El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org Cualquier testimonio o consulta escribir a algodelevangelio@gmail.com
Hoy se plantea el problema de creerse los más grandes, pero en relación a los más lejanos con respecto a Jesús, a los que parece que no lo siguen de cerca, que no fueron elegidos, que no son del círculo íntimo. ¡Cuánto pasa esto en la Iglesia también! El verdadero afecto siempre es inclusivo, no busca excluir, no quiere poseer al otro. En este caso, el Evangelio muestra que los discípulos pretendían que Jesús sea solo de ellos y que, además, se amolde a ellos, a sus criterios, a su forma de ver las cosas. No entendimos nada de Jesús, no lo conocemos realmente, si nos creemos que solo nosotros podemos hacer el bien en nombre de él. En la realidad, no somos tan burdos, tan evidentes, pero sí lo somos con nuestras actitudes, celos, envidias, comentarios, indiferencias con respecto a otros grupos, movimientos, parroquias, espiritualidades y mucho más cuando miramos fuera de la Iglesia. Es triste cuando en la Iglesia, en tu iglesia, en tu grupo de oración, en tu movimiento, en tu parroquia, con tu sacerdote, en nuestra forma de pensar, existen estas tendencias posesivas, estas inclinaciones a considerar que lo distinto no es de lo «nuestro», como si fuéramos una elite, una pequeña secta.
Casi sin decirlo intentamos «poseer a Jesús» como si fuera nuestro, cuando en realidad nosotros somos de él, y él es el que elige e invita a hacer el bien a todo el que lo conoce, incluso ayuda a hacer el bien a aquellos que no lo conocen. Si queremos ser cristianos en serio que incluyan y que no posean, cristianos que aman a Jesús y no lo retienen, sino que lo comparten, empecemos por cambiar la manera de pensar y de expresarnos. Cada uno de nosotros, levantemos la cabeza y miremos más allá de nuestras narices y ombligos, porque se hace mucho bien en nombre de Jesús, fuera de nuestros ámbitos y es bueno que aprendamos a valorarlo.
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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 26 de febrero + VII Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9, 38-40
Juan le dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros.»
Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.»
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 9,30-37:
El pan de cada día, el alimento diario, gratuito, y que colma siempre el hambre que tenemos todos, es la Palabra de Dios. Debería ser la Palabra de Dios. El alimento que todos pueden recibir, los cercanos, los esporádicos y los que todavía no se acercan tanto, pero que algún día se acercarán gracias a la escucha de un mensaje de paz. La Palabra de Dios escrita y transmitida por la Iglesia, difundida por nosotros, se tiene que transformar en tu vida y en la mía, en ese desayuno anhelado que deseas apenas te levantás a la mañana, en ese almuerzo que esperás cada día mientras estás trabajando o estudiando, en esa cena que te atrae para estar con tu familia y vas oliendo mientras volvés a trabajar. Jesús se hizo pan en la Eucaristía para todos, pero no todos pueden recibirlo siempre, pero sí todos pueden recibir el pan de la Palabra, la Sagrada Escritura, nadie queda excluido. Nadie puede decir: yo no puedo escuchar, no puedo leer, no puedo asimilar este alimento tan rico. Que hoy, al escuchar el Evangelio, el Espíritu Santo nos produzca estos sentimientos, estos deseos profundos y sinceros de decirnos a nosotros mismos y a Jesús: no quiero pasar un día más sin alimentarme de Vos Señor, no quiero vivir un día sin saciarme de tu Palabra.
Hay personas que se escandalizan al escuchar que un cristiano diga la palabra enemigo, que hable de la posibilidad o de la realidad de tener un enemigo. Porque piensan o dicen que no podemos tener enemigos, que un cristiano debe ser amigo de todos. Sin embargo, Jesús lo dice claramente, lo decía el domingo: “Amen a sus enemigos”. De algún modo quiere decir que Jesús los tuvo, su vida y su muerte lo dejaron bien reflejado, y por eso nosotros también podemos tenerlos. Lo que hay que aclarar es que no tenemos que tener enemigos por hacer el mal, por buscarlos directamente, sino todo lo contrario, por hacer el bien, por no desearlos, por no buscarlos. Quiere decir que enemigos para nosotros, los cristianos, son aquellos que no se comportan como nuestros amigos, aquellos que nos hicieron o nos hacen el mal o cualquier cosa que hirió de algún modo nuestro corazón, y aunque nosotros no le tengamos odio ni rencor, se comportaron en cierta manera como enemigos. Jesús no está diciendo entonces que tengamos o busquemos enemigos directamente, sino que amemos incluso, a los que se comportan como enemigos nuestros, por distintas razones. Es por eso que por más buenos que seamos o intentemos serlo, puede haber muchas personas que de algún modo sean como nuestros “enemigos”, aunque nosotros no los consideremos como tales. Jesús amó a todos, y a nadie miró como enemigo, sin embargo, tuvo y los amó como a enemigos.
Ayer no pudimos comentar demasiado, pero recordemos que Jesús se metía en medio de una discusión entre sus discípulos y algunos escribas, para después finalmente terminar dialogando casi solo con el padre de este niño endemoniado. Obviamente fue mucho más fecundo el diálogo de Jesús que la discusión de sus discípulos. Hoy, escuchamos nuevamente que los discípulos iban discutiendo por el camino, justamente después que Jesús les había abierto su corazón y les había contado que sería entregado y matado en la cruz. Qué contraste, ¿no? El contraste entre la actitud de Jesús, que evidentemente no le gustan las discusiones y le gusta el dialogo cara a cara, y los discípulos que no entienden nada todavía, discuten y además discuten para ver quién era el más grande. Cualquier parecido a nuestra realidad en pura coincidencia, ¿no? Esto no solo pasa en el mundo, en los trabajos, en los colegios, en las comunidades, en las universidades, en las familias, sino que pasa también en la Iglesia, les pasó a los discípulos. No entendemos a Jesús mientras Él nos habla y lo que es peor como dice el texto de hoy: “no comprendían esto y temían hacerle preguntas”, no dialogamos, no le preguntamos, no lo escuchamos.
No podemos «echar» de nosotros y de otros las cosas que nos hacen mal porque finalmente andamos discutiendo, porque perdemos el tiempo en cosas que no hacen a la fe, sino a nuestros egos, y mientras tanto vamos perdiendo la fe, vamos debilitando nuestra fe. Hay cosas en la vida, te diría que casi todo, que se solucionan con más fe y la fe finalmente se alimenta con la oración.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 24 de febrero + VII Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9, 14-29
Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo.
