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El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org Cualquier testimonio o consulta escribir a algodelevangelio@gmail.com

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Algo del Evangelio

Por eso, el que quiere andar en la verdad, sin jurar ni poner nada como pantalla, termina siendo despreciado por una sociedad o por un pensamiento, en el cual estamos incluidos, vos y yo, y que, muchas veces, a este pensamiento mundano le encanta vivir de la superficialidad y de la mentira. Una sociedad supuestamente muy abierta y liberal, hasta que a veces empezás a pensar distinto a ella. Todo es relativo, hasta que alguien se topa «con el relativo» del otro. Hoy en día a muchos, incluso cristianos, les encanta decir que no hay verdad, que cada uno tiene su verdad, que la verdad está en el corazón de cada uno. Obviamente porque es mucho más fácil creer que lo que uno piensa es verdad, que hacer el esfuerzo por saber cuál es la verdad no vale la pena.
Una vez, con un grupo de amigos, me acuerdo, discutíamos sobre el tema tan puesto de boga en estos tiempos, del aborto, y uno decía: «La verdad solo está en el corazón de quien determina hacer o no un aborto en un país avanzado». Y bueno, la verdad que, si pensamos así, como piensan muchos, estamos complicados, porque la verdad depende del pensamiento de cada uno, entonces esto es un caos. Porque si la verdad es siempre lo que siente mi corazón, cuando se me antoje sentir matar o no al otro con mi palabra, con mi pensamiento, incluso con el cuerpo… y es verdad; cuando se me antoje robar, robo y esa es mi verdad, y así podríamos seguir con miles de ejemplos, estamos complicados. El tema de la verdad es complicado y no es para un solo audio, pero creo que nos ayuda a reflexionar en medio de este mundo que dejó de lado las «dictaduras» políticas o no tanto, y odia todo tipo de dictaduras –y está bien– pero, sin querer o queriendo, se aferró a una nueva dictadura: la del «relativismo», la del que «cada uno tiene su verdad mientras sea feliz», la del «no hay ninguna verdad absoluta, excepto la mía».
Nosotros, mientras tanto, los cristianos, para no complicarnos la vida y no complicársela a los demás, aprendamos de Jesús, un hombre hecho y derecho y de palabra. Aprendamos a decir que sí y a cumplir con nuestra palabra. Aprendamos a decir que no y a saber que el amor muchas veces es decir que no a tiempo y mantener esa posición por el bien del otro. No hay que tenerle miedo. Solo hay que sentirse hijo y vivir como el Hijo, considerando a los otros como hermanos merecedores de nuestra confianza y de nuestra sinceridad.
Que tengamos un buen sábado y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Sábado 14 de junio + X Sábado durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 33-37

Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor. Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.
Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Mateo 5, 27-32

El sermón de la montaña que venimos escuchando en estos días y que seguiremos escuchando y disfrutando durante algunas semanas, es el sermón que da vida a aquellos que lo escuchan con corazón de hijos. ¿Qué significa esto que estoy diciendo? Quiere decir que solo las puede entender aquel que se siente hijo del Padre y como hijo, jamás quiere ofender a su Padre en lo más mínimo, pero no como por una especie de puritanismo o moralismo centrado en uno mismo, o perfeccionista narcisista, sino por amor al que le dio la vida. El hijo que ama verdaderamente a su Padre sabe que cualquier ofensa a otro hijo de ese Padre o un hermano, es motivo de dolor para su Padre.
El hijo de Dios que va reconociendo el amor del Padre, sabe que Jesús, el Hijo con mayúscula, es el que nos vino a enseñar el verdadero sentido de la ley y el que vino a interpretarla y vivirla en profundidad. Por eso, escucharemos varias veces: «Ustedes han oído que se dijo… Yo les digo». Como si nos dijera: «Ustedes escucharon y aprendieron los mandamientos en su infancia, en su juventud, está bien… Ahora Yo se los vengo a explicar, Yo vengo a descubrirles el espíritu de lo que el Padre les enseñó. Yo vengo a que no se queden en la letra, en la literalidad de las palabras y vayan más allá, y descubran que el mandamiento no es solo una prohibición, sino una invitación al amor, una invitación a vivir plenamente».
¿Cuántas cosas en nuestra vida «hemos oído que se dijo»? Podríamos decir que muchas cosas en nuestra vida se basan en un «escuché que se dijo» o «esto fue lo que aprendí o me enseñaron» o «siempre se hizo así o todos lo hacen así». Bueno, Jesús quiere sacarnos de ese esquema rígido que muchas veces nos hace acomodarnos a nuestra conveniencia o, como se dice hoy, que pensemos fuera de la caja. No podemos escudarnos en que «a mí me lo enseñaron así», «esto lo hago porque todos lo hacen». Tenemos que escuchar a Jesús desde la montaña.
Imaginamos que en nuestra vida empecemos a decir: Yo escuché lo que Jesús dijo, yo quiero vivir según lo que Jesús dice, porque lo que Jesús dice es lo que el Padre quiere, y lo que el Padre quiere es lo mejor para mí y para la humanidad, para todos, es la felicidad. Si todos escucháramos lo que Jesús nos enseña, en definitiva, todos viviríamos como hermanos, todos nos sentiríamos hermanos, y en caso de herirnos, como nos pasa tantas veces porque somos débiles, aprenderíamos a perdonarnos. Ese es el deseo del Padre para toda la humanidad, es recrear una nueva humanidad, la de los verdaderos hijos de Dios. ¡Qué bueno sería!
¿Qué dice hoy Jesús en Algo del Evangelio para que podamos escuchar y seguir aprendiendo? ¿Qué dice el Padre? Bueno, hoy es evidente que el Padre quiere cuidar el amor entre sus hijos, el amor verdadero entre el hombre y la mujer, fundamentalmente la familia, porque nos creó varón y mujer, por más que hoy hay tantas ideologías que nos quieren llenar de mentiras, que quieran dictatorialmente imponernos que podemos renegar de nuestra naturaleza, somos y varón y mujer.
A nuestro Padre del cielo no le gusta la lujuria, o sea, la sexualidad mal orientada, desordenada, sabe que nos hace mal. Él creó la sexualidad para nuestro bien, para expresar el amor mutuo y engendrar vida, dos fines que no se pueden separar. Por eso, no le gusta, no desea que nos usemos como si fuéramos objetos. Quiere que sus hijos se miren con ojos de hermanos, como Jesús, con ojos puros. Los hijos de Dios se miran mutuamente, tanto el varón a la mujer, como la mujer al varón, como hermanos y no como objetos de deseo y satisfacción personal. Por eso mirar con deseo de tener alguien que no nos pertenece y que no es un objeto, sino un hermano o hermana, o mirar deseando que lo que miro sea una realidad para mí, es ya de alguna manera lograr lo que deseo. No somos dos realidades diferentes, somos una unidad. Somos cuerpo y corazón, cuerpo y espíritu, no podemos separar nuestra mirada de los que sentimos y pensamos, aunque a veces lo intentemos. Una cosa alimenta a la otra y al revés.

