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El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org Cualquier testimonio o consulta escribir a algodelevangelio@gmail.com

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Algo del Evangelio

Estamos religados a Dios Padre, eso quiere decir «religión», estar ligados, unidos, no solo si rezamos y vivimos los sacramentos, sino si comprendimos que nuestro Padre ama especialmente a los más desprotegidos y él quiere que aprendamos a amarlo a él en ellos.
Ojalá que el Evangelio de hoy nos ayude a tomar conciencia de qué es lo más importante y esencial de nuestra fe y no perdernos en cosas que nos hacen desviar del centro de nuestro corazón.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Lunes 10 de marzo + I Lunes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 25, 31-46

Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver."
Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, ¿y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, ¿y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?"
Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo."
Luego dirá a los de su izquierda: "Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron."
Estos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?"
Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo."
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Y también el demonio quiere que probemos a nuestro Padre, que lo desafiemos, que nos demuestre su poder, su presencia, y que solucione todos nuestros problemas de un modo mágica.
Cada uno creo que hoy debe rezar y eso es lo que te propongo y me propongo. ¿Cómo estas tentaciones toman diferentes formas en nuestra vida?, ¿cómo finalmente tenemos que aprender a vencerlas? Escuchando y contestando con la Palabra de Dios.
Solo el que escucha a su Padre día a día, vence las pruebas más grandes. Escuchando a Dios todos podemos vencer al demonio. «El que a Dios tiene nada le falta», decía santa Teresa de Jesús. Solo el que se anima a vivir del Pan de cada día, adora al único Dios verdadero, al único que nos puede verdaderamente salvar y al único que merece nuestra adoración. Solo el que escucha día a día su Palabra, es capaz de no desafiarlo nunca, todo lo contrario, se arroja en sus brazos «como un niño en brazos de su madre».

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Domingo 9 de marzo + I Domingo de Cuaresma(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 4, 1-13

Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre. El demonio le dijo entonces: «Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan.» Pero Jesús le respondió: «Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan.»
Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: «Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá.» Pero Jesús le respondió: «Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»
Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.
Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra.»
Pero Jesús le respondió: «Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.»
Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 5, 27-32:

Un llamado, una crítica y una respuesta eterna de Jesús: creo que, con estos tres momentos, de alguna manera, podemos resumir Algo del Evangelio de hoy y nos puede ayudar a rezar a todos los que escuchamos diariamente la Palabra de Dios.
Primero, Jesús llama a un recaudador de impuestos, a un reconocido «traicionero» del pueblo judío, aquel que se servía de los que necesitaban para recaudar para el imperio. Y justamente a él lo llama no por ser bueno, sino porque seguro vio en él algo que nadie podía ver. Vio, podríamos decir, el núcleo de bondad de su corazón. Nunca hay que descartar a nadie. Siempre cuando Jesús llama, nos enseña eso. «Nosotros miramos las apariencias, él mira el corazón». Todo hombre, por más malo que parezca o por más de que haya hecho muchísimas cosas malas en su vida, tiene en su interior algo que nadie ve, incluso él mismo. El único que puede ver eso y apostar a lo que nadie ve es Jesús, también pasó con vos y conmigo. Eso se ve en el Evangelio de hoy. Solo Dios se juega por nosotros cuando a veces parece que nadie lo hace. Esto es algo que no tenemos que olvidar nunca, para pensarlo en nosotros y para pensarlo en los demás, cuando a veces sin querer juzgamos por desconocimiento. No descartar jamás a nadie, por más perdido que parezca.
Después de esto, Jesús termina comiendo y festejando con Leví y sus amigos pecadores. Obviamente, ¿qué clase de amigos tenía Leví? Parecido al refrán que dice: «Dios los cría y el viento los amontona» o «dime con quién andas, y te diré quién eres». Bueno, a Jesús no le molesta encontrar pecadores amontonados; al contrario, se mete ahí donde nadie quiere meterse. Se mete con sus discípulos. Nosotros también a veces tenemos esos prejuicios y pensamos: «Mirá con quién anda ese, mirá con quién se junta». Bueno, puede ser, pero depende. Es verdad que, si no voy como médico a un hospital y no tengo cuidado, puedo terminar enfermándome también yo. Ahora, también es verdad que puedo ir al hospital como médico, como lo hizo Jesús, para ayudar a que los enfermos se curen.
Los fariseos no entendían esto y por eso critican, pero al criticarlo, sin darse cuenta, lo elogian. Siempre la crítica proviene de una cierta ignorancia y de una carencia propia. Critican porque no saben, creyendo que saben, como vos y yo cuando también criticamos. Criticamos convencidos que es justa y necesaria la crítica, pero en el fondo ignoramos algo básico y profundo, no sabemos lo que hay en el interior de cada hombre. No lo sabemos, y si no lo sabemos, no podemos ni tenemos el derecho a hablar como si supiéramos. Sin embargo, lo triste es que a veces hablamos como si supiéramos.
Estos fariseos no conocían el corazón de Jesús, ni tampoco el de Leví, el de los pecadores. El mundo no conoce el corazón de Dios y, por eso, se toma el atrevimiento de criticarlo. Nosotros no conocemos el corazón de los demás como para opinar tan libremente y creyendo que lo sabemos todo. Por eso, la respuesta de Jesús pinta cómo es el corazón de un Dios que generalmente es criticado, justamente por ser bueno. Para este mundo ser bueno se convierte en motivo de crítica, en un problema. Nos dicen a veces: «No seas tan bueno». «No seas ingenuo», nos dicen algunos y algunos padres incluso enseñan esto a sus hijos. Es verdad que hay que cuidarse, es verdad que no hay que ser tonto. Pero Dios vino a mostrar que es bueno, que puede sentarse a la mesa con todos y que por eso no deja de ser Dios, que viene como médico de nosotros que estamos enfermos, y a veces andamos como si no lo estuviéramos.
Tanto Leví como sus amigos, como los fariseos, en el fondo están todos enfermos; algunos se dan cuenta y otros no. Unos con enfermedades visibles y otros con enfermedades ocultas.