Él les preguntó: "¿Sobre qué estaban discutiendo?". Uno de ellos le dijo: "Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron".
"Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo". Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca.
Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que está así?". "Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos". ¡Si puedes...!", respondió Jesús. "Todo es posible para el que cree".
Inmediatamente el padre del niño exclamó: "Creo, ayúdame porque tengo poca fe".
Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: "Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más".
El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. Cuando entró en la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?".
Él les respondió: "Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración".
Palabra del Señor
Sería un error pensar que amar así es hipocresía, como algunos dicen, sino que es amor de caridad, viene de Dios porque de nosotros no sale, porque nosotros finalmente nos transformamos en un puente entre el amor de Dios y los demás. Viene de Dios porque a nosotros no nos sale así como a veces quisiéramos que nos salga.
¿Qué podemos hacer entonces con el que no es amable o se portó mal con nosotros, o sea, el que de alguna manera se transforma en nuestro enemigo, en alguien que nos cuesta mucho amar? Muchas cosas, podemos probarlo hoy mismo, por ejemplo, rezando por ellos, saludando, bendiciendo, hablando bien de ellos o, por lo menos, no hablando mal, no devolviendo mal por el mal, no negando algo que nos pida...
«Ser misericordioso como el Padre es misericordioso»: esa es la manera de ser bienaventurado, de ser feliz, como nos proponía Jesús el domingo pasado. Si alguien nos pregunta hoy qué es ser cristiano, bueno, no lo mandemos a leer el Evangelio únicamente de hoy, sino que podemos demostrarlo con nuestra propia vida, amando como él nos pide y amando porque él nos ayuda a amar.
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P. Rodrigo Aguilar
Domingo 23 de febrero + VII Domingo durante el año(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 27-38
Jesús dijo a sus discípulos:
Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por lo que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan por lo demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 16, 13-19:
Celebramos hoy la fiesta llamada de la Cátedra de san Pedro. Por eso se nos ofrece en este día, en Algo del Evangelio, esta escena en la que Jesús le encomienda a Pedro una misión especial dentro del grupo de los doce apóstoles. Yendo a la actualidad, según algunos estudios, hoy hay en el mundo más de sesenta mil confesiones cristianas distintas. Sí, escuchaste bien, sesenta mil. Pensemos en cuántos locales, por decirlo así, o sucursales cristianas tenemos en nuestro kilometro cuadrado, en nuestras ciudades, en nuestros pueblos, cuántas Iglesias distintas hay. Todas esas confesiones cristianas, además, creen en cosas diferentes y sostienen una doctrina de fe y una ética diferente. Esto ocurre porque consideran que la Biblia es de libre interpretación y que el único principio válido es la escritura, de ahí las diferencias. Es verdad que tenemos que decir que tenemos algo en común, que creemos en Cristo, pero tendríamos también que decir que eso no alcanza para la verdadera fe. Pero si buscamos en la Biblia algún texto que sostenga que la fe se tiene que basar solamente en la misma escritura, en realidad no lo podemos encontrar. Tampoco se nos habla en la Palabra de Dios que la Palabra de Dios es para interpretarla libremente, sin ninguna comunidad que nos guie. La fe cristiana, auténtica está contenida en lo que se llama «el depósito heredado de la tradición», «el depósito de la fe», la tradición apostólica, o sea, la que viene de los apóstoles, de sus relatos, de lo que ellos contaron, de sus costumbres, de lo que hicieron, y también en la Sagrada Escritura, que es también por supuesto, valga la redundancia, parte del legado de los apóstoles.
Existe, tenemos que decirlo sin miedo, una sola Iglesia que fundó Jesucristo. Jesús fundó una sola Iglesia sobre Pedro. Cuando decimos que somos católicos, apostólicos y romanos, estamos confesando que nuestra fe proviene de los apóstoles unidos a Pedro, que derramó su sangre en la llamada colina vaticana donde se encuentra hoy su tumba y sobre la cual se encuentra la silla, la llamada catedra, donde Pedro se sigue sentando para transmitir la misma fe y moral, costumbres que vienen de Jesucristo y los apóstoles.
Jesús nos regaló al papa, al sucesor de Pedro, para garantizar la unidad y la continuidad de la misma fe. Por eso hoy celebramos esta fiesta, por eso celebramos la Cátedra de san Pedro, porque es el lugar desde el que se nos transmite esta verdadera fe.
El antiguo cardenal Ratzinger, que después fue el papa Benedicto, aseguraba que es un falso concepto de Dios decir «Dios sí, pero Cristo no, incluso Cristo sí, pero la Iglesia no». Algo tan difundido hoy en día. Voy a citar sus mismas palabras, decía así: «Si decimos Dios sí o tal vez, incluso, Cristo sí pero la Iglesia no, se crea un Dios, un Cristo según las propias necesidades y según la propia imagen. Dios, entonces, ya no es realmente una instancia que está frente a mí, sino que se convierte en una visión mía que yo tengo y, por lo tanto, responde también a mis propias ideas». Dios se convierte en una verdadera instancia, un verdadero juez de mi ser, por lo tanto también en la verdadera luz de mi vida, si no es solo una idea mía, sino si vive en una realidad concreta, si verdaderamente se sitúa ante mí y no es manipulable según mis ideas o deseos. Por eso separar a Dios de la realidad en la que Dios está presente y habla a la tierra, o sea, a la Iglesia, quiere decir no tomar en serio a ese Dios que se hace por lo tanto manipulable según mis necesidades y deseos.
Bueno, si fue un poco largo y difícil te invito a que lo escuches otra vez, pero tiene mucha verdad este texto y tiene mucha razón y mucha luz para nosotros hoy, en un tiempo en donde todo se cuestiona, y es verdad, la Iglesia, esta Iglesia fundada sobre la cátedra de Pedro, sobre la figura de Pedro y sus sucesores, tiene muchas debilidades, porque no es solamente santa, sino también pecadora y por eso cuesta tanto a veces aceptar. A esto podemos sumar que no podemos decir «Iglesia sí, pero el papa no».
Por eso para querer de verdad, hay que conocer. No se puede querer lo que no se conoce. Para querer lo que se conoce, lo conocido debe ser atractivo, debe ser la respuesta a lo que nuestro corazón busca desde siempre en el silencio, en la felicidad finalmente. Y Jesús es la respuesta más atractiva a todos nuestros anhelos, a los de tus hijos también, incluso la de los más alejados, aunque por ahora no se den cuenta.
