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El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org Cualquier testimonio o consulta escribir a algodelevangelio@gmail.com

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Algo del Evangelio

Que Jesús nos libre de esta cerrazón, a vos y a mí. No hace falta que resucite alguien para descubrir lo que Dios quiere de nosotros, lo que desea. Tenemos la Palabra de Dios de cada día y lo que nos falta muchas veces es llevarla a la vida, a la práctica.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Jueves 20 de marzo + II Jueves de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 16, 19-31

Jesús dijo a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan."
Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí."
El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento."
Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen."
"No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán."
Abraham respondió: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán."»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 2, 41-51a:

Hoy es la solemnidad de san José, el esposo de la Virgen María. San José tuvo el inmenso privilegio de ser elegido para ser padre de Jesús, tener al niño en sus brazos, de hablarle cara a cara, de corazón a corazón al Hijo de Dios. No lo dice explícitamente la Palabra de Dios, ¿pero tenés alguna duda de que fue así, de que fue un padre con todas las letras? Hay muchísimas cosas que la Palabra de Dios no dice, pero que no quiere decir que no hayan pasado. No es necesario a veces decir o contar las obviedades.
¡Qué maravilla debe haber sido la relación entre ellos: Jesús y José, José y Jesús, María y José, José y María! San José siempre aparece, en la Palabra de Dios, siendo fiel a la Palabra de Dios, a lo que Dios le pedía. San José nunca quiso brillar, nunca quiso sobresalir; todo lo contrario, le gustó siempre el silencio y el anonimato. Tanto que no hay palabras suyas en los evangelios, solo acciones, solo gestos, su propia vida. En realidad, habló, habló mucho, pero habló con sus acciones, con su vida.
¿Podés creer que una persona sobre la cual no conocemos palabra salida de su boca sea el santo más grande de todos los santos? ¡Qué increíble, qué gran enseñanza para vos y para mí! Y nosotros que a veces nos desvivimos por hablar, por hablar, por decir, por escribir, por esto y por lo otro, y sin embargo, lo que más nos ayudará, lo que más transformará, lo que más convencerá será nuestra propia vida; lo que hicimos, en definitiva. De ahí esa frase tan conocida que dice: «El único evangelio que escucharán predicar algunos es tu propia vida». En un mundo que se desvive por figurar, por publicar, por «postear», por intentar que otros se enteren de lo que hace, por pedir seguidores, por poner «me gusta» para que todos se den cuenta de lo que estamos haciendo; en una Iglesia en la que a veces también, sin querer, se cae en ese deseo desmedido, desordenado, de ser «tenidos en cuenta», incluso evangelizando, san José nos enseña el camino del silencio y del anonimato.
¿Qué es lo que recordás de las personas que te marcaron en tu vida: palabras o gestos y acciones? Seguro que recordás alguna frase por ahí, seguro algo lindo, pero lo que más te quedó, ¿qué es? ¿Qué crees que va a recordar de vos tu hijo, tu hija, tu alumno, tus amigos? Pensalo. ¿Qué crees que recordarán? Nuestros hijos nos «observan mucho más de lo que nos escuchan». Jesús seguro que observó a José mucho más que escucharlo o lo escuchó y también lo observó. Pero, en realidad, podríamos decir que el observar también es una forma de escuchar y cuando lo que se observa condice con lo que se escucha, queda grabado a fuego en el corazón.
José debe haber hablado muy poco y seguramente nunca dijo algo que después no confirmó con su vida. A nosotros a veces nos pasa lo contrario, podemos machacar con palabras lo que después no podemos sostener con nuestra propia vida y entonces lo que decimos jamás queda en el corazón de los otros. Conviene entonces siempre empezar al revés, vivir y después, si es necesario, hablar. «Predica con tu vida y, si es necesario, con palabras», decía san Francisco de Asís a sus hermanos.
¡Qué maravilla es imaginar a Jesús disfrutando de la presencia de su padre en la tierra! ¡Qué maravilla debe haber sido ver a Jesús aprendiendo no tanto de los grandes «discursos» de José, sino de su obediencia cotidiana a la Palabra de Dios! Eso es lo que tenemos que aprender cada día más, en nuestras familias, en nuestros grupos, en nuestras comunidades, en la Iglesia. Dejar de hablar tanto y vivir más el evangelio, interpretarlo, rumiarlo, sí saborearlo y llevarlo a la práctica mucho más. Dejar de decir lo que «todo el mundo tiene que hacer» y nosotros no hacer nada por ser santos. Dejar de solucionar todos los problemas del mundo o pretender hacerlo con nuestras palabras, mientras no somos capaces de dar la vida cuando es necesario hacerlo.
Aprendamos del silencio y de la obediencia de san José.

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Algo del Evangelio

Cuando la soberbia ataca a los ministros de la Iglesia, obispos, sacerdotes, diáconos o también a aquellos que se consagran, ataca finalmente a la cabeza, y si la cabeza es soberbia, el cuerpo se va enfermando o el cuerpo no puede crecer, y también este virus es a veces muy imperceptible. Pasa en cualquier grupo en cualquier comunidad. Sé que suena muy duro, pero no hay que tenerle miedo, especialmente nosotros, los sacerdotes, de decir ciertas cosas como son pero con amor. Cuando la soberbia se entremezcla con un cargo, con una posición en la Iglesia, con una cuestión de poder, se puede transformar en una bomba de tiempo. «Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado». Estas palabras de Jesús todos los sacerdotes deberíamos grabarlas en el corazón, vivirlas y no escaparles, y los laicos deberían repetirlas y decirlas con caridad a quien vean que pone cargas en los demás que ni ellos mismos pueden llevar, a quien escuchen que predica una cosa y después hace otra, a quien le gusta ser consagrado para tener poder, a quien les gusta y disfruta de tener un privilegio en la Iglesia, a quien cree ser más importante por ser llamado padre, maestro, doctor o por tener un título y haber estudiado un poco más, a quien somete y manipula a las personas a su cargo.
No vamos a ser creíbles si no somos humildes. Sin humildad verdadera no hay evangelización profunda, no hay testimonio posible, duradero y eficaz. Sencillamente porque el que nos salvó jamás se creyó más que nadie. Reza siempre por los consagrados, recemos por todos los que de algún modo sirven a la Iglesia, en realidad recemos por todos los miembros de la Iglesia para que seamos siempre humildes y recemos por aquellos que no lo son para que algún día se den cuenta.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Martes 18 de marzo + II Martes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 23, 1-12

Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:
«Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar "mi maestro" por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar "maestro", porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen "padre", porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco "doctores", porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 6, 36-38:

Me hace bien pensar que la Palabra de Dios, cada mañana, y a veces especialmente los lunes que es más difícil, es resucitadora, ayuda a levantarnos; porque en definitiva eso es resucitar, levantarse. ¡Hoy me levanto sí o sí! ¡Hoy quiero algo distinto, hoy pudo! ¡Hoy se puede hacer algo mejor!
El Evangelio de ayer, la transfiguración de Jesús, nos ayudaba a tener esperanza, a tener un ancla de donde afirmarnos para que cuando lleguen los momentos de dolor, de dificultad, de prueba, como es natural en nuestra vida, como lo fue en la vida de Jesús. Los discípulos vivieron un momento único que jamás olvidaron, por más que en ese momento no comprendieron plenamente lo que pasaba, por más que Pedro no sabia lo que decía; sin embargo, en ese momento, esa experiencia les quedó grabada a fuego para siempre. Es necesario recordar las experiencias gratas de Jesús que guardamos en el corazón, no podemos olvidarlas. Es por eso que podemos decir que el olvido, la perdida de la memoria del corazón, de esa memoria que nos hace tanto bien, esa que nos da certeza de la fe, de la presencia permanente de Jesús en nuestras vidas, es la causante de muchos de nuestros males. El cristiano desmemoriado, ese que no vuelve de tanto en tanto a esas transfiguraciones de Jesús, a esos momentos inolvidables en los que él se nos manifestó, tarde o temprano abandona la fe, o por lo menos la vive de un modo superficial, aceptada únicamente –por decirlo de algún modo– en un sentimentalismo o un intelectualismo o racionalismo, dicho de otra manera. Es por eso que san Pablo decía: «Perseveren firmemente en el Señor». La firmeza, la perseverancia solo puede lograrla aquel que no se olvida que somos ciudadanos del cielo y que estamos para algo más grande aquí, en la tierra, y que pase lo que pase sabemos y creemos que Jesús, es nuestro Señor y que nuestra vida le pertenece a él.
Algo del Evangelio de hoy es muy corto pero sustancioso, me parece que nos anima a levantarnos, nos anima a no tener miedo y a poner el corazón donde vale la pena. Porque mientras el mundo avanza, tus proyectos también, los de tu parroquia, los de tu grupo de oración, tu trabajo, tu comunidad; mientras todo avanza, aparentemente, no debemos olvidar que lo que más tiene que avanzar en nuestro corazón es la misericordia, nuestra capacidad de pedir perdón, nuestro evitar juzgar y condenar a los demás. ¿De qué sirve avanzar en tantas cosas de la vida, si no avanzamos en lo más elemental, en la misericordia, que es lo que alivia y da paz al corazón? ¿De qué sirve tener todo y pedirle a Jesús todo, si no tenemos misericordia ni perdón con los demás creyendo que somos más? ¿No es una hipocresía vivir así? ¿De qué sirve que tus hijos tengan todo, si no aprendieron de tu boca y de tu corazón el que no es bueno juzgar y condenar a los demás? ¿Nos damos cuenta que ese es el corazón del evangelio muchas veces olvidado? ¿Nos damos cuenta de por qué la cuaresma nos quiere llevar a lo esencial? ¿Nos damos cuenta cuántas veces destruimos a personas por nuestra falta de misericordia y de perdón? ¿Nos damos cuenta que esos que alguna vez despreciamos y ofendimos, que no perdonamos y juzgamos, son tan hombres y mujeres como nosotros, débiles y con problemas como vos y yo? Jesús es misericordioso, él mismo es la misericordia, pero al mismo tiempo es justo, también habrá justicia cuando nos juzgue, pero nos juzgará con misericordia, como solo él puede hacerlo, pero en la medida que nosotros vayamos aprendiendo a hacer lo mismo acá, en la tierra. ¿Cómo nos dará la cara para pedir perdón algún día y misericordia si nosotros hoy somos incapaces de darla, si nosotros no damos nunca el brazo a torcer?
Escuché una vez a alguien a quien le preguntaban si se arrepentía de algo en su vida, y contestaba muy seguro: «Me arrepiento de lo que no hice, jamás de lo que hice o dije, eso jamás».

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Algo del Evangelio

Tenemos que escucharlo y aprender a confiar, como tuvo que hacerlo Abraham en la primera lectura que escuchamos hoy. Tuvo que confiar, aunque no vio todo, no vio el final del camino completamente, sino que vio una luz que le mostró un poco para poder terminar. Así como tuvieron que hacerlo los apóstoles hoy, a Pedro y a nosotros siempre nos asecha esta tentación, como la de hacer un campamento y no volver a la realidad, de querer vivir de experiencias de Dios para nosotros nada más, que nos pueden alejar paradójicamente de los demás, esa no es la verdadera experiencia del cristiano. El cristiano es el que reconoce las dos cosas: la cruz y la gloria que vendrá, la experiencia de Jesús, pero llevada a lo cotidiano, a lo normal, a la familia, al trabajo, a los hijos, a los amigos. El cristiano en serio es el que no se olvida de lo regalado mientras camina hacia adelante, con obstáculos; sí, es verdad, con dolores, con molestias, pero por eso no le escapa la cruz. Porque sabe que después vendrá lo mejor. Los cristianos en serio son los que aceptan con fe las palabras del Padre de Algo del Evangelio de hoy: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo».
Y por eso confiamos en que todo esto es verdad, que todo esto es una invitación a confiar. Confiemos, es lindo y necesario confiar. Sepamos esperar, y que en cada prueba, dolor, sufrimiento, dificultad, cada desgarro de la vida que está al final del camino, nos anime y que nos empuje a caminar mientras amamos y enseñamos a amar a los de al lado, y nos dejamos enseñar amar por los demás también. Cuando lleguemos a esa luz, podremos mirar para atrás y decir con certeza: «Benditas pruebas y dificultades, benditos sufrimientos que me ayudaron a crecer y a llegar al final de este camino para estar eternamente con Jesús y con todos los santos».

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Algo del Evangelio

Domingo 16 de marzo + II Domingo de Cuaresma(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 28b-36

Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
El no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo.» Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.
Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Mateo 5, 43-48:

De las tentaciones o pruebas, aprendemos generalmente al pasarlas, una vez que las vivimos. Por más que nos expliquen lo que significa ser tentados o probados, la verdad es que el fruto podemos verlo con el tiempo y si sabemos reflexionar y mirar para atrás. Es cierto también que en el mismo momento en el que somos tentados, si vamos adquiriendo la capacidad de escuchar la voz del corazón, la dulce voz del Espíritu Santo en nuestro interior, podemos ir aprendiendo a superarlas y siempre sacar algo positivo. Sin embargo, lo más lógico es pensar que a ninguno de nosotros nos divierte, por decirlo de alguna manera, ser tentados, preferiríamos estar siempre en paz, sin sobresaltos, sin problemas.
Repasemos en este día las diferentes tentaciones que nos tocaron vivir esta semana, incluso al escuchar los evangelios, al intentar rezar con la Palabra de Dios. El deseo más grande del tentador, es que dejemos la oración, y lo que dejamos generalmente primero, cuando no estamos bien, cuando estamos tristes o cansados, es justamente la oración. No perdamos el ánimo, no desfallezcamos, seamos fuertes, no nos dejemos vencer por las falsas voces que nos inducen a pensar que no tiene sentido lo que hacemos; al contrario, nunca nos olvidemos que «lo visible es transitorio, en cambio lo invisible, lo que no se ve, es eterno».
Bueno, terminamos esta primera semana de Cuaresma llenos de recomendaciones, de cosas aparentemente por hacer, de palabras por cumplir. Una semana en la que los evangelios nos sacudieron de lado a lado y de yapa terminamos escuchando una de las páginas más difíciles del Nuevo Testamento, no solo porque es difícil de comprender, sino también porque es difícil de vivir, por supuesto. Pero te propongo y me propongo que antes de pensar, calcular y recalcular lo que tenemos que hacer, lo que deberíamos hacer o lo que hemos dejado de hacer, demos gracias a Jesús por estos días de gracia, demos gracias a nuestro Maestro porque día a día, más allá de nuestras debilidades, estamos haciendo lo posible para escucharlo, a veces mejor, otras veces no tanto, algunas ni siquiera escuchamos, pero lo importante es volver a empezar, volver a levantarse siempre y desear como alguna vez lo hemos deseado o de una manera nueva. Dar gracias es fundamental para no caer en un cristianismo vacío de contenido, para no caer en el fariseísmo del cumplimiento, de la conciencia anestesiada por la tranquilidad de ser más o menos o relativamente buenos.
Evidentemente después de escuchar Algo del Evangelio de hoy, no alcanza con ser relativamente buenos, acordémonos la frase de ayer: «Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos». Les aseguro que, si ustedes creen o piensan que, con ser buenos, con no matar a nadie, con no robar –como dicen tantas personas– alcanza para ser hijo, están equivocados. Jesús vino a hacernos hijos, no esclavos, como decíamos ayer. Si queremos llegar a la Vida eterna, si queremos llegar a lo que nosotros llamamos «cielo», al encuentro con Dios cara a cara, es verdad que alcanzará con que cumplamos los mandamientos, es verdad que con no matar y robar casi que tenemos el pase asegurado; es verdad que, si no le hacemos el mal a nadie, de algún modo tenemos un lugar «ganado» en el cielo y no nos iremos al infierno. Pero… ¿y mientras tanto? Mientras tanto nos perdemos de vivir como hijos de Dios, nos perdemos en estar todo calculándolo, nos perdemos de ser cristianos en serio.
No entrar en el Reino de los Cielos equivale a perderse desde hoy la posibilidad de dar más, nos perdemos la alegría de amar no solo a los que nos aman y nos tratan bien, sino incluso a los que no son muy amables, a los que son un poco desagradables, a los que nos critican, a los que nos molestan, a los que son insoportables, a los que nos hacen el mal sin razón; en definitiva, a los que «naturalmente» no nos sale amar. Esta es la propuesta de este día, no es la obligación, es la propuesta de algo mejor y mayor.

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Algo del Evangelio

Les aseguro que, si ustedes viven conformándose únicamente con no hacerle mal a nadie y no ven más allá, y no piensan en cómo hacer el bien a los demás, se estarán perdiendo lo mejor del Reino de Dios. Les aseguro que el Reino de Dios no es solamente el momento en el que llegaremos cuando partamos de este mundo, sino que es también la relación de amor que puede darse desde ahora entre Dios Padre, su Hijo Jesús y todos nosotros, y por eso cuando nos olvidamos de esto, nos estamos perdiendo una parte. Les aseguro que el fariseísmo, el vivir la fe como un simple cumplir, como un querer solo vivir para nosotros, es algo mucho más común de lo que ustedes creen y por eso vengo a enseñarles la verdadera libertad; vengo a enseñarles que, si no «dan un salto», se van a perder lo mejor. Les aseguro que, si creen que la santidad, la justicia, es algo que van construyendo ustedes mismos al ritmo de su propio esfuerzo, jamás disfrutarán la alegría de ser salvados, de recibir desde lo alto la fuerza para no solo cumplir los mandamientos así nomás, a secas, sino que además ir mucho más allá, la alegría de no calcular, la alegría de amar, no por obligación sino con libertad.
Y para terminar, les aseguro que esto hay que pedirlo. Hay que pedir esta gracia si estamos estancados en una fe que ya está casi muerta, sin fuerzas, una fe que se quedó sin respiración porque no comprendió lo que significa ser cristiano, porque nos enseñaron mal o porque nunca lo comprendimos. Les aseguro que, si lo pedimos, el Padre nos lo dará. Acordémonos que tenemos que aprender a pedir siempre lo mejor.

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Algo del Evangelio

Viernes 14 de marzo + I Viernes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 20-26

Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego.
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Mateo 7, 7-12:

No hay peor tentación, peor prueba que la de sentirse solo, convencerse de que ese sentimiento finalmente es verdad y que no hay nadie en este mundo que nos quiera, ni siquiera Dios que es nuestro Padre. Sé que parece exagerado lo que estoy diciendo, sin embargo, es la tentación que nos propone siempre, de algún modo, el demonio, la que le planteó a Jesús, de una manera u otro, positiva o negativa. Decía así el Evangelio del domingo: «Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno». Quiere decir que hay varias formas de tentación, principalmente esas tres que aparecen en esa escena, y que cuando el demonio no puede, espera el momento oportuno para continuar su obra, para seguir adelante con su deseo de alejarnos del camino que el Padre nos propone. En las tres tentaciones, el demonio, intenta, de algún modo, que Jesús se sienta solo, ya sea para hacer «magia» convirtiendo las piedras en pan, haciendo la suya, solucionando los problemas solo, sin nadie; ya sea para que ante la posibilidad del poder y postrándose ante el demonio se sienta el amo y señor de todos los reinos del mundo, pero finalmente con la soledad del poder, desafiando la paternidad de Dios hacia él, pretendiendo que lo pruebe finalmente para que lo salve de una locura, tirándose desde gran altura. Nuestras malas decisiones surgen en definitiva desde el momento en el que nos creemos y nos pensamos solos, nos sentimos solos, nos imaginamos solos, nos soñamos solos, y eso en la realidad nunca es así, es puro engaño.
Pero vamos a Algo del Evangelio de hoy, imaginemos esta situación, que de golpe y casi como por un milagro todos nos pongamos de acuerdo de hacerle al otro, a los demás, todo lo que soñamos que nos hagan a nosotros. Se pueden dar muchas situaciones, pero resumiendo podríamos casi asegurar que entre todos nos haríamos el bien, porque en situaciones normales todos deseamos cosas buenas para nosotros mismos y por eso si le hacemos a los demás lo que deseamos que nos hagan a nosotros, casi que sería el mundo ideal. Ahora, para eso deberíamos aprender a reconocer nuestros deseos, a reconocer lo que nos pasa, y así animarnos a hacer lo mismo a los otros.
En general, criticamos de los demás, reprochamos a otros, cosas que deseamos o de lo que adolecemos. Dime qué críticas y te diré qué deseas, podríamos decir. Cuando criticamos mucho algo malo que alguien nos hizo, por contraste tenemos que descubrir que deseamos que nos hagan lo contrario, que deseamos que nos hagan el bien, por supuesto. Esto es obvio y es el alimento de nuestra alma porque todos queremos ser queridos y por eso andamos a veces mendigando amor y a veces criticando a los que no nos aman como quisiéramos. Ahora, hoy y siempre Jesús quiere librarnos de meternos en este callejón sin salida, de esa actitud circular que no logra otra cosa que encerrarnos en nosotros mismos y no nos deja crecer. Vivir añorando que todos nos hagan lo que nosotros deseamos y mientras tanto perdemos el tiempo y no aprovechamos para hacer lo mismo a los demás. Es una cuestión de sentido común. Si aprovecháramos ese tiempo que usamos en hablar de los otros para rezar y pensar en cómo hacer para hacer el bien, en cómo hacer para no devolver con la misma moneda, en cómo hacer e ingeniárnosla para no entrar en los juegos de venganzas que a veces nos atrapan… bueno, si hiciéramos eso, no solo seríamos mucho más felices que ahora, sino que haríamos más felices a los demás. La frase final del Evangelio de hoy es la regla de oro para ser un cristiano en serio, para vivir hacia los demás y no para nosotros mismos y también es la frase que nos ayuda a entender bien la primera parte del Evangelio. ¿Qué tenemos que pedir? ¿A quién tenemos que buscar y llamar? El peligro de interpretar mal estas palabras puede hacer que en vez de ser palabras de aliento y consuelo se puedan transformar en palabras de desazón y desconfianza.