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Algo del Evangelio

Los católicos a veces hemos perdido el don de saber y aprender a ayunar para poder dominar nuestra interioridad, nuestra voluntad, para poder encontrarnos con Jesús, para aprender a renunciar a cosas superficiales que a veces tapan lo esencial.
Alguien me preguntó una vez: «Padre, cuando Jesús habla del ayuno, ¿es literal?». Y sí, la verdad que sí. Nunca usa Jesús una imagen para hablar del ayuno, como pasa con otras cosas, sino que habla simplemente del ayuno. Nunca dice: «Bueno, hagan como si fuera que ayunan, ayunen, pero con el corazón». Jesús habló del ayuno real, de la privación voluntaria del comer para poder encontrarnos con él.
El ayuno hoy tiene sentido porque Jesús nos fue quitado, no lo podemos ver. No está físicamente con nosotros, está presente por la fe en la Eucaristía y en los demás, pero para poder encontrarlo es necesario alguna vez aprender a renunciar a lo más básico para poder entrar en comunión con él hasta que él vuelva; por eso también el ayuno antes de recibir la Eucaristía, que tenemos que volver a practicar en la Iglesia también.
Ayunar de alguna manera voluntariamente, con amor, por supuesto, es como decir quiero vaciarme de lo demás para poder percibirte y dejar que entres en mi corazón. El ayuno nos conecta con nosotros mismos y nos abre a los demás, a Jesús, porque nos evita que nos esclavice lo más básico de nuestra vida. El que come bien se comunica bien con los demás. El que se sienta a la mesa a devorar todo, o devora todo en todo momento y en todo lugar, es el que no sabe levantar la cabeza para mirar y dialogar con los demás.
Probemos ayunar realmente, te lo propongo, con amor, de corazón, sin que nadie lo sepa, sin poner cara triste. Probemos ayunar y dar tiempo a algo distinto para estar con los demás. Probemos ayunar y ser dueños de nuestras propias voluntades para poder decidir siempre lo mejor. Probemos ayunar sin que nadie se dé cuenta. Probemos vivir esta recomendación de Jesús con verdad, sin aguarla, sabiendo que la comida es un bien necesario, pero no absoluto, porque «no solo de Pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios».

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Viernes 7 de marzo + Viernes después de ceniza + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9, 14-15

Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: « ¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?»
Jesús les respondió: « ¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 9, 22-25:

¡Qué alegría más grande es empezar esta Cuaresma con libertad, con decisión, no por un ritualismo vacío! ¡Qué lindo es empezarla con amor, con un amor no viciado por el «qué dirán», por la obligación impuesta desde afuera o incluso por una religiosidad aparentemente muy linda desde afuera, pero vacía, de pura cáscara! Como tantos Miércoles de Ceniza, la Iglesia ayer estaba llena, de bote a bote, como se dice, con ancianos, adultos y niños de todos los tamaños… le di tantas gracias a Dios de corazón. Todavía existe una fe pura y sencilla en el pueblo de Dios, aun cuando no es obligación ir por el precepto, se acercaron y se acercan muchísimos a escuchar la Palabra de Dios, a recibir ese signo tan lindo y tan fuerte de la imposición de las cenizas y también a recibir la Eucaristía, por supuesto.
La Iglesia, creo yo que debe volver a la sencillez, a la pureza de la fe, a la fe que no es impuesta, sino asimilada; a la fe no fabricada desde afuera, sino vivida; a la fe no de las masas, sino de las comunidades pequeñas y fervorosas. ¿Para qué queremos ser muchos? Todos debemos experimentar alguna vez que la fe no es «tener» que hacer cosas hacia afuera, como ayunar, rezar y dar limosna, sino que la fe en realidad es creer en Jesús, vivo y presente en una comunidad concreta, en la Eucaristía, en los más pobres, y que el Padre finalmente es el que nos da la gracia de hacer cosas luego de tener esa certeza. Sí, ayunar, rezar y dar limosna, pero eso brota desde adentro.
Yendo a Algo del Evangelio de hoy, podemos decir que es verdad que no es bueno ser drástico, o sea, pensar que en la vida todo es blanco o negro, de esta vereda o de la otra, porque eso muchas veces nos lleva a enfrentarnos y a mirar de reojo todo lo que no es como nosotros pensamos que debe ser. Pero también es verdad que en la vida es bueno ser claros y sinceros, fundamentalmente con nosotros mismos y para con Dios. No se puede andar en serio por la vida sin una profunda y verdadera sinceridad. Y la Cuaresma, vamos a ir viendo, es de alguna manera un lindo camino de sinceridad interior que redundará en nuestra relación con Dios y los demás.
¿Por qué digo esto? Porque hoy Jesús en sus palabras es un poco drástico, digamos, a simple vista. En realidad, muchas veces Jesús lo fue, pero drástico, contundente, fuerte, para una mirada superficial y para corazones que no quieren meterse para dentro, o bien podemos pensar que no siempre el ser drástico, contundente y fuerte es algo malo en sí mismo, al contrario, es necesario muchas veces. Pero imagino que, si estás escuchando este audio, querés ser sincero con él y con vos mismo. ¿Cuáles son las definiciones contundentes? «El que quiera ir detrás de mí tiene que cargar su cruz». El que quiera salvar su vida, la va a perder y el que la pierda por Jesús, la salvará. No parece haber mucho término medio. Por eso en esto tenemos que ser sinceros nosotros con él; si no, hacemos de nuestra fe hacia él una especie de ensalada de frutas, como se dice, en donde no terminamos de distinguir bien qué es cada cosa. Seguirlo cargando nuestra cruz es seguirlo, seguirlo sin cargar ninguna cruz es mirarlo de lejos, no es seguirlo. Es como poner «me gusta» a una página y enterarse cada tanto cuales son las novedades de este mundo tan superficial. Es como hacerse miembro de un club y recibir novedades por correo, es como decir que somos estudiantes y ni siquiera estudiamos, solo vamos a cursar. Seguirlo y buscar nuestro propio provecho, queriendo salvarnos a nosotros mismos, siendo egoístas, no es seguirlo, sino que es hacernos la idea de que lo seguimos. Seguirlo es empezar un camino de aceptación de que la salvación viene de él y que solo perdiendo la vida por amor de apoco, entregándonos vamos encontrando la plenitud. ¿Ves? En este sentido, Jesús no fue con medias tintas, no dijo una frase linda para atraer, para que lo sigamos, sin mostrarnos la letra chica del contrato, al contrario, fue más sincero que cualquiera.

