hoy tiene que ver con algo que les pasó a los de aquella época, pero que también nos pasa muchas veces a vos y a mí, y terminamos por agobiarnos, haciéndonos caer en un pesimismo a veces insoportable. ¿Qué cosa? Por ejemplo, el vivir pensando en lo que nos falta; vivir viendo la parte vacía del vaso, como decimos a veces, lo que debería ser y no es, lo que me pasó, me afectó y debería haber sido distinto, pero ya no puedo cambiar; vivir sin considerar lo que tenemos y esperando algo mejor que seguramente vendrá; vivir así, ver las cosas así, es parte de la verdad de la vida, pero no es toda la verdad.
Hoy, no sé si te pasa eso a vos, estamos un poco cansados de escuchar parte de la verdad, y verdades a medias. Verdades que no son verdades en realidad, fuera y dentro de la Iglesia, verdades a medias, porque en realidad son «ideologías» y cuando una ideología quiere ser la única verdad; termina por matar a la Verdad con mayúscula, que es una Persona, Jesucristo. Somos capaces de matar por nuestra supuesta verdad, incluso en nombre de la Verdad. Estamos cansados porque cada uno tiene su verdad, o, mejor dicho, cada uno cree que tiene la suya y que es la única. Y pocos se animan a abrazar una Verdad más grande y trascendente. ¿Sabés qué es lo que pasa o por lo menos qué es lo que me parece que pasa en el mundo, y como dije antes, también dentro de la Iglesia? Pasa que Jesús es relegado, olvidado y muchas veces por los que deberían recordarlo más, mucho más. Sin embargo, nuestro buen Jesús no entra en estas discusiones interminables en donde todos quieren tener la razón, en donde el dinero manda, en donde la lógica del poder termina triunfando por sobre los intereses comunes o los intereses de un Dios que es amor. Todos hablan de verdades, pero se olvidan de una Verdad mucho más verdadera que es Jesús: «Camino, Verdad y Vida». Alguno me dirá, pero… ¿qué tiene que ver el mundo con Jesús, con las discusiones de este mundo? Tiene y mucho que ver, por lo menos para nosotros los cristianos, que sin querer a veces «separamos» demasiado las cosas del mundo con nuestra fe y nos olvidamos que nuestra fe es sal y luz en este mundo, dividido por las discordias, por las medias verdades que se hacen ideologías.
En la escena de Algo del Evangelio de hoy se pone de manifiesto los «pesimistas de siempre», los «mala onda», como decimos por acá, que buscan siempre «el pelo en la leche», la «quinta pata al gato», porque las ideas les nublan el corazón. La ideología no permite ver la realidad tal como es, porque se la mira de una perspectiva propia, y no desde el amor de Dios. Estos hombres, en vez de reconocer el bien que hacía Jesús, fueron capaces de decir semejante barbaridad, o sea que Jesús hacía el bien, pero con el poder del demonio. ¡Algo absurdo, como lo que nos toca ver cada día! No solo no veían la parte llena del vaso, sino que imaginaban algo malo dentro del vaso.
Por eso san Pablo, sintetizando toda esta idea, nos dirá: «Amar es cumplir la ley entera». Si no agregamos la sal del amor a nuestras obras, no somos nada, no somos cristianos; somos cumplidores de una ley fría y vacía, nos quedamos en el Antiguo Testamento, somos cristianos «antiguos». La sal da sabor, pero al ser echada en la comida, desaparece, deja de verse. El amor al Padre Dios debe ser la sal escondida de nuestras obras, de nuestro modo de ser, de nuestro ser hijos de Dios, eso que le da sentido al vivir sus mandamientos. Ese es el desafío de nuestra vida. Liberarnos de vivir una relación con Dios que se base en el miedo, en el cumplir por cumplir, en el cumplir porque me lo dijeron, en el cumplir porque me conviene, en el cumplir porque así seré más bueno, en el cumplir para quedarme tranquilo de conciencia creyendo que somos nuestros propios jueces.
Pidamos esto hoy a Jesús, el Hijo de Dios que nos enseña a vivir como hijos libres. Nos enseña a que el amor sincero sea lo que nos impulse a no tirar los mandamientos por la borda, por el «balcón» creyendo que ya pasaron de moda, pero que al mismo tiempo nos ayude a vivir más allá de ellos, amando de verdad, salando nuestras obras con ese condimento que nos da libertad y nos permite dar frutos de santidad, escondidos, imperceptibles a los ojos de este mundo que le gusta lo visible, pero frutos al fin. Todos podemos dar más frutos si nos dejamos remover y abonar por el amor de Jesús, que desea que nos entreguemos de corazón, no dejando que la mirada propia y la de los demás nos juzgue, sino solo nuestro Señor, porque solo él conoce nuestros pensamientos y sentimientos, solo él sabe el porqué y el para qué de nuestro obrar.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 26 de marzo + III Miércoles de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 17-19
Jesús dijo a sus discípulos:
«No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.
El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.»
Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 1, 26-38:
Celebramos hoy en toda la Iglesia la Solemnidad de la Anunciación del Señor, el día en el que todo cambió para siempre, el instante más silencioso, pero más trascendental de la historia de la humanidad. Los historiadores podrán decir muchas cosas sobre tantos acontecimientos importantes desde que el mundo es mundo, podrán buscar siempre lo más llamativo y espectacular, pero la realidad es que para nosotros ese momento, ese encuentro del Ángel Gabriel con María, ese encuentro del Espíritu Santo con la Virgen, es el verdadero acontecimiento que dio «vuelta» el mundo, tu vida y la mía, la de millones y millones de personas. Las cosas grandes de la historia de la humanidad, en realidad, pasaron desapercibidas para los poderosos de este mundo que les gusta mucho más el «show» que otra cosa. Dios eligió «hacerse el distraído» y entrar en este mundo por la puerta de «atrás», como para no figurar, como para no ser visto, como para ser uno más, sin dejar de ser lo que era y meterse en nuestros corazones.
Demasiada alegría junta, la alegría de una adolescente sencilla y desconocida, que recibió la noticia de que iba a ser la Madre de Dios. Una gran locura. La venida de Dios al mundo, el anuncio de la concepción de Jesús en el vientre de María, como decimos siempre, por obra y gracia del Espíritu Santo, es para alegrarse siempre. Jesús también fue un niño en el vientre de su madre. También creció silenciosamente hasta nacer como cualquiera de nosotros. Por eso hoy también rezamos por todos los niños por nacer, por todos los niños que están «custodiados» por sus madres en sus vientres. Pero especialmente recemos por todos los niños por nacer que sufren el «terror» del aborto que amenaza sus vidas, para que sus madres tomen conciencia del don que llevan en sus vientres y jamás recurran a una aparente solución que puede arruinar una vida para siempre, incluso la de ellas mismas. Para el caso, María también vivió un embarazo «no deseado», podríamos decirlo en lenguaje actual. Ella no tenía pensado quedar embarazada, y mucho menos de ese modo. Sin embargo, supo abrirse al misterio de la vida, supo aceptar lo que en principio no entendía ni quería. Supo querer y aceptar la invitación como voluntad de Dios y amar la vida desde el momento de su misteriosa concepción hasta la muerte en la cruz. Por eso es lindo hoy que recemos por todas las madres que también, por diferentes circunstancias, viven un embarazo «no deseado», no buscado, para que abran sus corazones al don que llevan, al niño que milagrosamente llevan en sus vientres y que necesitan de ellas.
Algo del Evangelio de hoy nos muestra que, de punta a punta, desde el anuncio del Ángel a María hasta el anuncio de la Resurrección, Dios viene a darnos una alegría, Dios está con nosotros para alegrarse, no para preocuparnos y asustarnos. Una vida que nos vino a dar una alegría. Una vida que nos vino a dar vida. Un niño siempre puede transformarse en una alegría. Ser cristiano es alegrarse con esta alegría, alegrarse de que Dios se haya «metido» en nuestras vidas, de que nos haya sorprendido de esta manera. Ser cristiano es alegrarse porque María fue capaz de decir que sí, y gracias a Ella, el Hijo de Dios se metió en nuestra historia, para vivir como nosotros, para morir por nosotros y resucitar para nosotros. María es la mujer más inteligente y llena de amor de la historia, la más feliz de todas porque supo confiar y creer sin ver, aunque haya preguntado para saber cómo Dios se las iba a ingeniar para hacer semejante milagro. Nunca desconfió de las promesas de Dios y de sus planes. Para el que cree, siempre lo que Dios quiere es lo mejor. Creer hace bien, creer es de inteligentes, creer nos abre caminos nuevos y más seguros, creer nos llena el alma de felicidad, aunque nos dé un poco de miedo y vértigo. Seremos felices si aprendemos a creer y confiar sin ver, sin muchas pretensiones.
Que hoy María nos ayude a decirle con confianza a Dios Padre, pero por ahí con miedo, pero con confianza: «Sí, soy tu servidor.
Podríamos preguntarnos: ¿Por qué ningún profeta es bien recibido en su tierra, porqué Jesús fue rechazado en su propia tierra, en su lugar? ¿Por qué a nosotros nos pasa a veces lo mismo en nuestras familias, en los lugares que nos conocen? Justamente porque no se comprende esta verdad, por no comprender que Dios puede hablar así, como la lluvia y caer sobre todos; por no creer que Dios, que es grande, habla por medio de lo pequeño, de lo humano; por no entender que a Dios no lo podemos entender con la cabeza solamente, sino que tenemos que aceptarlo con el corazón, y que el único que nos enseña cómo es justamente es él mismo. Jesús hoy no se dejó matar, siguió su camino, aunque no lo entendieron y aunque quisieron asesinarlo. Así vamos nosotros en la vida, intentando seguir nuestro camino, el de Jesús, aunque nos quieran matar y hacer callar nuestra vos, simplemente porque no nos entienden, simplemente porque algunos no quieren escuchar lo evidente, simplemente porque no comprenden que Dios puede ser como la lluvia, que viene del cielo y empapa todo lo que toca. La diferencia es que la naturaleza no se cubre de la lluvia; en cambio, nosotros a veces sí, evitamos mojarnos como evitamos escuchar a Dios. Hoy dejemos que la lluvia de la Palabra nos empape y ayudemos a que estos audios de la Palabra se extiendan y empapen a todos, a buenos y malos, a los buenos para hacerlos más santos y a los malos para abuenarlos un poco.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Lunes 24 de marzo + III Lunes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 4, 24-30
Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga:
«Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio.»
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Palabra del Señor.