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Algo del Evangelio

Jesús hoy les dice a los que lo apretujaban y a nosotros: El signo que necesitan y que les daré para siempre es mi resurrección, ese es el signo de Jonás. Así como Jonás que pasó tres días en el vientre de un pez, así Jesús pasará y pasó tres días en el vientre de la tierra para resucitar y darnos una vida nueva y estar con nosotros hasta el fin de los tiempos. Ese es el mayor milagro que debían esperar los judíos y no todos pudieron interpretar. Ese es el mayor milagro para nosotros, ese es el gran signo. No debemos esperar nada más, sino que tenemos que aprender a descubrirlo en lo que hacemos y vivimos, y para eso hay que saber descubrir su presencia en todas las cosas, en especial en la Eucaristía, que tenés en tu parroquia, en tu Iglesia; en la oración, como vimos ayer, y en los más necesitados, como escuchamos el lunes.
No pidamos signos innecesarios, sino mejor abramos los ojos para descubrir los que ya están. ¿De qué sirve andar buscando milagritos por todos lados mientras que tenemos el gran milagro que nos pasa por enfrente todos los días? «Aquí hay alguien que es más que Jonás». Jesús es más que todo lo que podemos imaginar, Jesús es todo y nos da todo.

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Algo del Evangelio

Miércoles 12 de marzo + I Miércoles de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 29-32

Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: «Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Mateo 6, 7-15:

Las pruebas que nos tocan vivir en la vida son causa de victorias o derrotas, pero hay que decir que son inevitables. Como decíamos el domingo, el mismo Jesús tuvo que pasarlas, hasta el final de su vida, hasta la cruz. Vivir, venir a este mundo para él fue una gran prueba, y además el demonio se encargó de tentarlo, de probarlo muchas veces. El tema de las tentaciones es muy interesante, no porque sean lindas, sino porque conocer el modo en el que somos tentados, el mecanismo de la tentación nos ayuda a crecer muchísimo, nos enseña a estar más atentos, más conectados, como se dice, con nosotros mismos y eso, a la larga, nos asegura más victorias, de las pequeñas y de las grandes. Veíamos que a Jesús el demonio no lo tentó con pequeñeces, con pecaditos, sino que lo tentó siempre bajo apariencia de bien, proponiéndole caminos atractivos y alternativos a los que su Padre le pedía. Por eso las tres tentaciones de Jesús en el desierto, después de sentir hambre, son escuela de aprendizaje para los que también queremos vivir en esta vida desde la fe, siendo Hijo de Dios. Son también aprendizaje para las tentaciones que nos tocan vivir a nosotros y, de algún modo, podríamos decir que esas tentaciones, esas pruebas son «madre», y otras tantas que vivimos a diario y que casi ni percibimos. Sobre esto seguiremos profundizando en estos días.
No olvidemos que una de las recomendaciones especiales para esta Cuaresma es la oración. Ahora, una pregunta clave, la pregunta que muchas veces nos hacemos todos y que es motivo de muchas consultas a los sacerdotes, es…: ¿Cómo rezo? ¿Cómo hago para rezar bien?
Un santo dice esto que me pareció muy bueno compartirlo, dice así: «¿Qué otra oración en Espíritu puede haber fuera de la que nos fue dada por Cristo, el mismo que nos envió el Espíritu Santo? ¿Qué otra plegaria puede haber que sea en verdad ante el Padre, sino la pronunciada por boca del Hijo, que es la misma verdad? Hasta tal punto que orar de manera distinta de la que él nos enseñó, no solo es ignorancia, sino también culpa, ya que él mismo dijo: “Anulan el mandamiento de Dios por seguir sus tradiciones”».
Alguna vez, comentando otro Evangelio hablamos sobre el tema de cambiar el mandamiento de Dios por tradiciones humanas, que sin querer podemos ir tapando el sol con las nubes o haciendo de las nubes algo esencial cuando no lo son. Creo que con la oración nos puede pasar lo mismo. El camino tiene que ir siendo el de la simplicidad y no el de la complicación. A veces, sin querer, vamos complicando las cosas con muchísimas oraciones que se fueron haciendo a lo largo del tiempo y son muy buenas, pero que nos van tapando el sol de la oración, que es el Padrenuestro. ¿Cuántos cristianos, cuántos católicos se la pasan recitando oraciones, pero finalmente no saben ir a la profundidad de lo que es la oración? Pensemos que inconscientemente nos pasa esto que Jesús advierte en Algo del Evangelio de hoy, creemos que por hablar mucho en la oración será mejor, creemos que por rezar más tiempo estamos rezando mejor y eso no es así siempre, no es lo que Jesús dice. Es más, a veces nos controlamos el tiempo para rezar, como si fuera una cuestión de tiempo, como si el amor fuera una cuestión solo de tiempo.
Es verdad que muchas veces estar mucho tiempo le da calidad a la oración, pero también es verdad que a veces puede haber mucha calidad de oración con poco tiempo. No son contrapuestas, pueden ir de la mano. En su esencia, rezar es hablar con nuestro Padre, es escucharlo, es dialogar. Tan simple y complicado como eso. Por eso Jesús nos enseñó a no complicarnos, enseñó la simplicidad del Padrenuestro, en donde aprendemos a pedir lo esencial y además a pedirlo en el orden que corresponde, porque no solo es bueno aprender a decir buenas cosas, sino que además hay que decirlas como hay que decirlas. Con el Padrenuestro tenemos asegurado todo esto, porque son las palabras del Hijo enseñadas a los hijos pequeños, que somos nosotros.