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Algo del Evangelio

https://youtu.be/1dcdR04zajs?si=RJku1w20GbjBWb0c

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 6, 39-45:

El domingo, te recuerdo como siempre, es el día del Señor, siempre es bueno volver a recordarlo, y aunque en la «teoría» debería ser un día especialmente reservado para él, debemos reconocer que en la «práctica», en este mundo en el que vivimos, difícilmente podemos dedicarle mucho tiempo o por lo menos el que se merece. Igualmente podríamos preguntarnos… ¿Cuál es el tiempo que se merece nuestro buen Dios que es Padre? ¿Alcanza con ofrecerle una hora por semana asistiendo a misa? En definitiva, ¿qué es el día del Señor? ¿Con eso bastaría para decir que estamos viviendo el día en él? En realidad, deberíamos decir que todo nuestro tiempo es para él, que él es el dueño del tiempo, que nuestra vida es de él, que nuestro tiempo es de él y para él. Es por eso que san Pablo decía: «Yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto». Entonces lo correcto sería decir, o lo que más agrada a Dios, es que a él no podemos ofrecerle «algo» de nuestro tiempo, sino que tenemos que ofrecerle toda nuestra vida, eso es lo que él se merece. Sin embargo, ahora cabe preguntarnos… ¿Qué significa ofrecerle nuestra vida? ¿Alcanza con decir que el domingo es su día y que, por ejemplo, podemos quedarnos con la conciencia tranquila ofreciéndole la misa de cada domingo? Aunque la misa es lo más grande que le ofrece la Iglesia al Padre, sería reductivo o muy pobre conformarnos con decir que, si cumplimos la misa del domingo, transformamos ese día en el día del Señor. Para el mundo ofrecerle todo a Dios es un poco exagerado, para la mentalidad de este mundo y la nuestra muchas veces, la cantidad es lo que marca el valor de las cosas, por eso podemos pensar que ofrecerle más tiempo a Dios, sería de algún modo ofrecerle el corazón, y no ofrecer más tiempo para él, sería no darle nada. Lo más sano y liberador sería pensar y sentir que somos de él y que todo lo que hacemos en su nombre es para él, y aunque es necesario, por supuesto, ir a misa cada domingo, eso no bastaría si en el fondo no le ofrecemos todo nuestro corazón. Transformemos este día en el día del Señor, ofreciéndole hasta lo más insignificante que hagamos, lo más cotidiano, como la vida familiar, el descanso, la diversión, y por supuesto, la misa y nuestro tiempo de oración.
De Algo del Evangelio de hoy son muchas las cosas que podemos meditar, porque el mismo Jesús intenta explicar lo mismo desde muchas comparaciones, que se ayudan la una a la otra. Sin embargo, podríamos decir para sintetizar, algunas cosas. El que mira el defecto en el ojo ajeno, la paja, sin ver en su ojo el propio, la viga, es un ciego. Teniendo una viga en el propio ojo, difícilmente podemos ver bien la paja de los demás, a eso se refiere Jesús. La propia viga nos oculta la realidad, y lo que deberíamos reconocer antes de intentar extirpar el defecto ajeno, es que nosotros, vos y yo, también estamos repletos de defectos. Nuestra boca habla de lo que tiene el corazón, y es por eso que cuando andamos mirando de reojo o de frente los problemas ajenos, opinamos de ellos creyendo que sabemos, damos las soluciones mágicas a todos los problemas de los demás, es por eso que nuestro corazón, de esta manera, destila bastante soberbia y orgullo.
Es feo reconocer que estamos un poco ciegos, nos cuesta, en realidad es difícil para nuestro gran orgullo, pero en realidad reconocerlo es un don, es una gracia. Mucho peor es no reconocer la ceguera en la que vivimos y considerar que nunca necesitamos ser corregidos por otros porque no tenemos errores. De ahí el famoso refrán de que «no hay peor ciego que el que no quiere ver».

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Algo del Evangelio

¡Qué lindo sería terminar este día, este sábado sintiendo que Jesús nos abraza, nos bendice y nos impone las manos! Solo podemos acercarnos a él con un corazón puro si tenemos el alma de niños. Pidámosle al Señor ese regalo tan grande que todos necesitamos, todos tenemos que vivir, como decía santa Teresita, esta infancia espiritual, sabiendo que todo lo recibimos por él y para él.

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Algo del Evangelio

Sábado 1 de marzo + VII Sábado durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 13-16

Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Ahora me doy cuenta que Dios me dice: “¡Vení, vení para acá, ahora vas a hacer lo que yo te pido!”. Me di cuenta que en realidad venimos a este mundo a hacer la voluntad de Dios, me di cuenta que yo nunca la había cumplido y que ahora tenía la oportunidad, tengo la oportunidad». Yo no podía creer lo que escuchaba, porque la señora era muy buena, incluso había sido muy cercana a la Iglesia, había sido catequista. Ella se refería a algo más profundo, no a simples pecaditos, como podemos decir. Se refería a algo más radical que reside en nuestro interior: Dios quiere enseñarnos a amar y a obedecerle, y nosotros nos creemos que sabemos amar y no queremos obedecerle.
El planteo profundo que los fariseos le hacen hoy a Jesús, el planteo que le hace el mundo a la Iglesia, o incluso a miembros de la Iglesia, el planteo que incluso podemos hacerle vos y yo a Dios es este: ¿Por qué tenemos que seguir tu voluntad? ¿No es demasiado dura? ¿No es demasiado exigente? ¿Por qué tenemos que permanecer unidos hasta que la muerte no separe? ¿Es posible hacer lo que Dios quiere, que el hombre y la mujer estén siempre unidos en medio del contexto del mundo en que vivimos? Las respuestas me imagino que te las imaginas, dejo que te las puedas contestar vos mismo. A mí me las contestó esa señora ese día, en vivo y en directo, con lágrimas en los ojos, esa tarde que estuve con ella. No hay nada más placentero que hacer la voluntad de Dios, pero espero no tardar tantos años para descubrirlo.