De la misma manera que Dios y los demás lo hicieron conmigo y con vos, ¿cuántas veces nos esperó nuestra madre, nuestro padre, nuestro profesor, nuestro amigo, nuestro abuelo y abuela, para vernos crecer y dar frutos? ¿Cuántas veces? Ni nosotros lo sabemos, imaginemos si nos hubieran cortado así de rápido, ahí nomás, cuando nos vieron medio marchitados y cansados sin hacer nada. No estaríamos escuchando hoy esta Palabra de Dios, escuchando esta parábola que exalta la admirable y sufriente paciencia de Dios, que nos envía a su Hijo el viñador para abonarnos, jugarse por nosotros, mover la tierra de nuestro corazón. Despertémonos, despiértense, nos dice Jesús, arriba, porque podemos morir en cualquier momento, somos creaturas como todos, como los que día a día mueren por ahí por causas normales y a veces también injustas. Todos podemos acabar igual, todos tenemos y podemos dar frutos, somos semillas del Padre y tenemos mucho para dar, no tengamos miedo, no nos guardemos nada.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Domingo 23 de marzo + III Domingo de cuaresma(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 13, 1-9
En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió:
«¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.»
Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: "Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?"
Pero él respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás."»
Palabra del Señor.
Sábado 22 de marzo + II Sábado de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 15, 1-3. 11b-32
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo entonces esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde." Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! “Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado." Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo." Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!"
Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado."»
Palabra del Señor
Comentario a Mateo 21, 33-43.45-46:
Continuando con el Evangelio del domingo, ¿recordás la transfiguración de Jesús en el monte Tabor, con tres discípulos elegidos especialmente por él, para mostrarles su ser divino, mostrarse como Dios? Y así tuvieron fuerzas en los momentos de cruz, en los momentos de dificultad. Recordarás que Pedro pretendió quedarse ahí. Pedro pretendió lo que cualquiera de nosotros pretendería, disfrutar plenamente todo lo que podamos. Esa es la sensación que podemos tener todos cuando tenemos una experiencia profunda de Jesús en nuestra vida, ya sea en la oración, ya sea en un encuentro espiritual, personalmente con un grupo o incluso también muchas veces puede ser amando, entregándonos, que en definitiva es donde siempre está Dios, en el amor, o puede ser cuando recibiste un sacramento.
Recuerdo que me contó hace poquito tiempo un matrimonio, que hace poco se había casado, que fue a raíz del sacramento del matrimonio que experimentaron el deseo de volver hacia Jesús, porque a pesar de que se estaban casando por Iglesia, no se habían acercado con esa consciencia de saber lo que hacían.
Bueno, Dios se nos puede manifestar de múltiples maneras, pero lo importante es que no podemos quedarnos en el monte para siempre, tenemos que bajar. Por eso Jesús animó a los discípulos a que callaran, a que se guarde esa experiencia para ellos y que vuelvan al llano, vuelvan a trabajar con él. ¿Sos de los que se quiere quedar para siempre disfrutando esa experiencia y después no quiere bajar o sos de los que en definitiva sube al monte para orar y tener fuerzas para amar? Pensémoslo, porque en realidad ese es el verdadero camino, orar para amar y amar también para encontrar nuestros momentos de oración.
La historia de la salvación de toda la humanidad es al mismo tiempo espejo y reflejo de la historia de salvación tuya y mía, de cada uno de nosotros. ¿Qué es la historia de la salvación? Bueno, es sencillo y simple. La historia de un Dios que es Padre y que anda de hace miles de años buscando al hombre para que el hombre se dé cuenta de una vez por todas de que no hay nada más lindo que encontrarse con él y de ser encontrado por él. ¿Vos pensabas que en tu historia eras el protagonista principal? No, no te la creas. Sos parte de la historia, pero no sos la historia en sí. Dios, nuestro Padre es el dueño y Señor de la historia de la vida, de nuestra vida. Él es el que creó el escenario, él es el que puso la escenografía, él es el que la embelleció, él es el que la pagó con su amor, él es el que puso los actores y el que los quiso dirigir, pero los actores se rebelaron olvidándose de su papel, olvidándose que el dueño de todo es el Señor y quisieron hacer su propia obra, como hacemos tantas veces vos y yo.
Jesús con esta parábola hace un resumen de la historia de la salvación, de la historia de un Dios que ama a su creatura y por amarla le da todo, esperando algo a cambio, por supuesto. Y no solo le dio signos y cosas para que se dé cuenta de su amor, sino que no conforme con eso, envió a su propio Hijo, Dios mismo se hizo presente para que el hombre terminara de darse cuenta. ¿Qué pasó? Lo que escuchamos. Lo mataron para quedarse con la herencia. El hombre se adueña de lo que es de Dios. Vos y yo nos adueñamos de lo que es de Dios cuando pecamos. Ese es nuestro mayor pecado, es el peor pecado que atraviesa toda la historia, la historia grande del mundo y la historia de nosotros. El Padre nos busca y nosotros que no respetamos los signos y enviados de Dios, los de cada día, sino que tantas veces los echamos de nuestra vida, los apedreamos para seguir en la nuestra. Esta historia se repite una y otra vez cuando no dejamos entrar a Jesús a recoger los frutos que le corresponden.
Tenemos que tomar consciencia que nosotros estamos viviendo la mejor parte de la historia de la humanidad, no nos podemos quejar. Si nos quejamos, quiere decir que todavía no entendimos. Muchos quisieron estar y vivir lo que nosotros estamos viviendo.