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Algo del Evangelio

Intentemos hoy «meternos» en esta maravillosa escena del Evangelio.
Imaginemos a Jesús rezando por cada uno de nosotros, para que seamos uno. Imaginemos que ahora hay miles de hermanos que necesitan de nuestra fuerza, de nuestra oración, de que nos sintamos uno, para que el mundo crea y, al mismo tiempo, hagamos un esfuerzo para evitar cualquier tipo de división, ya sea de palabra, de pensamiento, de obra u omisión. No vale la pena, porque así nadie podrá darse cuenta de que Jesús nos ama.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Jueves 5 de junio + VII Jueves de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 17, 20-26

Jesús levantó los ojos al cielo y oró diciendo:
«Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno -yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.
Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Juan 17, 11b-19

Jesús ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre, lo rezamos y creemos cada domingo cuando recitamos el Credo. Decimos que está sentado a la derecha del Padre, de modo simbólico, para interceder por nosotros, para seguir obrando con poder en nuestros corazones. Que esté sentado a la derecha del Padre quiere decir que fue «glorificado», fue premiado por su Padre por haber hecho su voluntad hasta al final, y de esa manera, nos devolvió la dignidad de ser hijos de Dios, nos hizo hijos adoptivos del Padre y hermanos suyos, como decíamos en estos días, ahora la humanidad está junto a Dios. Hizo lo que el hombre no podría haber hecho jamás, hizo lo que nosotros no podríamos hacer jamás si no fuese por su gracia, por su amor, por su intercesión. Por eso, el símbolo de estar sentado no quiere mostrar quietud, espera pasiva, sino todo lo contrario, quiere decir verdadero poder, poder que triunfa amando, poder que atrae por amor. Quiere decir que solo él se merece nuestro amor y todo lo que él ama debe ser amado por nosotros, por el solo hecho de que él lo ama.
Jesús ahora, en este instante, nos está atrayendo con sus palabras, con las que acabamos de escuchar, con las que escucharemos durante el día, con el amor de tus más cercanos, con el amor a los más necesitados, en alguna adoración que te llame al silencio, con tu oración silenciosa de cada día. Jesús está «sentado», pero está trabajando más que nadie en esta tierra, está amando a todos, con el amor del Padre, como ama el Padre, dándonos su Espíritu, a todos, sin condición, a buenos y malos.
Algo del Evangelio de hoy también es oración de Jesús que nos puede llenar de gozo el alma y animarnos a rezar de esa manera. ¡Qué lindo es pensar que Jesús se animó a orar en voz alta!, se animó a rezar frente a sus discípulos y que, de esta manera, abrió su corazón, se dio a conocer, «para que mi gozo sea el de ellos –dice– y su gozo sea perfecto», y de esta manera logró abrir los corazones de sus amigos. Podríamos decir que, en estos evangelios, en estas oraciones tan lindas de Jesús, él se animó a descubrir sus sentimientos, sus pensamientos, no tuvo vergüenza de decir lo que pensaba y sentía, y eso nos ayuda muchísimo a vos y a mí. Por un lado, porque de ese modo conocemos lo que piensa el mismísimo Dios de nosotros y qué piensa él sobre él mismo, aunque solo podemos saberlo de manera limitada, de esa manera tenemos, por decirlo así, la «llave» del corazón de Jesús, del Padre y del Espíritu, y podremos conocerlo cada día más. Por otro lado, nos ayuda a nosotros a animarnos a abrir nuestro corazón hacia él, y también a los demás, cuando es necesario, cuando necesitamos descubrir nosotros mismos qué es lo que sentimos mediante nuestras propias palabras.
Esa noche Jesús pidió por sus amigos, pidió por nosotros, por vos y por mí, para que el Padre nos cuide del Maligno, de aquel que quiere apartarnos siempre del camino de la verdad y del amor. Por eso Jesús rogó para que «nos consagre en la verdad», no para sacarnos de este mundo, sino para que nos libre de la mentalidad de este mundo apartado de Dios. Podemos hablar del «mundo» en dos sentidos, o por lo menos el evangelista Juan habla en dos sentidos, por un lado, el mundo como creación de Dios, consecuencia y objeto de su amor, y, por otro lado, mundo en el sentido negativo, como todo aquello que está en el mundo, pero no quiere pertenecer a Dios, como aquellos que reniegan de su creador, de su Padre; una mentalidad, digamos así, contraria al amor del Padre. Por eso dice Jesús que «nosotros somos del mundo, pero no somos del mundo» y el «mundo los odió». Estamos en el mundo, nacimos en este mundo, pero nuestra mentalidad y corazón no deben ser para el mundo que se aleja de él. Fuimos creados y salvados para librarnos de las ataduras de este mundo que no quiere amar a Dios, sino que quiere hacer de esta tierra «su propio mundo», olvidándose que es del Padre, que estamos hechos para la patria del cielo.

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Algo del Evangelio

Toda nuestra fe cristiana podría sintetizarse en esto. Conocer y amar a Cristo para poder conocer el amor del Padre. Pensemos si en nuestra vida estamos buscando esto. Pensemos si estamos intentando esto día a día. Todo lo demás es pasajero y secundario. ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué estamos haciendo en nuestra vida, en la Iglesia? ¿Para qué creemos que es la Iglesia? ¿Qué estamos haciendo en nuestras familias? ¿Estamos buscando la Vida eterna mientras vivimos esta vida terrena y pasajera? La vida en serio, la eterna, esa que dan ganas de vivir, la que nos ayuda a seguir cada día es esta: Conocer al único Dios verdadero y a Jesús su enviado. No a un dios hecho a nuestra medida, no a cualquier ídolo humano, ni siquiera a un santo; mucho menos a un político, a un prócer, sino a Jesús que es Camino, Verdad y Vida. Te aseguro que eso nos va a dar paz, la paz verdadera, te aseguro que eso va a reorientar nuestra vida. Escuchemos a Jesús todos los días y vamos a empezar a entender lo que es la Vida Eterna.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Martes 3 de junio + VII Martes de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 17, 1-11a

Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo:
«Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado. Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.
Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra. Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Juan 16, 29-33