¿Querés o no querés seguir a Jesús? Esa es la pregunta clave de hoy. Si decís que sí porque realmente estás enamorada o enamorado de él, alégrate, nada te va a frenar… ninguna renuncia, ninguna cruz. Irás «perdiendo tu vida», pero en el fondo estarás ganándola. Si decís que sí sin amarlo pero por una obligación externa, todo se te hará pesado y difícil, todo se te hará una carga insoportable, será un amor forzado. En el fondo, no será un verdadero amor. Todavía te faltará pedir el toque del corazón para enamorarte. Si decís que no, está bien, sos libre, es tu decisión… pero tenés que hacerte cargo de lo que decidís, tenés que asumir que sin él todo se te hará más difícil. Andarás por la vida creyendo que la estás «ganando» pero al final te darás cuenta que la estarás perdiendo en cosas que no salvan. ¡Qué lindo es saber que Jesús respeta nuestra libertad! Esto enséñalo siempre al transmitir la fe.
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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 21 de febrero + VI Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 8, 34-9, 1
Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles.»
Y les decía: «Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder.»
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 8, 27-33:
Volvamos a escuchar una vez más lo que realmente necesitamos escuchar, porque el mundo está lleno de palabras, los medios de comunicación están llenos de palabras, en la iglesia incluso a veces hablamos demasiado y amamos poco o hablamos demasiado y llevamos poco a la práctica lo que decimos. Es verdad, somos débiles, no somos un club de santos, sino que somos aquellos que fuimos llamados porque somos pecadores y tenemos que sanarnos también, por eso también pasan cosas en la Iglesia, no nos olvidemos. Pero por eso volvamos una vez más a escuchar que nuestra felicidad no estará en si somos algo para los demás, en si tenemos más o menos cosas, más o menos comodidades, o si tenemos cierto poder y podemos influenciar a los otros, sino que nuestra felicidad primero estará en sentirnos hijos de Dios, en vivir como hijos amados del Padre cada día, no olvidándonos de su amor; que la felicidad está en definitiva si aprendemos a llevar a la práctica ese amor que él mismo nos tiene, siendo misericordiosos, aprendiendo a consolar, aprendiendo a vivir sencillamente con lo que tenemos. Volvamos a escuchar, porque por ahí vos y yo no estamos bien hoy, por ahí pasamos muchas tristezas, por ahí vivimos enojados; porque, en definitiva, estamos poniendo todo nuestro esfuerzo y corazón en una felicidad que se nos escapa de las manos. La felicidad la vamos encontrando en la vida en la medida que caminamos, en la medida que nos animamos a salir un poquito, a levantar la cabeza y a no detenernos, a caminar y a encontrar las novedades que el Padre nos tiene preparados cada día. Bueno, recibamos una vez más con alegría este anuncio de que la felicidad que Dios nos quiere dar es muy distinta de la que a veces vos y yo buscamos.
Algo del Evangelio de hoy nos muestra a un Pedro, a un discípulo –vos y yo, acordate–, que es capaz de todo, que somos capaces de todo. Pedro es capaz de recibir una revelación, la revelación más importante de la historia a una persona, a convertirse inmediatamente en Satanás para Jesús, porque en definitiva sus pensamientos no fueron los del Padre, porque se quiso meter, quiso ser obstáculo al camino de Jesús. Todo en cuestión de minutos. ¿Te pasó eso alguna vez? Nos pasa muchísimas veces en muchísimas cosas. Cuando recibimos algo: un don, una inspiración, un deseo profundo de amar, y sin querer nos adueñamos de lo recibido, sin querer y a veces queriendo un poco nos «la creemos», como decimos, y terminamos patinando, derrapando en la curva siguiente, como para que se compruebe que la obra no era nuestra, sino de Dios Padre a través de nosotros.
Pienso que a veces nuestro Padre del Cielo permite que nos caigamos para que no olvidemos que todo lo bueno proviene de él y que jamás podemos adueñarnos de lo que no es nuestro. Pedro descubrió quién era Jesús, aun cuando en el fondo nadie lo sabía, por una revelación y por eso Jesús se alegra, porque Pedro fue el depositario de esa revelación del Padre que le mostró quién era verdaderamente.
Sin embargo, Jesús tampoco tiene pelos en la lengua para decirle a su querido Pedro que se transformó en Satanás, porque en definitiva Satanás es aquel que se quiere interponer en el camino que Dios Padre le trazó a Jesús, que no quiere que haga lo que el Padre quería, que no quiere que salve a los hombres por medio de la cruz, sino que le propone que lo salve de otra manera. Por eso, nosotros también nos podemos convertir en Satanás para los demás, en Satanás para el camino de Dios, no porque hagamos cosas muy malas, sino porque incluso queramos evitarle a los otros el camino que el Padre tiene para ellos, que puede ser también el de la cruz. ¡Qué lindo es poder vivir siendo conscientes que todo es don, que todo lo que tenemos es del Padre y que este Padre es padre de todos, que el Reino es de él, no es nuestro, y él que quiere ser santificado y no nosotros alabados, de que hay que cumplir su voluntad y no tanto la nuestra!
Son hijos de Dios, como vos y como yo, son hermanos nuestros, y nos perdemos de algo si no vamos aprendiendo a mirarlos bien. Que Jesús nos lleve, nos conduzca de la mano a donde él quiera, para curarnos definitivamente de nuestras cegueras.
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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 19 de febrero + VI Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 8, 22-26
Cuando Jesús y sus discípulos, llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: «¿Ves algo?» El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: «Veo hombres, como si fueran árboles que caminan.»
Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo.»
Palabra del Señor.
Comentario Marcos 8, 14-21:
Claramente si hay algo que compartimos con todo ser humano, tengamos más o menos fe, o incluso no tengamos fe, o incluso si conocemos una persona de otro credo, con otras raíces, con otros fundamentos, con otras aspiraciones; si hay algo que compartimos… Lo que quiero decir es que todos estamos hechos para la felicidad. Ningún ser humano, si le preguntamos si quiere o no ser feliz, nos responderá que no quiere. Claramente todos queremos ser felices. El tema es qué comprendemos o qué entendemos cada uno de nosotros por felicidad o qué buscamos cuando hablamos de felicidad. Por eso, el Evangelio del domingo, las bienaventuranzas son una y mil veces más el recuerdo de lo que Dios quiere para nosotros y de lo que nos enseña a cada uno de nosotros sobre qué es la felicidad. En definitiva, el hombre erra el camino de la felicidad. Tampoco podemos ser tan necios, se puede comprobar con datos incluso. ¿Por qué tanta gente tiene todo lo que quiere o alcanza las cosas que quiere y sin embargo no termina de ser feliz? ¿Y por qué, al revés, hay gente que no tiene todo lo que el mundo nos propone tener y sin embargo puede ser feliz? Bueno, continuaremos con este tema en estos días.