Comentario a Lucas 15, 1-3. 11-32:
En este domingo contemplamos una de las parábolas más maravillosas del Evangelio. Un padre y dos hijos. Un padre que perdona al hijo menor que vuelve después de haber tocado fondo y que, al mismo tiempo, quiere hacer sentir al mayor que es hijo, desde mucho tiempo, aunque él no se daba cuenta. Esta parábola es la historia de Dios Padre con los hombres, es la historia de los hombres con Dios, de los hijos para con Dios, que es Padre, un regalo que no terminamos de disfrutar, porque no nos damos cuenta. Somos hijos, pero vamos, venimos y no terminamos de reconocernos hermanos entre nosotros. Porque, en definitiva, el problema de fondo es este: quien no reconoce a Dios como Padre y Padre de todos, no de algunos, jamás puede disfrutar de tener hermanos, y lo que es peor, jamás puede disfrutar de la fiesta y de la alegría de los otros, esa que Dios nos regala a todos, sin distinción, especialmente cuando un hombre perdido es recuperado.
Jesús cuenta esta parábola a los fariseos que se la pasaban murmurando porque él comía con los pecadores. Cuenta esta parábola a todos, a vos y a mí, a todos los que no pueden comprender el corazón de un Dios que es Padre siempre y, además, es misericordioso. Esta parábola es el corazón del Evangelio, en definitiva.
Algo del Evangelio de hoy es el corazón de toda la Palabra de Dios. Es una manera de decirnos: «Miren… yo vine a comer con los pecadores, vine hacerlos sentir hijos a pesar de todo, vine a sentarme con ellos, aunque se hayan alejado, aunque hayan estado hundidos en el barro, aunque hayan querido comer comida de cerdos, aunque se hayan gastado todos los bienes de Dios en lo más bajo, aunque hayan cometido el peor de los pecados… Yo vine a comer con ustedes, vine a levantarnos, a agarrarlos de la mano diciéndoles vengan, salgan de ahí». Pero también vine a ayudar a los que dicen y creen «portarse siempre bien», a los que cumplen y no se equivocan tanto, a los que están siempre, pero no saben disfrutar de lo lindo que es ser hijo de Dios y, además, el tener tantos hermanos, a los que se enojan por la bondad de Dios, a los que no comprenden que sea tan bueno, a los que no quieren participar de la fiesta del padre que le organiza a su hijo por haber vuelto, por haber estado perdido y volver a la vida.
Ni vos ni yo estamos fuera de esta parábola, esa es la clave. No estamos fuera, somos uno de los dos, o tenemos partes de los dos, en alguna época fuimos uno y después otro. Pero en definitiva tenemos que decir que el protagonista principal es el Padre, el dueño de la historia de la humanidad, de la historia de nuestra vida. Si sos el menor, volvé, volvé que el Padre te espera con los brazos abiertos, no importa lo que hayas hecho, volvé, levantate, salí del barro, dejá el pecado, pensá que él te está esperando, pedile perdón, no te va a pedir explicaciones, dejá abrazarte por Dios Padre que quiere organizarte una fiesta, no te preocupes por tu hermano más grande que todavía no sabe disfrutar, no comprende, algún día se le va a pasar el enojo.
Si sos el mayor, si te comportás como el hermano mayor, reconoce que ese que vuelve, ese que parece ser el peor, también es tu hermano, vos también podés caer, por eso tenés que disfrutar de un hermano vuelva. Aceptá la fiesta, aceptá que tu Padre tiene derecho a ser bueno con los hijos perdidos y date cuenta que, en realidad, en el fondo, no supiste disfrutar de todo lo que Dios te dio durante toda tu vida, por eso te quejás, porque no te das cuenta que en realidad lo tenías todo. Aceptá entrar a la fiesta, tu Padre te invitá, entrá; es lo mejor que podemos hacer. Todos tenemos que disfrutar de la fiesta de ser hijos de un mismo Padre y de ser hermanos entre nosotros. Eso va a ser el cielo, en definitiva, pero el cielo hay que empezar a disfrutarlo aquí en la tierra.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Hay que tener mucho cuidado de no caer en este orgullo tan sutil que se mete en el corazón de los «más creyentes» incluso, de los que aparentemente estamos más cerca de Dios, estamos «de pie» al lado de Dios. Mejor es salir justificado de la oración, porque el que se humilla será ensalzado; el que se reconoce como es –a eso se refirió Jesús–, ese es el que se humilla. Humillarse, entonces, es reconocerse con la verdad. «La humildad es la verdad», decía santa Teresa, y por eso aquel que se pone frente a Dios sin miedo a mostrarse como es y por esa pequeñez que reconoce en él pide perdón y se arrodilla, también como una actitud interior, es el que realmente saldrá de la presencia de Dios como él quiere que salgamos y no como nosotros creemos que tenemos que salir.
Pidámosle esta gracia en este fin de semana, aprovechemos para pedirle a la Palabra que produzca este fruto en nosotros: frutos de humildad, que es lo que realmente nos ayuda a vivir como el Señor quiere.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Sábado 29 de marzo + III Sábado de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 18, 9-14
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
«Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas."
En cambio, el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!"
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado.»