Como cada lunes, como cada comienzo de semana, es bueno reavivar las fuerzas, mover las brazas que a veces que a veces parece que se están apagando, las ganas y los deseos de empezar, como siempre, de la mano de la Palabra de Dios. No podemos caminar sin la ayuda de lo que Dios nos quiere decir al corazón cada día. Él nos está ayudando siempre, somos nosotros los que tenemos que escuchar. No podemos empezar el día sin escuchar algo que nos haga bien, su Palabra.
Me acuerdo una vez en una misa le pregunté a los niños: «¿A dónde se fue Jesús?». Todos contestaron: «Al cielo». «¿Y dónde está el cielo?». Y todos, por supuesto, señalaron para arriba. Volví a preguntar, pero… «¿Jesús no está también ahora con nosotros, no está en nuestro corazón, de alguna manera?». «¡¡¡Sí!!!», contestaron todos. Entonces… «¿Dónde está el cielo?». Todos volvieron a señalar para arriba. Hice el intento varias veces, pero no lo logré. Los niños son así de lindos y sencillos, entienden literalmente lo que nosotros decimos. Costó comprender que el cielo, en definitiva –ahora que vos me estás escuchando– está donde está Jesús, que en realidad cuando en la Palabra de Dios decimos cielo o está escrito «cielo», estamos refiriéndonos al lugar, por decirlo de alguna manera, en donde está Dios, y si Dios está en todos lados, y en nuestro corazón, también podemos decir que el cielo está en nosotros cuando amamos y dejamos que él ame en nosotros. Eso celebramos ayer con la Fiesta de la Ascensión y es lo que seguiremos reflexionando en estos días.
Podemos preguntarnos hoy, tomando Algo del Evangelio: ¿Cuántos problemas y sufrimientos nos habríamos ahorrado en la vida si nos hubiesen dicho toda la verdad de las cosas que emprendimos, o por lo menos ayudado a descubrirla lo antes posible? ¿Cuántos dolores y desilusiones nos habríamos evitado si nos hubieran dicho que todo no era todo tan fácil como pensábamos, si nos hubiesen dicho que casarnos no era tan fácil como creíamos o ser consagrado, ser sacerdote? ¿Cuántos problemas le habríamos evitado a nuestros hijos si no le hubiésemos pintado la vida como una linda película mientras a vos y a mí nos costó muchísimo? Y por otro lado, podríamos hacer la pregunta contraría o que muestra la otra parte: si hubiésemos sabido todo, ¿hubiésemos emprendido el camino que hoy estamos transitando?
Bueno, en realidad, como decía, no siempre la culpa es del no nos dijo toda la verdad, sino también del que no se esfuerza por conocer la verdad. Pero la mentira a veces se disfraza de un «supuesto bien» por el otro, pero que a la larga se transforma en un mal, en un obstáculo para seguir, para creer, para tener ánimo y esperanza. Hay personas que prefieren evitar a toda costa que los otros pasen por algún tipo de sufrimiento: «No quiero que sufra», «no quiero que pase por lo mismo que yo». Es entendible, ¿no? ¿Qué padre o madre quiere que sufra alguno de sus hijos? Ninguno. Pero al mismo tiempo… ¿qué padre o madre puede evitar que sus hijos sufran de alguna manera en la vida? No estoy hablando de los sufrimientos a causa del mal, esos siempre hay que evitarlos, no hay que sufrir por sufrir –aunque no se pueden evitarlos totalmente–, sino que me refiero al sufrimiento que proviene de hacer el bien, por buscar el bien, por luchar por el bien: la justicia, el amor, la honestidad, la sinceridad, la generosidad, la entrega, el dominio de sí mismo, la alegría, la amabilidad, la educación, el bien común, los pobres y tantas cosas más. Ese es el sufrimiento que vale la pena, que es imposible esquivar y que, además, es necesario. El que quiere evitar ese sufrimiento, todavía no entendió el sentido de la vida.
Los padres y las madres que quieren evitarle a sus hijos el sufrimiento lindo que proviene del amor, no están criando hombres y mujeres capaces de entregarse y de esforzarse para hacer el bien, sino hombres y mujeres que no podrán descubrir el lindo gustito de la vida que se entrega por otros. ¿Qué les dijo Jesús a sus amigos antes de partir? ¿«Tranquilos, todo va a estar bien.

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Algo del Evangelio

El cielo está en mi vida, no únicamente cuando estoy en un lugar en especial, sino cuando creo que estás en donde yo estoy. Si Jesús que es la Cabeza y nosotros somos su Cuerpo y él está «en el cielo» junto al Padre, quiere decir que cada uno de nosotros está también un poquito «en el cielo», o todo. Si estamos en el Camino, ya estamos un poco, por lo menos con el corazón, en el final del Camino. El cielo comenzó a estar en la tierra desde que Jesús vino a pisarla y a estar con nosotros y la tierra está «en el cielo» desde que Jesús ascendió y nos llevó a todos con él. ¿Creemos esto?
Hagamos el intento de mirar hoy al cielo, simbólicamente, para cruzar nuestras miradas con la de Jesús, que está en el cielo, pero en realidad está en nosotros. Miremos a Jesús que está en el cielo de nuestro corazón, en la Eucaristía, en cada hombre que lo ama y en cada ser humano que sufre. ¿Creemos esto? No nos quedemos mirando al cielo como llorando, como creyendo que no está, miremos al cielo de nuestro interior y alrededor, y confiemos que él estará siempre con nosotros, hasta que vuelva triunfante y glorioso.

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Algo del Evangelio

Domingo 1 de junio + Solemnidad de la Ascensión del Señor(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 46-53

Jesús dijo a sus discípulos:
«Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto.»
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 1, 39-56:

Hay escenas del Evangelio que son más fáciles de imaginar que otras. Los mismos evangelistas, aquellos que escribieron la Palabra, tienen sus diferencias en cuanto al modo de relatar los mismos hechos y esto, más que un problema, es una riqueza para nosotros hoy. Alguna vez te dije que es bueno y lindo intentar «meterse en las escenas», dicho así vulgarmente, hacer el esfuerzo por ser uno más de ese momento único. Se dice en la vida espiritual «aplicar los sentidos», o sea buscar, escuchar, gustar, oler, ver y tocar de alguna manera lo que imaginamos del relato. San Ignacio lo llama «composición del lugar», imaginarse el lugar. Es difícil lograrlo, pero si uno se da el tiempo, si uno se esfuerza para hacer de la escena algo así, como una película filmada por uno mismo o actuada por uno mismo, todo cambia, todo se hace más propio, más personal. Y entonces, desde ahí, todo es Palabra de Dios, no solo las palabras concretas de la escena, lo que dijo Jesús, sino cada detalle, cada gesto, cada silencio, cada olor, todo el conjunto de cosas y cada una por su cuenta. Tenés que animarte a hacerlo algún día. Igual hoy podemos hacer un intento, es una linda escena como para empezar.
Cerrá los ojos e imaginá el momento en el que María se decidió a partir, el viaje, la preparación de las cosas que tenía que llevar, su deseo profundo de ver a su prima, de ayudarla, las incomodidades que vivió en el camino, el calor, el cansancio, el paisaje, la llegada, el gozo de Isabel al verla, la alegría de María al escuchar esas palabras y sentir que el niño saltaba de alegría en su vientre. Si sos mujer y si sos madre, se te va a hacer un poco más fácil, lo demás corre por tu imaginación, los detalles podés agregarlo vos.
Algo del Evangelio de hoy, nos trae esta Fiesta de la Visita de María a su prima santa Isabel, Isabel que será santa. Celebramos que María después de enterarse, de recibir semejante noticia, de que estaba embarazada e iba a ser la madre del Hijo de Dios, se dispuso a visitar a su prima, para estar con ella, para acompañarla también en el embarazo, que se enteró por medio del ángel.
¡Qué lindo es empezar el día de la mano de María!, que está siempre, porque ella sabemos que no solo es la madre de Jesús, sino que también, desde hace dos mil años, es madre nuestra. Ella cada día se transforma en nuestra madre, es nuestra madre trayéndonos a Jesús a este día, al hoy. Ella vuelve a traerlo a cada pesebre, que se transforma en receptor de Jesús, en cada corazón que quiere recibirlo.
Hoy podemos pedirle eso: María, tráenos a Jesús, tráenos a Jesús como se lo llevaste a tu prima, tráenos la alegría de Jesús. Vos que lo llevaste en tu vientre y que lo llevás siempre en tu corazón, haciendo su voluntad, tráelo al hoy de mi vida, al hoy de la Iglesia, al hoy de mi hogar, de mi trabajo, de lo que sea que tenga que hacer; tráeme a Jesús, lo necesito. Quiero saltar de gozo, como saltó Juan el Bautista en el vientre de Isabel.
Se me ocurre poder decir tres cosas con respecto a este maravilloso canto del Magníficat, este canto que brotó del alma de María cuando se encontró con su prima. Es un canto que brota de un alma sorprendida por Dios, enamorada, pero, al mismo tiempo, agradecida. Estas tres cosas: sorprendida, enamorada y agradecida.
Sorprendida porque nunca imaginó algo tan grande. Ella siempre esperó algo de Dios, pero nunca imaginó que podía ser tan maravilloso. Dios siempre nos da algo más de lo que esperamos; solo hay que saber esperar, solo hay que tener paciencia, solo hay que saber que el tiempo nos da lo que necesitamos, porque –como dice el salmo– «su promesa ha superado su renombre», su promesa supera su fama; solo tenemos que saber que la gracia de Dios actúa en el tiempo, y por eso «la paciencia todo lo alcanza», la paciencia siempre nos da más de lo que esperamos. Por eso María se sorprendió tanto y lo disfrutó.
Y María también era, por supuesto, una enamorada de Dios. Al estar enamorada, supo esperar.