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Algo del Evangelio

Viernes 28 de febrero + VII Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 1-12

Jesús fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Se reunió nuevamente la multitud alrededor de él y, como de costumbre, les estuvo enseñando una vez más.
Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?»
Él les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?»
Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella.»
Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido.»
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. El les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Marcos 9, 41-50:

En la medida que, como decíamos ayer, nos vamos enamorando de la Palabra de Dios, a fuerza de entrega, de trabajo, de esfuerzo, de perseverar, de escuchar, de ser fieles día a día; la recepción de la Palabra, ya sea por estos audios, ya sea porque la leemos en paz en nuestra casa, o bien en un templo, en donde sea, se vuelve gozosa y fecunda. Cuando estamos enamorados de lo que hacemos, esperamos finalmente ese momento. Cuando estamos enamorados, esperamos al amado o a la amada como la tierra reseca espera la lluvia y la consume cuando la recibe. ¡Qué lindo que la Palabra sea eso para nuestra vida!
Confieso que cuando comencé con estos audios, jamás pensé que la Palabra de Dios iba a generar tantas ansias en tantas personas que me escriben día a día. Sí tenía claro una cosa, y me convencí que era necesario leer cada día el Evangelio, no solamente comentarlo, porque descubrí en mi vida que fue la Palabra la que me cambió y no los comentarios de otros. Por eso leo el Evangelio, para que siempre brille la Palabra de Dios y no la palabra del predicador. Las palabras del sacerdote pueden faltar, el Evangelio jamás. Y la Palabra da fruto, te lo aseguro, en todos los que la escuchamos. Pidamos juntos esta gracia. Es gracia, es regalo, es como la lluvia, es gratuita, pero hay que pedir y pedir, convencerse de esta verdad.
Amar hace bien, creo que lo sabemos muy bien todos. En cambio, odiar, tener rencor, ira, bronca en el corazón, nos destruye lentamente, nos hace infelices. Es por eso que Jesús quiere resguardarnos de la peor enfermedad del alma, que es la falta de amor. Los imposibles que nos pide el Señor.
Eso que escuchamos el Evangelio del domingo son para nuestro bien, para hacernos felices. Lo único que corta la cadena del rencor, del odio, la indiferencia, la maldad, es el amor, el amor gratuito, desinteresado e incondicional. Cuando tenemos alguna bronca, rencor o incluso odio en el alma, lo único que hacemos es colaborar a su expansión, a que jamás se termine, a que crezca y se reproduzca. Es cierto que cuando no queremos perdonar o cuando guardamos un rencor en el corazón, siempre de algún modo tenemos alguna justificación, alguna razón que nos hace estacionarnos en ese lugar sin deseos de salir, pero también es cierto que ese camino no conduce nunca a un buen lugar. Jesús, sabiendo esa verdad, nos enseña que el camino del «ojo por ojo, diente por diente», no nos ayudará nunca, al contrario, nos enfermará. Si escuchamos las palabras de Jesús desde esta óptica, debemos reconocer que la sabiduría de sus enseñanzas son la mayor alegría que podemos experimentar. Tener la capacidad de no responder de la misma manera al mal recibido, nos hace hombres y mujeres libres, capaces de amar como lo hace nuestro Padre «Dios, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos», y nunca debemos olvidar que nosotros mismos estamos también muchas veces en ese grupo de desagradecidos y a veces un poco malos.
Hoy escuchamos en Algo del Evangelio, uno de los fragmentos de la Palabra que tiene una cierta complicación, no solo por los temas que trata, sino porque además aparecen diversos temas entrelazados y sería muy extenso explicarlos todos. Sin embargo, se puede decir algo en común: Jesús les está hablando a los discípulos, a los más cercanos, es una conversación con ellos. Esto es importante aclararlo. Eso es bueno que siempre te preguntes: ¿A quién le habla Jesús en este pasaje del Evangelio? En definitiva, él nos vincula de una manera especial con él mismo. Ayer decíamos que por estar cerca de Jesús no había que pensar que éramos una elite o éramos mejores, o que teníamos el «monopolio» de él mismo, pero hoy él nos asegura algo mucho más lindo y que al mismo tiempo se transforma en una linda y pesada responsabilidad. ¡Somos de él, somos parte de él! Y por eso, el que nos hace el bien a nosotros, los que estamos unidos a él por el bautismo, le hacen bien al mismo Cristo de una manera especial. Esto es increíble y es así.

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Algo del Evangelio

Comentario a Mateo 25, 31-46:

Empezamos esta nueva semana de Cuaresma siguiendo el camino que nos propone la liturgia, la Iglesia para ir escuchando lo que Dios nos enseña por medio de su Palabra. La Cuaresma –no te olvides, no nos olvidemos– es un tiempo privilegiado para dejar que nos eduque el corazón su Palabra, para aprender a centralizarnos en lo esencial de nuestra fe. Es un camino de purificación de tantas cosas que se nos van pegando y hacen que a veces nos olvidemos de lo esencial. Los evangelios de la Cuaresma ya no siguen ordenadamente a un evangelista, como veníamos escuchando anteriormente a Marcos, sino que se van alternando, están elegidos especialmente para ayudarnos a llegar a la Pascua listos y preparados para resucitar también con Cristo.
Recordemos lo de ayer: «No vivimos solamente de pan», de pan material; no vivimos de las cosas materiales que nos rodean únicamente. No nos engañemos, no nos dejemos tentar por el «pan» de este mundo que perece, que se pudre y muchas veces nos deja vacíos. Te invito hacer un ejercicio si podés: pregúntale a tu hijo o a alguien que quieras mucho qué necesitan de vos. Hacé la prueba. Mirá al que tenés ahora a tu lado, a tu hijo, a tu hija, a tu marido, a tu mujer, a tu amigo, pregúntale: ¿Qué necesitás de mí? ¿Qué es lo que realmente necesitás de mí? Me imagino que te estarán diciendo: «Te necesito a vos», «necesito tu presencia, tu tiempo». No vivimos, por eso, solamente del pan de este mundo, de lo material, sino que vivimos del «amor» que sale del corazón y de la boca de Dios, porque sus palabras dan amor, son amor, vivimos del «amor» que sale del corazón de los otros, con sus gestos, con sus palabras. ¿Cuándo nos vamos a convencer de esta gran verdad? No vivimos solamente de pan, vivimos de algo mucho más maravilloso y duradero, del amor recibido y entregado.
Hoy sencillamente pensé en esto, desde Algo del Evangelio: ¿Exige mucha explicación este texto? Por supuesto que se pueden decir muchísimas cosas, pero… ¿nos queda alguna duda de lo que es realmente esencial en nuestra fe? Ante la duda que muchas veces nos puede surgir, a vos y a mí, sobre qué debemos hacer, cuál es la voluntad de Dios, sobre qué es lo más importante en nuestra vida, Jesús nos responde con una imagen muy simple y al mismo tiempo seria y fuerte, la imagen del juicio final, y no es para que tengamos miedo. Lo que nos quiere enseñar es que lo que define nuestro presente, lo que hace que nuestro presente tenga valor, lo que es esencial en el hoy es por lo cual seremos juzgados. Es por lo que seremos juzgados lo que realmente le importa a Dios, a nuestro Padre. Al ver lo que Dios juzgará, eso nos ayuda a detectar qué es lo que él quiere que hagamos hoy concretamente. Seremos juzgados nada más ni nada menos que por el amor y por el amor especialmente a los más necesitados. Será por el amor a los hambrientos y sedientos, a los que no tienen que vestir, a los enfermos o presos. Esto no se puede barnizar ni dibujar, ni decir que no es tan así. Es la palabra de Dios para todos nosotros.
Cada vez que amamos a un pequeño de nuestra sociedad, de nuestra familia, en nuestras cercanías, cada vez que amamos a un desprotegido, a un despreciado, a un desechado de este mundo, a un pecador olvidado, a un despojado de todo lo material, a un enfermo, a un desgraciado que no es amado por nadie, a alguien que tiene mucho pero en el fondo tiene un vacío en el corazón; cada vez que lo hacemos sin buscar ser vistos, sin buscar ser recompensados, sin buscar calmar nuestra conciencia, sin desear ser aplaudidos, cada vez que lo hacemos es al mismo Jesús a quien amamos, es al mismo Dios a quien nos entregamos.
Dice el apóstol Santiago: «La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo».