Algo del Evangelio de hoy nos puede ayudar a entender qué es lo que nos pasa muchas veces o qué es lo que les pasa a tantos cristianos, hombres y mujeres, que no terminan de vivir su fe con verdadera alegría. Jesús dice así a sus discípulos: «¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?». Las palabras de Jesús suenan duras, pero son así de reales. ¿No será que nos pasan tantas cosas en la vida o no aceptamos tantas cosas porque no recordamos, porque no terminamos de comprender y entender la Palabra? Los discípulos habían terminado de estar en la multiplicación de los panes más grande de la historia y después se estaban preocupando por si les iba a alcanzar o no con un pan para todos. Parece gracioso, incluso una ironía de la Palabra de Dios, pero no lo es. Realmente les pasó eso, realmente nos pasa eso.
Nos olvidamos de lo vivido, nos olvidamos del don recibido, nos olvidamos que somos hijos y que nunca nos faltará nada, y terminamos peleándonos por quién podrá comer y quién no. Nos olvidamos que somos hermanos y entonces nos ponemos a discutir cuando vemos que no alcanza, porque no confiamos en que el otro es hermano también. ¿Entendemos? En el fondo, nos olvidamos de nuestra condición de hijos y hermanos. Si nunca olvidáramos que nuestro Padre del Cielo jamás nos dejará sin lo necesario para vivir de su amor; si jamás olvidáramos que así como Dios cuida de los animales y las aves del cielo, es imposible que él nos deje de cuidar, no nos detendríamos en peleas que no tienen sentido, no nos pondríamos a discutir por un poco de pan. ¡Qué poca memoria tenemos! ¡Qué rápido nos olvidamos de que si sabemos compartir, si ponemos amor de nuestra parte, si nosotros hacemos lo que otros no pueden hacer, jamás nos faltará nada, al contrario, siempre va a sobrar amor de Dios!
¿Ya nos olvidamos de todo lo que Dios nos dio a lo largo de la vida? ¿Ya nos olvidamos de que hace muy poco nada más Jesús multiplicó los panes frente a vos y frente a mí? ¿Tan rápido nos olvidamos de este milagro? ¿Ya nos olvidamos de aquella vez que nos animamos a poner un poco de nuestra parte y de golpe todo fue mejor, todo se disfrutó, todo salió más lindo? ¿Ya nos olvidamos de que la multiplicación de los panes es el milagro continuo de Jesús cuando sabemos poner amor en cada cosa, cuando él se entrega en la Eucaristía por nosotros, cuando aún con nuestros pecados él siempre nos perdona? ¿Nos pusimos a pensar alguna vez la cantidad de amistades, conocidos y hermanos que llegaron a nuestra vida gracias a la fe, a que Jesús siempre multiplica todo? ¿Todavía no comprendemos ni entendemos? No nos perdamos tanto amor del Padre por andar peleando y discutiendo.
¿Qué pensará Jesús de nosotros cuando les pedimos tantos signos? ¿Suspirará de la misma manera? Podemos ser parte de esa generación que no se comporta como hijos y anda desafiando siempre a Dios. Podemos, tengamos cuidado. ¿Por qué será que no terminamos de convencernos del signo más grande y maravilloso que podemos imaginar, que es el mismo Jesús? ¿Por qué será que nos pasamos bastante tiempo de nuestra vida discutiendo, desafiando a los demás o al mismísimo Dios y no nos damos cuenta que el mayor desafío está en reconocer el amor de Dios que se hizo carne en Jesús y se hace carne todos los días con su Palabra, con la Eucaristía, en los más pobres, en nuestra familia? ¿Qué Dios estamos buscando? ¿Qué Dios pretendemos? ¿No seremos a veces demasiados pretensiosos?
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Comentario a Marcos 9, 38-40:
El enamorase de las cosas que hacen bien, como de la Palabra de Dios, lleva su tiempo, su trabajo, su entrega. Normalmente, por nuestra debilidad, por nuestro vivir volcados hacia lo externo; todo lo que es espiritual, intangible, todo lo que no se ve, pero alimenta el alma, cuesta mucho más de lo que pensamos. Cuesta ser fieles y constantes en la oración, cuesta y es arduo ser fieles en meditar cada día la Palabra de Dios. No se es hombre y mujer de oración, de contemplación, de un día para el otro, como por arte de magia. «Más allá de la vida espiritual y de la fe, todo gran hombre –decía san Alberto Hurtado– se forjó en el silencio», se forja en el silencio. No hay grandes hombres en la historia de la humanidad que no se haya fraguado en el silencio. Y para hacer silencio interior inevitablemente necesitamos tiempo y esfuerzo. No existe la vida espiritual desde un «clic» o con un «clic», o mirando las redes sociales. Es verdad que recibimos este audio en un «clic». Te levantás a la mañana y ya lo tenés, como pan caliente, en un abrir y cerrar de ojos, pero la previa no es un «clic». Me refiero a que la preparación no es en dos minutos, y por eso siempre te recomiendo y te aclaro que no te alcanzan estos minutos de escucha para que interiorices el mensaje de la Palabra de Dios; tenés que hacer tu camino. Lamentablemente son muchos los que quedan en el camino de este ir paso a paso degustando las delicias del mejor alimento del hombre: la Palabra de Dios. Muchos empezaron escuchando la Palabra contentos, pero los pájaros ya se llevaron las semillas, otros tantos se entusiasmaron y las recibieron, pero las «malezas» de la vida diaria ya taparon y ahogaron las plantas; y así sucesivamente podríamos seguir. ¿Queremos ver frutos en nuestra vida al escuchar la Palabra de Dios? Seamos fieles y constantes, seamos perseverantes, nunca pensemos que ya está, nunca nos creamos completos, nunca digamos ya lo escuché, nunca digamos «otra vez lo mismo». Esa es la clave.
Bueno, retomando el tema del domingo, obviamente que debemos reconocer que no es fácil amar a los que nos hacen el mal. El primer impulso es el del «hombre que procede de la tierra, el terrenal», como decía san Pablo, y lo que debemos ir aprendiendo, es dejarle lugar al hombre espiritual que todos tenemos, el que nos permite amar al modo de Dios, como Dios nos ama, no buscando venganza, no pretendiendo hacer justicia por mano propia cuando nos toca sufrir algún mal injustamente. Si nosotros vamos considerando que los primeros en recibir misericordia somos nosotros mismos, por más buenos que creamos que somos, la mirada que tenemos sobre los otros puede ir cambiando, por más malos que parezcan ser. El que hace el mal muchas veces «no sabe lo que hace», como dijo Jesús en la cruz; deberíamos pensar que por más mala intención que tenga, lo hace creyendo que obra bien, buscando una solución a sus problemas, o por ignorancia, y por eso, no podemos devolverles con la «misma moneda», no tiene sentido, no tiene lógica.
