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El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org Cualquier testimonio o consulta escribir a algodelevangelio@gmail.com

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Algo del Evangelio

Lunes 17 de febrero + Marcos 8, 11-13 + Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 8.11-13

Llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: « ¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo.»
Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

¡Ay de nosotros, si hoy vivimos como si no necesitamos nada, ni de nadie, llenos de todo, pero en realidad llenos de nada! ¡Ay de nosotros, si pensamos que comprar algunas cosas va a saciar nuestro verdadero hambre de felicidad! ¡Ay de nosotros, los que creemos en Jesús y vivimos de la risa superficial y no nos damos cuenta del llanto y del sufrimiento de los demás!; podemos reír, sí está bien, pero no podemos olvidarnos de los que sufren y de los que lloran. ¡Ay de nosotros, los que creemos en Jesús, en un Dios crucificado y resucitado por nosotros y nos dejamos llevar por los elogios y aplausos de un mundo que busca el éxito a costa de todo, el placer por encima de todo y la riqueza como medida de la grandeza!
Que Jesús, desde Algo Evangelio de hoy, nos libre de todo esto, pero fundamentalmente nos abra las puertas a la felicidad, a sus promesas de felicidad eterna que empiezan acá en la tierra y que depende en cierta medida de nosotros si nos decidimos a vivirla.
Que las palabras del corazón de Jesús, de estas bienaventuranzas, nos ayuden a vivir un día en paz y que podamos encontrar la felicidad que él nos promete.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Domingo 16 de febrero + VI Domingo durante el año(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 12-13. 17. 20-26

Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón. Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:
«¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!
¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo!. ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!
¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Marcos 8, 1-10:

La vida moderna que vivimos, la mayoría de las personas de la tierra con sus bondades, también tiene cosas que tenemos que reconocer que nos han alejado de cuestiones muy humanas, que siempre la humanidad vivió y que en definitiva mal no le hacía, por ejemplo, la capacidad de sacrificarnos, de entregarnos, de luchar por objetivos y que eso nos cueste la piel, como se dice. Por eso, y terminando ya con esta imagen del caminar, del camino –porque somos seguidores del camino, vos y yo–, creo que es bueno que reconozcamos que la vida «fácil» que se nos planteó hoy, tantas comodidades que tenemos que nos han ayudado muchísimo, también nos han alejado de algo que no podemos perder, que es la capacidad de entregarnos, de superarnos. Jesús caminó, vivió como un hombre. Jesús caminó bajo el sol con sus discípulos, Jesús también tuvo frio, Jesús también sufrió el cansancio, Jesús también supo renunciar a sus comodidades para alcanzar algo mejor. Por eso, vuelvo a insistir, el caminar nos pone en un lugar que no deberíamos olvidar. Somos peregrinos en la tierra, vamos hacia la meta del cielo, y en esa meta tenemos que aprender a despojarnos de nosotros mismos para alcanzar ese fin. En esa meta vamos encontrando compañeros y compañeras de camino que también tenemos que aprender a ayudar, a animar. Por eso la Iglesia es una comunidad en camino, por eso vos y yo hoy animémonos a levantarnos el ánimo mutuamente, digámonos juntos: ¡Vamos! Tenemos mucho por caminar, tenemos mucho por descubrir. Dejemos atrás el lastre que nos detiene, que no nos deja ser libres. Aprendamos a despojarnos del pecado que nos esclaviza; despojémonos también de las cosas que creíamos que eran tan necesarias y finalmente nos atan a la tierra, si en definitiva, cuando lleguemos a la meta, cuando nos toque partir de este mundo, no nos vamos a llevar nada. Entonces ¿para qué cargar tanto? Andemos ligeros y terminemos esta semana felices de ser seguidores del Camino, sabiendo que Jesús es el Camino, es nuestra Verdad y nuestra Vida.
Siempre sobra, siempre sobra cuando se trata de las cosas de Dios. Cuando Jesús está en medio de nosotros, en nosotros, cuando camino con nosotros, jamás nos va a faltar lo esencial para vivir. Cuando falta, en realidad es porque Jesús no está ahí, no porque no quiere, sino porque alguien no le dio lugar, alguien le cerró la puerta. Dice el libro del Apocalipsis: «Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Ap. 3,20). Solo es cuestión de dejarlo pasar. Cuando Jesús entra en un corazón, jamás faltará lo necesario para vivir en paz, o sea, para vivir el amor. La Madre Teresa, no refiriéndose a este Evangelio, pero sí creo que cae como anillo al dedo, decía: «Yo hago lo que usted no puede, y usted hace lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer cosas grandes». Cada uno debe hacer lo que puede y los otros deben hacer lo que uno no puede, pero con esos «podemos», se pueden hacer muchas cosas que ni calculamos, que ni pensamos. ¡Qué emoción cuando uno se pone a pensar esto con fe y profundidad! ¡Esto es la Iglesia! ¡Qué maravilla cuando nos damos cuenta que la multiplicación de los panes, es el milagro continuo del amor de Jesús que se comparte y se derrama abundantemente a lugares impensados, a corazones que nunca imaginamos!
En Algo del Evangelio de hoy, el milagro de la multiplicación de los panes pasó verdaderamente, no como algunos tratan de negar todavía diciendo que es un escrito simbólico. Es una pérdida de tiempo en realidad detenernos en esos análisis que le faltan fe. Jesús lo hizo y lo sigue haciendo. Jesús lo hace a cada minuto, en cada rincón del mundo, cuando creemos en su amor, cuando confiamos en su Palabra, cuando nos abandonamos a su obra, cuando no nos adueñamos de su amor, cuando nos animamos a escuchar esto cada día, pero al mismo tiempo levantamos el corazón para ver que hay miles de «hambrientos», como nosotros, que necesitan del «pan de Jesús», del pan material, del pan de una vida más llevadera, más digna.