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Algo del Evangelio

https://www.youtube.com/watch?v=D6JBNN69gYw&ab_channel=AlgodelEvangelio

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 4, 1-13:

En este primer domingo de Cuaresma, mientras empezamos este camino hacia la Pascua, quería empezar este momento de oración y reflexión con unas palabras de san Agustín que dicen así: «Nuestra vida, mientras dure esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones, porque nuestro progreso se realiza por medio de la tentación, y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede crecer si no ha luchado, ni luchar si no carece de enemigo ni tentaciones». ¿Nos damos cuenta que lo que para nosotros a veces es un problema, una molestia y, además, un motivo de queja, para los grandes santos, para la Palabra de Dios, es causa de crecimiento, es algo necesario? En definitiva, podríamos decir, en este día, que la tentación, las pruebas de la vida son necesarias y además inevitables.
Todos somos tentados, de algún modo, y seremos tentados para que, en nosotros, vaya reluciendo lo mejor, luzca lo más grande, lo más puro de nuestro ser, que es nada más ni nada menos que el ser hijos de Dios y sentirnos y vivir como hijos de él.
Así empieza esta Cuaresma, mostrándonos a Jesús que es llevado al desierto por el Espíritu, para ser tentado, para ser probado en lo más profundo de su ser Hijo del Padre, antes de empezar su misión. Estas tentaciones que vivió Jesús, son como un anticipo de lo que en definitiva será toda su vida, incluso hasta cuando estuvo suspendido en la cruz, por amor a nosotros, siempre Jesús fue de algún modo probado; probado para ver si cumplía o no su misión, para ver qué camino tomaba, si cumplía o no la voluntad de su Padre.
En Jesús, todos nosotros fuimos también tentados, por eso si él fue tentado, podemos preguntarnos o decirnos a nosotros mismos: ¿Por qué no vamos a ser tentados nosotros? ¿Por qué nos sorprendemos cuando sufrimos ciertas tentaciones, si él mismo las vivió? No deberíamos sorprendernos ni alarmarnos cuando sufrimos tentaciones, al contrario. Pero todavía hay algo mucho mejor… En Jesús, también todos nosotros ya vencimos, de algún modo, la tentación. Él hubiese podido evitarla, pero quiso parecerse en todo a nosotros, menos en el pecado; parecerse en todo a nosotros, incluso en sufrir tentaciones, para que nosotros también aprendiéramos a vencerlas y aprendamos también de las pruebas que nos tocan vivir en la vida.
¿Cuáles son las pruebas por las que pasó Jesús en Algo del Evangelio de hoy? ¿Cuáles son las más mayores pruebas y tentaciones que nos pueden tocar vivir a nosotros, si ya no nos tocaron? Las tres tentaciones que escuchamos hoy, quieren justamente atentar lo más grande y sagrado de la relación del Padre y del Hijo, el ser Hijo, el sentirse Hijo y el vivir como Hijo, escuchando a su Padre y confiando en lo que él le pedía. El demonio busca alejar a Jesús de su Padre, que sienta que lo que le pide no es para su felicidad, no es para su bien. Busca que no le obedezca, que finalmente haga la suya, que se corte solo, como decimos; quiere que convierta todas las piedras en pan, para solucionar una necesidad, el problema del hambre; quiere que adore otras cosas, y no a su Padre. Y, finalmente, quiere que tiene a su Padre, que lo pruebe, que lo desafíe siendo Hijo. Esa es la gran tentación de todos los hijos de Dios dispersos por el mundo, la tuya y la mía también. Todos, de algún modo, sufrimos estas tentaciones, aunque a veces no nos damos cuenta, es la gran tentación también que sufre la Iglesia.
Olvidamos que no vivimos solamente de pan, de necesidades materiales, sino que fundamentalmente vivimos o debiéramos vivir del amor del Padre, del Pan que viene de lo alto y que todas las soluciones por más lindas que parezcan, no pasan solo por lo material, al contrario. Vivimos también tentados de hacernos mil ídolos a nuestra medida, para tener poder, para sentirnos más que otros y nos olvidamos de que el verdadero poder en definitiva es el amor y el darnos a los demás.
Y eso es lo que Jesús nos termina demostrando con su propia vida.