Vamos a Algo del Evangelio de hoy. Evidentemente Juan –como decimos a veces– se desubica un poco. Decíamos en estos días que las discusiones no tienen sentido y que a Jesús no le gustan; por eso también podremos decir hoy que a Jesús no le gustan las divisiones que provienen por no ubicarnos bien, o sea, por el hecho que sus discípulos se tomen atribuciones que no les corresponden. Juan y los discípulos –porque lo dice en plural– se la creyeron bastante, quisieron armarse el «monopolio de la amistad con Jesús». Gran tentación, continua tentación y peligro de todos nosotros, que se da en todos los ámbitos, pero que es más nefasta cuando se da en la Iglesia, en una comunidad, cuando se da en la fe, en la religiosidad o como quieras llamarle. También se ve en otros pasajes del Evangelio que los discípulos discutían por quién era el más grande, o sea, por el problema de la superioridad en la relación entre ellos, entre nosotros.
Y como no lo escuchamos, escuchamos solo nuestro corazón y con nuestro corazón lo bueno y lo que no es tan bueno, escuchamos nuestras pasiones y lo que nos aleja de los demás. La Carta de Santiago dice algo que nos puede ayudar: “Hermanos: ¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros? Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra”. Es la ambición por ser más grandes que los demás lo que nos lleva a pelear y discutir por tantas cosas insignificantes. Pensemos en todas las discusiones de nuestra vida diaria: ¿por qué discutimos diariamente? ¿por qué discutís con tu mujer, con tu marido, con tus hijos, con tus amigos, con los compañeros de trabajo, con desconocidos? ¿No será porque querés ser más grande que otros teniendo razón? ¿No será que tenemos que aprender a dialogar y no a discutir? ¿No será que tenemos que dialogar más con Jesús para aprender a dialogar más con los demás? Lo que está claro, es que a Jesús no le gusta discutir y no le gusta que discutamos, le gusta mucho más escucharnos o bien hacernos sentar y decirnos: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos».
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Martes 25 de febrero + VII Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9,30-37
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará.» Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos.»
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado.»
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 9, 14-29:
¿Qué haríamos sin la Palabra de cada día? ¿Qué haría la Iglesia si no tuviera la posibilidad de leer y meditar cada día la Palabra del Señor? ¡Qué tristeza! ¡Qué tristeza! ¿A quién seguiríamos? No tendría sentido tantas cosas que hacemos. Sería imposible caminar sin él. La Iglesia no podría existir sin alimentarse de la Palabra de Dios. Sería como una ONG, que hace muchas cosas buenas, pero no sería una comunidad en camino, una comunidad que escucha al Señor y trata de hacer lo que él le pide. Sería un conjunto de personas que piensan bastante distinto, y que decimos ser «uno» estando para lo mismo, sin embargo, en el fondo no tendríamos quién nos guíe.
Relacionándolo un poco con el Evangelio de ayer, podríamos decir que cuesta bastante a veces ciertos mensajes del Evangelio y mucho más cuando nos pide cosas bastante difíciles y a simple vista imposibles. Cuesta escuchar esto de que hay que amar a los enemigos, a los que nos hacen el mal, a los que nos calumnian o difaman. ¿Cómo hacer? Nuestro hombre natural nos pide otra cosa, tendemos a otra cosa. Sin embargo, no podemos quedarnos ahí, en ese primer rechazo que nos viene al corazón. No nos cerremos, porque si no amamos como nos ama Jesús, como él nos pide, en el fondo los que más sufriremos seremos nosotros mismos.
Seguiremos en estos días profundizando con el Evangelio de ayer, domingo, que rompe todo esquema de amor prefabricado por nosotros, preconcebido y a veces aprendido. En definitiva, todos nosotros amamos como nos enseñaron o como lo experimentamos, y aunque a veces nos empeñemos en ser distintos a lo que vivimos en nuestras familias porque no fueron buenas experiencias, la realidad es que hacemos lo que podemos y muchas veces repetimos los mismos errores. A pocos de nosotros nuestros padres nos leyeron estas palabras del Evangelio de ayer desde niños, como para que nuestro corazón se nos ensanche, sino que muchas veces fue todo lo contrario.
Algo del Evangelio de hoy es una maravilla, imposible de comentar en dos minutos. Me da pena siempre solo tomar un poquito algo, pero bueno, como me decía un sacerdote sabio: «No te preocupes si hoy no podés decir todo, otro día, otro año, podrás decir algo más». Son varias las personas, varias las situaciones de este Evangelio, por eso te dejo «picando», como se dice, algunas cuestiones para que las puedas pensar y rezar por tu cuenta. Jesús llega en medio de una discusión: escribas versus discípulos. Cuasi un partido de fútbol. Mientras tanto, la «pelota», el problema, está en otro lado y no lo pueden solucionar. El niño está endemoniado, el niño tiene un problema desde su infancia y, mientras tanto, los otros discuten. Las discusiones, en general, no solucionan los problemas, sino que los agrandan.
Por otro lado, el padre del niño, no tiene suficiente fe, pero lo lindo es que es sincero, se da cuenta y lo reconoce. Su forma de hablar es la de un hombre con poca fe: «Si puedes…». ¿Cómo «si puedes»? El que cree, jamás duda de que Dios pueda lograr algo, aunque pueda pensar que si es o no lo que Dios quiere. Por eso, este hombre terminó diciendo con todo su corazón: «Creo, ayúdame porque tengo poca fe». «Creo… pero ayúdame». ¡Qué linda expresión! «Creo…pero ayúdame, ayúdame a creer más, a creer que podés siempre, lo que pasa es que tenés que querer, tiene que ser tu voluntad, no la mía». Dios puede todo, pero no quiere todo lo mismo que nosotros y eso siempre es bueno reconocerlo.
Jesús lo puede todo, pero no quiere todo lo mismo que nosotros, no somos su padre, somos sus hermanos, y no decidimos la voluntad de Dios. Por eso necesitamos de la oración para «ganarle» a estos demonios que nos atormentan y atormentan a otros. Necesitamos hablar con nuestro Padre. Necesitamos escuchar su Palabra, no podemos vivir sin escucharlo.