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 16, 19-31:

La experiencia de la transfiguración, seguramente para los discípulos, en otros momentos de sus vidas, fue consuelo en la aflicción, en esos momentos de cruz que les tocó vivir después, tanto la cruz del mismo Jesús como la propia en su apostolado posterior a la ascensión de Jesús a los cielos. En realidad, deberíamos decir que no comprendieron mucho hasta que recibieron el Espíritu Santo, es él el que nos ayuda a comprender las vivencias, las experiencias, tanto las gozosas como las dolorosas. Por eso es bueno pedirle a la tercera persona de la Santísima Trinidad que nos ayude a asimilar las experiencias vividas, gozosas con nuestro Padre, y a poder aceptar las que no fueron tan gratas, solo él puede hacerlo.
Hay evangelios que son tan expresivos, que dicen tanto de solo escucharlos una vez, palabras en las que Jesús fue tan directo, que pareciera que no necesitan tanta explicación. Sin embargo, siempre es bueno volver a escucharlos, siempre es bueno volver a decir algo para despertarnos del letargo en el que vivimos tantas veces, consciente o inconscientemente. Todos somos propensos a olvidar, especialmente las cosas que no nos interesan tanto, todos tendemos a ir acomodándonos en nuestras cosas y eso hace que incluso olvidemos lo importante, lo que en realidad jamás deberíamos olvidar. Esto que nos pasa con las cosas de la vida, nos puede pasar también con nuestra fe, con lo esencial del Evangelio, y que, si lo olvidamos, provoca que se vaya atrofiando, perdiendo forma, y nos hace caer lentamente en una fe armada a la carta, a nuestro gusto y placer.
¿Cómo hacer para esquivar y minimizar las palabras de Jesús de Algo del Evangelio de hoy? Imposible. Si recibimos bienes en la tierra, ya sea por regalo o esfuerzo personal, o ambas cosas al mismo tiempo –pero que finalmente jamás es mérito exclusivamente de uno– y no sabemos compartirlos y no quisimos compartirlos al ver a tantos que la pasan mal, terminaremos algún día pidiendo clemencia a aquellos mismos que no quisimos socorrer cuando nos necesitaron. Así de directo, duro y sencillo. Jesús no tuvo medias tintas en ciertos temas, y por más que este evangelio, en estos tiempos de consumismo viralizado, nos dé en el fondo del corazón a todos, no podemos esquivarlo. Ninguno de nosotros puede acabar con el hambre del mundo, con la injusticia, con el dolor, con la desigualdad, con los sin techo, pero todos nosotros podemos ayudar de alguna manera a los que vamos cruzando por la vida, a los que de algún modo son presencia de Jesús para nosotros.
Alguno dirá: «A mí nadie me regalo nada, no me sobra nada. ¿Por qué tengo que darle algo de lo mío a los que no se esforzaron por conseguirlo?». ¿Estamos seguros? ¿Nadie nos regaló nada? Pensémoslo bien, desde que somos niños. ¿Nadie nos regaló nada? ¿Estamos seguros que en nuestra casa no nos sobra algo? Vayamos mirar la cantidad de ropa que a veces tenemos sin usar. Vayamos a mirar nuestra cocina y heladera, la comida que tenemos. Miremos nuestra billetera o la cuenta del banco, si tenemos, y fijémonos si en realidad necesitamos todo lo que tenemos o bien creemos que lo necesitamos. Mientras nosotros los cristianos a veces almacenamos y custodiamos cosas sin saber bien para qué, miles y miles luchan día a día por lo de cada día, por subsistir, ni siquiera por lo de mañana.
No está mal tener bienes, lo que está mal es no compartirlos, lo que está mal es ver alguien tirado y pasar de largo, lo que está mal es gastar miles de miles en cosas superfluas y no ser capaces de mirar y sentir el dolor de tanta gente que no puede, que no le alcanza. No nos corresponde solucionarle, el problema a todos, pero sí a los que podemos, a los que lleguen nuestras manos y corazones.
A veces la cerrazón del corazón humano puede llegar a ser tan grande «que, aunque los muertos resuciten, tampoco se convencerán». Es muy fuerte y dura esta expresión de Jesús, pero describe gráficamente el drama del corazón del hombre que se cierra al amor de Dios y al de los más necesitados.

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Algo del Evangelio

Aprendamos que de nosotros quedará más lo que hicimos que lo que hablamos, que «el amor está más en las obras que en las palabras», como decía san Ignacio. Dios tiene sed de que tengamos sed de él, y amándolo, amemos a los demás. No tiene sed de que le hablemos mucho, debe estar cansado de tanta palabrería. Tiene sed de que lo amemos con nuestra propia vida.
Algo del Evangelio de hoy, sin decirlo, es una muestra más de que María y José aprendieron día a día a ser obedientes a la Palabra de Dios, a las palabras de Jesús, aun sin comprender completamente lo que pasaba. Eso nos pasa en momentos límites, pero deberíamos aprender a vivirlo cada día, en cada situación. Me acuerdo esa mujer, que me vino a ver, que estaba viviendo sus últimos momentos en la tierra, que ya se estaba dando cuenta que la vida se le apagaba poco a poco. Me decía algo así cuando le preguntaba qué sentía en esos momentos… Me decía: «Estoy dispuesta a lo que Dios disponga. A Dios no se le discute, él sabe cuál es el momento oportuno». ¡Qué gratificante! ¡Qué lindo escuchar algo así! Seguro que José pensó lo mismo. ¡Qué lindo que es cuando todo lo que predicamos en la Iglesia, lo que predicamos cada día los sacerdotes, vos y yo, de golpe se pone en evidencia en una vida concreta, en una persona que lo dice y lo hace!
A san José me lo imagino así, me lo imagino un hombre de paz, de corazón sencillo, un hombre firme, fuerte, pero humilde y sincero, con un corazón gigante como para amar a María y a Jesús, pero abierto siempre al misterio, a la incomprensión, al silencio, a la confianza total. Que en este día tan especial su intercesión nos alcance lo que Dios quiera regalarnos y su santidad nos impulse a desear a hacer siempre la voluntad de nuestro Padre.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Miércoles 19 de marzo + Solemnidad de San José + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 41-51a

Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Mateo 23, 1-12:

Seguramente, si tuviéramos la posibilidad de elegir entre vivir una fe que implique el caminar, el cansarnos, el muchas veces experimentar el desierto, la aridez, o una fe que pueda continuamente estar experimentando la presencia divina en tantas cosas y que eso nos lleve a estar gozosos y deseosos de estar siempre con él… Vuelvo al principio, seguramente todos elegiríamos la segunda, o sea, ¿quién no quiere estar, de algún modo, en el Tabor, en ese monte donde Jesús se mostró tal como era, manifestándose como Dios a sus discípulos para que realmente crean que era él y que no tengan más dudas de ahí en adelante? ¿Quién de nosotros no elegiría eso? ¿Quién de nosotros, cuando vivió un momento gozoso en la fe, no dijo para sus adentros «me quedaría a vivir acá», buscaría siempre experimentar lo mismo? Bueno, es lógico, por supuesto. Sin embargo, todos tenemos la experiencia de que esto es imposible. Mientras peregrinamos por la tierra es imposible no luchar, es imposible no darse cuenta que no podemos vivir en el cielo, que en realidad ese cielo que empezamos a vivir en la tierra solo es una imagen, solo es como un espejo, pero un espejo que no refleja plenamente la realidad, un espejo que, de algún modo, nos muestra una realidad media desdibujada de lo que es el cielo; sin embargo, experimentamos algo de cielo. Por eso tenemos que aprender a vivir nuestra vida de fe también en este no experimentar todo lo que quisiéramos, sabiendo que el Señor nos regala cada tanto, si perseveramos, sus manifestaciones, sus presencias, pero al mismo tiempo saber que caminamos en la fe y que por más que no lo veamos con nuestros ojos, él está siempre, y que en definitiva eso es la fe: saber caminar cada día, paso a paso con la certeza de su presencia.
Creo que sería de necios negar que el corazón de cada ser humano alberga, por un lado, la posibilidad de lo mejor o la posibilidad de lo peor, la posibilidad maravillosa de amar y darse a los otros, creando vida, renovando todo lo que se toca, pero al mismo tiempo esa locura increíble de creerse, de actuar y vivir como si fuéramos el centro del universo. Tantos ejemplos hoy en día podemos encontrar de cuánto se equivoca el ser humano. Llamémosle como queramos: ego, el yo, la soberbia, el orgullo, el amor propio, el egoísmo. Lo fundamental y lo importante es que hoy nadie niega, incluso desde la ciencia, que esto está en nosotros y es algo con lo cual debemos luchar continuamente. Nuestro peor enemigo, el más invisible y, al mismo tiempo, el más poderoso de todos, no está afuera, sino adentro nuestro. Y cuando uno ve la maravilla e inmensidad del universo, cuando uno estudia o lee que nosotros somos en comparación con el todo como un granito de arena en la inmensidad de un mar, o como, por ejemplo, que nuestra galaxia es una de los casi 100.000 millones, o vivimos en una ínfima parte de lo que el universo tiene de vida, de casi 15.000 millones de años, uno dice o se pregunta: ¿Es posible que la soberbia tenga tanta fuerza y el hombre viva como si fuera el centro y el único de este universo? ¿Es posible que siendo tan poca cosa nos la creamos tanto? Vos dirás: «Bueno… no es para tanto. No somos tan soberbios todos». Es bueno que cada uno se deje interpelar por las palabras de Jesús. La soberbia toma mil colores y tonos según la personalidad y la experiencia de vida de cada uno, y justamente el peor mal de la soberbia es que a veces es imperceptible. Solo una luz desde afuera puede ayudarnos a iluminar nuestro corazón y hacernos dar cuenta lo centrado en nosotros mismos que a veces vivimos.
Dije que la soberbia toma mil colores, ahora, en Algo del Evangelio de hoy, las palabras de Jesús son lapidarias, especialmente con los que tenían una función en el pueblo de Israel, y sin miedo tenemos que trasladarlas al pueblo de Dios, que es la Iglesia, específicamente a los ministros, a los que deben servir.

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Algo del Evangelio

¡Qué frase tan llena de soberbia y cerrazón! ¡Cuánta necesidad de conversión que tenemos si pensamos así! ¡Qué lindo será hoy pedir misericordia para todos, no tener miedo y quitarnos el orgullo que tantas veces no nos deja vivir en paz! ¿Sabés por qué a veces andamos tirados en el piso y muchas veces sin ganas de caminar? Porque no somos a veces capaces de perdonar, de ser misericordiosos, de callar por amor y no condenar. La falta de perdón y la soberbia nos aplasta y nos va haciendo insensibles, incapaces de comprender de que todos estamos hechos de barro, de que todos somos frágiles y capaces de caer.
Cuando Jesús dice que demos y se nos dará, no nos está proponiendo el «negocio de la fe, del amor», o sea, el dar para que algún día nos den algo como retribución. Me parece que es al revés, nos está advirtiendo que no podemos pretender que nos den, que algún día él nos dé, si nosotros no dimos primero, si nosotros no fuimos capaces de entregar. No podemos pedir misericordia ni ahora, ni en el juicio final, si no aprendimos a darla en estos tiempos. No podemos pretender no ser condenados, si nosotros nos cansamos de condenar a los demás. Se nos debería caer la cara de vergüenza al reclamar que no nos juzguen, si nosotros juzgamos y somos duros con los otros.
Se nos medirá con la misma vara con la que nosotros medimos a los otros. Si usamos vara cortita, para tener «cortitos» a los demás –como decimos acá–, la misma usarán con nosotros. En cambio, si usamos vara ancha y larga, Jesús hará lo mismo con nosotros. Seamos misericordiosos, como el Padre del Cielo es misericordioso con nosotros. Probemos, nos hará muy bien a todos.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Lunes 17 de marzo + II Lunes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 36-38

Jesús dijo a sus discípulos:
«Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 9, 28b-36:

Si el domingo pasado, para empezar la Cuaresma, no teníamos miedo, por lo menos la Palabra de Dios quería quitarnos ese miedo a la tentación, a la prueba, a las dificultades de la vida, incluso veíamos que eran necesarias para crecer y madurar, porque también descubríamos que al mismo Jesús le pasaba lo mismo, pasaba por lo mismo que nos pasa a nosotros, y él fue tentado en nosotros; hoy podríamos decir que la Palabra de Dios, en este momento de la vida de Jesús que es la transfiguración, nos quiere de algún modo consolar, mostrándonos el final del camino. Levantá la cabeza, nos dice hoy, hacia allá vamos, no mires todo el día para abajo, no mires lo difícil que es el desierto y la tentación, como hizo Jesús con sus discípulos, los llevó al Tabor.
¿Te acordás de esta frase de san Agustín: «Nuestra vida mientras dure esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones. Porque nuestro crecimiento se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni nadie puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones»? Y no es que a nosotros nos gusta el sufrimiento por el sufrimiento mismo, eso es una caricatura del cristianismo, no es que buscamos las dificultades porque nos gusta nada más, no es que solamente vale lo que duele, como algunos dicen, sino que en la Cuaresma se nos quiere dar como un baldazo de «realidad», diríamos, realismo, un no querer ocultar la verdad de la vida, una de las grandes verdades de la vida como esta, que para resucitar, primero tenemos que morir; para vencer, primero hay que luchar; para encontrar, hay que buscar; para recibir, también hay que pedir; para gozar, hay que amar y entregarse; para amar, tenemos que renunciar y al renunciar inevitablemente de algún modo sufrimos, muchas veces en el interior de nuestro corazón.
Jesús lleva al monte Tabor a los discípulos, a los más cercanos, aquellos que él quiso para mostrarse como Dios por un momento, para mostrarles el esplendor de su gloria, para mostrarles lo que les espera a ellos si saben perseverar, si a pesar del cansancio siguen caminando. Y debe haber sido tan maravilloso ese momento que Pedro quiso hacer tres carpas, quiso quedarse ahí para siempre, prefirió hacer un campamento de elite para algunos, solo con Jesús, con Moisés y Elías, para no bajar al llano de su realidad, para evitar bajar a la realidad, nada más normal que la reacción de Pedro. Lo mismo hubiésemos hecho nosotros. Pedro siempre nos representa por su sencillez, humanidad, su espontaneidad, que cualquiera de nosotros hubiera tenido también. Porque apenas vivimos un lindo momento en la vida, ya sea en lo más humano y sencillo y cotidiano, como una experiencia de Dios fuerte, cuando apenas experimentamos su presencia, que sería como una transfiguración, queremos permanecer ahí para siempre. Queremos, de alguna manera, que ese momento sea inolvidable, queremos olvidarnos del día a día, de lo que debemos hacer y nos olvidamos claramente de que tenemos que bajar, a trabajar y a seguir caminando. Nos encanta volar a veces y evitar las dificultades diarias. En realidad, lo que Jesús les hace a los discípulos experimentar no es para que se queden regodeándose entre ellos, sino para evitarles el miedo futuro y para enseñarles a superarlo, para enseñarles a confiar cuando venga el momento de la cruz. Jesús nos muestra el final del camino, nos muestra el final de la película, para que no desfallezcamos mientras andamos por el desierto. Ya sabemos cómo va a terminar la historia. Ya sabemos que, si sabemos perseverar, Jesús nos hará llegar hasta donde está él. En esta vida, él nos da su amor, a veces lo sentimos a cuenta gotas, pero mostrándonos que al final la victoria está asegurada si vamos con él, si no nos alejamos de él, si luchamos siempre con él, si somos tentados con él también triunfaremos con él. Esa es nuestra esperanza.