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 12, 28b-34:
¿Sabés por qué no nos conviene hacer de nuestra relación con Dios un comercio? Por la sencilla razón de que no es necesario y, además, no nos conviene; siempre saldremos perdiendo. Dios nos dio y no da todo su amor sin pedirnos, en principio, nada a cambio. Pensar que Dios nos puede dar algo solo y únicamente porque nosotros le damos algo, es olvidarnos de quién es Dios verdaderamente o, en el fondo, es no conocerlo todavía. Si Jesús hubiese necesitado algo de nosotros para darnos lo que él quería, no habría muerto por nosotros antes de que naciéramos; habría esperado que demos nuestro corazón, que nosotros entreguemos la vida también. Por eso, la lógica divina es al revés. Debemos descubrir todo lo que Dios hizo por nosotros, incluso sin ni siquiera merecerlo.
Dice un Salmo: «¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?». ¿Lo escuchaste alguna vez? Quiere decir que, en realidad, nuestra deuda de amor con Dios es infinita, es imposible de pagar con nuestros propios medios, con nuestro pobre amor. Su amor es impagable, diríamos. No podemos «negociar» con él por la sencilla razón de que no es necesario, ya tenemos todo lo que buscamos. Y, además, si habría que pagar el amor, dejaría de ser amor.
Y, por otro lado, es infantil, es de niños, es estar con pequeñeces cuando él pretende grandezas, corazones inmensos. Por eso, toda espiritualidad que se basa en un «hacer cosas» para que Dios me dé lo que pretendo, en realidad no es cristiana plenamente, tiene algún vicio. Nuestro templo-corazón debe despojarse de todo lo que le impide correr hacia Dios libremente, sin obstáculos, sin tantas condiciones, sin tantas reglas que nosotros mismos nos imponemos, sin tantas «cadenas», sin tantas devociones, sino con una «línea directa», estando siempre online, sabiendo que él está siempre con nosotros, amándonos, sosteniéndonos, esperándonos. Espero que me entiendas, no digo que tener devociones está mal. Lo que digo es que cuando nos impiden llegar a Dios, es porque algo estamos haciendo mal. La devoción es buena, somos nosotros los que no sabemos conducirla.
¿Por qué dar tantas vueltas cuando tenemos a Jesús a la vuelta del corazón? Dejemos que él siga expulsando a todos los vendedores de nuestro interior que no nos dejan amar como él quiere. Mientras tanto, ¿qué tenemos que hacer nosotros? Escuchar.
Algo del Evangelio de hoy nos enseña que lo más importante y lo primero es escuchar. No ama el que no escucha y no escucha el que no ama. «¿Cuál es el primero de los mandamientos?», le preguntaron a Jesús. «Escuchar para amar», «amarás si escuchás». Es lindo saber que el mandamiento también es de algún modo una promesa que Dios nos hace. Amarás, amarás… Vamos a terminar amando pero si empezamos por escuchar. Escuchar es lo primero que quiere él de nosotros. Sin escucha no hay posibilidad de entregarnos, no hay amor que prospere. A veces creo que los cristianos queremos empezar por el final y nos olvidamos del principio. Siempre es bueno empezar por el principio. Decía una canción muy linda: «Crece desde el pie, musiquita; crece desde el pie». Todo crece desde el pie.
¿Cómo pretender que Dios sea todo si no le damos lo primero y principal que es el oído del corazón, que hace que las palabras lleguen y nos transformen? ¿Quién se puede enamorar de alguien al que jamás escucha? Por eso es bueno volver a escuchar que el primer mandamiento en realidad es escuchar, valga la redundancia. No se puede amar a quien no se escucha. Mirá a tus hijos, a tu marido, a tu mujer, a tus hermanos, a tus amigos. Míralos y pregúntate con sinceridad si es posible amarlos de verdad si no los escuchás, si no te tomás el tiempo para saber qué piensan, qué sienten, qué necesitan, sentándote un rato con ellos. Cuando empecemos a escuchar a los que tenemos al lado, nos llevaremos muchas sorpresas, para bien y, a veces, para mal, o por lo menos para descubrir cosas que no nos gustan.
No veían lo bueno, algo que a veces es mucho peor. Seamos cristianos, seguidores e imitadores de Cristo, aunque a muchos no les guste usar esa palabra, la de «imitar». Seamos conscientes de que debemos parecernos a l. Luchemos por dejar de dividir y buscar lo malo en lo bueno, o de ver solo lo malo cuando hay mucho de bueno. Seamos verdaderos discípulos de Jesús. Saltemos «las grietas» que nos separan para descubrir que del otro lado también hay hermanos, no solo enemigos, como vemos a veces, aunque algunos se comporten como tales. Del otro lado hay gente buena también, solo que a veces se dejan ganar por sus ideas, como de «este lado» también, que pasa tanto. En realidad, lo bueno sería pensar que no hay dos bandos, no todo es blanco o negro, los buenos y malos, sino que todos tenemos cosas buenas y cosas malas. De nuestro corazón brotan las buenas inspiraciones del Espíritu Santo y las malas inclinaciones con las cuales nacemos y vamos alimentando con nuestras malas elecciones.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
+Jueves 27 de marzo + III Jueves de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 14-23
Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.»
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 5, 17-19:
Volvamos a escuchar unas palabras que hablan sobre la misma Palabra de Dios y sus consecuencias para el que las escucha con disposición: «Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé». Volver a insistir en que la Palabra es como la lluvia, que empapa, que fecunda, que hace bien, es necesario para convencernos de vivirla, para no cansarnos, para seguir adelante, para no desfallecer, para no creer que no la necesitamos, para reconocer que es Dios el que hace crecer y que nos conduce a la conversión. Solo él, gracias a su acción continua, la hace crecer en nuestro corazón. Él es el viñador, ¿te acordás?, que decía el Evangelio del domingo, él remueve la tierra, él la abona.