Comentario a Lucas 6, 27-38:
En este domingo tenemos la gracia, el regalo de escuchar una de las páginas más bellas y difíciles, al mismo tiempo de comprender el mensaje del Evangelio, de la Buena Noticia de Jesucristo para nuestras vidas. Es incómoda y muchísimas veces mal interpretada y por eso no muy comprendida y un poquito relegada. Al no ser comprendida, podríamos decir que se va olvidando o se toma de ella lo que más conviene.
Sin embargo, si nos preguntaran alguna vez –estemos donde estemos, un poco desprevenidos– un hijo, una hija, un amigo o simplemente un conocido: ¿Qué es ser cristiano?, ¿no crees que deberíamos responderle con esta página del Evangelio? Estarás diciendo «para que se asuste», ¡no!, ya sé, puede sonar un poco duro. Parece demasiada exigencia junta para alguien que pregunta, sin embargo, eso debería ser aquello que nos diferencie de un simple mensaje de amor general, universal, de hermandad para toda la humanidad, sino que es algo que nos distingue como cristianos.
¿Qué le diríamos? ¿Cómo responderíamos esa pregunta? ¿Qué es ser cristiano? Es cierto que si respondiéramos invitando a leer esta página de la Palabra de Dios, no estaríamos dando una respuesta plena o total, porque en definitiva ser cristiano es seguir a Cristo y es por eso que nadie puede entender estas palabras de Algo del Evangelio de hoy si no conoce, ama y sigue a Jesús –y esa es la clave–, si no le abre su corazón. Pero lo que quiero decir es que estas enseñanzas de Jesús son, de algún modo, el corazón de su mensaje, son el centro de su corazón, y es por eso que es cristiano plenamente solo aquel que comprende y vive este mensaje tan profundo.
Entonces ser cristiano es amar, pero en realidad «cualquier persona puede hacerlo», me estarás diciendo. Sin embargo, el cristiano ama o debe amar no solo con ese impulso natural con el que amamos a los que tenemos cerca y por afinidad y elegimos nosotros mismos, sino que ama, diríamos así, con un valor agregado; o, mejor dicho, puede amar con un agregado porque proviene justamente de Dios. Es lo que nosotros llamamos «caridad», amar a los demás con el amor que nos da Dios para amar, amar a los demás por amor a Dios, gracias a él diríamos. Si nos preguntan, entonces tendríamos que decir que ser cristiano es intentar seguir a Cristo día a día; que ser cristiano es haber descubierto que somos amados por él sin importar tanto si somos buenos o malos, aunque justamente desea que seamos santos, sino que la gran noticia es que somos amados primero, y por haber descubierto que él nos ama sin distinción, nosotros no podemos darnos el lujo de amar distinguiendo.
Entonces ser cristiano es haber experimentado esto, no por un cuento, no porque lo hayamos leído en un libro lindo o en el catecismo, sino porque nos dimos cuenta experiencialmente que esto es real, que el Padre es demasiado bueno con vos y conmigo y con esos que nos cuesta amar.
Algo del Evangelio de hoy entonces es para sentarse a desmenuzarlo palabra por palabra, como para deleitarse y, también, para ponerse un poco serios. Te recomiendo que vuelvas a escucharlo o leerlo. ¿Amar a los enemigos es algo posible o es algo de unos pocos? ¿O Jesús estaba un poco loco?
Es fundamental –y eso es lo que quiero dejarte hoy– que comprendamos a qué se refiere con «amar» o a qué tipo de amor se está refiriendo Jesús hacia nuestros enemigos. Podemos equivocarnos y pensar que la palabra «amar» significa que debemos amar a un enemigo como amamos a un amigo, a un padre, a una madre, o a un hijo o a un hermano; no quiere decir que tenemos que ir hoy a abrazar al que nos hizo el mal –aunque si algún día nos sale, sería un gran regalo–, al que nos difamó, al que nos criticó, al que nos echó del trabajo, al que nos humilló, al que nos trató mal; no quiere decir que tenemos que irnos de vacaciones con los enemigos, que deben ser nuestros amigos. ¡No!, Jesús nos pide un amor distinto, especial, que aunque no tenga esa espontaneidad, aunque no salga naturalmente, puede surgir por la fuerza que viene de él.
¡Cuidado! Hay algunos católicos también que creen que pueden prescindir del papa, que no les hace falta porque se consideran a sí mismos los depósitos de la fe, o sea, ellos son los que determinan qué cosa es verdad y qué cosa no, en qué cosa se equivocó o no el papa.
Hace ya muchos años los llamados «progresistas» eran conocidos como los rebeldes a la enseñanza del papa, pero hoy nos damos cuenta que en las críticas al papa o a los papas –no importa quién sea– se dan la mano, tanto los llamados «progresistas» como los llamados «tradicionalistas». Finalmente, como siempre se dice, los extremos se tocan. Ya va siendo hora que terminemos con esa bipolaridad y empecemos a ser católicos, verdaderamente católica, sin extremismo, que pongamos nuestra confianza en la guía que Jesús nos ofreció, nos ofrece a través de la Iglesia, sea quien sea, a quien santa Catalina de Siena llamaba «el dulce Cristo en la tierra».
No nos olvidemos de rezar hoy por el papa, siempre, porque es el que nos mantiene en la unidad. Después nos podrán gustar unas cosas, otras, pero finalmente si no tuviéramos papa, si no estuviera fundada la Iglesia sobre la figura de Pedro, estaríamos mucho más divididos de lo que ahora lamentablemente estamos.
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p. Rodrigo Aguilar
Sábado 22 de febrero + Fiesta de la Cátedra de San Pedro + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 16, 13-19
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas.»
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 8, 34-9, 1:
¡Ay de nosotros, ay de nosotros, si tenemos fe, si decimos que tenemos fe, si la practicamos, si buscamos cada día hacer la voluntad de Dios de alguna manera y nos escandalizamos con estos «ay» de Jesús que escuchamos en el Evangelio del domingo. ¡Ay de nosotros, si estas palabras no penetran en nuestro corazón! Parece duro escuchar que Jesús dice: «¡Ay de ustedes…!». «¡Ay de ustedes, que no se dan cuenta que la felicidad pasa por otro lado! ¡Ay de ustedes, que viven peleándose entre ustedes, diciendo que se aman, pero en definitiva no terminan de respetarse, no terminan de descubrirse como un don el uno para el otro!». Eso decía también Jesús en el Evangelio del domingo. Nos invitaba a alegrarnos cumpliendo lo que Dios nos invita a cumplir, pero también se animaba a decirle a los fariseos y a nosotros: «¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de los que están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de los que ríen, porque conocerán la aflicción! ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien!». ¡Ay de nosotros, si buscamos la felicidad por el camino equivocado! Por eso, una vez más, iremos a Jesús y dejemos que él nos muestre el camino de la felicidad.