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Algo del Evangelio

Si estás triste, aprendé a levantar la cabeza, a darte cuenta lo que tenés alrededor, las personas que te quieren. Si ves a alguien triste, aprendé a acompañarlo para que sepa que solo esperando se puede encontrar el gozo y la alegría verdadera. Si estás viviendo momentos de dificultad o dolor por alguna ausencia, aprendé a ver lo lindo que es encontrar compañía en otras cosas, en otras situaciones.
De todo lo malo que nosotros percibimos como malo en definitiva siempre se puede sacar algo bueno; de todo lo que parece muerte siempre podremos rescatar algo de vida. Nunca estamos completamente solos como para pensar que nada nuevo puede venir.
Ojalá que tengamos un buen viernes, ojalá que sepamos dar a luz diferentes situaciones, ojalá que encontremos la alegría de estar con Jesús sabiendo que él siempre nos ayuda a sacar resurrección de aquello que parece que está perdido.

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Algo del Evangelio

Viernes 30 de mayo + VI Viernes de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 20-23a

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo.
La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo.
También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar. Aquel día no me harán más preguntas.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Juan 16, 16-20:

Vivimos en un tiempo que es de alguna manera muy contradictorio. Me refiero a «tiempo» al modo en que la sociedad de hoy nos plantea vivir y que muchas veces nosotros por no discernir caemos sin darnos cuenta, porque nos lleva como la ola de este mundo, de este pensamiento, de esta cultura, la ola de las modas, de la tecnología. Digo que es contradictorio porque a pesar de ser el tiempo en donde más comunicados estamos, o por lo menos más posibilidades, mejor dicho, de comunicarnos tenemos, es el tiempo también en que más personas se sienten solas, más personas se quitan la vida, más personas viven con depresiones y tantas enfermedades que parecen ser nuevas, parecen ser de estos tiempos, más sin sentido vive tanta gente. ¿Por qué será, no? ¿Te lo preguntaste alguna vez? ¿No será justamente porque no sabemos discernir, porque nos subimos al tren de la supuesta comunicación y nos olvidamos que el sentirse o no solos no depende tanto de la cantidad de gente que tengamos al lado, de la cantidad de seguidores o no que tenemos en las redes sociales, sino que depende de otra cosa mucho más profunda? ¿No te cansas de ver amigos o familiares? Incluso te puede estar pasando ahora que están al lado, pero sin embargo está cada uno con su celular, con su tablet, con su móvil, comunicándose con otra persona.
Esas imágenes que vemos a diario en los medios de transporte, en nuestras comidas familiares, en todo momento y en todo lugar nos muestran que en el fondo no nos damos cuenta que la verdadera comunicación no tiene que ser a través de aparatos tecnológicos, sino que es la comunicación del amor. ¿No será que mucha gente se siente sola en el fondo porque no sabe amar, porque hemos perdido cierta capacidad de amar y no terminamos de darnos cuenta que el único que nos enseña a amar es el mismísimo Dios? Por eso el Señor nos promete y nos prometió desde el Evangelio del domingo que, si amamos, Él va a habitar en nosotros con el Padre. Aquel que ama nunca se sentirá solo. Aquel que levanta la cabeza un poco y deja de pretender que todos vengan a amarlo y sale a amar, ese es el único que jamás se sentirá solo, aunque por momentos esté solo, aunque los demás lo dejen solo, aunque otros lo abandonen, nunca estará solo, porque nunca está solo el que ama.
Dentro de poco celebraremos la Fiesta de la Ascensión del Señor a los Cielos, el momento histórico en que los discípulos vieron con sus ojos a Jesús volver al Padre. Habían dejado de verlo con su muerte, volvieron a verlo de una manera distinta, resucitado, y dejaron de verlo después de su ascensión. Un ir y venir de presencia hacia ausencia de Jesús. Algo que nosotros no vivimos en carne propia, no vivimos con nuestros propios ojos, pero que de algún modo lo vivimos espiritualmente, místicamente lo experimentamos o lo experimentaremos algún día. Así es la vida. Jesús no se deja ver por nuestros ojos, pero sí se nos manifiesta de muchas maneras y podríamos decir que también «lo dejamos de ver» y después «lo volvemos a ver», momento a momento, día a día.
La vida de la fe, nuestra vida espiritual, muchas veces es un vaivén de distintos momentos en los que, por momentos, valga la redundancia, vemos a Jesús claramente y eso nos llena de gozo y muchas otras dejamos de verlo y eso nos puede conducir a la tristeza, a la desesperanza; es así la dinámica de la fe. No hay por qué asustarse. Si pretendemos «ver» siempre a Jesús, experimentarlo en todo momento y lugar, a la larga, nuestra fe tendrá que pasar por el tamiz de la crisis del «no ver», del dejarlo de experimentar, como les pasó a los discípulos. Es así, no le busquemos más vueltas, no busquemos el pelo al huevo. Hay ausencias de Jesús que son necesarias para dejar lugar a algo mejor. Nada hay mejor que Él, sino que me refiero a un gozo más grande que vendrá después de otra manera. «Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo».