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Algo del Evangelio

Todos sufrimos enfermedades espirituales y del corazón, y por eso en vez de ver las enfermedades de los demás olvidándonos de las nuestras, en vez de enojarnos porque Jesús cura a los que parece que no lo merecen, en vez de creernos que no necesitamos médico, aprovechemos que Jesús se sienta a la mesa con cualquiera, con todos, para estar con él; y para que estando con él, podamos cambiar. Es verdad, él quiere que cambiemos. Él quiere que en esta Cuaresma nosotros nos propongamos verdaderamente un cambio profundo del corazón. Es tiempo de gracia, es tiempo de dejar que Jesús se siente a la mesa con nosotros y nos enternezca con su amor y nos muestre que es posible ser hombres y mujeres nuevos, cambiar verdaderamente.
Esta es la conversión que todos necesitamos, cercanos y alejados. Porque, en definitiva, algún día todos terminaremos comiendo en la misma mesa, en la mesa del Reino, si de verdad aprendimos a dejarnos curar por Dios, que es Padre y envía a su Hijo para sanarnos. Mientras tanto, no señalemos a nadie, por las dudas. No vaya ser que Dios lo llame y yo me quede mirando de lejos cómo disfrutan algo que me estoy perdiendo. Mientras tanto, vivamos esta Cuaresma convencidos de que necesitamos del mejor médico del mundo que anda recorriendo el hospital de nuestra vida buscando a quién curar.
Hoy te animo a levantar la mano para poder decirle: «Señor, yo tengo necesidad de médico, tengo necesidad de vos. Tengo necesidad de ser curado, porque mi soberbia también me enceguece y me hace ponerme por encima de los demás; porque mi soberbia también me hace olvidar que alguna vez entraste a mi vida y me enseñaste lo que era la misericordiosa».

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Sábado 8 de marzo + Sábado después de ceniza + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 5, 27-32

Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: «¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?»
Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Mateo 9, 14-15:

Me parece que ya lo dije muchas veces, pero siempre es bueno volver a repetirlo, en especial en este tiempo de Cuaresma, donde el tema del ayuno es algo recurrente. Entiendo que hablar hoy del ayuno es un poco complicado. No está muy de moda y a veces, para que no suene muy duro, preferimos hacer como si Jesús hablara de algo que ya no va o preferimos hablar de cosas que ya no existen. Siempre se puede caer en los dos extremos: en hacer de algo lo único, lo absoluto, o simplemente pasarlo de largo y hacer como que no vale la pena. El tema del ayuno es un tema que lleva a los extremos generalmente. Pero, como te dije varias veces, hay páginas del Evangelio que no se pueden arrancar y hay palabras de Jesús que no podemos hacer como si no existieran; ninguna, en realidad, pero especialmente aquellas que nos cuesta entender.
Siempre se pueden encontrar excusas o argumentos para decir que en realidad Jesús se refería a otra cosa, pero sería bueno, creo yo, hacer el camino inverso: escuchar lo que dice, confiar en que es verdad y es bueno; y, a partir de ahí, tratar de vivirlo en el espíritu con el que fue escrito, y también escuchar a la tradición y a las enseñanzas de la Iglesia, que a lo largo del tiempo nos han ido iluminando sobre las palabras de Jesús.
Creo que simplificamos a veces tantas cosas del evangelio, que terminamos por dar un mensaje acuoso, aguado y sin consistencia, y que al final no atrae a nadie, porque nada nos diferencia de aquel que no cree en Jesús. A veces pensamos eso, que por aguar el mensaje atraerá más; sin embargo, es todo lo contrario.
Vas a escuchar por ahí que el ayuno es algo puramente espiritual, algo que finalmente no toca el cuerpo y por eso se dice: «Hay que ayunar de nosotros mismos», «hay que ayunar de las cosas que nos alejan de Dios», etc. Podés reemplazar el ayuno corporal por cualquier otra cosa. Está bien, es verdad. Al fin y al cabo, el ayuno no es la privación de alimentos por la privación misma, sino la privación para un encuentro con Jesús, para la comunión con él. Pero pensemos en esto.
Por simplificarlo y por tenerle miedo y por tener miedo a hablar a una sociedad que devora de todo y en todo momento, me parece que lo hemos complicado un poco más. ¿Por qué? Porque no se puede dominar nuestro espíritu si no aprendemos a dominar también lo más básico de nuestra existencia, que es la comida. Y entonces cuando escuchás a alguien que dice: «En vez de comer menos carne, o de comer menos, mejor es que ayunes de tu lengua, mejor es que hables menos», en el fondo es una simplificación que termina por hacer que no podamos hacer a veces ni una cosa ni la otra. Yo me pregunto: si no podemos dominar nuestra boca para comer, ¿creemos que va a ser posible que dominemos nuestra boca para hablar?
Por simplificarlo, vuelvo a decir, lo hicimos más complicado. Somos unidad, cuerpo y espíritu, y lo que toca el cuerpo, toca el corazón, y viceversa. Pero el corazón aprendemos a educarlo también desde nuestra exterioridad. Y, por otro lado, Jesús ayunó. Jesús hizo cuarenta días de ayuno. Incluso en esta Cuaresma, de alguna manera, revivimos y rememoramos eso.
Yo hoy me pregunto: si en toda la historia de la salvación el ayuno fue una práctica liberadora, si todas las religiones de algún modo incluso lo practican, si Jesús mismo ayunó y habló del ayuno recomendándolo, si en toda la historia de la Iglesia se ayunó –los grandes santos nos lo han enseñado–, ¿por qué hoy le tenemos tanto miedo? ¿Por qué hoy nos empeñamos tanto en barnizarlo para que quede más lindo, pero finalmente ocultamos la verdad? ¿Por qué tantos dicen que no es necesario? ¿Por qué no confiamos en las palabras de Jesús y en las de la Iglesia, en la de los santos y, por qué no, también en la de la Virgen, que en tantas apariciones nos invita a ayunar? Creo que es para pensar, te invito a que lo pienses.