Es lindo imaginar que Dios intenta continuamente eso en nosotros, intenta fecundar, abonar, consolar y animar. Lo que pasa es que los efectos no son inmediatos. Así como pasa con la lluvia, que al caer moja, penetra, pero solo después que sale el sol, calma la sed de las plantas, de la misma manera lo que Dios nos dice y le decimos no siempre nos sorprende con frutos inmediatos. Todo crecimiento es silencioso y necesita tiempo y paciencia. Muchos de los que escuchan la Palabra de Dios no dan frutos porque no saben esperar, los carcome la ansiedad por pretender las cosas al instante. Mucha de nuestra mediocridad y aparente vida de tibieza, siempre igual, tiene que ver con esto: no sabemos esperar, no nos gusta esperar, no nos convence esperar. Todo tiene que ser ya. Por eso la parábola de la higuera que escuchamos el domingo nos ayuda a confiar en la acción de Dios en nuestros corazones, para que finalmente podamos dar frutos. Porque es cierto que muchas veces andamos por la vida siendo un poco estériles, teniendo todo para fructificar, pero nos perdemos en la mediocridad. Es ahí cuando el viñador, que es Jesús, vuelve a apostar por nosotros, a darnos otra oportunidad, a remover nuestra tierra-corazón, a abonarnos con su amor para que podamos dar más de lo que damos.
Apostemos hoy a la eficacia de la acción de Dios y no a nuestra visión de las cosas. Si aprendemos a esperar, Dios siempre nos sorprenderá. Si en algún momento de nuestra vida de fe nos invadió la ilusión de que Jesús vino a la tierra para liberarnos de la necesidad de vivir los mandamientos, Algo del Evangelio de hoy destruye un poco ese…rompe los esquemas: «No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento». No piensen eso, diríamos nosotros, no vine a eso. No piensen que es así de fácil. Al contrario, no vine a desecharlos, sino a enseñarles a vivir esa ley que está escrita sus corazones. En realidad, Jesús como Hijo del Padre vino a liberarnos de la esclavitud de un cumplimiento sin corazón, del cumplimiento vacío de amor, del cumplimiento que busca calmar una culpa, la conciencia, del cumplimiento que no mira el corazón de Dios, sino el propio, o sea, de un amor egoísta, que en realidad no es amor. El amor es entrega o no es amor. El amor es desinteresado o no es amor. Si el amor se transforma en una «transacción económica», en un «te doy para que me des», es una forma de amor imperfecta, sin alma, sin el verdadero sentido del amor. Es por eso que las palabras de Jesús de hoy pueden ayudarnos a descubrir el corazón de la ley, que, en el fondo, es la ley del corazón; lo que pasa es que no la entendemos bien muchas veces y nos cuesta todavía comprenderla.
Por otro lado, si en el Evangelio aparecen estas palabras de Jesús, quiere decir que siempre existió y existe ese peligro de que ante la novedad queramos a veces desechar lo anterior como algo ya superado. Los mandamientos, la ley de Dios del Antiguo Testamento no es para desecharla, sino para superarla y vivirla como Jesús nos enseña.
Quiero ser tu servidora, que se cumpla todo lo que tenés pensado para mí». Que María despierte el corazón de tantas madres que, por equivocarse, hoy no quieren recibir una vida, que se sientan abrazadas y acompañadas por la misericordia de Jesús que siempre nos da una oportunidad.
¿Quién dijo que creer es de débiles e ingenuos? ¿Quién dijo alguna vez que tener fe es algo infantil o de poco inteligentes? ¿Lo escuchaste alguna vez? Son puras palabras y tentaciones. Creer como María, confiando sin entender tanto, es el verdadero camino de la felicidad. Y vos, ¿qué preferís?
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Martes 25 de marzo + Solemnidad de la Anunciación del Señor + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 26-38
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.» Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»
María dijo al Ángel: « ¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?» El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»
María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.» Y el Ángel se alejó.
Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 4, 24-30:
Una semana más de este tiempo de Cuaresma para reflexionar, para amar la Palabra de Dios. Tenemos que amar lo que Jesús nos dice, aunque a veces nos cueste y nos duela, como el Evangelio de ayer que nos hablaba de la urgencia en convertirnos. Tenemos que convertirnos, tenemos que cambiar, no podemos seguir viviendo como siempre. Vos podés cambiar, yo también puedo cambiar. Todo podemos ser más santos. Jesús nos tiene paciencia, es el viñador, acordate. Sin embargo, toda paciencia tiene un límite. La paciencia de Dios es infinita, pero nuestra vida no. Por eso, una vez más, tenemos que despertarnos de este letargo, de este mundo que a veces nos quiere adormecer la conciencia y nos quiere convencer de que podemos seguir viviendo así, que ya está, que no tenemos nada que cambiar. No, no es así, nosotros, los cristianos, tenemos conciencia de que con la gracia de Dios todo lo podemos. Bueno, levántate como estés, levántate y ponete a caminar una vez más porque Jesús nos quiere santos.