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Algo del Evangelio

Comentario a Mateo 5, 33-37:

Terminemos esta semana en este sábado. Un día lindo para recapitular, para mirar para atrás, para descansar, como siempre decimos. Bueno, y aunque lo decimos siempre, no todos lo podemos hacer, no todos tenemos los días que queremos, pero sí podemos decir que hemos caminado esta semana de la mano de las Bienaventuranzas, hemos tratado de a poquito de desmenuzar algunas, de explicarlas un poquito mejor, de darnos cuenta que, en definitiva, no somos felices porque no hemos aprendido a escuchar la Palabra de Dios y a llevarla a la práctica.
Aquel que escucha la Palabra de Dios y la practica siente gozo en su corazón, aprende a vivir; aprende a vivir como un ser humano creado por Dios, como un hijo de Dios, mejor dicho, y aprende a ser cristiano. Y cuando vivimos verdaderamente nuestra fe, todo se vuelve distinto, empezamos a vivir mucho más felices. Por eso, podemos terminar este sábado con la cuarta Bienaventuranza, en donde Jesús nos decía que seremos felices si tenemos hambre y sed de justicia, porque seremos saciados, seremos felices si aprendemos a buscar siempre, a no bajar los brazos, a seguir caminando hacia el horizonte, esa imagen que escuchamos en estos días, la del horizonte, como diciendo que también llegar a la santidad es llegar al horizonte. Siempre está ahí, seguimos caminando y parece que se aleja, pero nos acercamos cada vez más. Seremos felices si aprendemos a tener hambre y sed de santidad cada día. Jesús es nuestro Pan verdadero bajado del cielo que sacia nuestra hambre y nuestra sed. Por eso, sigamos buscando, no bajemos los brazos, no creamos que ya está todo hecho, que ya está todo dicho. Vos y yo podemos ser santos. Vos y yo debemos desear ser santos, porque ahí está la clave de la felicidad. No es feliz el que se acomoda, el que cree que ya está todo. No es feliz el que cree que ya alcanzó todo acá, en la tierra, sino que es feliz aquel que sabe que siempre le falta, y por eso sigue caminando pero con una sonrisa por el camino, aunque cueste, aunque muchas veces duela, aunque se haga muy difícil.
Algo del Evangelio de hoy podríamos escucharlo muchas veces para que nos quede bien claro que todo lo que se le agrega a esas dos simples palabras: sí y no… todo lo que se le agrega a esas dos palabras para que nos crean no viene de Dios. No es de Dios. Si para que alguien nos crea tenemos que poner de «garantía» al mismísimo Dios, a nuestros hijos, a nuestra mujer, a nuestra madre, a las cosas, o, incluso, a nuestra propia vida, quiere decir que nuestra palabra perdió la confianza y que nosotros somos inseguros. Que no hay confianza, o que nunca la hubo, o porque nuestra palabra perdió el valor por también no haberla cumplido o que con aquel con quien estoy hablando no es digno de mi confianza, porque él no confía y entonces, aunque le diga la verdad, aunque le jure, no vale la pena.
Cuando juramos, para avalar lo que decimos, en el fondo nos estamos menospreciando a nosotros mismos, obviamente sin darnos cuenta. Tu Padre del cielo, y el mío, lo que quiere es que nos amemos los unos a los otros y que nos amemos a nosotros mismos. Y, por eso, cuando nuestras palabras no reflejan lo que hay en el corazón, es un signo de que no estamos amando bien ni a nosotros ni a los otros. No estamos siendo sinceros. El amor es transparente. Es dejar relucir lo que somos y lo que tenemos en nuestro corazón, pero, al mismo tiempo, tiene que ir acompañado de la verdad, que nos enseña el que mejor sabe amar, que es Jesús. El amor es sincero. El amor no es rebuscado, no tiene doblez. El amor no anda con ambigüedades, no manipula, no vive de la ironía, de la chanza, de las rebuscadas, de la viveza criolla. Cuando es sí, es sí, y cuando es no, es no. Y tiene el amor las dos palabras: la posibilidad del sí y la del no. Por eso, el que es sincero muchas veces sale perdiendo en este mundo, que es un poco hipócrita y, a veces, bastante mentiroso.

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Algo del Evangelio

«La lámpara del cuerpo es el ojo», dice Jesús, es por la mirada por donde entran al corazón las imágenes que nos mueven para desear lo que nos hace bien o mal, y desde el corazón salen los deseos que nos hacen mirar aquello que alimentan ese buen o mal deseo.
Por eso podemos ofender al Padre con los ojos, y los ojos pueden transformarse en inicio de malos deseos en el corazón. Esto vale tanto para los varones como para las mujeres, tanto por mirar con deseo como por provocar que los otros nos miren con deseo desordenado. Los verdaderos hijos de Dios no buscan mirar con deseo de poseer a nadie, miran porque hay que mirar, pero no deseando, ni tampoco les interesa que los miren con deseo, deseos de vanidad. Pidamos al Padre que nos enseñe a mirarnos como hermanos, mirarnos como él nos mira, mirar como Jesús miraría, mirar como la Virgen nos mira.

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Algo del Evangelio

*Viernes 13 de junio + X Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 27-32*

Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.
También se dijo: El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio. Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Juan 17, 20-26