No podemos ser felices verdaderamente, al estilo de Jesús, si no levantamos la cabeza y vemos que hay otros que necesitan de nuestro amor, que hay otros que necesitan de nuestra presencia, que hay otros que necesitan verdaderamente encontrar a Jesús. ¡Ay de nosotros, si decimos que tenemos fe y no somos capaces de remangarnos el corazón y entregarnos de algún modo a hacer de este mundo un mundo un poquito mejor, de lo que el hombre en definitiva está haciendo! Por eso, Señor, danos la fuerza de hacer tu voluntad, de buscar la felicidad por donde verdaderamente vale la pena, por donde vos querés que sea.
Y podemos preguntarnos juntos hoy: ¿Qué podemos aprender de Algo del Evangelio de este día? Que finalmente tiene que ver con lo que venimos hablando. Para vivir una vida plena y feliz, hay que enamorarse de Jesús, no hay otro camino; hay que querer finalmente seguirlo, no hay que seguirlo por obligación, y para querer, nos tiene que de algún modo atraer, y solo nos atrae aquello que nos enamora, aquello que es atractivo. Aunque parezca tonto lo que estoy diciendo, aunque parezca obvio, pero ¿cuántos cristianos, incluso vos y yo, a veces seguimos a Jesús como por obligación y no nos damos cuenta de lo bello, de lo maravilloso que es? ¿Cómo pretendemos que nuestros hijos sigan el corazón de Jesús si no los ayudamos a que se enamoren de él, si obligamos a los demás a hacer algo que en definitiva todavía no descubren? ¿Cómo pretendemos en la Iglesia que la gente se enamore de Jesús, se acerque a él si los obligamos, si los hacemos temer? ¿Qué nos pasó? ¿Qué nos pasa? La obligación verdadera y profunda brota del amor, y no al revés. El amor no se impone, se expone, se vive y eso es lo que finalmente ayudará y atraerá a otros. Cuando tenemos que imponer el amor, en definitiva, lo que estamos mostrando es que deja de ser amor; lo que estamos mostrando es lo contrario. La obligación impuesta no ayuda muchas veces. La obligación verdadera brota del corazón del que ama, el corazón del que ama se «liga» libremente al amado. Como lo hiciste seguramente con tu mujer, con tu marido alguna vez, te ligaste a él por amor. Pero cuando esta unión es impuesta, quiere decir que no es amada, que no es libre, y por eso en ese instante deja de ser verdadero amor.
Por eso… ¿Querés que tu hijo, tu hija ame a Jesús? Déjalo ser libre. Déjalo que sepa elegir, que aprenda a descubrir lo mejor. ¿Querés amar a Jesús de verdad, como yo también lo quiero? Escuchemos lo que hoy nos dice: «El que quiera venir detrás de mí…». El que quiera, el que quiera. Nunca lo impuso. No dice «el que lo sienta» tampoco, sino «el que quiera» y se quiera entregar verdaderamente, y si quiere también tenemos que descubrir con la cabeza y con el corazón. Se conoce con la cabeza y el corazón. Se ama con la cabeza y el corazón.
Pedro, como vos y yo, se olvidó, se olvidó al instante de haber recibido un don, no comprendió completamente esta verdad.
Se dejó llevar por sus pensamientos, igual que nosotros, que no nos gusta sufrir y, además, pretendemos un Dios que no pase por el sufrimiento, pretendemos un Dios que nos haya salvado de otra manera.
Por ahí hoy nos sirve preguntarnos lo que los niños a veces preguntan con tanta naturalidad y que tanto nos enseñan: ¿Qué quiere decir que Jesús haya muerto por mí?, como escuché una vez, o dejarnos preguntar por el mismo Jesús: ¿Quién soy yo para vos, quién decís que soy?
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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 20 de febrero + VI Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 8, 27-33
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: « ¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas.»
Entonces Él les pregunto: «Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?»
Pedro respondió: «Tú eres el Mesías.» Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.
Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.
Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: « ¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 8, 22-26:
El grito más profundo del fondo del corazón de todo ser humano, de tantos hombres que vivieron esta tierra a lo largo de toda la historia, de los que están viviendo ahora; el grito más profundo es: quiero ser feliz, quiero vivir en paz; pero en el fondo más profundo todavía de ese grito, valga la redundancia, es: quiero ser amado, quiero sentirme seguro del amor de otros. Pero que en definitiva como este mundo está también tan lleno de incomprensiones y de injusticias, porque también del corazón salen las maldades, porque el pecado original dejó esa gran herida en todos nosotros, no podemos sentirnos amados como quisiéramos. De ahí viene la gran respuesta, de ahí viene Dios que se hace hombre a enseñarnos, primero, que somos amados por el Padre; que esa seguridad, que esa felicidad que anhelamos y que las ponemos en las cosas, en el poder, en el tener o en el aparentar algo distinto hacia afuera, en definitiva, está en nuestro Padre. Somos amados. Las bienaventuranzas que Jesús proclamaba el domingo son una respuesta a ese deseo de felicidad. ¿Dónde estamos poniendo la felicidad? Felices los pobres de corazón, aquellos que se dan cuenta que son amados por el Padre y que después «todo lo demás vendrá por añadidura».
¿Te diste cuenta del detalle de hoy? Algo del Evangelio dice así: «…tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo». Un milagro de Jesús, diríamos nosotros, personalizado o por «cuotas», también. Primero, le puso saliva y le impuso las manos, pero parece que no alcanzó, tuvo que imponerle las manos otra vez para que pueda ver definitivamente. ¡Qué extraño!, ¿no? Pero al mismo tiempo qué interesante, qué lindo. Para rezar y pensar muchas cosas. ¿Por qué habrá pasado eso? Por la falta de fe de este hombre, Jesús quiso mostrar algo distinto.