Hace unas dos semanas, cuando empezamos la Cuaresma, apareció un texto en la primera lectura que quisiera volver a rescatar como introducción, también, y para ayudarnos a asimilar la Palabra de cada día. Un texto que habla sobre la Palabra misma. Dios mismo nos enseña lo que hace su Palabra, Dios mismo nos habla con su Palabra, es el mismo Dios que hace la obra con su Palabra, en cada uno de nosotros. Por eso lo mejor que podemos hacer es dejar que Dios haga su obra. El trabajo más arduo en nuestra vida no es en realidad hacer muchas cosas, sino más bien dejar que Dios obre, porque en definitiva él es el hacedor de nuestra vida, o por lo menos debería serlo. Él es el viñador y el dueño de la viña. El texto decía así, lo iremos desmenuzando también en estos días:
«Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé».
Es una maravilla y es muy lindo volver a escuchar este texto. La Palabra de Dios es comparada con la lluvia y la nieve que vienen del cielo. La Palabra de Dios viene del cielo, viene de lo alto aunque nos venga desde un medio humano, desde lo cotidiano, desde un libro, desde un audio, desde una persona, desde algo que nos pasó. Una cosa no quita la otra, al contrario, sino que una cosa necesita de la otra. Dios no nos puede hablar si no es a través de lo humano, pero al mismo tiempo tenemos que tener la certeza que viene del cielo, viene del corazón de Dios que es Padre y que quiere que caiga sobre nosotros la frescura de su lluvia que es Palabra, que en definitiva es Jesús.
La primera gran verdad que no podemos olvidar nunca cuando escuchamos la Palabra de Dios es que viene del cielo y es bendición, es algo bueno que Dios quiere decirnos, quiere refrescarnos, quiere sacarnos la sed, hacernos crecer, purificarnos. Y como viene del cielo, jamás puede hacernos mal, jamás puede y quiere hundirnos, entristecernos, porque jamás puede ser mentira, siempre es verdad que libera, verdad que anima y consuela, y que a veces desnuda nuestra condición débil, pero que cubre y cura. Así tenemos que escuchar la Palabra. Miremos la lluvia e imaginémonos que así quiere Dios que obre la Palabra en nosotros, como la lluvia obra en la tierra. Miremos la lluvia e imaginémonos que así desea Dios que su Palabra llegue a todos, que moje a todos.
Vamos a Algo del Evangelio de hoy.
https://www.youtube.com/watch?v=LOvPkUIx0YQ&ab_channel=AlgodelEvangelio
Читать полностью…Comentario a Lucas 13, 1-9:
En este nuevo domingo que se nos regala para poder descansar un poco más, para estar en familia, para glorificar al Señor, porque es su día, tratando de estar un poco más con él, rezar más, de escuchar más, de abrir nuestra alma a la Palabra que día a día se nos regala y nos va llevando hacia la Pascua, no tengamos miedo ni pasemos de largo esta aparente contradicción de las palabras de Algo del Evangelio de hoy. Por un lado, dijo Jesús: «Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, acabarán de la misma manera». Parece ser como una amenaza. Y por otro lado, esta expresión: «Señor, todavía déjala este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás».
Ese mismo Jesús, ese mismo que nos llama urgente a la conversión, a que cambiemos, a que nos despertemos del estado de dormición a veces en el que vivimos, es el mismo que después se juega por nosotros, por cada uno de nosotros, por vos y por mí, y le dice al Padre, al dueño de la viña: «Déjalo un poco más, no lo cortes, no te lo lleves; si yo lo ayudo, si yo remuevo la tierra a su alrededor, si yo abono, puede ser que todavía dé frutos». No es contradictorio en realidad esto, no es que Jesús hace el papel de bueno, viñador, y el Padre hace el papel de malo, tampoco es así, el papel de propietario, calculador, del dueño que quiere cortar de raíz todo aquello que no dé fruto. No, es una parábola, una parábola que quiere llevarnos a algo más profundo, que quiere que descubramos otra cosa que está detrás, que en realidad eso es lo que haríamos nosotros finalmente, nosotros nos comportaríamos como ese propietario impaciente. Eso hacemos nosotros con las cosas y con las personas cuando la paciencia se nos acaba, nuestra paciencia es limitada, chiquita, es débil; tenemos en realidad paciencia con las cosas que nos gustan y nos convienen. Muchas veces somos egoístas y después explotamos y cortamos de raíz ciertas cosas, o personas que consideramos que no lo merecen, que no valen la pena. No vale la pena esperar por esto, decimos.
¿Cuántas cosas y personas hemos cortado de raíz por no haber sabido esperar, en el fondo por no saber valorar y descubrir que, esperando, todo puede dar fruto si se abona y se cuida? ¿Cuántas relaciones hemos roto así? ¿Cuántas personas quitamos de nuestra vida por no haberles dado una oportunidad más? ¿Cuántas veces hicimos el papel de dueños malos, impacientes que pretenden merecer, que quieren y se creen merecedores de los frutos de su tierra como si realmente fuéramos los dueños de la vida de los demás y de las cosas que nos rodean? ¿Cuántas veces? Seamos sinceros. Por contraste hoy podríamos maravillarnos de la paciencia de un Dios que es Padre siempre, de una paciencia infinita que tiene para con todos, no cortando las vidas de raíz. También un Dios que es Hijo y sabe jugarse por sus hermanos, es viñador y se juega por nosotros. Y también, por otro lado, por qué no asustarnos un poco por nuestra paciencia, tan chiquitita y limitada, que tantas veces se transformó en impaciencia, siendo ansiosos e implacables con los demás, con nosotros y con las cosas. Nosotros muchas veces sufrimos por esta gran paciencia de Dios que parece no actuar, que parece no hacer nada, no destruir lo que no sirve, que lo deja, que parece inmóvil ante tanta inmundicia de este mundo, ante tanta injusticia y violencia. Sin embargo, creo que hoy todos tenemos que aprender a sufrir por paciencia, es una gran virtud, sufrir por paciencia, que en definitiva es amor, con amorosa paciencia.