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Algo del Evangelio

La familia se mejora escuchándola, no se mejora mostrándole todo lo malo. La Iglesia no se mejora –como hacen algunos, incluso consagrados– con «incontinencia verbal», diciendo todo lo malo que hay, sino que se mejora la iglesia con el amor incondicional y con la entrega, con el caminar silencioso, con el amor profundo que nadie ve, como hicieron los santos.
¡Qué lindo que es terminar este audio o este día e imaginar que Jesús mire al cielo, suspire y diga sobre nosotros, sobre vos, sobre mí: «Efatá, ábrete. Que se abran tus oídos para que puedas escuchar todo lo lindo que tengo para decirte, todo lo lindo que dicen de vos, todo lo lindo que te andas perdiendo por no saber escuchar»! Que se abran nuestros oídos para que se nos suelte la lengua y comencemos a hablar normalmente, como deben hablar los hijos de Dios, como hablan aquellos que se dieron cuenta que son luz y sal de la tierra y tienen mucho que dar y amar a los demás.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Viernes 14 de febrero + V Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 31-37

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.
Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Ábrete.» Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.
Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Marcos 7, 24-30:

Seguramente habrás escuchado muchas veces esto: «Que en la vida espiritual hay que andar ligeros», hay que aprender a despegarse, a despojarse –por supuesto del pecado– pero también de aquellas cosas que en sí no son pecado, pero que en definitiva nos esclavizan de alguna manera: actitudes, forma de ser, pensamientos y tantas cosas que no nos dejan ser libres.
Bueno esto que es tan espiritual, se comprueba gráficamente, corporalmente y carnalmente –por decirlo de alguna manera– cuando uno camina, cuando uno hace un trayecto largo y tiene que cargar cosas para el camino, como la comida, como la ropa o cosas para dormir, y uno se da cuenta que cuando carga demás, no puede avanzar, que lo que más importa en una gran caminata, en una gran peregrinación, es «el peso que llevamos». No importa tanto a veces la distancia o la dificultad del camino, sino «el peso». Lo que determina el poder llegar o no, es el peso. Cuando estamos muy pesados, muy cargados, el cuerpo no nos aguanta. Por eso esta imagen que estamos tomando del caminar, nos tiene que ayudar en nuestra vida espiritual: ¿Qué estamos cargando demás? ¿A qué cosas estamos aferrados y finalmente no nos hacen avanzar, o nos hacen avanzar a pasos demasiados lentos, cuando en realidad podríamos estar corriendo por amor, corriendo hacia Jesús?
Algo de este Evangelio de hoy, tan particular, tan profundo, me anima a que reflexionemos sobre dos temas fundamentales: por un lado, pensar que Jesús no es «propiedad privada», no es solo de algunos y para algunos, sino que es de todos y para todos. Aunque a veces parezca lo contrario dentro de la Iglesia, aunque a veces queramos guardarlo celosamente como propiedad nuestra. Él ayuda y sana a quién quiere y como quiere, y no como nosotros esperamos. Por otro lado, la persona menos pensada a veces se transforma en modelo para imitar. Jamás podemos despreciar a una persona, por más distinta y alejada de nuestra realidad que parezca, sea del credo que sea y de la raza que sea.
Vamos al primer tema. Los seres humanos cometemos fácilmente el error de pretender poseer las cosas, tanto bienes materiales como espirituales, que pueden ser ideas, pensamientos o sentimientos. Nos adueñamos de las cosas, de las personas, de las ideas, de los logros. Nos encanta la exclusividad, nos encanta generar sectarismo y eso se manifiesta de muchas maneras. Podríamos hablar horas de esto. Esto se da de diferentes formas y matices, incluso dentro de la misma Iglesia. Pasó en la vida de Jesús, con los discípulos y muchos otros, varias veces quisieron «adueñarse del Maestro», sin embargo, Él siempre lo evitó. Nuestra gran tentación es adueñarnos de lo que nos hace bien y pretender ese bien solo para nosotros, o bien pretender que todos hagan lo mismo que nosotros; pasa para ambos lados. Los que conocieron a Jesús en un lugar, en una comunidad, hacen de ese lugar y comunidad algo así como su «nichito exclusivo», en donde solo pueden entrar los que más o menos se parecen a ellos ¡Qué tristeza cuando rodeamos a Jesús con nuestras ideas e impedimos que otros puedan vivir lo mismo que nosotros!, pero como son ellos, naturalmente. Y el otro extremo es el fanatismo: si no hacen lo mismo que nosotros, si no conocen a Jesús en mi movimiento, en mi grupo, en mi parroquia, con el retiro que a mi me gusta, casi que no entienden nada, no van a conocer a Jesús. ¡Cuánta soberbia! ¡Qué estrechez de corazón! ¡Qué cerrazón de corazón!
Lo segundo es que a veces los menos pensados pueden ser testimonio de fe y los más cercanos por prejuiciosos podemos transformarnos en «burócratas de la fe». Poner tantas condiciones y trabas que al final seguir, conocer y amar a Jesús, se transforma en un trámite más, controlado por algunos que ponen las reglas y los demás se tienen que acoplar sin libertad: para seguir a Jesús, tenés que hacer esto, lo otro; tenés, tenés, y así mil cosas. Somos nosotros los que le digitamos el camino a los demás y no dejamos que los demás hagan su camino.

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Algo del Evangelio

La capacidad de amar, Dios ya la puso en nuestro corazón y eso nos va «abuenando», nos va purificando del otro, que siempre está y estará, pero que en la medida que dejamos salir lo mejor de nosotros, se va apagando, va perdiendo fuerzas y colaboramos a que todo lo que nos rodea vaya siendo más lindo, las personas y las cosas.
Vos y yo seremos más cristianos en la medida que busquemos amar en cada cosa y no tanto por luchar contra los males de este mundo, aunque a veces sea un poco necesario. Pongamos nuestro corazón en lo bueno y ya tendremos la mejor de las batallas ganadas: el darnos cuenta lo que somos, lo que Dios nos dio. «Escúchenme todos y entiéndanlo bien», dice Jesús hoy. Escuchemos atentamente la Palabra, para no equivocarnos con pensamientos tan distintos a los de Dios y que nos hacen errar el camino. Dejemos que Jesús nos sane el corazón, que nos sane de tantas impurezas que no nos dejan vivir en paz, que no nos dejan amar como Jesús quiere que nos amemos.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Miércoles 12 de febrero + V Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 14-23

Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!»
Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola. Él les dijo: «¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?» Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos.
Luego agregó: «Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre.»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Marcos 7, 1-13:

Decíamos ayer que siempre cuando comenzamos un camino –seguramente te pasó alguna vez–, esos comienzos son promisorios, son prometedores, nos llenan de entusiasmo y de ganas, porque todo recién comienza. Por eso, cuando empezamos a caminar, nos vamos dando cuenta que, en definitiva, caminar es conocer también; porque, cuando caminamos, salimos de nosotros mismos y emprendemos una ruta que, aunque incluso la hayamos hecho alguna vez, siempre es nueva, siempre es todo nuevo cuando caminamos, si aprendemos a levantar la cabeza. Y así es como vamos abriéndonos a cosas nuevas. Cuando caminamos, si caminaste alguna vez en una peregrinación o en la montaña, o lo que sea, te habrás dado cuenta que vas conociendo la obra de Dios, que se manifiesta en la creación, en la naturaleza; se manifiesta en nosotros, porque muchas veces caminamos con otros y vamos conversando y nos vamos conociendo, vamos abriendo nuestro corazón y, por supuesto, también vamos conociendo a Dios, a Jesús, en nuestro corazón, porque también, cuando caminamos, tenemos momentos de silencio y aprendemos a escucharnos a nosotros mismos y a escuchar la voz de Dios en nuestro corazón. Por eso hay que caminar, porque solo caminando vamos descubriendo las maravillas que Dios nos tiene preparadas para nuestra vida.
Algo del Evangelio de hoy habla de la hipocresía de los fariseos, que terminaron reemplazando el mandamiento de Dios por tradiciones de los hombres, por tradiciones hechas por ellos. Jesús se enoja al ver que «el pueblo lo honra con los labios, pero no con el corazón». Y este es el peligro de todos los hombres, de todos los hombres religiosos, de todo católico, tanto del que se cree mejor por estar cumpliendo todo lo que supuestamente hay que cumplir y por estar aferrado a las cosas del pasado –que parece para muchos que son mejores– como el que desprecia lo anterior por el solo hecho de ser viejo, como dicen, y, al mismo tiempo, termina creándose sus propias tradiciones actuales, pero tradiciones al fin, hechas a su medida.
Vamos por partes. El problema no es en sí el mandamiento entonces, por supuesto; el problema es que olvidamos el mandamiento de Dios, el pueblo judío olvidó el mandamiento de Dios y nosotros también lo olvidamos y vamos armando sin querer nuestro propio «castillito espiritual». El problema no es que el sol no está cuando está nublado, sino que lo están tapando las nubes. El problema no es que haya tradiciones humanas que son inevitables, sino que nosotros hacemos de las tradiciones «el sol» y no nos damos cuenta que las tradiciones son como las nubes que van y vienen, que van cambiando de forma, que desaparecen y aparecen, y le dan un poco de color al cielo.
Ahora, ¿qué hacemos entonces? ¿Hacemos desaparecer las nubes para ver siempre el sol? Y la verdad es que no se puede; las nubes existen y sirven porque además nos dan sombra a veces, son lluvia linda que empapa la tierra. Las nubes además embellecen el cielo, lo hacen bastante más lindo. Las tradiciones humanas que nos vamos transmitiendo, de alguna manera, «adornan» nuestra fe, por decirlo así, y nos hacen verla un poco más linda, vivirla con más intensidad; pero no son la fe, no son el sol, sino que nos ayudan.
Sería mucho más largo de explicar, no sería para este audio, pero de paso te cuento que, además, hay que aprender a distinguir entre Tradiciones o Tradición con mayúscula, que son las que nos vienen directamente de Jesús y de los apóstoles y no podemos cambiar, y tradiciones con minúscula, que son las que son creadas por nosotros, por la Iglesia y que podemos ir cambiando siempre bajo la autoridad de la Iglesia.
Y a esta se refiere Jesús en el Evangelio de hoy, a las tradiciones con minúscula, a las que se pueden cambiar.

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Algo del Evangelio

https://youtu.be/qbHcv-MoqSw

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Algo del Evangelio

Comentario a Marcos 6, 53-56:

Vamos a continuar en esta semana reflexionando sobre esta imagen del camino, ¿te acordás que la semana pasada empezamos a reflexionar, a pensar un poco, a comparar esta imagen del camino con nuestra vida de fe?; de hecho, a los primeros cristianos se los llamaba «seguidores del Camino».
Cuando comenzamos siempre un camino, cuando emprendemos un viaje, en donde implica un esfuerzo en general, así como pasa con la vida de la fe, todo comienza bien, todo comienza con entusiasmo. Y es lindo que así sea, porque tenemos el corazón puesto en la meta, en nuestros deseos de llegar y en todo lo que vamos a experimentar a lo largo del camino. Todo al comienzo nos resulta fácil, no pensamos en las dificultades, no pensamos ni siquiera en los dolores del cuerpo, andamos incluso con la cabeza bien alta, mirando, observando todo. ¿No te pasó alguna vez? Bueno, es lindo que así sea y es lógico que así sea. Y así también pasa en nuestra vida cristiana. Después de una conversión o cuando descubrimos verdaderamente a Jesús, todo comienza sobre ruedas, como se dice, sobre patines. No nos cuesta la oración, no nos cuesta la participación en los sacramentos, todo se nos hace cuesta abajo. La gracia de Dios nos acompaña mucho y todo se nos hace más fácil.
Pero vamos a Algo del Evangelio de hoy, donde podemos descubrir a Jesús como médico, ayudando también, simbólicamente, a formar como hospitales por donde pasaba; en realidad, era la gente la que sin querer y por el gran deseo de ser sanados, transformaban el entorno de Jesús –las ciudades, los pueblos, las plazas– en hospitales. Porque eso hace él con nosotros, esa es una de las grandes tareas y misiones de nuestro Salvador: sanarnos, sanarnos principalmente del pecado que va carcomiendo nuestro corazón y nos va aislando de los demás. Porque la mayor consecuencia del pecado en nuestro corazón es el egoísmo, el excesivo amor propio que nos aísla de los otros y no nos permite crear relaciones sanas de amor que nos hagan vivir plenamente. En el fondo, nos invita el pecado a caminar solos, pensando que podemos.
Y por eso también para nosotros él es como el médico del alma. Del mismo modo que el sacerdocio cristiano y la Iglesia son de alguna manera ese ejercicio continuo de la sanación que Jesús vino a traer al mundo, incluso en el Evangelio de ayer veíamos como la gente se agolpaba para escuchar la Palabra de Dios, y hoy vemos como la gente se agolpa para ser sanada.
Algo del Evangelio de hoy, en muy pocas palabras, nos da una pincelada de lo que generaba la presencia de Jesús, de lo que se había extendido su fama por todos lados, del deseo insaciable que tenía la gente de estar con él por lo que hacía, por sus curaciones, por los exorcismos; y un poco menos, por sus palabras, por lo que decía. Siempre es más atrayente saber que alguien puede sanarnos de nuestros males físicos, que de nuestros males espirituales, morales, que muchas veces ni sabemos reconocer.
Te presento una suposición: si hoy te dijeran que en la plaza de tu ciudad, de tu barrio, en la plaza más cercana en donde vivís, va a estar alguien que cura y sana enfermos con solo tocarlos… ¿qué harías?, ¿qué haríamos? Me imagino que, si estás enfermo, irías corriendo o le pedirías a alguien que te lleve. Me imagino que, si no estás experimentando ningún sufrimiento en tu cuerpo, en una de esas te acercarías por curioso, porque por ahí no creerías mucho y ni te daría ganas de ir. Y si te digo que hoy en la plaza de tu barrio hay alguien que va a hablar a la multitud para dar un mensaje de paz, de cambio personal, de amor, palabras que cambiarán tu vida… ¿qué harías?, ¿qué haríamos? Bueno, algo así pasaba con Jesús. Sus curaciones atraían multitudes. Sus palabras generaban admiración, pero no siempre tanta adhesión. Lo mismo pasa hoy. Ante lo extraordinario, es fácil generar convocatoria, se llena fácil; sin embargo, ante lo cotidiano, ante palabras que lo que nos piden es un cambio de vida, un esfuerzo personal, no todos se entusiasman tanto.