Jesús a veces elige darle a cada uno lo que necesita, diría que a veces no, elige dar a cada uno lo que necesita en el lugar que él sabe que es mejor, a veces sin nadie –como en este caso–, «a las afueras del pueblo», a las afueras de este mundo alocado, sin gente, sin chusmas –como decimos–, sin «mirones», sin molestias de otros. Jesús por ahí con nosotros está haciendo lo mismo, nos está llevando de la mano a donde él quiere, nos conduce a donde él quiere, y aunque nosotros no comprendemos bien por qué no nos da lo que pedimos ahora incluso, él lo hace así, lo quiere así, sabe qué es lo mejor para vos y para mí. ¿No estará haciendo lo mismo con vos y conmigo, en silencio, ahora, mientras escuchamos este audio, sin que nadie lo sepa, pero de la mano; en el silencio de un oratorio, en el silencio de tu viaje, en el silencio de tu hogar cuando ya todos se fueron? ¿No será que Jesús está haciendo lo mismo con vos y conmigo? ¿No será que no tenemos que desesperar, que tenemos que confiar, que nuestra ceguera él en definitiva la curará? ¿No es más lindo también un milagro «personalizado», sin que nadie lo vea, sin las luces de este mundo que le gusta publicitar todo? Tiene también su encanto.
¿Y por qué por cuotas, por etapas?, nos podríamos preguntar. Bueno, eso mejor hay que preguntárselo a él, pero mirémoslo desde nuestro corazón. ¿No será que a veces nos falta fe? ¿Qué le habrá pasado en el corazón a este ciego? ¿No será que también tenía que sanar su mirada interior y dejar de ver a la gente como si fueran árboles, objetos y no personas? ¿No será que Jesús también quiere curar nuestras «ansias» de que todo sea ya, inmediato, de que todo sea en un clic? Bueno, muchas preguntas hice hoy. Alguna por ahí nos encaja bien al corazón. Por ahí la mejor pregunta es la que te tenés que hacer vos mismo o yo mismo. ¿No será que la curación de nuestra ceguera también es un proceso, como todo en la vida, y que es lindo ver cómo nuestro Maestro nos acompaña de la mano hasta que podamos ver bien?
Mientras tanto, luchemos interiormente para dejar de ver a los hombres, a nuestros más queridos, a los que andan por ahí, a los que están en la calle, a los más pobres, a los menos queridos, como «si fueran árboles que caminan».
No nos perdamos tanto amor de hermanos por andar mirando si nuestra estómago está un poco más lleno. Ser hijo y hermano es mucho más que una simple comida, es compartir nuestra vida con amor, llevando a Jesús con los demás!
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p. Rodrigo Aguilar
Martes 18 de febrero + VI Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 8, 14-21
Jesús volvió a embarcarse hacia la orilla del lago.
Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. Jesús les hacía esta recomendación: «Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.» Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan.
Jesús se dio cuenta y les dijo: «¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?»
Ellos le respondieron: «Doce.»
«Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?»
Ellos le respondieron: «Siete.»
Entonces Jesús les dijo: «¿Todavía no comprenden?»
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 8, 11-13
Buen día, buen lunes. Espero, como siempre, que comencemos una buena semana, una linda semana que no dependerá tanto de nuestros proyectos y de que nos salga las cosas como nosotros pretendemos, sino más bien que vivamos una semana siempre a la escucha, a la escucha de la Palabra de Dios, a la escucha de lo que Jesús nos va diciendo de tantas maneras diferentes; porque todo sirve para el bien de aquellos que aman a Dios, o sea, cuando tenemos nuestro corazón puesto en el amor de Dios o nos dejamos amar por Dios, ya no evaluamos las cosas, si estuvieron bien o mal según nuestros propios criterios, sino que aprendemos a ver su mano, su presencia, su providencia en todas las cosas.
En definitiva, retomando un poco el Evangelio de ayer, domingo, nos vamos a dar cuenta en la vida que seremos felices finalmente, como Jesús nos propone y quiere, si aprendemos a ser pobres de corazón, a vivir esta pobreza espiritual que se nos presenta en la primer bienaventuranza de labios de Jesús, en donde, en definitiva, lo que tenemos que aprender a hacer es justamente a no hacer nuestra propia vida, en el sentido profundo de la Palabra, a no pretender ser nosotros con nuestra voluntad o con nuestras ideas, construir la vida a nuestra manera.
Y alguno estará pensando: «Bueno, pero Dios no nos dio libertad para elegir. Dios no nos dio la libertad para también poder tener nuestros proyectos y aplicar ahí todas nuestras capacidades y dones». Sí, es verdad, nos dio esa libertad, pero al mismo tiempo y sin olvidarnos, y como algo más profundo que subyace en todo eso, tenemos que poner siempre la voluntad de Dios. En definitiva, Dios Padre nos dio la libertad y Jesús nos enseñó a ejercitarla cuando hacemos en definitiva lo que él quiere y como él quiere.
Algo del Evangelio de hoy nos enseña lo que no debemos hacer con Jesús, con su Padre, justamente si queremos ser felices: ni discutir, ni desafiar. Algo que les encantaba a los fariseos de ese tiempo y los de este tiempo también. Algo que a nuestro corazón a veces también le gusta bastante. ¿Somos de discutir y desafiar a los demás? ¿Somos de discutir y de desafiar incluso a Dios Padre? Vuelvo a decir, una cosa es preguntarle a tu Papá el porqué de esto o el porqué de lo otro –algo normal y parte de nuestra vida– y otra cosa es plantarnos, como se dice, frente a Dios como más grandes que él, y no como hijos, sino como «pares».
Discutir, en el fondo, no tiene sentido, dialogar sí. No discutamos con nadie, no perdamos el tiempo. Dialogar sí, siempre, no nos cansemos de dialogar aunque no lleguemos a un acuerdo, es lo mejor que podemos hacer. Pero sí hay que dejar de discutir, porque es lo peor que podemos hacer, discutir. Fijémonos qué dice el Evangelio de hoy, que «llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él», no dice que Jesús discutía con ellos. No me imagino a Jesús discutiendo, sí me lo imagino a Jesús queriendo entablar un dialogar, pero cuando alguien no quiere dialogar, el problema en el fondo no es de uno, sino que es del otro, es el otro el que no quiere. El que discute generalmente cae en el desafiar, en el intentar poner a prueba al otro, porque en el fondo no le interesa lo que el otro piensa y siente, sino solo lo que él piensa y siente. El que discute en general no escucha, no está dispuesto a escuchar, por eso discute, es medio sordo de corazón. El que discute no está abierto a incorporar algo nuevo, sino que busca que el otro se adecue a su manera de ser. Por eso los fariseos discuten, desafían y piden un signo, mientras tenían el signo frente a sus narices. Mucho para aprender de la Palabra de Dios de hoy, no solo en nuestra relación con los demás, sino con nuestro Padre del Cielo. ¿Dialogamos con nuestro Papá del Cielo o discutimos? ¿Le preguntamos o lo desafiamos?
Finalmente es lindo imaginar ese momento en el que «Jesús, suspirando profundamente, dijo: “¿Por qué esta generación pide un signo?”».