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Algo del Evangelio

Ahora, por otro lado, es verdad que una vez que lo seguimos, que tomamos esa decisión, empezamos un camino, estando en camino y en el camino hay de todo, hay varios carriles, por decir así, rápidos, lentos, incluso hay colectoras, hay caídas, cansancios, ayudas, reproches, hay… podríamos decir, algunos grises, pero ese es otro tema.
Hoy busquemos un «shock» de sinceridad, que puede transformarse en un sincericidio pero que nos haga bien, entregando la vida. ¿Queremos seguir a Jesús así, con cruz y dando la vida o queremos un cristianismo del vale todo y todo está bien siempre que siga mis gustos y caprichos? ¿Somos libres de seguir a Jesús, es una decisión nuestra, o lo seguimos casi por inercia como quien no quiere nada? ¿Lo seguimos dando la vida o pretendiendo que todos la den por nosotros? ¿Lo seguimos de lejos, casi virtualmente, sin compromiso como quien pone «me gusta» en una página para quedar bien con el otro o lo seguimos siendo responsables con cada obra del día, sabiendo que, sin diálogo con él, sin amor concreto al prójimo y sin privaciones voluntarias de nosotros mismos no podemos amar en serio? Pensemos y recemos con este regalo de hoy, con la Palabra de Dios.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Jueves 6 de marzo + Jueves después de ceniza + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 22-25

Jesús dijo a sus discípulos:
«El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.»
Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida?»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Por eso, podríamos decir que parte de nuestra ceguera para vernos a nosotros mismos como seres débiles y llenos de «vigas», llenos de errores, es justamente no querer ver o no poder. Muchas veces no vemos por debilidad, por olvido, por ignorancia, por flaquezas, pero muchas otras no vemos porque preferimos no ver, porque elegimos dedicarnos a ver lo de los demás.
La sabiduría del cristiano no consiste en ser muy sagaces para ver todos los errores hacia afuera, en la Iglesia, en el papa, en los obispos, en los sacerdotes, en mi coordinador de grupo, en los papás de catequesis, en los problemas del mundo de hoy, en la economía, en la política, en los políticos, en mi jefe, en el vecino, en el demonio… y así podríamos seguir. La sabiduría del cristiano no consiste en ser «acusadores» de los demás, ese es el papel del demonio en realidad. En la Palabra de Dios se lo llama así, «el acusador de nuestros hermanos», y nosotros no podemos transformarnos en eso, ni prestarle nuestros labios y corazón para eso, porque en el fondo él es el que lo hace. Nosotros antes que nada debemos «acusarnos a nosotros mismos», o sea, en reconocernos débiles y pecadores, llenos de errores y defectos, pero deseosos del amor de Dios y de su misericordia, no mirando tanto la paja en el ojo de los demás, sino la viga en el nuestro.
Esta es la verdadera sabiduría del cristiano, la humildad que nos iguala con todos, la humildad que no divide ni separa, sino que unifica en la pobreza, en la sencillez, en la simplicidad, en la misericordia.
Pidamos hoy no ser ciegos, para no caer en el pozo de la hipocresía, en la doblez del corazón. Reconozcamos que estamos ciegos y que necesitamos del maestro para tomar y retomar siempre el buen camino.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Domingo 2 de marzo + VIII Domingo durante el año(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 39-45

Jesús les hizo también esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano!
No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.
El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Marcos 10, 13-16:

Buen día, buen sábado. Un sábado más para terminar esta semana tan linda en la que fuimos recorriendo, como siempre, las lecturas del Evangelio de cada día que la Iglesia nos regala, y aunque parezca muy repetitivo, no me cansaré de decirte, de animarte a que no dejes de escuchar. Sea como sea, sea el ánimo que tengas, estés como estés, no dejes de escuchar, por lo menos de fondo, por lo menos escuchar el Evangelio del día, y aunque no profundices tanto, vas a ver que esas palabras te van a quedar grabadas lentamente en el corazón. Por supuesto que siempre lo mejor es profundizar, darse un tiempo, pero lo perfecto es enemigo de lo bueno, entonces por lo menos no hay que dejar de escuchar. Siempre los sábados, de algún modo, según tus actividades puede ser un día especial para frenar un poco.
Para comprender de algún modo Algo del Evangelio de hoy no debemos olvidar un detalle importante de la cultura de ese tiempo y que tiene que ver con los niños, con la presencia de los niños entre los adultos. Dicen los historiadores que los niños no eran como ahora, de algún modo, el centro de nuestras reuniones o no eran de algún modo tan tenidos en cuenta, por lo menos cuando se estaba con adultos, al contrario, a los niños se les exigía mucho y eran un poco relegados. Y es por eso que se entiende esta reprensión de los discípulos hacia aquellos que le llevaban niños para que Jesús los tocara. En el fondo estaban respondiendo, reaccionando según la cultura de su tiempo. Cuando estaban los adultos, no había que llevar niños, sin embargo, acá vemos lo primero que podemos aprender de la escena del Evangelio de hoy: Jesús como en tantas otras cuestiones rompe de alguna manera con la cultura de ese tiempo. Revoluciona la mirada que tenían en ese tiempo sobre ciertas realidades, en este caso, con los niños. No, Jesús se enojó y dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí. Dejen que los niños se acerquen a mí», o sea, dejen de tener esa mirada tan restrictiva. Así con muchas otras situaciones, Jesús nos mostró que vino a cambiar ciertas cuestiones de la cultura que se nos van adosando y que finalmente no nos dejan vivir el Evangelio. Sería un tema largo, pero hay muchas cuestiones de nuestra cultura que se nos van pegando, que vamos adquiriendo, que vamos incorporando sin darnos cuenta y que muchas veces no nos dejan vivir el Evangelio. Para Jesús, todos somos iguales, desde el más pequeño hasta el más grande.
Y por otro lado, como siempre, Jesús aprovecha este momento, esta oportunidad para enseñar algo y por eso utiliza esta imagen de los niños para decirnos que en definitiva al Reino de Dios, que comienza ya en la tierra, solo podremos entrar si tenemos, de algún modo, el corazón de niños. Y acá también hay mucha tela para cortar. ¿Qué significa ser como niño? ¿Qué significa para Jesús que tengamos alma de niños? Bueno, creo que fundamentalmente Jesús se refiere a esa sencillez de corazón, a esa cierta ingenuidad e inocencia que tienen los niños para recibir de sus padres al comienzo de sus vidas todo como si fuera lo mejor. Nosotros, cuando nos vamos haciendo adultos, nos vamos despegando un poco de nuestros padres de alguna manera, vamos descubriendo que nuestros padres no son la perfección como en algún momento pensamos; y con Dios, de algún modo, nos pasa lo mismo. En la medida en que nos hacemos adultos, pensamos que somos nosotros mismos los que hacemos o fabricamos nuestra vida. Y él quiere todo lo contrario, que cuanto más grandes nos hagamos, más corazón de niño, más pobreza espiritual, más humildad tengamos en el corazón. Si no nos hacemos como niños, si no nos damos cuenta que todo lo recibimos de nuestro Padre, que no somos nosotros los que fabricamos nuestra santidad, sino todo lo contrario, no podremos entrar en el Reino de Dios. Hacerse como niños en definitiva quiere decir cada día ser conscientes de que somos hijos, y que como hijos todo lo recibimos de nuestro Padre.