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Algo del Evangelio

Ojalá que hoy tengamos un buen domingo, que podamos vivirlo en familia y que nos dejemos mirar por Jesús y dejar que nos diga al corazón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres». Ojalá que hoy también experimentemos lo lindo que es ser pescador de hombres, lo lindo que es transformarnos en evangelizadores y llamar a otros a esta gran aventura.
Todo cristiano debe experimentar esto: la linda sensación de sentirse un poco indigno pero, al mismo tiempo, mucho más grande, muy agraciado, muy tenido en cuenta, muy amado, muy salvado.
Eso es lo que hace Jesús con nosotros, nos saca de nuestra indignidad, nos saca de nuestra miseria para transformarnos en dignos ayudantes de su amor. Dignos pescadores de hombres.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Lucas 5, 1-11 + V Domingo durante el año(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 5, 1-11

En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes».
Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes». Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador». El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres».
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Marcos 6, 30-34:

Si hay algo que tiene nuestro camino de la vida, es que sabemos hacia dónde vamos, sabemos cuál es la meta, pero la verdad es que no sabemos cuánto demoraremos en llegar. Hoy, sin embargo, la tecnología, los grandes avances nos hacen saber casi todo. Podemos saber cuánto tiempo tardaremos en ir hacia un lugar, sabemos cuánto tiempo vamos a demorar si vamos en auto, si vamos en medio de transporte público, si vamos caminando. Podemos saberlo todo, y eso, aunque parece muy bueno, muchas veces puede jugarnos en contra, porque nos genera una cierta ansiedad. Casi que nos ponemos por encima del tiempo y no dejamos que sea el tiempo mismo el que de algún modo, dicho simbólicamente, nos vaya llevando.
Vuelvo a decir, nosotros sabemos en la vida hacia dónde vamos. Vamos hacia el cielo. Tenemos una morada preparada en el cielo, como dice Jesús: «Hay habitaciones para todos», pero en definitiva no sabemos cuándo partiremos de este mundo. Sin embargo, tenemos que seguir caminando. Y en ese caminar, por supuesto, nos cansaremos y tendremos que aprender a frenar, tendremos que aprender a regular nuestras fuerzas y a saber vivir el presente, dar cada paso sabiendo que tenemos que darlo, pero que, en definitiva, no sabemos cuándo será el último. Y qué bien nos hace entonces tener un Evangelio en este sábado, como el de hoy, en donde en definitiva Jesús les enseña a los discípulos que en este camino también hay que aprender a descansar.
Por eso vamos a Algo del Evangelio de hoy: ¿Quién dijo que ser cristiano es trabajar y trabajar o –diríamos nosotros hoy– caminar y caminar y no descansar nunca? ¿Quién dijo que ser cristiano es solamente vivir como volcados hacia afuera, haciendo continuamente cosas por los demás y no tener tiempo para aprender a contemplar, a tener un sano ocio, a descansar un poco?
Creo que tal como lo pinta esta escena tan linda, ser cristiano en definitiva es andar con Jesús, es caminar con él, y en ese caminar como cualquier camino de la vida hay de todo, incluso momentos en los que él nos puede decir: «Vení, vengan, apártense un poco, vamos a un lugar desierto para descansar».
Jesús mismo lo necesitaba, necesitaba descansar físicamente y descansar también del agobio de tanta gente que se acercaba para escucharlo, para ser sanada; necesitaba también escuchar a sus amigos, a los apóstoles, hablarles, animarlos, empujarlos, levantarlos; necesitaba apartarse también para estar con los apóstoles porque ni siquiera tenían tiempo para comer, ni siquiera tenían tiempo para conversar –también podríamos pensar– porque el reunirse a comer para nosotros es también de algún modo un aprender a escucharnos, a dialogar, a saber lo que le está pasando al de al lado, a nuestro hijo, a nuestra hija, a tu marido, a tu mujer, a tus amigos.
Jesús también necesita apartarnos un poco para estar con nosotros, en realidad somos nosotros los que necesitamos que Jesús nos «aparte», porque si fuera por nosotros, seguiríamos y seguiríamos sin parar hasta que algún día terminamos tirados al costado del camino, porque no sabemos descansar.
Sabemos –por el Evangelio de hoy– que finalmente Jesús no pudo tener ese momento de descanso, porque la gente los vio, los persiguió y no les dio respiro; y además, terminó compadeciéndose de todos y les siguió enseñando largo rato.
Pero es bueno que de la escena de hoy nos quedemos con esta intención de Jesús, él quiso eso, aunque al final no lo pudo hacer. Él quiere también hoy que aprendamos a apartarnos, él quiere que sepamos dejar un poco nuestras cosas de lado, incluso nuestras tareas apostólicas, nuestras tareas de caridad, del servicio que hacemos, cosas que él mismo nos pide; pero también él quiere que nos apartemos para que aprendamos a estar con él, para reclinar nuestra cabeza en su corazón. Y no es descansar por descansar, no es dormir por dormir, no es tirarse en la cama por tirarse en la cama; es aprender a apoyar nuestra cabeza en su corazón, como lo hizo el discípulo amado en la última cena.