¡Cómo cuesta entender a veces que realmente Jesús ya triunfó en este mundo, que su triunfo está asegurado, que comenzó con su misterio pascual, con su muerte, con su resurrección, con su ascensión a los cielos y, finalmente, con su envío al Espíritu! Y a partir de ese momento histórico, del triunfo del bien ya está asegurado. Es verdad, vos me dirás: «Pero ¿y dónde está verdaderamente el triunfo?, ¿por qué sigue existiendo el mal?, ¿por qué tanta injusticia, tanta falta de amar?». Bueno, es verdad, hasta que Jesús no vuelva glorioso en su segunda venida el triunfo no está consumado, pero ya está comenzado, podríamos decir, comenzó.
Por eso, volvamos a reafirmar una vez más la fe en que Jesús está resucitado, con su cuerpo, con la humanidad que nos incluye a nosotros, a la derecha del Padre intercediendo por nosotros, dándonos su amor, dándonos su Espíritu para que elijamos a cada instante siempre el bien. Por eso ahora, vos y yo elijamos el bien una vez más, elijamos amar. En la medida que amemos vamos a hacer presente el triunfo de Jesús que ya nos trajo con su amor, con su presencia y quiere hacerse presente en cada instante en nuestras vidas y en las de los demás.
Algo del Evangelio de hoy tiene que ver, de alguna manera, con esta verdad de fe. ¿Pensaste en eso alguna vez? ¿Pensaste en que Jesús quiere que seamos uno con él, uno como es él con el Padre? Esa es la verdad de fe. Saber que no estamos solos y que Jesús piensa en nosotros y pide por nosotros, nos hace muy bien, nos hace confiar más en lo que no vemos que en lo que vemos. Saber que somos uno con él, con el Padre y que por eso desea Jesús que seamos uno con él, creo que da ánimo para confiar en que la obra de la unidad siempre es de Dios y no nuestra, aunque nosotros debemos colaborar. Saber que el amor con que se aman el Padre y el Hijo puede ser el mismo amor con el que nos amemos nosotros y entre nosotros, es una gran noticia.
Es un regalo del Dios que es Padre, del Padre del cielo para todos, que nos sintamos uno aun en medio de las diferencias, que busquemos unirnos a pesar de tantas divisiones y enfrentamientos. Es necesario volver a sentir que somos «uno» y que, cada día más, tenemos que ser «uno» con Jesús y entre nosotros. Es lindo revivir en carne propia esta escena del Evangelio de hoy, en la que Jesús rezó por nosotros, por los que creemos gracias al testimonio de los Apóstoles. ¿Te imaginás a Jesús rezando por nosotros para que seamos «uno», para que dejemos tanta división, para que nos amemos como él nos amó, para que gracias al mensaje de la unidad ayudemos a que otros crean también en él? ¿Te imaginás ahora a miles de cristianos que necesitan de nuestra oración pero que, al mismo tiempo, seguramente rezan también por vos y por mí? ¿Te das cuenta que la oración une y nos hace sentir uno, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo?
Si se puede hablar, de alguna manera, de que a Dios le «duele» algo, de que Jesús «sufre» por algo, incluso ahora, podríamos decir que es por la falta de unidad, es por no comprender su corazón y empeñarnos muchas veces en diferenciarnos olvidándonos de lo esencial. No vamos hablar acá de las divisiones históricas entre los cristianos que aun hoy nos mantienen separados y que parecen ser irreconciliables en algunos casos, aunque la Iglesia hizo y hace mucho por la unidad –como también hizo y a veces hizo mucho por la falta de unión–, sino que se me ocurre que podemos pensarlo incluso dentro de nuestra misma Iglesia, donde muchas veces seguimos pareciendo de «bandos» distintos, algo que no podemos aceptar. Lo que más hiere a las familias son las divisiones internas, no los ataques desde afuera. Lo que más hiere a la Iglesia hoy, a tu parroquia, a tu comunidad, a tu grupo de oración, son las divisiones internas e innecesarias. Para que el mundo crea que Jesús es el enviado del Padre, nosotros debemos amarnos como él nos ama, con el amor que viene de él, con el amor incondicional que está siempre.

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Algo del Evangelio

Son muchas las cosas que podemos meditar a partir de esta oración tan linda, pero prefiero que oremos como Jesús oró, que pidamos para nosotros lo que Jesús pidió para nosotros. Que deseemos lo mismo que él deseó para nosotros. Que nuestros deseos sean los de él, que nuestros anhelos sean los de Dios, que nuestras búsquedas sean las de él, que nuestra misión sea la misma que la de Jesús… «Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo». No nos olvidemos que nacimos en este mundo, pero no debemos mimetizarnos con él, «no somos del mundo». Consagrémonos a la verdad, al amor, dejémonos llenar con las palabras de Jesús, que son amor y verdad.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Miércoles 4 de junio + VII Miércoles de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 17, 11b-19

Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:
«Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.
Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Juan 17, 1-11a:

Los días que transcurrieron entre la resurrección del Señor y su ascensión no fueron infructuosos, no pasaron por pasar. Fueron cuarenta días en los que Jesús se juntó, como uno más, con sus discípulos, y como dice la palabra de Dios “les habló del Reino”. Buscó incesantemente demostrarles a sus amigos que estaba vivo, que la resurrección era tan real como su nacimiento y su muerte. Se dedicó a abrirles la mente y el corazón para que se convencieran de esa realidad tan maravillosa. Por eso, los discípulos que al principio estaban turbados y tristes, fueron fortaleciéndose de tal modo, que, al ascender a los cielos, lejos de entristecerse, se llenaron de gozo, de hecho, decía el evangelio del domingo que “volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios”. ¿Cuál pudo ser ese gozo tan grande que experimentaron los discípulos, cuál fue la causa de semejante alegría, si en realidad sus ojos dejaban de verlo? Dice un santo, que esa alegría, esa inmensa alegría, se debió al hecho de que la naturaleza humana ascendió para ser elevada y recibida junto al Padre y asociada a la naturaleza divina. Es cierto que no lo dice la escritura directamente, no podemos asegurarlo con plena seguridad, pero creo que sí es lindo pensar que los discípulos a esa altura, ya comprendían un poco más lo que estaba pasando, y la ascensión de Jesús, era para ellos el triunfo definitivo del amor, que no solo nos salvó haciéndose hombre, sino que llevó a la humanidad en sí mismo junto a Dios Padre, para siempre.
En algo del evangelio de hoy, escuchamos una oración de Jesús que quedó en el evangelio y evangelio que se puede transformar en oración para nosotros. Qué fecundo puede ser para todos imaginar esta escena en la que Jesús mira al cielo, mira a su Padre, lo busca con la mirada y el corazón para hablarle, para decirle todo lo que sentía. En la última cena se despidió de sus discípulos y se los encomendó a su Padre, pero al mismo tiempo les dejó a sus amigos el mejor legado que podía dejarles, sus palabras que se harían eternas porque no fueron solamente palabras, sino que fueron al mismo tiempo, gestos de amor.
Qué lindo imaginar a Jesús mirando al cielo diciendo esto. Te propongo que hagas algo similar, que hagas lo mismo, que eleves tus ojos al cielo, a una imagen, a un lugar que te ayude a transportarte a ese momento. Las palabras de Dios se pueden hacer vida si buscamos que las escenas del evangelio de alguna manera se hagan presentes, y para eso podemos usar todos nuestros sentidos. Toda la espiritualidad cristiana, la de todos los tiempos, nos recomienda esto. Somos una unidad, cuerpo y alma, somos corazón y pensamiento, somos por decirlo de alguna manera, todo junto. Antes de pensar en lo que podrías decirle vos mismo a Dios Padre, a Jesús, pensá en lo que dijo Jesús, en algunas de las palabras que escuchamos recién y si es necesario volvamos a escucharlas.
A mí me ayudan las que voy a repetir ahora, las que repito interiormente en cada consagración de la misa, las que rezo al elevar la hostia en el altar, son éstas: “Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo” Pero fijate si a vos te sirven otras, las que más te ayuden a rezar.
Decía al principio que la oración de Jesús quedó para siempre en la sagrada escritura, sus palabras se hicieron evangelio y que, por eso, y porque no, el evangelio para nosotros se debería transformar en oración, en elevación del alma hacia Dios, eso es rezar, elevar nuestra alma a Dios para que no solo camine por este suelo, por las cosas de cada día, sino que se anime a elevarse un poco más, cada día.
Nuestra alma, nuestro espíritu fue creado para cosas más grandes todavía, mucho más de lo que imaginamos. Eso es la Vida Eterna en la tierra, buscar conocer día a día al único Dios verdadero, al Padre de todos, y a su enviado Jesucristo. Vivir en serio, es desear conocer a Dios, al Padre y a su Hijo, o también podemos decirlo al revés. Conociendo a Cristo conocer al Padre.