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Algo del Evangelio

Es el empuje de algo que no podríamos hacer si no fuera porque Jesús lo hizo por nosotros y porque nos da esa fuerza. Naturalmente así no se puede, sobrenaturalmente sí. Esa es la perfección de la que habla Jesús. Ser perfectos no significa no equivocarse, ser un perfectito que le sale todo bien, sino que ser perfecto evangélicamente es buscar y querer amar como ama el Padre, con el amor que proviene de él, con amor que viene de lo alto. Si se puede ser perfecto al modo del Evangelio, es mentira que no se puede. Miles y millones de santos lo lograron con la gracia del cielo. Mientras no queramos esto, mientras pensemos que la perfección del Evangelio es para algunos, estaremos todavía viviendo casi como paganos, no como creyentes, viviremos como la mayoría del mundo, intentando ser un poco buenos y evitando cruzarse con las personas que no son tan amables. Los enemigos serían todas aquellas personas que no nos sale amar naturalmente.
Jesús no pretende que seamos amigos de los que nos molestan, de los poco amables o de los malos, pretende que por lo menos no les quitemos el saludo, pretende especialmente que recemos por ellos. Si empezamos a transitar este camino, empezaremos a sentir la alegría de ser hijos, de ser hermanos de todos, de vivir sin rencores, de vivir sin destruir, de construir siempre. Eso es la perfección que nos pide Jesús, la perfección del Padre que está en el cielo.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Sábado 15 de marzo + I Sábado de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 43-48

Jesús dijo a sus discípulos:
«Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Mateo 5, 20-26:

Las pruebas, lo que llamamos comúnmente «tentaciones», tocan las fibras más profundas de nuestro corazón, aunque la mayoría de las veces ni nos damos cuenta, o podríamos decir que depende del grado de intensidad con que nos «atacan», somos más o menos conscientes; o también, dicho de otra manera, depende de la fortaleza que tengamos, de hasta cuánto estamos dispuestos a soportar. Generalmente o popularmente se relaciona la tentación como una invitación a hacer siempre algo malo directamente, y en cierto sentido es verdad, sin embargo, no hay que olvidar que muchas tentaciones o pruebas, como se dice, son «bajo apariencia de bien», tomado de san Pablo, que literalmente lo dice: «Su táctica no debe sorprendernos, porque el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz». Esto quiere decir, que, por un lado, son más difíciles de detectar y, por otro, como consecuencia, somos más propensos a caer. El demonio se mete en esos «recovecos» del alma, de nuestro corazón, en donde dudamos, en donde somos frágiles, en esos momentos en donde estamos sufriendo, cuando, como dijimos, somos más vulnerables, justamente para hacernos equivocar el rumbo. Cuanto más cerca estamos de la Luz, de la Vida, del Camino, que es Jesús, más sutiles son las propuestas del demonio, y es por eso que podemos encontrar personas muy cercanas a Jesús pero que pueden caer profundamente, como vos y como yo. Nadie está exento. «Por eso, el que se cree muy seguro, ¡cuídese de no caer!», dice también san Pablo. Fiémonos siempre de Jesús, de sus palabras y de su fuerza para estar atentos y no caer en la gran tentación de sentirnos solos, y tampoco en las tentaciones de cada día que nos hacen ser infieles a su amor.
Te aseguro que, si no escuchás o intentás comprender bien las palabras de Jesús de Algo del Evangelio de hoy, lo que significa ser hijo de Dios, difícilmente disfrutarás de lo lindo que es ser cristiano. Porque en definitiva ser cristiano es haber descubierto, gracias al Hijo que es Jesús, que nuestra mayor dignidad, nuestra mayor alegría es la de ser hijos de Dios, hijos libres, que ya no viven como esclavos, que ya no le tienen miedo al Padre, sino todo lo contrario, descubren que a Dios se le puede llamar Padre, como el mismo Jesús nos enseñó.
Te aseguro que la frase más importante del Evangelio de hoy es esta: «Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos». Es una expresión que es parte del Sermón de la Montaña, que es el corazón del Evangelio de Mateo y podríamos decir también el corazón de todo el mensaje de Jesús. Si queremos conocer el corazón de Cristo, si queremos conocer lo que piensa, siente y quiere para nosotros, te aconsejo leer siempre los capítulos cinco al siete de Mateo. Te aseguro que, si por medio de las palabras de él vas conociendo el corazón del Hijo de Dios que quiere enseñarnos a ser hijos, de a poco, como la lluvia empapa la tierra y no vuelve al cielo sin dar fruto, de la misma manera la Palabra de Dios irá dando frutos de libertad en tu corazón y en los corazones de aquellos que la reciben con amor.
Lo demás de las palabras de hoy, te dejo para que lo pienses también por tu lado, o sea, el alcance que en realidad tiene el quinto mandamiento de «no matar», el sentido más profundo que le quiere dar Jesús. En resumen, él nos está diciendo que matar no es solo una cuestión física, material, sino que el mandamiento también abarca lo espiritual, desde nosotros y hacia los otros.
Pero volvamos a la frase central, ¿qué significa? Trataré de traducirla a un lenguaje sencillo, accesible a nosotros. Podríamos traducirla imaginando que Jesús nos dice lo mismo de muchas maneras distintas: Les aseguro que, si ustedes piensan que ser cristianos, ser seguidores míos es cumplir una regla y con eso quedarse tranquilos, no disfrutarán del amor que vine a traer al mundo.