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Algo del Evangelio

https://youtu.be/83OV7MnYqqc?si=6vNanBEXi1JON-Lt

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Algo del Evangelio

Comentario a Marcos 10, 1-12:

Para ir cerrando un poco el tema del Evangelio del domingo –tan profundo y a veces tan difícil de comprender– debemos volver a remarcar y resaltar que en definitiva las enseñanzas de Jesús son para nuestra felicidad. Que todo lo que nos pone obstáculos al amor, que toda actitud, sentimiento, pensamiento que no nos deja ser lo que en realidad somos o para lo que estamos hechos, que es el amor, en definitiva, será un obstáculo, será un impedimento para que seamos felices. Por eso siempre debemos ver en las palabras de Jesús, en sus enseñanzas, un camino de felicidad. Que sí, que, por supuesto es arduo, es ciertamente más difícil que la propuesta fácil de este mundo, que, por poner una imagen, «es como cuesta abajo». Nos propone algo fácil, pero que, en definitiva, nos conducirá a no ser tan felices, o por lo menos no ser todo los felices que podemos ser. Por eso, sigamos intentando amar a aquellos que no nos aman, recemos por ellos, no los tratemos como ellos nos tratan, hagamos el esfuerzo de mirarlos de otra manera, de comprender; que muchas veces el que no ama o el que hace el mal lo hace en definitiva porque nunca experimentó el verdadero amor.
Y terminando la semana, podemos volver a refrescar el deseo de escuchar a Jesús, que nos habla día a día. Acordémonos que el Evangelio de cada día es también un empujón para que aprendas a escuchar a nuestro buen Dios en todas las cosas, en todas las situaciones, en todas las personas. Dios no vive y habla solamente en un lugar, en su Palabra escrita –aunque, por supuesto, es su forma de hablar más especial–, sino que él habla en todas las circunstancias, en todo lo momentos para aquellos que están atentos.
Y hoy estamos frente a uno de esos evangelios que parecen más fácil esquivarlos que comentarlos. Es verdad, cuesta, cuesta porque todos sabemos, que cada vez más hay más familias desunidas o familias que no han podido prosperar como lo deseaban, o familias que sufren diferentes situaciones de falta de amor. Cuesta también porque el mundo, o incluso también dentro de la iglesia, se nos bombardea con planteos que quieren socavar y destruir el ideal de familia que viene desde los orígenes del mundo, desde la creación y que Jesús vino a restaurar. Cuesta, es verdad, pero tenemos que hablar –como siempre digo– «con amor del amor». Eso creo que es lo importante. Si se habla «con amor del amor», como habló Jesús, por más que haya personas que estén sufriendo situaciones difíciles, incluso vos mismo que estás escuchando, vos misma, en nuestras familias, no debería haber posibilidad para el enojo, o por lo menos si hay enojo, pero hay apertura de corazón, debemos darnos cuenta que las palabras de Dios –como dije anteriormente– son para nuestra felicidad.
Se me ocurre que para graficar algo de lo que plantea el Evangelio de hoy, puedo contarte algo que me pasó una vez y me quedó grabado para siempre. Me acuerdo que visité una señora ya muy mayor, que tenía cáncer ya extendido, pero que ante de morir ella deseaba confesarse, recibir la unción de los enfermos y la comunión antes de empezar su tratamiento, su quimioterapia. Fue una conversación y una confesión muy gratificante, de las más lindas de mi vida, salí –me acuerdo– casi llorando al estar con ella. Fueron de esas charlas en las que como sacerdote tenía deseos de cambiarle el lugar a la señora, que ella me escuche a mí y me confiese. Entre tantas cosas que me dijo, recuerdo algo increíble, fue como recibir todas las clases de teología en una charla de diez minutos, como un baldazo de realidad. Dolida por su enfermedad, por su cáncer, pero llena de confianza me dijo: «Yo entiendo por qué me pasa todo esto, no le echo la culpa a Dios, pero sé que Dios lo permite para algo. Yo toda mi vida hice lo que quise, lo que se me antojó, nunca hice la voluntad de Dios. Fui muy mandona –como se dice–, muy autoritaria con mis hijos y los torturé pretendiendo que siempre hagan lo que yo quería. Yo era la que decidía todo y no me importaba lo que querían los otros.

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Algo del Evangelio

Por eso san Pablo dirá: «Hagan el bien a todos, pero en especial a los miembros de la Iglesia». A nosotros los sacerdotes nos pasa muchísimo esto y nos sorprende día a día. Muchas personas se preocupan por nosotros, nos acompañan en nuestra tarea, nos dan su apoyo y cariño, nos sostienen en todo sentido, creo yo porque están convencidos de esta verdad del Evangelio de hoy. Al ayudarnos a nosotros, al «darnos un vaso de agua, se lo están dando al mismo Jesús». Y, por otro lado, la responsabilidad, si nosotros con nuestra vida colaboramos a que alguien que tiene fe la pierda, nos perdemos con él. ¡Tremenda responsabilidad! Los pequeños son todos los que creen, todos los que tienen fe en Jesús. Si colaboramos con nuestros pecados a que alguien se aleje, somos como la sal que pierde su sabor y no sirve para nada, solo para ser tirada. Duras palabras, pero que nos pueden ayudar a pensar qué clase de testimonio estamos dando. Pidamos a Jesús que nuestra vida sea una atracción para que otros vean a él en nosotros y, al mismo tiempo, que jamás un pecado nuestro aleje a alguien de lo más sagrado que es el mismo Jesús, ese Jesús en el cual todos creemos.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Jueves 27 de febrero + VII Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9, 41-50

Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.
Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.
Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
Porque cada uno será salado por el fuego. La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar?
Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros.»

Palabra del Señor.

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