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Algo del Evangelio

No se preocupen que todo les va a salir perfecto; serán exitosos siempre; todos los van a querer, nunca van a sufrir; el que me ame no sufrirá en nada, tendrá salud y trabajo siempre asegurado»? ¿Les dijo eso? Es interesante ver que ante la afirmación muy segura de los discípulos de que creían, Jesús no se calla dos verdades no muy divertidas: «Me dejarán solo… y tendrán que sufrir». No, Jesús, no podés decir eso. ¡Qué pocos amigos vas a tener así! Sin embargo, nos dijo la verdad. Nos guste o no. ¿Nos gusta que nos digan la verdad? ¿Nos gusta que Jesús nos diga la verdad de nuestra vida? ¿Te gusta decirte la verdad a vos mismo, decirle la verdad a los demás o se las disfrazás? Jesús les anticipa y nos anticipa, que cuando nos creemos que tenemos todo clara, nos olvidemos que somos capaces de traicionarlo en menos de un minuto, que cuando el dolor y el sufrimiento se presentan en nuestra vida, somos capaces de abandonarlo, de abandonar la fe. ¿Cuánta gente abandona a Jesús cuando se presenta la dificultad? ¿Cuántas veces dejamos solo a Jesús por miedo, por vergüenza, por el qué dirán, por el temor? Jesús nos anticipa que en la vida sufriremos, por culpa de otros o por culpa nuestra. ¿Tenemos que evitar el sufrimiento? Sí, el que no vale la pena, el que proviene del mal nuestro y ajeno. ¿Tenemos que esquivar todos los sufrimientos de la vida? No, sufrir por el bien es necesario e inevitable. El que sufre por amor es feliz, aunque parezca contradictorio. El que sabe sufrir, tanto lo que nos toca sin elegirlo, como lo elegido, sabe vivir. Vive distinto, transforma todo en oportunidad para amar. Jesús no nos mintió, prefirió decirnos la verdad. Nosotros ¿qué preferimos?

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Algo del Evangelio

Lunes 2 de junio + VII Lunes de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 29-33

Los discípulos le dijeron a Jesús: «Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios.»
Jesús les respondió: « ¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 24, 46-53:

Celebramos hoy en toda la Iglesia esta gran Solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos. Jesús, después de resucitar, a los cuarenta días, dejándose ver por sus discípulos, ascendió a los cielos y se ocultó o se dejó ocultar por una nube, como dice la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles. Él partió para estar junto al Padre, para ser premiado por el Padre, diríamos, después de haber venido a cumplir su voluntad, y al mismo tiempo ascendió para ayudarnos a nosotros a empezar un camino nuevo, una nueva etapa de la historia, de la historia de la humanidad, de tu historia y de la mía.
También dice la primera lectura que unos hombres vestidos de blanco, unos ángeles, dijeron a los discípulos: «¿Por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir». Los discípulos hicieron lo que cualquiera de nosotros hubiese hecho, miraron a Jesús mientras partía y seguramente Jesús los seguía mirando mientras ascendía. ¡Qué imagen tan maravillosa!, pero no querían quitarle la mirada al Señor.
¿Recordás en tu vida alguna despedida, esas partidas en las que te quedaste mirando al que se iba mientras él te miraba, o al revés, vos te ibas y todos te miraban mientras te ibas? En las despedidas, tanto el que se va como el que se queda, de alguna manera, se siguen mirando, quieren retenerse con la mirada. Cuando uno no mira, es porque no quiere sufrir demasiado, pero en el fondo desea mirar. Quiere retener la última imagen de esa persona que ama.
Es triste ver en las terminales de ómnibus o en los aeropuertos las despedidas de los familiares o amigos. Uno se da cuenta cuando es una partida por turismo, que cuando es una partida por quedarse a vivir en otro lugar. Las despedidas son distintas. En los ómnibus, el que va arriba se queda mirando por la ventana como queriendo abrazar al que se queda, y los que se quedan, saludan desde abajo como queriendo retener al que se va. En los aeropuertos es distinto, pero existen estas despedidas antes de embarcar a los aviones, miradas que quieren retener el amor que parece que no vuelve. Podríamos imaginar algo así en este día de la Ascensión de Jesús, una especie de partida, despedida, pero sin un transporte, sin aviones ni ómnibus y con una gran diferencia, una despedida que, en realidad, era una permanencia asegurada. Algo extraño para nuestro entendimiento.
Sin embargo, dice Algo del Evangelio de hoy que los discípulos, después de verlo elevarse hacia los cielos, «volvieron llenos de gozo a Jerusalén, y continuamente estaban en el Templo alabando a Dios». Algo extraño a una mirada superficial y rápida. ¿Alegría al ver que se iba el que más amaban? ¿Quién puede alegrarse al ver partir a alguien que ama? Solo el que sabe que esa partida es necesaria y que al mismo tiempo dará frutos mucho más grandes todavía, solo el que tiene la certeza, esa partida redundará en un amor más grande. Por eso sería bueno que nosotros pidamos la gracia que pide san Pablo en la segunda lectura de hoy: «Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, nos conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que nos permita conocerlo verdaderamente. Que podamos valorar la esperanza a la que hemos sido llamados, la extraordinaria grandeza del poder con el que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza». Solo se llena de alegría el que recibe esta gracia. Como siempre, hay que pedirla y mucho, el regalo de saber que Jesús no se fue en realidad, sino que «la nube» pasajera de este mundo lo tapó por un tiempo. En realidad, sí, se «fue a los cielos», pero para estar en todos lados. No se desentendió de nosotros, sino que se fue junto al Padre para «interceder por cada uno de nosotros». No se escapó del tiempo, sino que está fuera del tiempo, para estar «en todos los tiempos», en cada segundo de la historia, en cada instante.
Señor, ¡qué lindo es saber y creer esto! Estás en todo lugar y en todo momento.