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Algo del Evangelio

Todo lo que le pedimos al Padre, ¿él nos lo tiene que dar? ¿Tan fácil puede ser? ¿A qué se refiere? Se refiere principalmente al final que venimos comentando. Pedirle al Padre sin desfallecer, sin cansarnos, esperando siempre que nos abrirá, lo que necesitamos para ser buenos hijos y por eso buenos hermanos. Pedirle todo aquello que nos ayude a hacerle a los demás lo que nos gusta que nos hagan.
Nuestro Padre del Cielo es el primer gran interesado en que entre todos seamos buenos hermanos y por eso nos enseña por medio de Jesús cómo se es buen hijo, qué tenemos que pedir, buscar y llamar. Pedir ser hijos en serio, pedir ser hermanos de todos, no cansarnos de buscar y llamar para que renazcan en nosotros los sentimientos de Jesús. El Padre jamás niega su Espíritu a quienes se lo piden y es su Espíritu el que nos hace hijos y hermanos.
Imaginemos esta situación hoy todos arrodillados, mirando al cielo, todos pidiendo como podamos y nos salga, la gracia y la fuerza para hacerle a alguien hoy lo que siempre deseamos que nos haga. Imaginemos que esto es posible y que el Padre del Cielo nos dará la fuerza, nos dará lo que necesitamos. Aprendamos a pedir lo esencial, lo necesario, lo que da vida. «Todo lo demás vendrá por añadidura».

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Jueves 13 de marzo + I Jueves de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 7, 7-12

Jesús dijo a sus discípulos:
«Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!
Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 11, 29-32:

El demonio nos tienta, nos prueba siempre, pero especialmente cuando estamos más vulnerables, le gusta entrar al castillo del corazón, como decía san Ignacio, por el lugar más flaco, por la brecha, nosotros diríamos el lugar más débil. Es cierto que es difícil discernir a cada paso las pruebas y tentaciones por las cuales pasamos, hay que tomarse el tiempo cada noche para examinarnos espiritualmente, no únicamente desde lo moral, sino fundamentalmente desde lo espiritual, para poder distinguir si nuestras caídas tienen que ver con fragilidades propias, imperfecciones adheridas, o bien porque el demonio aprovechó esas fragilidades para plantearnos falsos caminos bastante atractivos. No hay que esquivarles a estos temas, por más pasado de moda que estén, porque por algo quedaron en la Palabra de Dios, por algo Jesús los pasó, para enseñarnos a pasarlo nosotros.
El demonio tentó a Jesús en su momento más frágil –decía la Palabra el domingo–, cuando sintió hambre, aprovechándose de ese momento de extrema necesidad. Lo mismo hace con vos y conmigo, aprovecha esos momentos en los que somos vulnerables, por distintas razones, ya sea por algo físico, espiritual o afectivo, en un momento de dolor, de tristeza, de soledad. Es cuando más atentos debemos estar, porque nuestros errores más grandes surgen en esos momentos, en los cuales por necesidad nos dejamos engañar por el demonio, no soportamos el peso de su sufrimiento y tomamos caminos cortos, con atajos, con medios ilícitos para alcanzar un bien o a veces lícitos, pero no los que Dios quiere. Debemos serenarnos y contestar siempre con la Palabra de Dios, como hizo Jesús.
Tendemos a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, por eso san Agustín decía: «El tiempo pasado lo juzgamos mejor, sencillamente porque no es el nuestro». Por eso no hay porque pensar que el mundo de Jesús, el mundo de ese tiempo, el que eligió para vivir, fue muy distinto al nuestro, o mucho peor o mucho mejor. Es verdad que muchas cosas externas han cambiado, que se vive distinto, que la cultura es distinta, que parece que hoy todo está peor, pero también es verdad que el hombre es hombre, con toda su debilidad, desde que el pecado entró en este mundo, o digamos mejor, es hombre débil desde el pecado, y hay cosas que no han cambiado demasiado. Por ejemplo, las debilidades en general son las mismas, aunque se van expresando de modo diferente. Por eso cuando en Algo del Evangelio de hoy escuchamos que la gente pedía un signo, o sea, pedía una especie de certificación para comprobar quién era Jesús, no es muy distinto a lo que también pasa hoy cuando muchos de nosotros y tanta gente dentro de la Iglesia necesitamos todavía signos maravillosos para creer, para asegurarnos que las cosas son como nos dicen, como nos dijeron. Es algo inherente al hombre, es nuestra debilidad, es nuestra débil necesidad. Muchas veces no podemos confiar si no es por medio de signos, de situaciones, de personas, y al mismo tiempo eso se nos vuelve en contra cuando exigimos más de la cuenta y, al fin y al cabo, no confiamos. A los que andaban con Jesús les pasaba eso, a nosotros también nos pasa. Habían visto milagros, situaciones extraordinarias, curaciones, exorcismos y tantas cosas más, sin embargo, exigían más y más. ¿No será que a nosotros nos pasa lo mismo? Somos bastante insaciables y nos olvidamos todo lo que ya se nos dio y, entonces, siempre terminamos pidiendo más, como los niños o como los jóvenes que a veces van en busca de novedades continuamente. No se conforman con lo que tienen enfrente. Por eso tenemos que preguntarnos con sinceridad: ¿Quién de nosotros puede decir que nunca tuvo o experimentó un signo real de que Jesús está vivo y presente en su vida, de que Dios está presente? ¿Realmente podemos decir con seriedad que no? Pero no estoy hablando de milagros para salir en televisión, sino me refiero a miles de situaciones donde, si somos capaces de detenernos y contemplar un poco, casi no hace falta pedirle a Dios un signo. Están por todos lados.

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Algo del Evangelio

Volvamos a rezar hoy la oración «madre» de todas las oraciones que muchas veces fuimos olvidando o repitiendo, volvamos a levantar la cabeza y el corazón al cielo y a pensar en todo lo que queremos decirle al Padre del Cielo, pero al mismo tiempo confiando en que él sabe mejor todo lo que necesitamos. Digamos: Padre, Padre nuestro, Padre de todos, que estás en el Cielo, en todos lados, en los corazones y en donde menos pensamos. Queremos que tu nombre sea conocido, santificado, amado, queremos que tu Reino, tu amor, llegue a todos, que todos reconozcan tu voluntad y la cumplan, especialmente los cristianos que decimos amarte. Necesitamos el perdón de los demás, necesitamos aprender a perdonar de corazón, porque no podemos vivir sin perdón. Ayudanos a vivir así, por favor. Queremos el Pan de cada día, tu Palabra que nos alimenta, el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, y el pan para nuestra mesa. Por favor, no nos dejes caer en la tentación, no dejes que nos venza, no dejes que nos olvidemos que somos hijos muy amados, no dejes que el maligno nos aparte de tu amor, de tu corazón de Padre. Todo esto y de todo lo que no nos damos cuenta, te lo pedimos por tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Martes 11 de marzo + I Martes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 7-15

Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

Palabra del Señor.

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