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Algo del Evangelio

https://youtu.be/NrL7F_y2aNw

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 6, 12-13. 17. 20-26:

Así como ese día Jesús se retiró para orar, y pasó toda la noche en oración, hoy nosotros, en este domingo, podemos, de algún modo, hacer lo mismo. Cada domingo podríamos hacer el mismo ejercicio, para poder experimentar lo necesario que es apartarse un poco para rezar. No se reconoce la necesidad de oración que tenemos todos hasta que no la experimentamos, y no se la experimenta hasta que no se toma la decisión de apartarse y hacer el esfuerzo y disfrutarla. Ese es el desafío de todo cristiano, el mío y el tuyo. Necesitamos retirarnos, como lo hizo Jesús, es ahí donde todo se ve distinto, donde todo se siente distinto.
Dice Algo del Evangelio de hoy que Jesús fijó la mirada en sus amigos. Podemos pensar que también en nosotros, que al abrir su corazón con las bienaventuranzas lo que quiso hacer es pintarnos de algún modo su rostro, diciéndonos cómo es su corazón, que en definitiva en su rostro se reflejaba su corazón.
¿Queremos intentar vivir el Evangelio en serio? ¿Querés? El camino es vivir las bienaventuranzas; no cumplir los mandamientos, no cumplir las bienaventuranzas, sino vivirlas, porque no son unos mandamientos nuevos, sino que son promesas de un Padre para sus hijos.
Él nos promete ser bienaventurados, ser felices al modo del Evangelio, siguiendo el camino que nos señala, siguiéndolo a él, viviendo como él. Eso son las bienaventuranzas, por eso no te imagines más mandamientos, más peso, más cosas imposibles que hacer, sino que son un don, una posibilidad que nos da el corazón de Jesús que nos invita a vivir así, dándonos fuerza para hacerlo, para que nos parezcamos un poco más a él.
Por eso, seremos felices cuando creemos en sus promesas; y eso ya nos pone en un camino de felicidad, creer en lo que nos promete. Seremos felices si le creemos más a él que a las promesas que nos hacen de todos lados, haciéndonos creer que por tener mucho y ser reconocidos, estaremos mejor. Seremos felices si le creemos más a Jesús que a nuestros deseos terrenales de felicidad –aunque muchos sean legítimos–. Seremos felices si confiamos en que todo esto es verdad.
¿Y qué es verdad?, te preguntarás. Que la pobreza espiritual nos permite andar ligeros en la tierra, ya nos da algo de la felicidad que experimentaremos algún día en el cielo y que no tendrá fin. Porque vive el Reino de Dios aquel que se siente y vive como hijo, no pretendiendo grandezas que superen su capacidad, sino «el que acalla y modera sus deseos como un niño en brazos de su madre». El pobre de espíritu es el que acalla y modera sus deseos, el que no pretende abarcarlo todo, el que vive el día a día como si fuera un regalo y por eso cuida su vida y la vida de los demás; el que no está angustiado por el futuro, por cómo va a hacer para resolver esto o lo otro, como pensando que es el centro de todo, sino estando en paz. Por eso, hoy seremos felices y bienaventurados si no nos angustiamos de más, si no nos angustiamos por lo que vendrá mañana.
Hoy vamos a experimentar más felicidad si creemos que, aunque a veces nos falte un poco de amor, de afecto, confiamos en que solo seremos saciados por el amor de Dios.
Hoy seremos más felices, aunque estemos llorando por algún dolor, por alguna angustia, por una muerte, por la falta de trabajo, por peleas en nuestras familias, por nuestras frustraciones diarias; seremos más felices si confiamos en que el consuelo verdadero nos vendrá solo de él, solo si nos acercamos a él, si nos arrodillamos ante él, si dedicamos más tiempo a Jesús, si nos entregamos más a los demás y hacemos algo por ellos.
Hoy seremos más felices si, aunque nos burlen en el trabajo, en la facultad, incluso en la propia familia, experimentamos que no hay nada más lindo que sufrir algo por amor a Jesús, uniendo nuestro sufrimiento al de él, sabiendo que esa unión da un gozo que solo puede explicar aquel que ama y tiene fe, sufriendo a causa del Reino de los Cielos.

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Algo del Evangelio

¿Pensamos que tenemos que tener mucho para convertirnos en pan para los demás? ¿Pensamos que tenemos que saber mucho para hablar de nuestro buen Jesús? Eso no es así. Vos y yo somos luz y sal. Llevamos en nuestro interior el tesoro y la capacidad de amar, no hay que dar más vueltas. Cuando damos vueltas es porque erramos el camino, porque no nos damos cuenta de que ya tenemos en el corazón todo para dar. No hay que ir a buscar pan para todos a todos lados, hay que dar lo que se tiene y eso se multiplica. Así de sencillo. ¿Nos parece extraño? ¿Será porque todavía no experimentamos que el amor de Jesús siempre es desbordante? Si ya lo hacés, afírmate en esta maravilla multiplicadora. Si todavía no lo hiciste, pensá en alguien que pueda hacer «lo que vos no podés» y ponete a hacer «lo que otros no pueden», así es como se van uniendo los eslabones de la cadena y se llega a donde jamás hubieses pensado.
Siempre sobra, siempre sobra cuando se trata de las cosas de Dios. Cuando Jesús está en medio de nosotros, cuando le abrimos la puerta del corazón para cenar con él todos los días, cuando caminamos hacia él, nunca nos faltará lo necesario para vivir y para amar.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Sábado 15 de febrero + V Sábado durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 8, 1-10

En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos.»
Los discípulos le preguntaron: «¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?»
Él les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes?»
Ellos respondieron: «Siete.»
Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud. Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran.
Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado.
Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió. En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Marcos 7, 31-37:

Por supuesto que cuando caminamos, nos cansamos. Esto es algo que no podemos dejar de hablar. El camino de la vida tiene incluido muchos cansancios, muchos deseos de dejar, muchos deseos de sentarnos y no levantarnos más. En el camino, ese entusiasmo del comienzo muchas veces se transforma en tedio, en preguntarnos: ¿Para qué estoy caminando? ¿Voy a llegar en algún momento? ¿Tiene sentido lo que estoy haciendo? Bueno, si eso nos pasa caminando cuando hacemos algo que nos gusta, ¿cómo no nos va a pasar con la fe también, con nuestra vida espiritual?, donde tantas veces nos hemos preguntado esto: ¿Vale la pena lo que estoy haciendo, si mientras yo estoy caminando veo que otros hacen otra cosa? Cuando peregrinamos, también vemos que el mundo está en otra cosa. Mientras nosotros vamos hacia un lugar, nos pasa la gente, nos mira, nos puede incluso saludar: algunos con buen corazón, otros nos miran incluso con desprecio; y nos damos cuenta que mientras nosotros vamos hacia una meta, los demás están en otra cosa. Bueno, lo mismo nos pasa con la fe, ¿no te pasó alguna vez? No te preguntaste…? ¿Vale la pena esto que estoy haciendo? ¿Vale la pena luchar y luchar? ¿Tiene sentido? ¡Qué ganas a veces de tirarnos al costado del camino y no levantarnos más! Sin embargo, tenemos que volver a decir: ¡Vale la pena cada paso que damos!, porque llegamos gracias a cada paso que damos. Cada esfuerzo que hacemos en el caminar, ¡vale la pena!, aunque nadie lo vea, aunque nadie se dé cuenta.
Seguramente alguna vez lo experimentaste, estabas muy cansado, muy cansada y seguiste caminando, seguiste poniendo esfuerzo y te diste cuenta que, cuando llegaste, valió tanto la pena. ¡Qué lindo que es llegar! ¡Qué lindo que es llegar y tener también nuestro merecido descanso!
En el camino de la fe, Jesús nos enseña que sí, nos podemos frenar a descansar, pero no nos podemos detener, no nos podemos quedar al costado del camino esperando no sé qué. ¡Levántate! Si estas tirado, tirada, ¡levántate!, seguí caminando que vos podés.
Algo del Evangelio de hoy, con la curación de este hombre sordomudo, tiene mucho para enseñarnos. El hablar tiene mucho que ver con el escuchar. No hablamos bien cuando no hemos escuchado bien en la vida. Los sordos de nacimiento también son mudos. Por no haber escuchado nunca las palabras, no saben pronunciarlas, no saben emitir los sonidos que forman las palabras; pero ellos no tienen la culpa, y finalmente se hacen entender de alguna forma. Pero los peores podemos ser nosotros, los que formamos muy bien las palabras. Somos muy educados, nos enseñaron a escribir, a leer y a decir las cosas, pero en el fondo muchas veces no sabemos escuchar con el corazón, somos un poco «sordos del corazón».
La sordera del corazón, que se manifiesta exteriormente, es uno de los peores males. Es la que produce todas las peleas, divisiones, rencillas, complicaciones, rencores, malos entendidos, calumnias, difamaciones y tantas cosas más en nuestras vidas; porque en realidad no sabemos escuchar, estamos a veces un poco sordos, o bien escuchamos lo que queremos. Nos perdemos de oír las cosas lindas y a veces nos habituamos a oír cosas malas. Por eso, de nuestro corazón salen las cosas que nuestros oídos escuchan, de nuestros labios salen las palabras que pueden no hacer bien, porque en el fondo nos hemos alimentado de pesimismo. Nos perdemos de escuchar todos los días con detenimiento las cosas lindas que nuestro Padre del Cielo nos quiere decir, por andar escuchando tantas sonseras, tantas malas noticias, tantas noticias sin sentido, noticias frívolas, y así nos pasamos los días usando nuestros oídos en cosas que no tienen sentido. Nos podemos perder de decir cosas lindas a los que lo necesitan, por andar soltando nuestra lengua en palabras vacías, que molestan, que se quejan, que critican y pretenden resolver los problemas del mundo por un momento de charla.
El mundo no se mejora con palabras y quejas. El mundo se mejora caminando y trabajando con un corazón ardiente.

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Algo del Evangelio

Incluso algo peor que también pasa: para anunciar a Jesús, tenés que ser así, asá, hacer esto lo otro, llenar este formulario o el otro», o sea que para ser buenos cristianos casi que tenemos que presentar un curriculum de buena conducta, un A.D.N. de cristiano, que se parezca –por supuesto– bastante al que yo creo que es el verdadero. Como decía el papa Francisco: «Es más importante la gracia que toda la burocracia. Y tantas veces nosotros en la Iglesia somos una empresa para fabricar impedimentos, para que la gente no pueda llegar a la gracia». Durísimo lo que decía, pero muy verdadero. Cuanto más cerca estamos de Jesús, o creemos estarlo, más peligro corremos de transformarnos en burócratas de la fe que impiden el acceso de los más sencillos a Jesús.
Bueno, si te queda alguna duda sobre cuál es la verdad del Evangelio, sobre este tema, sin dejar de lado todas las otras verdades que contiene y sin relativizar lo que Jesús enseña, te propongo que vuelvas a escuchar el texto de hoy: una pagana que se transforma en testimonio de fe para acercarse a un Jesús aparentemente bastante duro, pero que termina concediéndole lo que ella necesitaba y pedía. Sin embargo, Jesús lo hizo para sacar lo mejor y más profundo que tenía esa mujer en el corazón: su fe y su confianza en Él, algo que a nosotros muchas veces nos falta por habernos acostumbrado a estar mucho con Él.
Para sintetizar, Jesús no es «propiedad de algunos», Él nos ayuda a ver mucha bondad fuera de nuestras cuatro paredes, fuera de nuestras narices, incluso fuera de la propia Iglesia.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Jueves 13 de febrero + V Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 24-30

Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto.
En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio.
El le respondió: «Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros.»
Pero ella le respondió: «Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos.»
Entonces Él le dijo: «A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija.» Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Marcos 7, 14-23:

Cuando uno emprende un viaje, un camino, una de las cosas importantes a tener en cuenta y que siempre nos preguntamos, o incluso pedimos consejos, es: ¿qué llevo?, ¿qué cargo?, ¿qué es lo que voy a necesitar realmente? Bueno, de ahí empiezan ciertos problemas, porque según los consejos que escuches, según si alguien hizo o no el camino que voy a hacer anteriormente, según mis preferencias, según lo que yo creo que voy a necesitar, cargaré más o menos cosas. Sin embargo, la verdad es que vamos a descubrir qué es lo que necesitamos, solamente caminando. Nos podrán decir mil cosas, nos podrán dar mil consejos. Sin embargo, cuando empezamos el camino, cuando empezamos a conocer nuestra capacidad, hasta dónde nos da la fuerza, cuándo es que nos cansamos, nos daremos cuenta si hemos llevado o no cosas demás. Siempre finalmente, al final del camino, nos daremos cuenta que inexorablemente somos propensos a cargar demás. Y hay que ir ligeros, así como Jesús les ordenó a sus discípulos que «no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas». Y nosotros, en el camino de la vida, ¡cuántas cosas cargamos que después no necesitamos! ¡Cuántas cosas llevamos en la espalda que nos pesan y lo único que hacen es hacernos el camino más difícil! Señor, enséñanos a caminar ligeros, livianos porque, en definitiva, lo que nos molesta en el camino es el peso. Si no lleváramos nada, sería todo mucho más fácil. Pero bueno, acá estamos. Seguimos caminando.
Algo del Evangelio de hoy nos enseña que no podemos echarle la culpa a nuestros males, a las cosas que vienen de afuera. El mal no es algo que anda dando vueltas por ahí y se nos mete en el corazón, como por arte de magia, como algunos piensan. El mal no es algo que hacen los demás y a mí me toca sufrirlo solamente, sino que es algo que brota también de nuestro propio corazón. Debemos reconocerlo, y en eso todos tenemos un poco que ver, todos aportamos algo al mal de este mundo, a que las cosas no anden bien. No podemos echarle la culpa siempre a los de afuera. No podemos echarle la culpa al mundo de hoy, a internet, al celular, a la televisión, a las cosas malas que pasan y antes no pasaban. No podemos vivir pensando que la culpa la tienen los otros y que todo lo que no es mío, no es tan bueno. Es verdad que fuera nuestro hay situaciones malas, es verdad que hay injusticia, es verdad, y que hay que evitar los lugares malos y estar con personas que nos hacen el mal, que de alguna manera nos «ensucian». Pero también es bueno volver a escuchar hoy lo que dice Jesús: «Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro». Lo que sale de nuestro corazón, del tuyo y del mío, es lo que nos ensucia, porque nuestro corazón es el que está herido por el pecado.
Fuimos creados para amar, para salir de nosotros mismos, sin embargo, en el corazón del hombre hay de todo un poco: hay también malas intenciones, lujuria, deseos de tener lo de los otros, deseos de matar, incluso de criticar, de juzgar, deseos de «adulterio, de maldad, de engaños, de deshonestidades, de envidia, de difamación, de orgullo, de desatino», como dice la Palabra. Cada uno tiene lo suyo, cada uno debe ser sincero consigo mismo y darse cuenta de que, aunque lo de afuera influya, el que finalmente hace las cosas es uno, somos nosotros los que decidimos comportarnos como hijos de un Padre o no. No podemos vivir como los fariseos, creyendo que el problema de nuestra impureza es externo. Eso es la hipocresía que enferma, ver siempre el problema fuera y no en nosotros.
No podemos vivir pensando que, por hacer cosas buenas, «seremos buenos», sino que, en realidad, porque ya tenemos amor en nuestro corazón, podemos hacer cosas buenas por los otros.

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Algo del Evangelio

Lamentablemente esta palabra (tradición) está un poco mal usada, tanto para el que le gusta mucho y la usa para aferrarse al no cambiar –esto lo vemos en los mal llamados, creo yo, «tradicionalistas»– como para el que las desprecia y critica lo tradicional, pero finalmente se aferra a su nueva tradición, creada por él mismo, por otros, que es la del cambio por el cambio mismo; un cambio a veces infantil, sin criterio, un cambio solo por capricho personal.
Tanto el que se aferra al pasado solo por el hecho de que todo lo anterior fue mejor, solo por pensar que todo lo de ahora es malo, como el que cambia por cambiar y rechaza todo lo antiguo; ambos no comprenden lo que significa lo «tradicional», ambos dejaron que las nubes le tapen el sol y se olvidaron del sol y, además, se quedaron peleando por las nubes. Esto nos pasa muchas veces en la Iglesia, parece que hay como dos bandos: los tradicionalistas o los progresistas. Dos etiquetas feas que no tienen sentido, mal puestas. Nada más alejado del Evangelio que etiquetarnos entre nosotros. Si nos ponemos etiquetas, es porque nos olvidamos de lo esencial, del sol. Si ponemos etiquetas a otros, es porque estamos juzgando y no entendimos el mensaje de Jesús en el Evangelio.
Aprendamos a aceptar ciertas nubes, ciertas tradiciones que nos ayudan a embellecer y a transmitir la fe, aceptemos que hay algunos que les puede gustar más o menos algunas cosas. Lo que no podemos aceptar es pelearnos por cosas que no son el sol. Mientras el sol está queriendo iluminarnos y nosotros estamos mirando para abajo, peleándonos por algunas nubes, perdiéndonos lo mejor; en este caso, caemos todos juntos en la hipocresía.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Martes 11 de febrero + V Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 1-13

Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce.
Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?»
El les respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres.»
Y les decía: «Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y además: El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte. En cambio, ustedes afirman: "Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán -es decir, ofrenda sagrada- todo aquello con lo que podría ayudarte..." En ese caso, le permiten no hacer más nada por su padre o por su madre. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como estas, hacen muchas otras cosas!»

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Por eso, hoy podríamos hacernos varias preguntas: ¿qué es lo que en definitiva le interesa, le interesaba a Jesús? Por supuesto que no hay una única respuesta, como siempre. Por un lado, obviamente que Jesús se compadeció del dolor humano y salió para aliviarlo, y, de hecho, el Evangelio muestra que así lo hizo. Pero, por otro lado, hay un dato que es imposible de ocultar, y si no lo decimos, ocultamos parte de la verdad o la distorsionamos. ¿Qué dato? En realidad, te dejo más preguntas. ¿Por qué Jesús no terminó con todo el sufrimiento humano, por qué no lo eliminó? ¿Por qué no demostró todo su poder y sanó a todos, o bien no recorrió todo el mundo para sanar a todos? ¿Por qué hoy Jesús no sana a todos los que sufren y a los que se acercan a él? ¿No tiene tanto poder o prefiere otra cosa? ¿Le gusta vernos sufrir? ¿Le da lo mismo? ¿Quiere que algunos se curen y otros no? La gran pregunta de fondo y que todos nos hicimos alguna vez o nos haremos alguna vez es… ¿por qué Dios permite el sufrimiento?