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Algo del Evangelio

Solo un alma enamorada sabe esperar de Dios cosas grandes, solo un alma enamorada se sorprende y está dispuesta a ser sorprendida. El que no está enamorado, siempre espera lo mismo; nunca espera nada distinto y se aburre en la rutina. En cambio, María, vos y yo podemos enamorarnos. María se dejó sorprender y se dejó maravillar por Dios, por eso también pensó en los demás, decidió visitar a santa Isabel. «Su alma canta la grandeza de Dios, y su espíritu se estremece de gozo en Dios, su Salvador». Dios quiera que hoy podamos sorprendernos y enamorarnos más de Jesús, de la mano de María. Ella fue un alma agradecida, por eso cantó lo que Dios hizo en ella, y no por lo que ella había hecho; canta agradecida al reconocer que es amada y elegida, aun siendo pequeña y sencilla.
Estos tres regalos que recibió María, también son para nosotros, para que podamos dejarnos sorprender por Dios, nuestro Padre, enamorarnos de él viviendo agradecidos.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Sábado 31 de mayo + Fiesta de la Visitación de María + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-56

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.»
María dijo entonces:
«Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.»
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Juan 16, 20-23a:

En definitiva, el mensaje central del Evangelio del domingo, que venimos desmenuzando, era que el Señor les prometía a sus discípulos y a nosotros habitar en nosotros por medio del amor. Por lo cual es claro pensar y concluir que para no sentirnos nunca solos o para vencer ese sentimiento de soledad que a veces nos puede sobrevenir por las distintas dificultades que nos toca vivir cada día, por la falta de amor que nos rodea, es amar; o sea, para no sentirnos solos, tenemos que amar, no esperar tanto que nos amen, no estar continuamente mendigando amor, sino, en definitiva, darnos cuenta que muchos necesitan de nuestro amor. Y es el mismo Señor que cuando amamos, ama a través de nosotros. Por eso, para que la soledad no nos angustie y no nos inquiete, tenemos que vencerla saliendo de nosotros mismos, saliendo a amar, no encerrándonos.
Me parece que no hay imagen más elocuente, más gráfica, que diga más, para Algo del Evangelio de hoy, que la imagen del parto, la imagen de dar a luz para manifestarnos la realidad de la vida, de nuestra vida de fe también. Porque la vida, podríamos decir, que es esto: una gran experiencia de dar a luz, de dar a luz continuamente diferentes realidades. Jesús vino a eso, vino a pasar por este mundo para finalmente dar luz, darnos luz, para que a través de su vida la luz llegue también a nosotros.
Nuestra vida es un gran parto, pero pensémoslo positivamente, es un gran dar a luz, es un conjunto de situaciones en la que damos y se nos da luz continuamente. Así es nuestra vida espiritual, nuestra vida cristiana, nuestra vida de fe; porque la vida cristiana no está ajena a lo que vivimos, el mensaje cristiano no está ajeno a la realidad de nuestra vida cotidiana. El que quiere escaparle a esto, el que quiere buscar otro camino, el que quiere pensar que la vida no es de alguna manera un paso, un continuo paso de aquello que no se ve a aquello que se empieza a ver, del dolor hacia algo mejor, del sufrimiento hacia algo más fructífero, de la tristeza hacia lo que se puede transformar en gozo, de la muerte a la vida; el que piensa que la vida no es eso, todavía no entendió la vida. Porque a esto no se le puede escapar; la vida tiene mucho de esto. Jesús con su Pascua –en este tiempo que estamos viviendo– nos quiere enseñar eso, que la vida es pasar, hay que pasar y por eso la imagen de dar a luz es algo tan lindo y que nos puede ayudar. Hay que pasar.
Habrás escuchado alguna vez esa frase tan conocida de santa Teresa de Jesús que dice así: «La paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta». Por eso hay que aprender a vivir en paciencia, hay que aprender a soportar y esperar para que finalmente llegue la luz. Eso vive una madre cuando lleva en su vientre a su hijo, eso vive una madre cuando tiene que dar a luz, pero miremos lo positivo: es para dar luz, es para dar un nuevo nacimiento, es para dar vida, para transformar el mundo. Una vida transforma al mundo; la vida de tus hijos transformó tu propia familia, transformó muchísimas cosas.
Bueno, en esta vida, este viernes en tu vida y en la mía, en este viernes concreto que estamos viviendo hay que aprender a vivir partos también, hay que aprender a veces a sufrir cosas para encontrar algo mejor; hay que aprender a morir a nuestros caprichos para encontrar el verdadero amor; hay que aprender a morir al pecado para encontrar lo lindo que es la gracia y la vida; hay que aprender a callar para encontrar lo gratificante que es el hablar en el momento justo; hay que aprender a vivir la soledad para disfrutar lo lindo de una buena compañía; hay que aprender tantas cosas y a veces solamente se aprende pasando por momentos difíciles para poder dar a luz.
Si sos padre, si sos madre, no le prives a tus hijos de vivir «partos» en sus vidas; no hay que tenerle miedo a los momentos difíciles porque a través de esos momentos aprenderán lo lindo que es la alegría de encontrar luz cuando todo parece oscuro, cuando todo parece difícil.

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Algo del Evangelio

Lo lindo de Algo del Evangelio de hoy es que Jesús les asegura a los discípulos y a nosotros que esa «tristeza se convertirá en gozo».
La tristeza para el cristiano debe ser siempre pasajera, jamás puede llegar para instalarse en el alma, para echar raíz en el corazón, ¡no!, hay que cortarla de raíz. Puede golpear la puerta de nuestra casa, puede entrar por un momento, pero no puede acomodarse en el «living» de nuestro corazón. ¡No, no hay que dejarla! No pienses que esa tristeza que tenés ahora va a durar para siempre. Debés mirar más allá. Sabé esperar. Sabé confiar en que Jesús te convertirá ese sentimiento en un gozo imborrable cuando menos lo esperes, incluso cuando menos lo busques. Seguro que alguna vez ya te pasó, seguro que lo viviste; por eso, no te olvides que la tristeza es pasajera y que salir de esa tristeza también depende de nuestros deseos de salir del aislamiento que puede convertirse en soledad instalada y hace tanto mal a nosotros y a la Iglesia. Es triste ver cristianos tristes, no estamos hechos para la tristeza. Por otro lado, lo lindo del gozo es que jamás puede ser pleno si no es compartido y eso ayuda a otros a salir de sus encierros. Todos vivimos esa experiencia de alguna manera. Todos hemos alegrado a otros y todos hemos sido alegrados por otros. Todos necesitamos compartir la alegría. Es esencial a la alegría que se derrame y que se comparta.
Una vez me acuerdo unos novios, con fecha ya de casamiento, me contaron que algunas dificultades de distancia con sus familias evitaban que puedan avisar a todos juntos la fecha de su matrimonio, y eso hacía que no pudieran disfrutar de la noticia que tenían en el corazón. La alegría del matrimonio no era solo para ellos. Es así, las alegrías son para compartirlas, los gozos son para darlos, las alegrías espantan, las tristezas y los gozos quitan las soledades. Si andás alegre, contalo, compartilo porque hace bien. Si andás triste, pensá de dónde viene esa tristeza, qué fue lo que la originó, para poder también compartirla, pero mientras tanto, andá y quedate un momento con Jesús, mientras tanto, andá y buscá la compañía de alguien que esté alegre. Eso te va a ayudar también.

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Algo del Evangelio

Jueves 29 de mayo + VI Jueves de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 16-20

Jesús dijo a sus discípulos:
«Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver.» Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí: «¿Qué significa esto que nos dice: "Dentro de poco ya no me verán, y poco después, me volverán a ver"? ¿Y qué significa: "Yo me voy al Padre"?» Decían: «¿Qué es este poco de tiempo? No entendemos lo que quiere decir.»
Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo: «Ustedes se preguntan entre sí qué significan mis palabras: "Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver".
Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo.»

Palabra del Señor.

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