La falta de frutos de nuestra vida, y la de los demás, tiene que ver con nuestra impaciencia, por eso es bueno saber que siempre hay un rescoldo, un fondito del corazón, un resto que nos da esperanza para poder algún día dar frutos. Una semilla ahí escondida que todavía puede amar, que todavía vale la pena esperarla y esforzarse para verla crecer, vale la pena seguir rogando, sentarse y esperar.
Comentario a Lucas 15, 1-3. 11b-32:
Después de una semana en la que además de los evangelios de cada día intentamos desmenuzar y profundizar la escena de la transfiguración del Señor ante la mirada atónica y el corazón sorprendido de esos tres apóstoles, llegamos a este sábado sabiendo que tenemos que “bajar” al llano, que las transfiguraciones en la tierra, esas que nos regala Jesús, son pasajeras y es necesario volver a la vida diaria. La gloria eterna, la gloria de Dios podremos disfrutarla cuando nos toque partir de este mundo y hayamos pasado el juicio misericordioso de Dios que es Padre, y que envió a su Hijo al mundo para salvarnos, y no para condenarnos. Por eso, aun cuando inconsciente o conscientemente deseamos hacer tres carpas para quedarnos siempre con el Señor y no tener que volver a lo nuestro, debemos volver con alegría sabiendo que los consuelos de Dios son para compartirlos y ayudar a los demás a encontrar ese amor, mediante nuestro testimonio.
Es poco el tiempo que nos queda para comentar semejante parábola de algo del evangelio de hoy. Es una pena. No se puede decir tanto en poco tiempo, lo que sí se puede, lo que sí podés es volver a escucharla una y mil veces y pedirle a Jesús que te ayude a reconocer en este relato el corazón del Evangelio, el corazón de un Padre que nos sorprende tanto, que destruye toda la lógica humana de lo que nosotros consideramos justo. Ya estarás sacando tus propias conclusiones, ya habrás estado pensando algo mientras escuchabas este relato de Jesús. Te pregunto, y me pregunto también, para hacer una especie de resumen o propuesta. ¿Cuál es tu primera sensación? Antes de pensar y reflexionar cómo es posible algo así, ¿qué sentimiento te aflora? Es verdad que es bueno pensar, pero también es verdad que es bueno sentir y reconocer eso que sentimos. Hay que aprender a leer entrelineas de lo que sentimos, en nuestros sentimientos. ¿Te enoja que este Padre sea tan bueno? ¿Te enojás como el hijo mayor? ¿Te sorprendés por tanto amor, como el hijo menor? ¿Entrás a la fiesta del hijo menor, del perdonado o te quedás mirando desde afuera, con bronca? ¿Entrás como el hijo menor y disfrutás del perdón como lo disfruta el Padre? ¿Qué haríamos nosotros si nos pasara lo mismo? ¿Qué harías si fueses padre realmente y tuvieras dos hijos y te pasara lo mismo con un hijo? ¿Qué harías si hubieses despilfarrado los bienes de tu padre, con qué cara volverías a abrazar a tu padre? ¿Volverías o te quedarías entre los cerdos eternamente? ¿Cuál sería tu reacción al ver que un hermano tuyo vuelve a tu casa a reconocer su pecado?
¿Qué dirías si te digo que el Padre del Cielo, el Padre de Jesús, tu Padre y mi Padre, vive para darnos su perdón y nosotros no nos damos cuenta, ya sea porque nos llevamos lo que no es nuestro y lo gastamos, o porque teniendo todo lo de él nunca lo pudimos disfrutarlo? ¿No será que vivimos en nuestra propia galaxia de egoísmo y hasta le queremos enseñar a Dios como se es Dios? ¿No será bueno pedir en esta cuaresma poder llegar a la Pascua y disfrutar de la fiesta que el Padre nos tiene preparada, nos quiere hacer y nosotros nos empeñamos en arruinar?
Sé que te llené de preguntas. Bueno, por ahí alguna te ayude a reconocer que en esa primera sensación o sentimiento que reconociste podés encontrar la voz de Dios Padre que algo te quiere mostrar, nos quiere mostrar.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Ya conocemos el final de la película, de la historia, que tarde o temprano va suceder. Jesús fue rechazado, es verdad, pero ganó en el silencio de la cruz y de la resurrección y se quedó para siempre con nosotros. El rechazo de los hombres de ese tiempo y de nosotros se transformó en el mayor triunfo de un Dios bastante particular, que hizo y hace lo inimaginable.
En lo concreto, tratemos de darnos cuenta en cada cosa que no podemos negarle a Dios lo que le corresponde. No podemos negarle al Padre lo que es suyo. Todo es por él, de él y para él, tu corazón y el mío. Y en la historia de este día, hay que dejarse encontrar por el que nos busca, no rechazar los enviados del Padre y por eso hay que estar muy atentos.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Viernes 21 de marzo + II Viernes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 21, 33-43.45-46
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.
Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.
Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo." Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia." Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?»
Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo.»
Jesús agregó: « ¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?
Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.»
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.
Palabra del Señor