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Lunes 10 de febrero + V Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6, 53-56

Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí.
Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados.

Palabra del Señor.

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Algo del Evangelio

Comentario a Lucas 5, 1-11:

En este domingo, en el que seguramente, como siempre, tenemos un poco más de tiempo para leer, para escuchar la Palabra de Dios, para estar con nuestra familia, te aconsejo, me aconsejo volver a leer o a escuchar el Evangelio de Lucas que acabamos de escuchar, valga la redundancia, y también la primera lectura y la segunda de este día, porque de alguna manera todo el conjunto de estas lecturas nos ayudan a comprender qué es lo que hoy la Iglesia nos quiere enseñar.
Una figura importante de hoy es Pedro, que vemos cómo hoy se arroja a los pies de Jesús, después de experimentar y ver lo que significó confiar en su palabra, en la palabra de Jesús, confiar en que, si él tiraba las redes a donde Jesús le decía, aunque anteriormente no había pescado nada y él sabía, finalmente algo podía salir. De golpe, como decimos, esa experiencia tan profunda lo hace reconocerse pecador, débil, miserable, reconocerse una pobre criatura. Y por eso Pedro se arroja a los pies de Jesús, le pide que se aleje de él porque se siente un pecador: «Aléjate de mí, porque soy un pecador» –le dice, desde el fondo de su corazón–. Se siente nada ante lo que acababa de ver y experimentar, ante la grandeza del poder de Jesús.
Es lindo imaginarse esta escena, hacé el esfuerzo: la gente agolpándose alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios; él invitando a Pedro a confiar, a ir mar adentro (esta imagen tan linda), y, finalmente, Pedro y sus discípulos que terminan dejándolo todo y siguen a Jesús. También le pasó a Isaías, como dice en la primera lectura de hoy: «¡Ay de mí! Estoy perdido porque soy un hombre de labios impuros». También le pasa al apóstol san Pablo: «Por la gracia de Dios – dice Pablo – soy lo que soy». «Soy como un fruto de un aborto», llega a decir incluso. Tan duro, pero tan real. Él sentía que sin Jesús no era nada, que sin Jesús no hubiese sido nada y, además, sentía que, en algún momento, por ahí se había creído algo, se había enorgullecido de sí mismo y ahora descubre que en realidad fue, es y será «algo» solo porque el Señor lo eligió. Ese es el camino de nuestra vida cristiana: ir descubriendo que somos lo que somos porque fuimos «elegidos», no por mérito nuestro. Y lo que para nosotros muchas veces es un «problema», o sea, reconocer nuestra frágil humanidad, débil y pecadora, para estos hombres de la liturgia de hoy fue motivo, de alguna manera, de orgullo.
Todos los santos vivieron esta experiencia, la de estar cerca de Jesús, la de reconocer su presencia, pero, al mismo tiempo, también esto los hizo reconocerse verdaderamente débiles y pecadores, verdaderamente «salvados por la gracia de Dios». Pero este reconocimiento nunca los llevó a despreciarse, a mirarse «feo» a sí mismos, sino que a algo mucho mejor: los llevó a «mirar» a Jesús. Esa es la experiencia del que se arroja a sus pies, pero termina levantando la cabeza y mirándolo porque, cuando Jesús mira, ya nos dice algo. Cuando Jesús mira, tarde o temprano, nos termina «llamando», porque su mirada es de amor y ternura ante el pecado.
No escuchamos en Algo del Evangelio de hoy en ningún momento que Jesús les diga «síganme», sino simplemente es esa experiencia de grandeza que tiene Pedro, y también esa experiencia de pequeñez de sí mismo, la que lo hace terminar abandonándolo todo. O también las palabras de Jesús: «No temas, no temas Pedro, desde ahora serás pescador de hombres». Les marcó un nuevo camino. ¡No temas! No temamos ni vos ni yo, no temamos nuestro pasado, nuestro pecado, nuestra debilidad. No temamos lo que vendrá. Ninguno de nosotros tiene que temer, porque es Jesús quien nos mira y nos llama. Es Jesús el que con su mirada nos atrapa. Es Él el que invita, y no el que desprecia, el que no nos grita, el que no nos impone. Solo el que se deja mirar por Jesús, deja de temer. Solo el que se deja mirar por Jesús, empieza un camino nuevo.
Serás pescador de hombres, seremos pescadores de hombres si nos dejamos llamar por Él, el que confíe en su Palabra, en su amor, empezará un nuevo camino.

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Algo del Evangelio

¡Cuántas veces descansamos mucho y todo sigue igual! Por ahí a veces volvemos de vacaciones en donde descansamos y dormimos un poco más, en donde cambiamos la rutina, pero todo sigue igual. ¿Por qué? Porque no sabemos descansar con Jesús, porque descansamos solos, porque hicimos la misma vida que veníamos haciendo, pero en otro lugar, solo cambiamos de lugar y no cambiamos el corazón. Es necesario que aprendamos a descansar en la oración, lo grita el corazón de cada uno de nosotros, lo necesita. Solo cuando sabemos descansar en el Camino cada día, cinco, diez o los minutos que podamos cada día; solo cuando nos sale bien de adentro estar con él porque escuchamos su invitación: «Vení, vení a descansar»; solo así tenemos resto, como se dice, tenemos la alegría suficiente para sobrellevar todo, tenemos ánimo grande para escuchar a los demás. Solo así no nos molesta y no nos aturde la presencia –a veces agobiante– de los otros, de las personas que nos rodean.
Pidamos hoy a Jesús que nos diga al oído: «Vení, vení a un lugar desierto, vení a la oración, vení a descansar un poco». Ser cristiano, en definitiva, ser amigo de Jesús es trabajar con él, pero también descansar con él. Que Jesús hoy nos regale a todos esta gracia.

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p. Rodrigo Aguilar

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Algo del Evangelio

Sábado 8 de febrero + IV Sábado durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6, 30-34

Al regresar de su misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco.» Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.

Palabra del Señor.

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